- Cuatro comunidades del norte de Guatemala se abastecen de energía eléctrica por medio de sistemas comunitarios.
- Las microcentrales de energía eléctrica funcionan como pequeñas hidroeléctricas que toman solo el agua necesaria de un río cercano, sin afectar su caudal.
- Los proyectos son parte de un sistema de manejo integral que incluye el cuidado de las cuencas del río y el bosque.
- Se trata de territorios de desplazados y poblaciones empobrecidas que lograron autoabastecerse de energía sin apoyo de las autoridades.
La vida de las comunidades que conforman la Unión 31 de Mayo se transformó en 2012. Por primera vez desde 1998 cuando se asentaron en la Zona Reina, en el departamento de Quiché, 81 familias tuvieron acceso a la energía eléctrica. Lo lograron con sus propios medios, con la construcción de una microcentral abastecida por el agua de un río cercano.
Ese día la comunidad hizo una fiesta. Hubo música y la gente bailó de felicidad, recuerda el líder comunitario Cirilo Acabal. Por primera vez, podrían dejar de usar velas y pequeños pedazos de madera de ocote (Pinus montezumae) que encendían con fuego para acompañar sus noches. Sus ojos dejarían de doler por el esfuerzo que implicaba intentar ver en la oscuridad.
Hasta ese día “todos los niños jugaban en el campo, bajo la luz. Ya podíamos caminar (en la noche) de un lado para otro. No era así cuando no teníamos luz. Solo nos manteníamos en la casa, no podíamos salir”, relata Acabal.

La Zona Reina nació —y así se ha mantenido—, como un territorio olvidado. Durante el conflicto armado interno en Guatemala, la violencia estatal se dirigió hacia la población indígena. Tan sólo entre 1975 y 1982, organizaciones de sociedad civil contabilizaron 263 masacres en Quiché. Como resultado, comunidades completas fueron desarraigadas de sus territorios y huyendo de la violencia, se aislaron en las selvas del Ixcán y la Sierra. La Organización de Estados Americanos (OEA) estima que unas 23 000 personas llegaron a ocupar estos lugares.
En 1990, seis años antes de la firma de la paz, estas poblaciones reaparecieron y se autonombraron Comunidades de Población en Resistencia (CPR). Después de procesos complejos, algunas de ellas se asentaron en la Zona Reina, una región ubicada a unos 65 kilómetros de la cabecera municipal de San Miguel Uspantán, Quiché, a más de seis horas por carretera desde la capital.
Un total de 81 familias llegaron a un territorio sin acceso a servicios básicos, sin salud, agua potable o electricidad. Allí solo existían carreteras de tierra y con grandes pendientes, únicamente accesibles para vehículos con doble tracción. Hoy viven en San Miguel Uspantán donde la incidencia de pobreza general es de 95.1 %, según la Secretaría de Planificación y Programación de la Presidencia de la República (Segeplan).
Un panorama desolador; sin embargo, esta comunidad buscó la forma de sortear el olvido de las autoridades.

La Zona Reina, un territorio de desplazados
En 1999, la Unión 31 de Mayo empezó a celebrar asambleas para buscar, en conjunto, una manera de garantizar su acceso a la electricidad. “Dijimos: no vamos a consultar con los gobiernos porque están en contra de nosotros. No podemos pedirles ayuda cuando ellos nos mataron”, indica Acabal.
Lo conversaron con acompañantes de la cooperación internacional, especialmente con la Asociación Canaria Siembra, y así fue como concibieron la construcción de una hidroeléctrica comunitaria. En 2000, realizaron un estudio técnico para el proyecto.
Al definir su viabilidad, iniciaron la construcción. Sin embargo, durante una década el proceso se pausó por diversos motivos, como las presiones de personas externas que llegaron a la comunidad y la capacidad limitada de las autoridades comunitarias para gestionar el proyecto.
La Zona Reina celebró una Consulta Comunitaria de Buena Fe el 9 de octubre de 2010. En ella, 25 270 personas rechazaron el ingreso de proyectos extractivos, como la minería y las hidroeléctricas. Este evento motivó a los habitantes de la comunidad 31 de Mayo a reiniciar la construcción de la microcentral de energía.
Con el apoyo del colectivo MadreSelva y organizaciones de la sociedad civil, obtuvieron fondos de la comunidad internacional para mejorar la infraestructura ya construida. También reactivaron la Asociación de Luz de los Héroes y Mártires de la Resistencia y obtuvieron la personalidad jurídica.

En 2013, la microcentral comenzó a funcionar. Ahora abastece a cinco comunidades: la Unión 31 de Mayo, Xecoyeu, San Antonio La Nueva Esperanza, El Tesoro Nueve de Marzo y San Marcos La Libertad. Aproximadamente 500 personas tienen servicio de energía.
“Para nosotros, la luz comunitaria no es únicamente el foco sino que nos están alumbrando las ideas, el trabajo y la resistencia”, dice Acabal.
El proyecto se ha replicado en tres aldeas más de la Zona Reina: Santa Ana La Taña, Lirio Putul y La Gloria.
Funcionamiento sin daño
El sistema toma tan solo el agua necesaria directamente de la bocatoma del río Pajuil (llamado por los habitantes de la zona como río Putul) y el río Vega Sataaán.
“Estos sistemas se llaman microcentrales a filo de agua. ¿Qué quiere decir? Que [a diferencia de las grandes hidroeléctricas] el agua no se embalsa sino que se hace una derivación, es decir, solo se toma una parte que es la que se necesita para generar la energía. No se afecta el curso del río y solo se aprovecha lo necesario, que es lo que lo diferencia de la hidroeléctrica”, explica Édgar Orellana, ingeniero del colectivo MadreSelva.
El agua llega por medio de un canal a un sistema desarenador. Este mecanismo también regula el flujo, disminuyendo su presión y captura sedimentos y hojas. Luego continúa su viaje por el canal, pasando por otros puntos donde la presión se disminuye y por un tanque. Finalmente, alcanza una tubería de presión y cae por una pendiente hasta llegar a la máquina que la convierte en energía.
En la máquina, el agua mueve una turbina que moviliza una banda que a su vez hace girar un generador. Este produce la energía que sube a la red de transmisión. Allí, el transformador la convierte a un voltaje transportable por los cables. Los cables alcanzan otros transformadores cercanos a las viviendas y, de nuevo, lo transforman al voltaje adecuado para ingresar a las casas.

Cada asociación de luz comunitaria cuenta con, por lo menos, dos electricistas. Son jóvenes de la comunidad, que han sido formados en procesos con apoyo de MadreSelva. Ellos se encargan del manejo del sistema. También son quienes realizan las instalaciones eléctricas en los hogares.
Este trabajo ha significado también una nueva opción de vida para ellos, en una región marcada por la migración.
Uno de ellos es Juan Chen Simaj, de 29 años, electricista de la microcentral de Santa Ana La Taña. Antes de este trabajo, era agricultor. Después de llegar a sexto grado de primaria, pensó: “Voy a llegar alto”. Soñaba con cursar una carrera técnica en el Instituto Técnico de Capacitación y Productividad (Intecap). “Pero faltaron billetes”, dice.
Cada comunidad cuenta con una asociación de luz comunitaria, a la cual pertenecen todos los que reciben el servicio. Cada dos años, eligen a la junta directiva que los representará.
“Somos socios, no usuarios. El usuario solo usa cuando [el servicio] es de una empresa, pero este proyecto es construido por las mismas comunidades. Los socios hemos contribuido con cuotas, pero también con trabajo, desde el principio, cargando piedra y arena”, explica Acabal.

Las normas de uso son reguladas por un reglamento, construido en colectivo y aprobado por la asamblea. En él se establece que la cuota mensual será de 50 quetzales (unos USD 6.50) para cada hogar que recibe el servicio. Una parte del dinero es destinada al mantenimiento del sistema y el resto se guarda para atender alguna emergencia de la microcentral. Por ejemplo, si se arruina una pieza.
Tienen derecho a 25 kilovatios de energía. Su uso es medido por un contador en cada hogar. Si se pasan de 35, deberán pagar Q10 (USD10) por cada número superior.
Las microcentrales de energía eléctrica son acompañadas por todo un sistema de organización. Cada comunidad tiene también un comité de mujeres, uno de tierras y uno de agua que administra el pozo comunitario y su red de distribución.
Un proyecto replicado
La experiencia de la microcentral en 31 de Mayo inspiró a otras aldeas cercanas a construir sus propios sistemas de energía eléctrica. En 2015, la aldea El Lirio Putul inauguró también su turbina hidroeléctrica. Fue un esfuerzo de la propia comunidad, con el acompañamiento técnico, político y legal de MadreSelva.
Ahora, el proyecto abastece a 90 familias de la comunidad. Es gestionado por la junta directiva de la asociación que se encarga de actividades varias, como las reparaciones. Cuando son pequeñas, los gastos son cubiertos con la reserva de fondos. Si son mayores, se comunican a los asociados en una asamblea.
La comunidad de El Lirio Putul sueña con ampliar el proyecto y prepararse para el futuro. “Estamos soñando con otra [máquina] para tenerla ahí”, explica Juan Santiago Ramírez, de 47 años, presidente de la asociación.

Un año después, en 2016, la aldea Santa Ana La Taña inauguró también su propia microcentral de energía. Es administrada por la Asociación Civil Maya Luz Comunitaria Nuevo Amanecer (Amaluna).
El proyecto se logró después de cinco años y medio de trabajo, explica Francisco Tuit Max, de 64 años. Cuando el líder recuerda la llegada de la energía eléctrica a su comunidad, sus ojos se llenan de emoción.
“Toda la gente se puso alegre, contenta porque sí funcionó muy bien. Cuando se arregló todo, cuando terminó el trabajo, hicimos una gran fiesta. Había música y otras comunidades vinieron. Nos alegramos mucho porque nunca habíamos visto así [a la comunidad] y cambió tanto”, recuerda.
La microcentral abastece a 515 asociados de tres comunidades: El Tesorito, Montecristo y La Taña. Pagan 31 quetzales (poco más de cuatro dólares) al mes por el servicio. También suministra energía a los negocios, las iglesias, la escuela, el cementerio y el centro de salud, quienes pagan 100 quetzales (casi 13 dólares) mensuales.

En 2017, la comunidad La Gloria inauguró también su microcentral de energía eléctrica. Casi ocho años después, el proyecto abastece a 110 asociados.
Los proyectos han enfrentado dificultades. Principalmente, derivadas de los efectos del cambio climático. En 2024, el verano prolongado provocó que la captación de agua disminuyera y, con ella, la capacidad de producir energía.
Esto ha obligado a las asociaciones a realizar mejoras en sus sistemas. En La Gloria, construyeron un segundo tanque.
“Se hizo un nuevo tanque más abajo porque allí estaba el agua. Si viene otro verano así, ya estamos preparados. El tanque lo hicimos con fondos de la comunidad. Colaboramos, pero también sacamos de la caja chica”, explica Delfino Gamarro, presidente de la asociación de luz comunitaria.
La llegada de la luz comunitaria transformó la vida de los habitantes de estas comunidades. Los niños y niñas pueden estudiar sin interrupciones y las familias pueden utilizar electrodomésticos. Durante las noches, el alumbrado público permite que la población transite las calles sin problema. Además, en La Taña, se inauguró el primer aparato de ultrasonidos para mujeres.
Este servicio también permitió la apertura de negocios, que han brindado nuevas oportunidades.

“Ya se hace panadería. Algunos pusieron talleres de soldadura. Hay familias que no tenían donde trabajar porque no tenían terrenos, pero ahora tienen sus negocios de helados y salen a vender”, dice Francisco Tuit.
Las asociaciones de luz comunitaria sueñan con ampliar el servicio y prepararse para el crecimiento demográfico. Mientras tanto, MadreSelva trabaja junto a la población en la construcción de dos microcentrales más, que abastecerán a 15 comunidades de la Zona Reina.
Cuidar la montaña
Las comunidades que se abastecen de la luz comunitaria habitan en la microcuenca del río Pajuil. Para garantizar que el agua continuará fluyendo en sus ríos, debe existir bosque en la línea divisoria donde la lluvia se infiltre y penetre el subsuelo, hasta formar mantos acuíferos.

En 2025, el biólogo Erick López, de la Asociación Centroamericana Centro Humboldt (ACCH), realizó una caracterización del ecosistema en la Zona Reina. En él estableció que la microcuenca tiene las características de los bosques húmedos de Veracruz en la parte baja y de los bosques centroamericanos de pinocismo en la parte alta.
“Toda esa parte alta pertenece a una montaña que nosotros llamamos cerro Amaike y llega hasta un bosque nuboso”, agrega el biólogo. A su criterio, dicho territorio, hábitat de animales como monos aulladores (Alouatta) y lagartijas endémicas del género Agronia, conserva “bien” los recursos y la cobertura de bosques.
En la parte baja, habitan especies propias de las tierras bajas del norte del país, así como de las cadenas montañosas que limitan con Honduras. Por ejemplo, la Quilticohyla sanctaecrucis, una rana que hasta poco no era muy conocida por la ciencia.
Aunque estudios indican que existió una pérdida en la cobertura forestal unos 25 años atrás, indica López, las CPR reasentadas en la Zona Reina se han encargado de realizar un proceso de restauración ecológica. Son ellas las responsables de proteger y cuidar las zonas altas del bosque, pues reconocen que de allí nace el agua con el que abastecen de luz sus hogares. Se empoderan para realizar esta tarea con escuelas ecologistas.

Las comunidades con microcentrales de energía eléctrica cuentan con sistemas agroecológicos. Tienen viveros forestales donde producen y cuidan especies nativas de árboles y otras de “bosque análogo”que buscan replicar el ecosistema. Es decir, de “especies que puedan ser similares [a las nativas] y que pueden no afectar tanto el entorno original, pero que al mismo tiempo pueden ser, por ejemplo, árboles frutales u otras que se pueden para utilizar en vez de las especies nativas para leña y, así, no botar en los árboles”, explica el ingeniero Orellana.
Las comunidades han creado también comités de cuenca, conformados por sus habitantes. Se encargan de recolectar semillas nativas, sembrarlas y hacerlas germinar. Son también quienes cuidan los árboles en sus primeras etapas. Los acompañan técnicos especializados de MadreSelva quienes les dan indicaciones sobre qué especies cultivar y dónde establecer barreras vivas, por ejemplo.
Estos comités tienen una alta participación femenina, dicen los ingenieros de MadreSelva. El reto es involucrar a los hombres, quienes suelen ser los dueños de las parcelas, para que conserven también sus terrenos.
En La Gloria cuentan también con un comité que vela por la reserva natural, propiedad de la comunidad. En colectivo se encargan de protegerla, pues reconocen que la salud del bosque y la cuenca del río es la que garantiza el servicio de agua y electricidad.

Un modelo de gestión comunitaria
El problema de las hidroeléctricas privadas es que disminuyen el caudal ecológico de los ríos, lo que impide que mantengan las cualidades esenciales del ecosistema. El impacto de las microcentrales de energía eléctrica de la Zona Reina no se iguala al de una hidroeléctrica privada, indica Jorge Grijalva, ingeniero de MadreSelva, pues no hacen un embalse. Más bien, se toma solo el agua que se utilizará, la cual posteriormente se regresa al río y continúa su camino.
“Nosotros entendemos que se pueden hacer hidroeléctricas de mediano tamaño y no nos oponemos, siempre y cuando se cumplan el requisito de caudal ecológico, que el río quede en condiciones que pueda pervivir por un montón de tiempo”, indica Grijalva.
El presidente de la República, Bernardo Arévalo, visitó la microcentral de Unión 31 de Mayo en julio de 2024, junto al ministro de Energía y Minas, Víctor Hugo Ventura. Durante esta visita, Arévalo reiteró el apoyo de su gobierno para replicar la iniciativa en otras comunidades de la Zona Reina.
“El Gobierno de la República está aquí hoy para apoyarlos a ustedes, este es el mensaje central que les traemos hoy a ustedes, a este apoyo le dará seguimiento el Ministerio de Energía y Minas y la Secretaría Privada de la Presidencia”, dijo el presidente. Sin embargo, un año después, el gobierno aún no replica el modelo en otras partes del país.
Para los habitantes de la Zona Reina, las microcentrales de energía eléctrica son un logro del esfuerzo comunitario y un ejemplo para otras comunidades. “Es bastante emocionante porque va amarrando a otras comunidades. El proyecto es importante porque no esperamos a ninguna empresa”, dice Mario Chic Paul, de 48 años, uno de los líderes que logró la construcción del proyecto en La Gloria.
En palabras de Cirilo Acabal: “Trabajar por la luz comunitaria es luchar para mejorar nuestra situación y la de nuestras nuevas generaciones”.
Imagen principal: el sistema de microcentrales de energía eléctrica toma solo el agua necesaria, sin embalsarla. Foto: Alexander Martínez.