- En el estado de Durango, al norte de México, cuatro comunidades encontraron en el manejo forestal sostenible una actividad que les permite tener opciones económicas y cerrar el paso a los cultivos ilícitos.
Hace dos décadas, habitantes de cuatro comunidades del norte de Durango se propusieron un objetivo: hacer del manejo forestal sostenible una opción de vida. Con el tiempo comprobaron que es un camino que les permite conservar sus bosques, tener ingresos económicos y, sobre todo, cerrar el paso a los cultivos ilícitos.
Los habitantes de las cuatro comunidades, localizadas en una región conocida como el Triángulo dorado —por ser una de las principales productoras de marihuana y amapola del país— ahora quisieran que se les conozca por vivir en un territorio en donde lo que crece, lo que se cuida y lo que mantiene a la gente son los árboles.
“Vivimos en una zona estigmatizada… Nos dicen Triángulo Dorado, pero aquí lo fuerte es la silvicultura”, dice Fortino Escárcega Villa, comisariado del Ejido Todos Santos y Anexos, comunidad que decidió apostar por el manejo forestal, al igual que el Ejido Osos Bravos y Anexos, Las Milpas y Anexos y Santa Ana. Las cuatro se ubican en el municipio de Tamazula, en Durango, muy cerca de la frontera con los estados de Sinaloa y Chihuahua, en el norte de México.
Las cuatro comunidades, siguiendo el ejemplo de organizaciones comunitarias que desde la década de los setenta son pioneras en México del manejo forestal, decidieron crear la asociación civil Silvicultores del Norte de Tamazula y aprovechar en forma sostenible sus bosques templados, donde predominan diferentes especies de coníferas.
Hace 20 años, las cuatro comunidades se unieron y apostaron por la silvicultura.
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Un territorio que es, sobre todo, forestal
Pese a que el manejo forestal comunitario y sostenible tiene una larga historia en el norte de Durango, no es por eso que se conoce a este territorio a nivel nacional. Se le identifica más por la fuerte presencia del Cártel de Sinaloa y la proliferación de los cultivos de amapola y marihuana.
Desde los setenta, a la región que se encuentra en la Sierra Madre Occidental del país y que incluye parte del territorio de Chihuahua, Sinaloa y Durango se le conoce como Triángulo dorado.
A pobladores de varias de estas comunidades parece incomodarles que solo se les identifique con el narcotráfico. “Nos hemos sentido acosados por parte de organizaciones y gobierno que nos llaman Triángulo dorado; se está exagerando. Los narcos más famosos, a lo mejor, sí son de aquí; pero usted sabe que ya toda la República es un Triángulo dorado”, dice Escárcega Villa.
En esta zona de Durango lo que más se produce es agua. De hecho, la región pertenece a la Cuenca de Abasto del Norte de Tamazula, con una superficie total de 61 308 hectáreas, de las cuales 50 331 son arboladas.
Además, gran parte de la producción forestal de Durango (alrededor de dos millones de metros cúbicos anuales de madera) proviene de esta región, una zona que es de difícil acceso y donde durante mucho tiempo “la gente se dedicó, por necesidad, a otro tipo de actividades”, dice José Rojas, director regional del Comité de Desarrollo Económico de Durango (CODEDUR) en la zona noroeste.
Más del 80 por ciento del noroeste de Durango tiene bosques de coníferas y hojosas “con potencial de aprovechamiento forestal maderable, según el Estudio de la Cuenca de Abasto Norte de Tamazula publicado en 2015.
Otro estudio, de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO por sus siglas en inglés), resalta a Durango como “uno de los estados mexicanos más importantes desde el punto de vista de la producción forestal y de la conservación de recursos forestales”.
Un bosque que da certezas
Hace 20 años, un grupo de asesores forestales —que ya trabajaba con las comunidades pioneras en el manejo forestal en Durango— identificaron el potencial que tenían los bosques del municipio de Tamazula y decidieron acercarse con los habitantes de la zona para hablarles de los beneficios ambientales, sociales y económicos que tiene la silvicultura.
“Cuando empezamos a darles asistencia técnica vimos toda la situación (la fuerte presencia de cultivos destinados a la producción de drogas) que había ahí, entonces hicimos labor para convencerlos de que se alejaran de las actividades de cultivo de enervantes. Les dijimos que su bosque era un recurso muy importante porque les prestaba muchos beneficios, entre ellos los servicios ecosistémicos”, recuerda Carlos Zapata Pérez, ingeniero forestal que conoce muy bien cómo el manejo forestal sostenible puede ser el motor económico y social de amplias regiones.
Zapata Pérez es el director técnico de la Unidad de Conservación y Desarrollo Forestal Integral Topia, una de las empresas comunitarias que nació a partir de la Unión de Ejidos y Comunidades Forestales General Emiliano Zapata (Unecofaez), organización pionera en México de la silvicultura comunitaria, con más de 40 años de trabajo en Durango que ha llegado a producir en su vivero un millón y medio de árboles y que ha establecido en la región un modelo de gestión comunitaria de bosques que beneficia a cerca de 10 500 familias.
Impulsar el manejo forestal en los cuatro poblados del municipio de Tamazula fue un proceso que no tardó siquiera un año. En las asambleas comunitarias, los técnicos forestales presentaron ejemplos de otros ejidos que ilustraban cómo podían transitar a un modelo que les permitiera conservar sus bosques y obtener recursos económicos de ellos.
Chea Soto, ingeniera forestal de la Unidad de Conservación y Desarrollo Forestal Integral Topia, estuvo presente desde la primera asamblea ejidal que se realizó para hablar del tema en 2001; ahí se planteó a las y los ejidatarios la posibilidad de transitar hacia un manejo silvícola tecnificado, ordenado y sostenible. “Desde la primera asamblea —recuerda— aceptaron trabajar con nosotros. Empezamos a darle un poco de forma a su trabajo”.
Zapata menciona que encontraron comunidades que ya tenían cierto camino recorrido en la conservación de los bosques. Solo necesitaban “un empujón” y una metodología. La asesoría de la Unidad de Conservación y Desarrollo Forestal Integral Topia les permitió dar forma a su planes de manejo forestal y de comercialización de los productos extraídos de los bosques.
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Dos décadas después, mil familias de las cuatro comunidades viven de la silvicultura. Además, desde 2015, tienen la certificación de buen manejo del bosque de la Norma Oficial Mexicana NOM-152-SEMARNAT y, desde 2019, están certificadas por la Auditoría Técnica Preventiva (ATP), aplicada por la Comisión Nacional Forestal (Conafor). Esta última es una evaluación voluntaria que promueve el cumplimiento de los programas de manejo y de la Ley General de Desarrollo Forestal Sustentable.
La superficie de las cuatro comunidades que se encuentran bajo manejo silvícola es de 180 hectáreas, donde se produce al año alrededor de 35 mil metros cúbicos de madera.
El comisariado del Ejido Todos Santos y Anexos, Fortino Escárcega Villa resume en una frase la relación que hoy tienen las cuatro comunidades con sus recursos forestales: “El bosque es lo que nos da certidumbre”.
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Luchar contra estigmas y aislamiento
Las cuatro comunidades se han esforzado en librar dos obstáculos: la fama de la región y la falta de vías de comunicación. “No somos el triángulo dorado, ¡somos el triángulo necesitado!”, dice Fortino Escárcega.
Su expresión se debe a que las cuatro comunidades están aisladas de las grandes ciudades donde venden su madera y se abastecen de los enseres básicos. Por lo tanto, tienen una necesidad de mejor conectividad.
Un viaje en auto desde el Ejido Santa Ana a la ciudad de Durango implica alrededor de 11 horas, en un recorrido de 730 kilómetros.
La región montañosa en donde se encuentran las cuatro comunidades está en una especie de isla definida, por un lado, por el inquebrantable río Humaya, que más que un solo afluente de agua es una cañada que llega a tener 1000 metros de profundidad, formando una barrera natural entre esa región y el centro del estado de Durango.
De cara a los estados de Sinaloa y Chihuahua, las cuatro comunidades dedicadas al aprovechamiento sostenible de sus bosques se ven obligadas a transitar por caminos de terracería que hacen más tardados y encarecen los traslados de la madera que venden.
La comunidad que tiene la carretera más accesible tiene un tramo de 15 kilómetros de terracería que impide el paso de los camiones, que son el vehículo ideal para transportar la madera hacia los puntos de venta.
“Hay muchos kilómetros de terracería. En esos tramos no entra ningún tráiler. Hubo ofertas (de compra de madera) que se cayeron porque no había acceso y está muy sinuoso. Si entrara un tráiler, el costo del flete sería menor”, señala Onésimo Narváez, ingeniero forestal de la Unidad de Conservación y Desarrollo Forestal Integral Topia y asesor técnico que desde hace 19 años recorre la región para trabajar con las comunidades.
“Ellos están en una situación desventajosa por su ubicación, ya que no hay comunicación directa con las comunidades, hay que dar vuelta por el lado de Chihuahua y por el lado de Sinaloa”, explica Zapata.
Los asesores técnicos que llevan años trabajando en la región señalan que este aislamiento dificulta que estas comunidades logren desterrar las causas de su estigma.
“Hemos logrado desarrollar habilidades y capacidades para que los mismos productores se hagan cargo del bosque. El estado del bosque ya no es el problema, el bosque está muy bien cuidado”, dice José Rojas, director regional del Comité de Desarrollo Económico de Durango (CODEDUR) y enlace de la Unidad de Conservación y Desarrollo Forestal Integral Topia.
Cobijados por el bosque
Rigoberto Ríos Castillo y Rigoberto Escárcega nacieron y han pasado toda su vida en este rincón de Durango; describen a su lugar de origen como un territorio que les ha ofrecido una calidad de vida que ellos consideran como “suficiente”.
Los dos hombres hablan con orgullo de los 200 kilómetros de bosques de pino serranos que se extienden entre sus comunidades y los límites de Chihuahua, el estado más extenso de México, y de sus grandes cañadas que les separan del centro de Durango, su estado.
En esa región la mayoría de las casas no tienen drenaje; utilizan baños secos. Alrededor del 85 por ciento de las casas tienen energía eléctrica y el resto sistemas de energía solar.
En 2010, el municipio de Tamazula ocupaba el tercer lugar en el índice de pobreza en el estado Durango, con el 83.7 por ciento de sus personas viviendo bajo esa condición, de acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL). En 2015, salió de la lista de municipios con mayores índices de pobreza de la entidad.
Ríos asegura que en su tierra los alimentos no escasean, la educación básica tampoco. El acceso a la salud, es un tema pendiente: hay un hospital en Tamazula pero solo atiende lo más básico; cuando hay alguna emergencia, los pobladores tienen que utilizar taxis aéreos para llegar a ciudades como Badiraguato, Parral o Durango.
“Nos falta mucho desarrollo, pero cuando menos la gente sí tiene con qué comer”, dice Ríos, quien fue exalcalde de Tamazula y excomisariado ejidal de Todos los Santos y Anexos.
Fortino Escárcega, el actual comisariado ejidal, resalta que los ingresos que les da el aprovechamiento forestal les permite tener ingresos superiores al salario mínimo, que es de 172 pesos (poco más de 8 dólares).
El manejo forestal que se ha realizado en las cuatro comunidades ha servido para contener a los cultivos ilícitos en la región, resaltan los integrantes del equipo de asesores de la Unidad de Conservación y Desarrollo Forestal Integral Topia.
“Si por alguna circunstancia los aprovechamientos (de madera) se van a la baja, ahí es cuando empieza a proliferar de nuevo el cultivo ilícito”, explica Onésimo Narváez. “Gracias al trabajo que se ha hecho en el bosque, hemos diversificado el ingreso de las familias y ha disminuido esa otra parte”, dice José Rojas.
“Hemos evitado que la gente emigre de los núcleos agrarios a las ciudades y hemos logrado que la gente tenga un arraigo a su comunidad gracias al bosque y que tengan un ingreso familiar seguro y suficiente con el que podamos abatir la desigualdad”, agrega el especialista.
José Rojas cree que en esas cuatro comunidades se sembró, y ahora se está cosechando, un conocimiento que supera en valor a los cultivos ilícitos. “Hemos conseguido que la gente aprenda los procesos del bosque”.
* Imagen principal: Vista de una zona que se encuentra bajo manejo forestal, en el norte de Durango. Foto: Cortesía UCDFI Topia, S.C.
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