- Por empujar la conservación de la tierra de sus ancestros, decenas de familias habitantes de los bosques altoandinos en Villarrica y otros municipios vecinos del Tolima, en Colombia, terminaron, sin saberlo, perdiendo la oportunidad de que les titularan fincas que han trabajado por tres generaciones.
- Esta es otra historia de decepción detrás del nebuloso proyecto de bonos de carbono que se desarrolló en esas mismas tierras.
“Áreas que merecen ser conservadas y protegidas por razones de su biodiversidad, suelos, geohidrología, entorno paisajístico y memoria histórica cultural”, rezaba un cartel de dos metros de altura a la entrada del Bosque de Galilea, que se extiende por las montañas de Villarrica y otros municipios vecinos del Tolima, en el centro de los Andes colombianos. Por eso invitaba a los visitantes a cuidarlo, a no hacer hogueras ni talar árboles, para preservar especies como el oso de anteojos, la rana de cristal, el tigrillo y el turpial amarillo, cuyas fotos incluía.
Esas son las tierras donde han vivido y trabajado María Isabel Ramírez y su vecino Fabio Londoño desde hace más de medio siglo. Junto con otros líderes de la comunidad venían buscando estrategias para conservar la riqueza natural y su permanencia en esa esquina de la cordillera Oriental en el sur del Tolima, en un espíritu similar a la que anunciaba el cartel que encontraron una mañana de agosto de 2018 en la vereda Alto Torre y de la que, sin embargo, no sabían nada. Son descendientes de campesinos que llegaron a la zona desde la década de los años cincuenta, huyendo de la violencia partidista, a la espera de que el Estado les entregara escrituras de sus pedazos de tierra . Han pasado más de 70 años desde entonces y estas familias, que han hecho su vida en la zona, no han recibido la propiedad de esos predios que, en papeles y sin que ellos lo supieran hasta hace muy poco, pertenecen a privados que no habitan en la zona.
Con la autoridad ambiental del departamento, Cortolima, venían trabajando desde 2017 para que este bosque nublado altoandino donde ellos viven fuera declarado como parque natural regional y pudieran conservar así su biodiversidad. Se trata, según esa entidad pública, del “único y último fragmento de bosque húmedo montano” en esa región y de “un paraíso de investigación” donde creen haber descubierto, incluso, una planta nueva para la ciencia.
Año y medio después de ese trabajo, en 2019 nació formalmente el Parque Natural Regional Bosque de Galilea. Es el noveno parque más grande del país y protege un corredor de alta montaña de 26.654 hectáreas que conecta con el páramo de Sumapaz, el más grande del mundo de este ecosistema considerado estratégico por su enorme suministro de agua potable.
Por eso resultó tan emocionante para Ramírez, Londoño y otros ocho de sus vecinos de esas fincas que los habían acompañado en esa lucha, cuando por fin, en diciembre de 2019, se enteraron de que habría una ceremonia de creación oficial del parque en la capital del Tolima, Ibagué. No los habían invitado, pero igual fueron.
Ramírez recuerda que recibió una llamada de un amigo que había escuchado de la inauguración y decidió ir. Tenía un poco de dinero guardado para comprar zapatos nuevos, pero, con la alegría de ver protegido el territorio al que llegó de niña, resolvió mejor comprar un boleto de autobús para viajar a Ibagué. La ciudad quedaba solo a 159 kilómetros, pero le significaba un largo recorrido. Debió caminar desde la vereda Galilea donde vive hasta la vereda Alto Torres, montarse a un caballo hasta llegar a la vereda Tres Esquinas, viajar en moto por dos horas y tomar un bus intermunicipal primero a Melgar y luego a la capital.