- Es una de las tres primeras cooperativas pesqueras lideradas por mujeres en Sinaloa, en el noroeste de México, donde este fue históricamente un oficio liderado por hombres.
- Su trabajo como recolectoras artesanales de recursos bivalvos —almejas, ostiones y pata de mula— sostiene la economía de sus familias en el Sistema Lagunar Altata-Ensenada del Pabellón.
- Además de su labor pesquera, las mujeres han sido capacitadas como monitoras comunitarias, recolectando datos ambientales y biológicos que son clave para el manejo sustentable de los recursos en la región.
- A través de iniciativas como la Escuelita de Conservación, también trabajan en la educación ambiental de las infancias, transmitiendo el valor del mar y fomentando una relación de respeto y cuidado hacia el ecosistema.
Ser pescador es casi un destino heredado en la sangre. “Uno nace en el charco”, dice entre risas Vanesa Inzunza, hija de una familia que ha vivido del mar por generaciones. Se recuerda a los cinco años, a bordo de una panga movida a remo, junto a su padre y sus hermanos, rumbo a alguna playa solitaria de Altata, en Sinaloa, al noroeste de México. Pasaban varios días allí, recolectando almejas hasta llenar sus cubetas y sacos. Eran otros tiempos. Hoy, con los bivalvos cada vez más escasos, un solo día basta para ir y volver en una panga con motor.
“Seguimos la tradición porque de ahí venimos”, dice la pescadora. “A veces uno ya no va por trabajo, sino por puro gusto”. De adulta, Inzunza continúa recorriendo los manglares al amanecer, en búsqueda de ostiones, almejas negras y pata de mula, pero ahora con una compañía distinta: las mujeres de su familia y su comunidad. Juntas crearon Lobas del Manglar, la primera cooperativa organizada y liderada por mujeres en el campo pesquero Las Aguamitas. Son 12 pescadoras de bivalvos que se abrieron espacio en un oficio usualmente dominado por los hombres.
Aunque las mujeres han estado históricamente presentes en la pesca, lo han hecho mayormente trabajando en la comercialización de los recursos pesqueros —limpiando, empaquetando, vendiendo o preparando comida del mar—, en roles invisibilizados y acompañando las actividades de sus esposos, padres u otros familiares varones.

“En las cooperativas, desafortunadamente, a las mujeres las encontrábamos registradas solo para alcanzar los números necesarios para obtener subsidios”, explica Martha Rosales, coordinadora de proyecto en el Sistema Lagunar Alta-Ensenada del Pabellón para Environmental Defense Fund (EDF), organización que trabaja en Sinaloa desde hace más de 15 años, y que ha acompañado a las Lobas del Manglar desde su proceso de constitución. “Su papel era únicamente ser un nombre en una lista, porque no necesariamente participaban en la toma de decisiones de las asambleas. Eso era algo que había que cambiar”, asegura Rosales.
Tanto en las cooperativas como frente a las autoridades ambientales y de pesca, las mujeres organizadas se encontraron con un camino agreste y cuesta arriba.

“Nos enfrentamos al machismo. No teníamos voz ni voto, no nos daban permisos de pesca, y no podíamos decir nada porque nunca se había visto que las mujeres se organizaran en cooperativas pesqueras”, dice Yorjana Pérez, sobrina de Inzunza e integrante de Lobas del Manglar, encargada de temas medioambientales. “Era algo nuevo y a veces, cuando las personas no están acostumbradas, hay un poco de miedo. Decían: ‘Estas vienen a quitarnos el lugar’, o ‘quieren andar de metiches aquí con uno’. También decían que éramos ‘una bola de mujeres alboroteras’ y que ‘no teníamos negocio’ en nuestras casas”, cuenta la pescadora.
Pero estar en sus casas ya no era una opción. “Lo que queríamos era trabajar y sacar adelante a la familia, apoyar en lo económico y hacer algo propio”, agrega Pérez. “También queríamos visibilizarnos porque, como dice mi tía, desde que tiene uso de razón está metida en el mar y ya era hora de que las mujeres tuvieran ese reconocimiento”.

Un sistema lagunar esencial
En la costa central de Sinaloa, el Sistema Lagunar Altata-Ensenada del Pabellón se despliega como un vasto humedal biodiverso y productivo, crucial tanto para la conservación ecológica como para la subsistencia de las comunidades pesqueras que dependen de él. A lo largo de 55 kilómetros —27 pertenecientes a la laguna Altata y 28 a la Ensenada del Pabellón— este ecosistema ubicado en los municipios de Navolato y Culiacán, alberga una sorprendente diversidad biológica que sostiene una de las pesquerías más importantes del estado.
Según su plan de manejo, publicado en 2019, en sus aguas se reproducen más de 34 especies de moluscos bivalvos, base de la economía local, junto con camarones, jaibas, tiburones, rayas y peces de escama como la curvina y el róbalo. Pero su riqueza no se limita a los recursos marinos: el estuario también representa un refugio para 376 especies de aves residentes y migratorias —29 de ellas bajo protección oficial— que llegan en parvadas de hasta 100 000 individuos. Debido a su ubicación en el Corredor Migratorio del Pacífico, incluso está clasificado como Humedal Prioritario en México por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) y Sitios Ramsar.

En sus playas y canales anidan tortugas golfinas (Lepidochelys olivacea) y cocodrilos de río (Crocodylus acutus), mientras que los delfines nariz de botella (Tursiops truncatus), habitantes frecuentes de sus aguas, le dan nombre a su boca principal: la Boca de La Tonina. A pesar de su valor biológico, económico y cultural, el sistema enfrenta amenazas crecientes. Las descargas de aguas residuales provenientes de la ciudad de Culiacán, junto con la contaminación por agroquímicos utilizados en la agricultura intensiva —fertilizantes, pesticidas y sedimentos—, están deteriorando la calidad del agua y poniendo en riesgo los manglares y hábitats costeros.
En este contexto se encuentra el campo pesquero Las Aguamitas. Es vecina de otras seis comunidades pesqueras que en su conjunto suman unos 1900 pescadores y sus familias, que igualmente dependen del sistema lagunar.

“El campo Las Aguamitas es un lugar grande y bonito. Desde que entras, empiezas a ver árboles y mucho color. Miras su paisaje y respiras un aire fresco”, describe Griselda Quintana, monitora de recursos pesqueros y habitante de esta comunidad. “También tiene su parte desértica junto al mar y en sus manglares tiene muchas brechas, muchas salidas, como si fueran calles para llegar a la bahía. Todos esos componentes lo hacen único”.
Quintana se sumó a los esfuerzos de EDF y Pronatura Noroeste para impulsar una pesca sustentable en la región. Desde hace unos siete años, tras participar en una serie de capacitaciones, se dedica a construir las bases de datos de los monitoreos en el sistema lagunar. Para ello, visita regularmente a las y los pescadores de la zona, y al finalizar sus jornadas en el mar, registra la información de sus capturas.

Su trabajo no solo consiste en medir, contar y pesar bivalvos. También le ha permitido entender cómo cambian los ciclos naturales de las especies a lo largo del año. “El monitoreo te da cuenta de lo que realmente hay”, dice. Gracias a esta labor, ha observado cómo varía el tamaño de la almeja negra o la pata de mula según la temporada, y cómo hay meses de abundancia y otros en los que apenas se llena una cubeta.
Además, ha identificado diferencias entre los bancos: algunos tienen moluscos más grandes o limpios, otros están contaminados o casi vacíos, aun estando en la misma bahía. En años recientes, incluso ha colaborado en el análisis de la calidad del agua, detectando que en zonas más limpias el producto crece más rápido y saludable, mientras que en áreas afectadas por descargas de aguas contaminadas, la vida simplemente desaparece.

Durante un año, monitoras como Griselda Quintana participaron en un muestreo intensivo coordinado por especialistas, en el que aprendieron a tomar parámetros ambientales como temperatura y salinidad, y a recolectar muestras biológicas.
“Hicimos una serie de cuadrillas y Las Lobas fueron una de ellas”, explica Martha Rosales, de EDF. “Una pescadora se sumergía para extraer los animalitos que luego servían para estudios de histología y análisis biológico pesquero”.

Esta información alimentó una evaluación de stock sin precedentes, con la que hoy se cuenta con los datos más actualizados sobre los recursos de bivalvos en la región. “Ahora esa información se trabaja con investigadores y autoridades pesqueras para tomar mejores decisiones de manejo por especie”, concluye Rosales.
La labor de las monitoras incluye sensibilizar a las y los pescadores sobre la importancia de respetar las tallas mínimas de captura, devolviendo al agua aquello que aún no está listo. Toda esta información se utiliza para tomar decisiones de manejo.

“Siempre se ha pretendido eso: no sobreexplotar nuestro recurso”, explica Quintana, “porque aquí hay muchas familias que dependen de la pata de mula, la almeja negra y el ostión”.
Eso es algo que las Lobas del Manglar tienen muy claro: la pesca de bivalvos no solo depende del oficio aprendido, sino de entender los ritmos del mar. “Depende de la marea”, explica Vanesa Inzunza. “Si está baja por la mañana, a veces ando desde las cuatro”, agrega. El horario no lo pone el reloj, sino la naturaleza.

Cuando la marea está baja, el trabajo se agiliza. Los ostiones son visibles, se pueden cortar de las raíces de los manglares con mayor precisión y rapidez. Pero si el agua sube, todo cambia. En esas condiciones, su técnica cambia: se guía por el tacto, tanteando el fondo y las raíces con las manos para identificar los moluscos. “Usted viene y se arranca los dedos”, advierte, medio en broma, medio en serio: sin práctica, el riesgo de cortarse es alto.
Su experiencia le permite distinguir incluso los llamados “ostiones ahogados”, que han caído del mangle al fondo lodoso. “Se caen como si fueran mangos”, dice Inzunza. Son los mejores: grandes, gordos y limpios. Para encontrarlos, se zambulle bajo las raíces, palpa el suelo y reconoce el tamaño y la forma con los dedos.
El conocimiento tradicional que Inzunza ha desarrollado no solo le permite recolectar de forma más eficiente, también le da criterio para decidir qué moluscos deben quedarse en el ecosistema. “El chico lo dejo”, dice con convicción. Sabe que conservar los ejemplares pequeños es clave para que los bancos se mantengan vivos y productivos.

Una escuelita en el mar
Las niñas y los niños que hoy crecen en estas comunidades no alcanzaron a conocer el mar generoso que disfrutaron sus madres. Pero ellas no quieren heredarles solo el recuerdo de lo perdido, sino la posibilidad de recuperarlo. Con esa visión nació la Escuelita de Conservación, una iniciativa impulsada por las cooperativas de mujeres que lleva talleres a las escuelas primarias.
A través de juegos, cuentos y actividades en el aula, buscan que las infancias se reencuentren con el mar, no solo como paisaje, sino como un espacio vivo que puede restaurarse si se cuida en comunidad.
“Tomamos talleres para saber cómo llegar a los niños, les llevamos juegos y premios, pero al mismo tiempo están aprendiendo sobre la Carta Nacional Pesquera, vedas, manglares y la importancia de los humedales”, detalla Yanett Castro, fundadora y representante de Las Almejeras de Santa Cruz, cooperativa hermana de las Lobas, ubicada en el mismo sistema lagunar, pero un poco más al norte, en Altata. Fundada en 2017, fue la primera organización pesquera integrada y liderada por mujeres en la región. Su experiencia ha sido fundamental para abrir camino a otras cooperativas femeninas que hoy también participan activamente en la pesca sustentable.

Lo que las cooperativas de mujeres buscan es lograr que sus familias vean que sí hay un futuro para la pesca. “Pero eso solo va a suceder si se suman a ser pescadores responsables, que cuiden el medio ambiente”, concluye Castro. “Es la única fórmula que creemos que puede salvar el mar, la vida y que las futuras generaciones puedan salir adelante”.
Para Yorjana Pérez, el mar representa su árbol genealógico. “Ahí están todas nuestras vivencias, nuestras añoranzas y el legado familiar que nos han heredado”, explica. Para ella, como para tantas mujeres de la costa, no se trata solo de subsistir, sino de dignificar su oficio y defender el territorio que les da vida. “Queremos que se valore lo que hacemos como mujeres de mar, y que defiendan con nosotras este lugar. Porque sí se puede trabajar con dignidad, con respeto por la naturaleza y por todo lo que nos rodea aquí”.

*Imagen principal: Lobas del Manglar recolectando semilla de ostión para llevar a su proyecto de cultivo de ostión silvestre. Foto: cortesía Yorjana Pérez