- Después de tres años de estudio, Jhon César Neita, entomólogo del Instituto Alexander von Humboldt, confirmó el hallazgo de una nueva especie de escarabajo.
- El insecto se diferencia de otros por tener genitales que no se parecen, en absoluto, a los de ninguna otra especie conocida dentro del mismo género.
Jhon César Neita describe los anaqueles del Instituto Alexander von Humboldt como una gran caja misteriosa. Al adentrarse en sus estanterías —dice el entomólogo— casi se puede escuchar una voz que dice: “Vengan, estúdienos, que aquí estamos para poder contribuir al conocimiento de la diversidad de insectos del país”.
La información que contienen esos anaqueles, y que está almacenada allí desde hace poco más de dos décadas, tiene un valor incalculable. Neita lo comprobó una vez más en junio de 2023, cuando por fin concluyó los estudios para describir a una nueva especie para la ciencia: el Aegidinus elbae, un escarabajo como ningún otro encontrado en Colombia. “La genitalia del macho es una locura”, se ríe con emoción el experto. “Tiene una forma única dentro del género”.
Fue durante el año 2000, cuando el Grupo de Exploración y Monitoreo Ambiental (GEMA) —un equipo de especialistas del Instituto Humboldt que exploró gran parte del país recolectando muestras de biodiversidad durante diez años—, realizó una expedición al Parque Nacional Natural Serranía de Chiribiquete. Recorrieron esa región amazónica, ubicada en los departamentos de Caquetá y Guaviare, con el objetivo de recolectar información sobre diferentes grupos biológicos.
En esa expedición se recogieron diferentes especímenes que fueron trasladados a la Colección de Entomología e Invertebrados del Instituto Humboldt, en Villa de Leyva, Boyacá. Los ejemplares estuvieron reservados desde entonces hasta que, con la llegada de nuevos investigadores y finalizada la pandemia, arrancaron estudios filogenéticos de algunas de esas muestras.
Jhon Neita —quien es curador de dicha colección y trabaja en el Instituto desde hace más de siete años— recuerda que, en una ocasión, caminaba rumbo a la cafetería cuando se encontró con Miguel Ángel Torres, uno de los auxiliares responsables de limpiar las muestras y quien cargaba un par de frascos con escarabajos dentro.
“Le dije: ‘¡Wow! ¡Qué bonitos escarabajos! Son raros’. Y resulta que ahí había dos especies que, efectivamente, eran nuevas, pero de géneros totalmente diferentes. La más grande la publiqué en el 2017, y la otra se quedó allí, en el tintero, porque requería más estudio. Apenas el género se estaba revisando y estudiando. Hasta que el género se estudió, tuve la posibilidad de describirla, ya con caracteres más precisos, más certeros, con una veracidad de su identidad como especie nueva. Entonces llegó la oportunidad de publicarlo”, narra el entomólogo.
La llave de la cerradura
De acuerdo con el estudio publicado en la revista ZooKeys, el Aegidinus elbae fue descrito como un escarabajo cuya morfología externa cuenta con un clípeo liso —estructura de la cabeza—, mientras que el de su especie hermana es rugoso. Tiene un tamaño de pequeño a mediano —con una longitud del cuerpo de 5 a 20 milímetros—, de color marrón a negro y punteado.
En la morfología interna, Neita identificó que su genitalia no tiene similitud con la de ningún otro individuo del género Aegidinus, ya que sus parámeros o genitales son muy grandes y desarrollados.
“Los parámeros se abren, son como dos estructuras que hay en la parte apical de la genitalia, y por allí sale el saco interno que tiene el macho para poder copular con la hembra. Hay un concepto en la biología que se llama “llave-cerradura”, que no es un concepto generalizado porque no se aplica a todos los grupos biológicos, y hace referencia a que, para cada genitalia de un macho, con su forma muy particular, hay una genitalia igualmente particular de una hembra, en la cual durante la cópula, encajan perfectamente”, describe el científico.
De esta manera se crea un aislamiento reproductivo, es decir, estos escarabajos no se reproducirán con otras especies. La teoría de la llave-cerradura funciona en los escarabajos y puede resultar un carácter determinante para identificar a las especies, aunado a otros factores relacionados con la morfología externa, explica el experto.
Este análisis, finalmente, tomó cerca de tres años. El primer paso fue revisar la literatura disponible, después se consultó el material que se encuentra, sobre todo, en Europa y, al final, los investigadores concluyeron que se trataba de una nueva especie.
Los resultados de la investigación cobraron mayor trascendencia cuando se decidió hacer un análisis filogenético de la especie —para conocer las relaciones de ancestría y descendencia, y las relaciones evolutivas—, puesto que no se había descrito y el género no estaba relacionado con los previamente descritos en Colombia, ni siquiera con las especies descritas para América.
Así se logró determinar que se trata de un linaje nuevo —una subtribu— dentro del grupo de los Orphinos, una tribu ampliamente distribuida en América.
“En un trabajo de muestreos que hicimos recientemente, encontramos la larva del género Aegidinus, al cual corresponde esta nueva especie y, efectivamente, esta larva no tiene nada de caracteres compartidos con las otras larvas que ya están descritas, como el género Aegidium y el Paraegidium”, explica el investigador.
El Instituto Humboldt describe que los escarabajos, marceños, cascarudos y cucarrones son insectos que pertenecen al orden Coleoptera, el cual proviene del griego koleos que significa estuche y pteron, que significa alas. Es decir, los escarabajos tienen alas guardadas en estuches, aunque no son funcionales para el vuelo.
Además, la institución agrega que, aunque los escarabajos representan el grupo de organismos más grande de la naturaleza, su diversidad aún está por descubrirse. En Colombia, el conocimiento es incipiente, ya que aún existen muchas áreas naturales por documentar. De lo que sí están seguros los investigadores es que en las zonas tropicales del mundo se encuentra la mayor diversidad de estos insectos.
El escarabajo y su nombre
Neita nombró a la nueva especie, Aegidinus elbae, en honor a su madre. Ella se llamaba Elba Moreno de Neita. La decisión tuvo que ver con los recuerdos de la infancia del científico, enmarcados por su tardes de juego en Quibdó, en el departamento del Chocó, en donde se encuentra “una de las selvas más hermosas y mejor conservadas del mundo”.
A él siempre le fascinaron los insectos, particularmente las hormigas. Fueron las protagonistas de los programas de televisión que él inventaba, utilizando pequeños cubos hechos de barro y un cristal de botella rota, por el que veía a los diminutos organismos como si fuera una pantalla. Aunque lo picaron en más de una ocasión y su madre lo regañó, ella y su esposo —que eran una pareja de animalistas— lo alentaron en todo momento a seguir su pasión.
“Quise honrar la memoria de una de las personas que me marcaron. Los papás, por el simple hecho de darnos la vida, ya tuvieron una importancia grandísima en nosotros. Pero cuando tienes a unos papás que fueron animalistas y ‘alcahuetos’, es distinto. Mi familia también es mi apoyo. Ahora, mis sobrinos y mis hermanos van a un sitio y me traen bichos para mirar, toman fotos. Uno siempre tiende a honrar la memoria de esas personas que fueron importantísimas y que construyeron y facilitaron ese camino para llegar a donde llegaste. Creo que el honor y homenaje más grande, cuando tienes unos papás como los que yo tuve, es dedicarles una especie del grupo con el que tú trabajas”, cuenta emocionado el científico.
Los escarabajos se han convertido en el centro de estudio y atención de Jhon Neita. Su misión como investigador, ha sido explicar a las personas que estos y otros insectos son fundamentales para garantizar todo lo que existe en la naturaleza, incluyendo la vida de los seres humanos.
“Los escarabajos cumplen funciones muy importantes porque su diversidad trófica, es decir, los tipos de alimentación que encontramos en ellos, es bastante variada. Encontramos especies que son depredadoras y que ayudan, en cierta manera, a controlar algunas especies plagas. También tenemos especies que son fitófagos [que se alimentan de materiales vegetales], hay especies que son coprófagas [que se encargan de descomponer y reciclar excrementos], hay especies que son necrófagas [que se alimentan de los tejidos blandos de los cadáveres] y todas esas especies contribuyen a que los ecosistemas estén bastante equilibrados”, describe.
Para el caso del Aegidinus elbae agrega que, aunque se trata de una teoría, “por la forma de las mandíbulas, este grupo de escarabajos muy probablemente sea depredador de otros artrópodos o de pequeños invertebrados. Las larvas son saprófagas, es decir, están en la materia orgánica en descomposición; sobre los adultos, no tenemos una referencia exacta, pero sí una posibilidad sobre los hábitos alimenticios que pueden llegar a tener”.
Con toda la información que ha recopilado a lo largo de su trayectoria, el investigador busca contribuir a eliminar estigmas sobre todas estas especies.
“Sólo de dos, tres, cuatro o cinco insectos podemos decir que pueden llegar a ser perjudiciales”, dice y aclara que la mayoría cumple con funciones importantísimas dentro de los ecosistemas y que benefician directa o indirectamente a los seres humanos. “Tenemos que quitarnos ese estigma de ellos y empezar a mirarlos como aliados porque, en el momento en que ellos no estén en la naturaleza, siempre y llanamente podemos tener una hecatombe en nuestro modo de vida y, sobre todo, en nuestro bienestar como seres humanos”, asevera Neita.
Un declive en las poblaciones de insectos, como ya se ha comprobado en los últimos años, tendría repercusiones en la producción de los cultivos y, por lo tanto, en la garantía sobre la seguridad alimentaria en el planeta.
En cuanto al Aegidinus elbae, hasta ahora sólo se tiene claridad de que la especie está distribuida en el Parque Nacional Chiribiquete, en una zona muy bien conservada pero que, “hoy en día, después del posconflicto, está teniendo presiones antrópicas bastante fuertes, con un avance de la deforestación que pone en peligro la estabilidad de los ecosistemas y, por lo tanto, a las poblaciones de estas especies”, explica Neita.
La minería, la deforestación, la expansión de la frontera agrícola y ganadera, y el uso irracional de insecticidas y herbicidas en los campos o en los propios hogares y jardines, son factores que tienen un efecto bastante negativo sobre las comunidades de insectos en la naturaleza.
“Tengamos muchísima empatía con la naturaleza. Con pequeños actos podemos contribuir a la conservación de la biodiversidad, sobre todo, de los insectos que son organismos muy chiquititos, de ciclos de vida cortos y, por lo tanto, muy vulnerables en cuanto a sus poblaciones y a la capacidad de ser resilientes. Protegerlos a ellos, proteger sus ambientes, es fundamental para la existencia de nosotros como seres humanos en la Tierra”, concluye el experto.
Imagen principal: El investigador Jhon César Neita recolecta un escarabajo en las orillas del río Tomo, en el departamento de Vichada, Colombia. Foto: Felipe Villegas / Instituto Humboldt
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