- El jararanko, una lagartija endémica de los Andes de Bolivia, es cazada, aplastada y convertida en una pasta que, según creencias de la medicina tradicional andina, cura dolores musculares.
- Aunque la ley permite su uso entre indígenas, prohíbe su comercialización puesto que la especie se encuentra En Peligro y no existe evidencia científica sobre sus cualidades curativas.
- A pesar de las restricciones, el tráfico de jararanko no se detiene. Lagartijas vivas, muertas, molidas o ya convertidas en pasta son vendidas en los mercados de La Paz a vista y paciencia de todos. ¿Podrá esta especie sobrevivir?
Montañas escarpadas y blanquecinas por la reciente nevada rodean un bofedal en una comunidad aymara del departamento de La Paz, en los Andes de Bolivia. En medio de pastizales y vertientes de agua cristalina que brotan de la tierra, Victoria Flores pastorea unas llamas blancas y alpacas cafés. Son las 11 de la mañana de un día soleado de mediados de mayo y una lagartija con la piel olivácea y escamosa emerge de su guarida en medio de la pradera.
El reptil, de unos 15 centímetros, conocido como jararanko —que se traduce a “lagartija” en idioma Aymara—, asoma su cabeza cuidadosamente y sube a una roca. Allí permanece un largo rato para intentar elevar su temperatura corporal con los rayos del sol. Es entonces que Victoria Flores lo distrae y atrapa, aplastándolo con un palo. Más tarde utilizará los restos triturados del animal como un ‘’parche lagarto’’, un método de curación tradicional para tratar dolencias musculares.
—A veces da miedo el jararanko, te persigue y te muerde —me dice la mujer Aymara.
—¿Cómo lo atrapa? —le pregunto.
—Guantes tenemos que ponernos. De repente se escapa y a su cuevita se entra y difícil es sacarlo. Entonces al perro le mostramos y este lo agarra. A veces le muerde y le hace chillar fuerte.
De regreso a casa, la mujer muele la carne del reptil en un batán de piedra y la mezcla con hierbas silvestres como el wichullo, ortiga negra, jaramillo y árnica, hasta que se convierte en una masa verde pastosa que coloca sobre el lugar de su dolencia. Con ello nos “parchamos, porque aquí no hay farmacia, ni medicamentos, nada de eso. Entonces lo que utilizamos es el jararanko”, dice.
Liolaemus forsteri es el nombre científico de la especie de lagarto localmente conocido como jararanko o lagartija chacaltaya. Este reptil es endémico del país y habita la ecorregión altoandina del valle que circunda la ciudad de La Paz, entre los 4100 y 4950 metros sobre el nivel mar.
La Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) ha catalogado al Liolaemus forsteri En Peligro indicando que, entre sus amenazas, además de la recolección para su uso en la medicina tradicional, “están la pérdida de hábitat debido a la minería y la expansión de las zonas urbanas”. Por su parte, el Libro Rojo de la Fauna de Vertebrados de Bolivia ha categorizado a la especie como Vulnerable.
El jararanko como ingrediente de la medicina tradicional andina tiene raíces antiguas que se remontan a la época precolombina. “Nosotros hemos aprendido de mi abuelito. Cuando nos lastimábamos él nos curaba así”, comenta Flores que hoy aplica esta misma práctica con sus hijos.
Pero a ella le preocupa que ahora personas “extrañas” están llegando a los alrededores de su comunidad para capturar jararankos. “En bidones llevan, se supone que para vender. Para medicina, a la 16 de Julio [feria] tal vez”.
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Mercado negro de jararankos
Decenas de personas dificultan nuestro paso. Afuera de algunos de los puestos de venta hay carbones humeando sobre unas parrillas que despiden un aromático olor a incienso. Pronto serán utilizados en rituales esotéricos y ofrendas a la Pachamama. Es domingo y la Feria 16 de Julio, un mercado popular callejero caracterizado como uno de los más grandes de Bolivia y Latinoamérica, ocupa las calles de unas 200 cuadras en la ciudad de El Alto, a unos 15 kilómetros del centro de la ciudad de La Paz.
Mientras avanzamos una mujer nos observa de reojo desde su tienda. Me aproximo y le consulto si realizan curaciones con jararankos. Ella me indica que sí y que incluso tiene las partes de la lagartija adentro. Me invita a pasar. Cuando le pregunto si puedo hacerle una entrevista se niega rotundamente con desconfianza y debemos retirarnos del lugar.
Continuamos con nuestro recorrido. A la entrada de un centro de medicina tradicional, “Kallawaya Ametra”, un cartel anuncia tratamientos médicos para “luxaciones, fracturas, fisuras, desligamientos y otros”. También dice hacen consultas con “hoja de coca, celebración de milluchadas (limpieza de malos espíritus) y rituales para venerar a los espíritus achachilas que protegen a las comunidades”. Allí dentro, Eleodoro Soto Huacatite nos da la bienvenida en su escritorio.
Soto es un curandero originario de la comunidad Amarete (conocidos localmente como Kallawayas), en el municipio de Charazani, La Paz, un lugar que se caracteriza por sus usos medicinales ancestrales. “Nuestros abuelos, antes de la época de los Incas, eran trabajadores con medicina tradicional; todo natural. Yo estoy trabajando casi 44 años en esta pequeña tienda”, cuenta.
—¿Para qué utilizan el jararanko? —le pregunto.
—El lagarto tiene una propiedad curativa que es astringente. Absorbe el hematoma, entonces en una fractura o fisura lo regenera.
— ¿Cómo lo usa?
—Tenemos ciertas personas que nos los muelen un poco como masa. Todo mezcladito ya sale como barrito. ¡Rico cataplasma sale! Lo batimos y colocamos en papel periódico como parche al lugar maltratado y se venda 24 horas. Al día siguiente tranquiliza todo el dolor.
Al consultarle sobre las autoridades, Eleodoro reconoce que “hay una ley, un decreto, que dice que el animal no se debe matar”.
La ley a la que se refiere el curandero prohíbe la captura, acopio y acondicionamiento de animales silvestres y sus productos derivados. De igual manera, el Código Penal establece una pena de hasta seis años de cárcel por el delito de destrucción o deterioro de bienes del estado.
Sin embargo, según Rodrigo Herrera, un abogado ambientalista de La Paz que ha llevado adelante varios procesos sobre tráfico de fauna silvestre en Bolivia, el artículo 30 de la Constitución boliviana “reconoce a las naciones indígenas, originarios campesinos, la aplicación de su medicina tradicional y de sus usos y costumbres, siempre y cuando sea con fines de subsistencia, dentro de su territorio [ancestral] y con prácticas anteriores a la invasión española”. Toda utilización que no se dé dentro de ese contexto es, por lo tanto, considerado tráfico.
Uno de los casos más importantes en la experiencia de Herrera tuvo lugar el 2015. En aquella oportunidad, luego de una denuncia del Ministerio de Medio Ambiente, la policía junto con el Ministerio Público intervinieron un puesto en donde se encontró a un hombre que vendía jararankos y ungüentos elaborados a base de reptiles en la Feria 16 de Julio. “Como estaba comercializando las partes a personas ajenas a la nación Kallawaya, ya no era para su subsistencia, sino para lucrar”, argumentó Herrera.
El abogado, que se constituyó en parte demandante en representación del Ministerio de Medio Ambiente, mencionó durante el juicio que no existe a la fecha ningún estudio etnológico que determine que la ciudad de El Alto fue parte de alguna nación indígena originaria campesina en el occidente. “Con estos argumentos que entendió el Fiscal, el Ministerio Público procedió a la acción penal correspondiente y se lo sancionó con tres años de cárcel”, cuenta Herrera.
Pero a pesar de la prohibición, pocas personas cumplen con la legislación. En un recorrido por el mercado Feria 16 Julio contabilizamos un total de 25 lagartijas vivas que eran ofertadas en cuatro puestos diferentes.
“¡No se puede sacar imágenes!”, gritó una mujer al aproximar mi celular a la caja de vidrio donde se encontraban algunos de los reptiles.
En dos de estos puestos observamos también un aproximado de 140 lagartos disecados a la venta. Los mismos eran ofertados en cajas de cartón.
Además de la Feria 16 de Julio, otro lugar en donde existe una variada y perturbadora oferta de partes de lagartijas es en la calle Santa Cruz de la ciudad de La Paz. En uno de los puestos de venta, una mujer ofrece un macerado de lagartos en alcohol. El frasco contiene unos 15 ejemplares adentro. “Harto vienen a buscar. Vos traes tu bolsita o frasco y yo te vendo. Esto te pasas por el brazo y mejoras.”
En otra tienda, una mujer oferta la sangre del lagarto empaquetada en sobres. De un balde, extrae unos 50 y dice: “Esto te lo debes envolver con papel periódico y colocas un trapo negro. Con eso duermes y te lo retiras al otro día. Los que más saben de sus propiedades buscan la sangre del lagarto”.
En otros cuatro puestos ofrecen bolsas con una masa verde pastosa. “Es cataplasma de jararanko [lagarto molido y mezclado con hierbas naturales]”, dice la mujer a cargo de uno de los puestos.
Otro punto de venta ofrece un frasco bajo el rótulo de “pomada milagrosa 12 en 1”. Un producto que en su etiqueta afirma ser efectivo para dolores de espalda, reumatismo, calambres, tortícolis, torceduras y muchas otras dolencias más. Al consultarle sobre la originalidad de su producto, la mujer muestra una caja con unos 30 jararankos disecados.
“Los molemos y preparamos nosotros mismos. También podemos rallarlo y hacerte el preparado”, dice la vendedora.
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Una práctica popular
Bruno Miranda es biólogo y forma parte de la Red de Investigadores en Herpetología, un grupo de profesionales de la herpetofauna con experiencia en la investigación de reptiles y anfibios en Bolivia.
Miranda, junto a otros de sus colegas investigadores, estudia desde hace cinco años a la especie Liolaemus forsteri. “Uno llega a los 4800 metros y dices: aquí no hay vida. Te sorprendes cuando ves a las lagartijas. Es una de las especies que llega a mayor altitud”, señala.
Según el biólogo, no existe hasta la fecha ningún estudio científico que respalde las propiedades medicinales que supuestamente tiene el jararanko. Incluso sostiene que “al usar estos elementos [lagarto] se puede llegar a exponer a ciertos agentes infecciosos que pueden ser nocivos, o que pueden causar cierto tipo de enfermedades zoonóticas”, como la salmonelosis. Para el experto, “esas prácticas deberían reconsiderarse en los tiempos actuales”.
Aunque Eleodoro Soto reconoce que la ley prohíbe matar jararankos, no está de acuerdo con ella. “No sé por qué el Parlamento sacó que es prohibido utilizar animales. El lagarto salva la vida, porque una fractura en un lugar alejado de la ciudad, donde no se encuentra un centro, ¿cómo podemos salvarnos?”, reclama Eleodoro.
En el artículo científico “La farmacia faunística: Remedios de origen animal utilizados en la medicina tradicional de América Latina”, se describe al uso de remedios elaborados a partir de animales y sus productos para el tratamiento de dolencias humanas, como zooterapia. Y aún ante la existencia de centros médicos, “en las ciudades donde los servicios sanitarios modernos son más accesibles y especializados, muchas personas siguen acudiendo a los curanderos tradicionales, lo que demuestra la aceptabilidad cultural de estas prácticas”, indica el estudio de 2011 sobre la zooterapia.
En general, la zooterapia en América Latina está poco estudiada, sobre todo teniendo en cuenta su uso generalizado, describe el artículo.
Rómulo Alves y Humberto Alves, autores del estudio, describen que “en muchos casos el uso terapéutico de remedios animales parece basarse en peculiaridades morfológicas o de comportamiento del animal en cuestión”. Los especialistas, explican que “existe una asociación entre las características biológicas de un lagarto y los efectos que se espera que genere su uso”. En el caso de los jararankos, la relación puede darse por la capacidad que tiene la especie para regenerar su cola una vez ésta ha sido mutilada.
La zooterapia “no sólo supone un reto para la conservación, sino que también representa una grave amenaza para la salud de muchas comunidades humanas”, indica la investigación.
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Acciones contra el tráfico de fauna silvestre
En opinión de Herrera, “los próximos pasos en la defensa legal de los animales silvestres va a ser relacionar los delitos ambientales, como el tráfico, con otro tipo de delitos como el de organización criminal”, que en Bolivia tiene una pena de hasta seis años de cárcel. Según Herrera, esto último se fundamenta en que quienes se dedican a atrapar jararankos con fines de comercialización no trabajan solos. Están quienes se encargan de extraer los animales de su hábitat natural, aquellos que se ocupan de su traslado hasta los puestos de venta, quienes los procesan e incluso los que se encargan del marketing del producto, argumenta el abogado.
El decomiso más reciente de jararankos tuvo lugar el 30 de diciembre de 2021. Fueron en total 61 lagartijas rescatadas y trasladadas al Bioparque Vesty Pakos, un centro de custodia que lleva adelante programas de conservación, rehabilitación y reinserción de la fauna silvestre en sus hábitats naturales.
En palabras del médico veterinario del Vesty Pakos, Fortunato Choque, quien cuenta con 20 años de experiencia de manejo de especies de fauna silvestre, en el año 2012 este bioparque llegó a recibir una cantidad de 560 ejemplares de jararankos que fueron decomisados de diferentes mercados de la ciudad de La Paz.
Según Choque, ahora los vendedores han modificado su manera de ofrecer los reptiles. “Exponen unas cinco o 10 lagartijas, pero dentro están guardadas las otras”, asegura. El veterinario también cree que la manera de comercialización ha cambiado. “Hoy en día ya no venden los animales enteros. Han procedido a machacarlos, entonces los venden como crema y están ahí expuestas”, cosa que Mongabay Latam pudo confirmar en la Feria 16 de julio.
Para el abogado Rodrigo Herrera, lo que hace falta para el cumplimiento de la ley es que “la sociedad sea concientizada y deje de demandar este tipo de productos. Porque no hay certeza que estos ungüentos hechos con animales silvestres vayan a aliviar algún tipo de dolor”.
El director nacional de la Policía Forestal y Protección al Medio Ambiente (POFOMA), Raúl Rodríguez, cree que aún persiste un desconocimiento de la normativa y el incumplimiento es fomentado por los “usos y costumbres”.
Además, asegura que entre los vendedores “hay mucha gente de escasos recursos que ve una manera de ganar algún dinero a través de la caza indiscriminada y posterior comercialización”.
Parte de la solución, indica Miranda, sería la educación ambiental, especialmente en las comunidades en donde esta especie está siendo cazada ilegalmente. “Yo creo que trabajar en educación con niños, es esencial, para enseñarles el respeto por su propio entorno natural”.
De regreso en el bofedal, las llamas y alpacas de Victoria Flores continúan pastando tranquilamente. Sentada junto a su aguayo (bolso tradicional andino multicolor), reafirma la importancia que tiene para ella el uso tradicional del jararanko.
“Yo diría a las autoridades que no se prohíba. Eso es medicina natural. ¡Realmente cura pues! No es por hacer negocio, resulta que cura pues el jararanko”.
Pero Miranda ha sido testigo de los impactos de la cacería en áreas donde grandes rocas han sido removidas en la búsqueda de jararankos. “Varias veces vimos rocas removidas del terreno por personas que buscan la especie, zonas destruidas, justamente ahí vimos menos densidad [poblacional]”. Para el biólogo el valor de los jararankos es otro. “Son parte del ecosistema. Solo hay que apreciarlos”.
*Este reportaje fue apoyado por Internews Earth Journalism Network y la National Endowment for Democracy (NED), y una versión en inglés fue publicada por National Geographic.
*Imagen Principal: La medicina tradicional andina le atribuye al jararanko propiedades curativas, y su uso tradicional inició en la época precolombina. Crédito: Eduardo Franco Berton
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