- El área protegida de Musichi, en Manaure, La Guajira, sufre el deterioro de los mangles, un ecosistema que se está secando debido a múltiples factores como el desvío de fuentes de agua, la explotación de sal y el incumplimiento del plan de manejo ambiental para protegerlo, entre otros.
- El impacto sobre los mangles ha agravado los efectos climáticos, como olas de calor y sequía, que afectan a las familias wayuu.
*Este reportaje es parte de una colaboración periodística entre Mongabay Latam y Agenda Propia de Colombia.
El pueblo indígena wayuu de Musichi vive en un territorio árido donde abundan las raíces secas y retorcidas de los mangles, y escasean otras formas de vida que antes eran su compañía, como el cantar de los pájaros. Hasta hace pocos años, ahí pescaban y convivían en un territorio sagrado para ellos. Esa es ahora una postal del pasado.
Musichi es un corregimiento del municipio de Manaure, en La Guajira colombiana, habitado por familias del pueblo indígena wayuu que fueron reubicadas de ese territorio en 1941, a sitios aledaños donde levantaron sus rancherías, como las de Bolombolo, Maracarí, Potki, Yawaka, Girtú, Urraichi y Toronjomana, alrededor de los arroyos Taguaya y Limón. En esa época, el Banco de la República comenzó a explotar la sal en esa área del mar Caribe, rica también en manglares, donde habitan un conjunto de aves como las garzas (blanca, real, borracha), flamingos rosados, el cari cari o águila carroñera, el pato cucharo y animales marinos como el camarón, y peces como el lebranche y la lisa.
Los wayuu han sido testigos desde entonces de cómo, poco a poco, en Musichi han ido desapareciendo los mangles blanco, rojo y botoncillo o zaragoza.
El problema comenzó en la década de 1940, cuando se desvió el arroyo Limón para no afectar la producción industrial de la sal en las lagunas de San Agustín y de San Juan, desvíos que ocasionaron la ausencia de agua dulce necesaria para asegurar la estabilidad de la zona de mangle situada alrededor de las lagunas. Al recibir principalmente agua salada, los manglares empezaron a hipersalinizarse y esto generó la pérdida de cobertura vegetal.
La afectación contra el ecosistema se recrudeció más hace 20 años, según narran expertos y pobladores indígenas wayuu, cuando la empresa Sama asume la explotación y comercialización industrial de la sal. Para esa época, ya no solo se desviaba el agua dulce del arroyo, sino que se construyen unos diques para ampliar el área de producción de sal y esto provocó que el agua de mar no pudiera entrar a las lagunas naturalmente y que dejara de bañar con la misma intensidad los mangles. Para solucionarlo, instalaron un sistema de bombeo que succiona el agua salada del mar y la vierte en ambas lagunas, y baña también los mangles, aunque no reciben la cantidad habitual. La consecuencia: el ecosistema se sigue secando.
Los mangles, para las familias wayuu, tienen un especial significado. Sus hojas, por ejemplo, se utilizaban para alimentar a los chivos durante la época de verano cuando escaseaban los forrajes (plantas) de otras especies. A finales de los años cuarenta, la corteza era explotada para curtiembre y se exportaba a Venezuela, lo que ha cambiado con el tiempo y ha dejado al desnudo el deterioro de este recurso natural que los sabios comparten con sus hijos y nietos.
Voces desde el mangle
Wilder Guerra Cúrvelo, antropólogo e investigador wayuu, cuenta que la historia de Musichi, o pueblo de la laguna de San Juan, se remonta a la primera mitad del siglo XVI, como principal centro económico de la colonia hispana en las costas guajiras.
“Era allí donde estaban los esclavos, los buceadores, donde se explotaban las perlas. Las haciendas de perlas eran en Musichi”, indica Guerra.
Según esto, en Musichi se concentra la historia antigua de La Guajira y una riqueza natural representada en la sal, las aves, los peces y los mangles.
El 22 de diciembre de 2011, el Consejo Directivo de la Corporación Autónoma Regional de La Guajira declaró a Musichi como área natural protegida por su variedad de recursos bióticos y ecosistémicos de gran valor para el departamento, como bosques de mangles y matorrales subxerofíticos (muy secos), característicos de esta parte de La Guajira en la que se ubica el municipio de Manaure.
En la zona habitan 15 especies de anfibios, 52 de reptiles y 22 de mamíferos. Además, hay 242 especies potencialmente presentes de aves, equivalente al 13 % de las aves registradas en Colombia, al 65 % de las distribuidas en las tierras bajas del país y al 61 % de todas las registradas en la región Caribe de Colombia, de acuerdo con información suministrada por la Corporación Autónoma Regional de La Guajira.
Ilduara Barliza es abogada, integrante de la mesa de concertación del pueblo wayuu, además de ser descendiente por línea materna de los habitantes originarios de esta zona. Ella comenta que las abuelas fueron portadoras de historias que contaban alrededor del fuego, disfrutando de un ecosistema verde que era más evidente en sus mangles. Barliza recuerda esos relatos de su abuela Clara Rosado Epieyu, de 103 años, quien murió el 26 de junio de 2021.
“Yo a mi abuela le escuchaba relatos de que desde el mar salían cosas que eran inverosímiles ante sus ojos, por ejemplo, contaba que alguna vez salió un pez con forma mitad de persona que alarmó mucho a los pescadores porque se vino enredada en las redes y que murió a la orilla del mar, y que ellos tuvieron que correr a enterrarla y esconderla porque creyeron que era un espíritu malo que había llegado a castigar con muerte a esa ranchería”, recuerda Barliza.
César Fajardo Najera, ingeniero ambiental de la Universidad de La Guajira, residente en el municipio de Manaure, también ha sido fiel testigo del deterioro del ecosistema de Musichi. En el sitio conocido como la boca de San Agustín (Pulamana) relató los cambios que ha sufrido el territorio y la forma como, según explica, la empresa IFI Concesión Salinas reubicó a las familias wayuu en los años 30 y 40, cuando empezaron a explotar las salinas.
“En aquel entonces, hace 20 años, había una cobertura vegetal inmensa, una sala cuna de aves con más de 160 especies diferentes, entre ellas el flamenco rosado, con una importante presencia de más de 3700 aves que constituyen un atractivo turístico de importancia significativa”, recuerda César Fajardo.
En su relato queda claro que la oferta ambiental está totalmente deteriorada.
“Usted lo está viendo, es un paisaje desolador, un cementerio de mangles, da tristeza, era un lugar vivo y verlo ahora muerto, es ver que se muere como una oportunidad de desarrollo”, señala.
Pero César Fajardo va más allá. En la investigación realizada para obtener su grado pudo evidenciar la relación de las familias wayuu con el ecosistema de su territorio.
“Si bien se reubicaron para darle paso a la producción salina, ellos no han dejado su conexión, sus afectos por esta tierra, además de que derivan aún su sustento de acá, pescan camarón, langostino, el lebranche, hoy mermado en cantidad de captura, pero por las condiciones que se han deteriorado de manera significativa”, explica.
El relato del ingeniero ambiental lo corrobora Cristóbal Rosado Epieyu, autoridad tradicional.
“Los mangles, cuando no estaban esas salinas, estaban bien florecidos, verdes, allí abundaban pájaros de toda clase, de la sierra, de los ríos llegaban pájaros conocidos, rojos, color rosado y blanquito también, uno que le dicen coquito cuando llueve, abundan esos pájaros y tenía su mangle que era una selva”, recordó la autoridad tradicional.
Se instala una salinera en Musichi
Cristóbal Rosado tuvo que reubicarse junto a su familia, se trasladaron de Musichi a la comunidad de Bolombolo. Él se muestra pensativo porque ya no está gozando de ese verde natural de su territorio.
“Los mangles se están secando, se están acabando, porque los mangles estaban bien contentos hace tiempo, llegaban pajaritos en septiembre, en octubre, hasta noviembre llegaban y se iban otra vez. Comían bien en los manglares. Qué van a comer ahora si están secos, no tienen ni una hoja”, agregó Cristóbal Rosado.
El líder indígena tiene bien claro por qué los mangles se han secado poco a poco.
“Los mangles, como desviaron un arroyo, el que está en Manaure, arroyo Limón, como desviaron el agua no se riega por donde están los mangles. Hicieron un caño, los mangles quedaron secos, sin nada, sin agua”, dijo Rosado Epieyu.
El antropólogo Wilder Guerra Cúrvelo ratifica las palabras de Rosado al explicar exactamente la muerte de los manglares y su relación con la vida de los indígenas.
“Cuando se interrumpe el flujo que tenía el mar, porque allí se encuentran aguas de arroyos, aguas dulces con agua salada y se crea un ecosistema de transición, como se le conoce, entonces al interrumpir eso vino primero la muerte de los manglares por la construcción de los jarillones (diques paralelos a los márgenes del río), de los estanques, de la nodriza y eran dos ciénagas, la de San Agustín y la de San Juan. Yo recuerdo de niño cómo era de hermoso todo eso. Ese ha sido el impacto, pero además el impacto fue otro, arrojó al indígena a la economía del mercado, a ser dependiente del proceso extractivo de la sal y abandonar una cantidad de actividades como la pesca”, explica Wilder Guerra.
La priorización del agua para la salinera empezó a generar, poco a poco, un impacto ambiental en el ecosistema, pero también en el diario vivir de las familias wayuu de la zona, aseguran quienes han dado su testimonio para este reportaje.
De acuerdo con el ingeniero ambiental, las acciones para la explotación industrial de la sal generaron un efecto negativo en el ecosistema afectando la zona de manglar por la hipersalinización de las aguas, y la ausencia del agua dulce, disminuyendo así la cobertura vegetal.
“Ante la necesidad de inundar los terrenos para darle paso a la producción salina a gran escala, debieron reubicarlos a ellos (indígenas) porque todas estas zonas se iban a inundar, se levantaron unos jarillones y después se procedió a bombear agua del mar hacia el interior de la laguna, que era natural, pero que ahora quedó dependiendo de un sistema de bombeo artificial desde el mar Caribe”, explica Fajardo.
La explotación de la sal para los años cuarenta era manual, debido a sus condiciones atmosféricas favorables como el sol, el viento y las escasas lluvias.
“Había una perfecta armonía, el indígena producía sal sin generar un impacto negativo significativo en el medio ambiente, pero lo hacían a escala para su manutención, para su sobrevivencia, para su subsistencia, pero cuando se dio a gran escala trajo consigo la interrupción de la dinámica hídrica, el levantamiento de jarillones, se obstruyeron los cauces naturales de las aguas y eso generó todo un impacto que ha traído todo este desenlace que estamos observando”, asegura César.
Un trabajo de investigación hecho por Gregoria Isabel Fonseca Lindao, como uno de sus requisitos de estudio como Magíster en Ciencias Ambientales, detalla cómo a través de los años se fue perdiendo el manglar.
El estudio indica que en 1971 la cobertura de manglar disminuyó en un 16.7 % con respecto al registro de 1947. Es decir, de 32,30 hectáreas pasó a 26,89. Las causas identificadas fueron, entre otras, que la canalización y represa del arroyo Limón en los años 70 pudo haber influido en la disminución de la población del manglar.
En la investigación, además, se registró una cobertura de manglar de 39,32 hectáreas en 2011, que representa un incremento de 21,65 % respecto a los datos de 1947. La diferencia se debe, principalmente, a la siembra de manglar por Corpoguajira en 2004 y 2005.
En el mapa que está disponible en el trabajo de investigación se pueden apreciar los cambios sobre la cobertura de manglar en cada uno de los años analizados.
Lo que dicen las autoridades
Como medida de ley para disminuir, corregir, mitigar y compensar los efectos negativos del ecosistema producto de la actividad minera, la autoridad ambiental —Corpoguajira— exigió la presentación e implementación de un plan de manejo al titular minero HINM-01, es decir, a la Sociedad Salinas Marítimas de Manaure – Sama Ltda.
Inicialmente Corpoguajira aprobó el plan de manejo ambiental que presentó la empresa IFI Concesión Salinas, mediante resolución 4700 en 2005. Luego, cuando desapareció esta empresa, se le otorgó el reconocimiento a Salinas de Manaure —Sama—, mediante resolución 2353 de 2015.
El director de Corpoguajira, Samuel Lanao Robles, advirtió que son reiterados los incumplimientos de Sama para poner en marcha el plan de manejo ambiental.
“Hay incumplimiento de la empresa que pone en riesgo la actividad y la conservación de los manglares, seguimos trabajando, la Corporación tiene varias investigaciones abiertas contra la empresa por el no cumplimiento del plan de manejo”, asegura el funcionario.
La autoridad ambiental dice, además, que hay otros problemas ambientales en el manejo de la sal que la empresa debe entrar a solucionar pronto.
“Hay problemas de residuos sólidos, por derrame de combustible, hay una serie de problemas allí con la operación de sal que amerita que urgentemente la empresa entre a solucionarlo (…) lo que nos corresponde a nosotros que cuando hay algún tipo de incumplimiento, le origina una investigación sancionatoria ambiental y muy seguramente van a ser sancionados si se encuentra que los hechos son ciertos”, precisa Samuel Lanao.
El gerente de la empresa Sama, Daniel Robles, explicó que desde el 1 de octubre de 2020, cuando asumieron la operación de las salinas, se comprometieron a activar la estación S1 para el bombeo de agua de mar que llega al distrito de manejo integrado de Musichi, para empezar a alimentar los mangles.
Sin embargo, aseguró que han existido una serie de dificultades para cumplir a cabalidad con el plan de manejo ambiental, el que esperan reiniciar luego de superada una huelga de más de 345 días por parte de los trabajadores de la empresa Big Group, antiguo operador privado de las salinas desde 2014, que exigía el pago de salarios atrasados y la reincorporación a la empresa que dirige.
“A partir de este 1 de septiembre se inicia la contratación del personal, e incluye los profesionales ambientales quienes se encargaran del Distrito de manejo de Musichi, pero nosotros hemos venido haciendo actividades de bombeo, el agua ya ha venido alimentando esa zona”, expresó.
La pérdida progresiva de vegetación duele al alma del ser wayuu, pues no solo es ver cómo poco a poco los mangles desaparecen, sino sufrir también las consecuencias de una reubicación del territorio donde nacieron, para darle paso a la explotación de las salinas.
“Sí, claro, indudablemente, porque debieron transformar su modo de vida, el que era pescador se está dedicando al pastoreo, ya el que se dedicaba a coger camarón que antes se veía, se producía aquí en gran cantidad, ahora está desarrollándose en otras actividades”, comenta César Fajardo.
Para el ingeniero ambiental de la Universidad de La Guajira, y de acuerdo con sus conversaciones con los adultos mayores de la zona, y los alaula (tíos maternos, la máxima autoridad en la familia), la vida de ellos era mucho más amable antes de que se tecnificara la explotación de la sal.
“Mil veces y no es una opinión mía. Es una opinión que recojo de todos los alaula, de todos los viejos, de todas las autoridades tradicionales con las que tuve la oportunidad de trabajar durante la formulación del plan de manejo ambiental de esta zona, donde ellos declaran que antes estaban mucho mejor, que ellos no más eran parquear su cayuco en un pequeño cauce y esperar a que literalmente el pez saltara dentro de la embarcación”, resalta César Fajardo.
El ingeniero ambiental recuerda también que al disminuir la cobertura vegetal los suelos costeros quedan susceptibles a la erosión y las comunidades más expuestas a los efectos de los fenómenos climáticos extremos como el mar de leva (movimiento de olas que se producen por el viento), huracanes, tormentas tropicales, entre otros.
En ese recorrido durante varias semanas por todo el territorio donde se explota la sal se pudo observar cómo el ecosistema se deteriora lentamente, un área protegida que goza de una gran variedad de recursos bióticos y ecosistémicos de gran valor para La Guajira, como bosques de mangles y matorrales subxerofíticos (de la aridez).
El director de la Corporación Autónoma Regional de La Guajira, Corpoguajira, Samuel Lanao Robles, asegura que se está trabajando para darle vida a los mangles.
“La primera tiene que ver con un plan de compensaciones que le impusimos a la empresa Elecnorte, que hizo el anillo eléctrico entre Maicao, Riohacha y Cuestecitas, a través de una compensación se le impuso el deber de suscribir unos acuerdos de conservación con los guardianes de Paz que son los Vigías ambientales del área protegida de Musichi. Allí se van a invertir 500 millones de pesos (132 000 dólares aproximadamente) y la idea es que los guardianes puedan tener los elementos y realicen la labor de monitoreo, vigilancia y de control dentro del área protegida, que es un buen apoyo para la Corporación en esta tarea”, asegura Lanao.
“Otra buena noticia es que presentamos un proyecto al Ministerio de Medio Ambiente para la siembra de manglares, que va a ser financiado a través del Fondo de Compensación Ambiental, y esperamos que este año se apruebe y a inicios del año entrante podamos ya iniciar con la implementación de este proyecto que lo que pretende es lograr que trabajemos en la conservación y preservación de esa área protegida”, expresó la autoridad ambiental.
Pero hoy la realidad es otra y la riqueza vegetal del territorio se sigue apagando con el paso de los días. Pese a los esfuerzos, las iniciativas tardan para una zona en que el deterioro es cada vez más grande.
Imagen principal: A pesar del deterioro de los mangles, aún siguen llegando distintas especies de aves al área protegida de Musichi. Foto: Betty Martínez Fajardo.
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Nota: Esta historia hace parte de la serie periodística Miradas a los Territorios ¡Resistir para Sanar!, producida en un proceso de co-creación con periodistas y comunicadores indígenas y no indígenas de la Red Tejiendo Historias (Rede Tecendo Histórias), bajo la coordinación editorial del medio independiente Agenda Propia.
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