Cuenta la cosmovisión asháninka que en el pasado las abejas podían ser también espíritus con aspecto humano. Los relatos hablan de una mujer a quien le encantaba preparar masato. Todos los días, ella hervía la yuca, la machacaba, la fermentaba con paciencia y ofrecía la bebida a quien fuera que llegara. Venían familias enteras y se sentaban a beber. La mujer preparaba más y el masato jamás se acababa.
La noticia recorrió la selva hasta llegar a oídos de Avireri, el dios de la creación en la cosmovisión asháninka, quien llegó a una de las comunidades para ver a la mujer con sus propios ojos. Probó el masato, esperó a que se agotara y eso nunca ocurrió. Intrigado, el dios la miró y le preguntó: “¿Por qué no terminas tu masato? Mejor te convierto en abeja”. Desde ese entonces, nacieron las abejas sin aguijón para preparar la miel más dulce de la Amazonía peruana.

Esta historia que ha pasado de generación en generación, y entre los más de 50 000 asháninkas que actualmente habitan en Perú, ahora está plasmada en un artículo científico. Publicado en Ethnobiology and Conservation, el estudio documenta, por primera vez, el Conocimiento Ecológico Tradicional (CET) sobre las abejas sin aguijón en dos comunidades de la selva central, Marontoari y Pichiquia.
El estudio revela que los asháninkas identifican más de 14 especies de plantas usadas por las abejas sin aguijón para construir sus nidos, lo que, según los autores, evidencia “un conocimiento sofisticado de la biodiversidad local”. Además, destacan que las comunidades aplican prácticas sostenibles para la crianza de miel, como recolectarla sin talar árboles y usar cenizas para controlar plagas. “Este trabajo subraya la importancia de incorporar el conocimiento indígena en la gestión sostenible de los recursos en la Amazonía”, concluyen.
El autor principal de esta investigación es también el primer científico asháninka en publicar en una revista indexada de alto impacto: Richar Antonio Demetrio. A la fecha, el investigador cuenta con dos publicaciones científicas. La más reciente, publicada en julio en la revista Journal of Ecology and Environment, reveló que más del 50 % del hábitat de las abejas sin aguijón de la Reserva de la Biosfera Avireri-Vraem se superpone con zonas de alto riesgo de deforestación.
“Estas presiones fragmentan los hábitats, reduciendo los árboles de anidación y los recursos florales, a la vez que alteran la estabilidad de las colonias, su alimentación y su reproducción”, advierte.
Natural de Caperucía, en la provincia de Junín, en Perú, Richar Antonio Demetrio es el primer miembro de la comunidad asháninka en formar parte de la academia científica. “Nos hemos comunicado con el Ministerio de Cultura, hemos enviado una copia del artículo en inglés y en asháninka, y nos han confirmado que no hay un registro similar. Por lo que Richar es el primer ejemplo de científico asháninka en el Perú”, cuenta su colega y coautora del estudio, Rosa Vásquez Espinoza.

El camino para lograr ese reconocimiento no fue fácil. Demetrio enfrentó todo tipo de obstáculos, desde verse obligado a abandonar su comunidad en busca de mejores oportunidades de educación hasta colegas que, tras la publicación del artículo, cuestionan su formación.
“Lamentablemente, el otro día escuché a investigadores que tienen la idea de que solamente los doctores pueden publicar un artículo científico”, cuenta César Delgado, quien también participó de la investigación y conoce a Demetrio desde antes de iniciar su camino en la investigación.
“Lo conocí hace casi 10 años en Iquitos y me pareció una persona muy simpática y con ganas de aprender. No solamente con ganas de continuar trabajando en las comunidades nativas sino de adaptarse al método científico. Rápidamente comenzó a combinar su sabiduría local con la metodología científica”, resalta.
Ahora, Demetrio interrumpe sus labores como guardaparques en la Reserva Comunal Asháninka para conversar con Mongabay Latam sobre los retos que implicó incursionar en la investigación científica y la importancia de integrar el conocimiento tradicional con la ciencia occidental.

—¿Recuerda cuándo nació el sueño de convertirse en científico?
—Fue cuando tenía 12 años. A mí siempre me gustó mucho la naturaleza porque mi papá y mi mamá son del pueblo asháninka, hablan asháninka y, netamente, soy del campo. Mi papá se dedica 100 % a la caza, recolección de frutas y a la pesca. Mi mamá también hace artesanía. O sea, están muy unidos con la naturaleza.
Cuando terminé el colegio, empecé a leer literatura, pues antes no había celulares ni había computadoras, solamente libros. Me gustaba la literatura de Mario Vargas Llosa, de autores de diferentes países, como Chile, Argentina e incluso de España.
Para mí, leer era lo más profundo, tener algo en la cabeza, recopilar información, conocer la sociedad. Y allí me puse a ver cómo mi persona también influye en la naturaleza y me pregunté si yo podía, como indígena, hacer lo mismo. Escribir. Esa era la meta, poder entrar en ese espacio.
Pero cuando estudié Educación en la universidad me enseñaron solo las didácticas para que los alumnos entiendan. Ese es el tema de la educación en Perú, que solamente piensa en enseñar, pero no para hacer investigación de la flora o fauna, por ejemplo. Y por eso, cuando terminé la universidad todavía no tenía el logro mayor, que es investigar como lo he hecho ahora. Esta vez, sí lo logré. Di el primer paso y espero seguir profundizando y hacer más trabajos.

—Este trabajo hizo que ahora sea reconocido como el primer científico asháninka con una publicación en una revista de alto impacto, ¿cómo fue el camino que recorrió hasta lograr ese reconocimiento?
—Fue un camino largo. Hice la primaria en mi comunidad, en Caperucía, Junín, y como allí no había secundaria, migré a Puerto Copa para seguir estudiando. Luego postulé a la universidad en Satipo para estudiar Educación. Después de mi primer año, en una asamblea con las 500 familias de la comunidad, me eligieron como jefe de la comunidad por dos años, en 2009 y 2010.
Fui el jefe más joven en la historia de la comunidad. Yo no conocía de política, pero como estaba en la universidad, tenía que aceptar lo que dice el pueblo y ayudar a su desarrollo. Tuve bastantes logros. Por ejemplo, fuimos a Huancayo, a solicitar al Gobierno Regional de Junín que crearan un colegio en mi comunidad y, ahora, Caperucía ya cuenta con el nivel secundario. Después de mi trabajo de dos años, me querían renovar, pero dije que no. Dije: voy a seguir escalando para mi logro personal.
Y surgió la oportunidad de postular al Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Sernanp) e ingresé en 2015 para trabajar en la Reserva Comunal Asháninka. En ese año, en la jefatura no había un área que se dedicara a la investigación. Solamente había vigilancias del área. Se puede decir que el primer paso que he tenido de investigación fue capacitarme en los diferentes cursos del Sernanp.
Mi primera capacitación fue en orquídeas, pero no era una investigación en sí, porque no era como encontrar una nueva especie de orquídea. Eso sería un golazo. Después de eso, tuve otra capacitación en 2016, en Iquitos, donde conocí al doctor César Delgado, quien me enseñó el trabajo con las abejas sin aguijón. Cuando aprendí eso, me dije: teniendo recursos en mi comunidad, ¿por qué no los aprovechamos? ¿Y por qué, antes de perder el conocimiento ancestral, no hago ese trabajo de investigar más profundo?
Y eso es lo que he hecho desde 2018, ver el mecanismo de cómo iniciar el trabajo de investigación con abejas. Porque las abejas son las mayores polinizadoras que tenemos de las plantas, las flores, y el 70 % del alimento que se produce es gracias a la polinización.
—En el trabajo en el campo y durante la elaboración del estudio, ¿cómo fue la relación con sus colegas científicos?
—Somos tres en el equipo. Yo represento a la Reserva Comunal Asháninka (EcoAsháninka), el doctor César Delgado, al Instituto de Investigaciones de la Amazonía Peruana (IIAP), y la doctora Rosa Vásquez, al Amazon Research Internacional (ARI). Somos tres, pero sentimos que formamos un equipazo.
Para las entrevistas en las comunidades, por ejemplo, usamos la técnica occidental de “bola de nieve”, que es un tipo de muestreo no probabilístico que Rosa y César sugirieron. Yo hablaba en asháninka con una persona que conocía de abejas, esa persona me llevaba a otra y así seguíamos armando la cadena de entrevistar a quienes sabían de las abejas.

Luego, en la parte de la escritura, el doctor César nos ha apoyado en cuanto a análisis escrito y la inclusión del conocimiento occidental. La doctora Rosa Vázquez también nos ha ayudado con el inglés y en cómo la ciencia moderna se relaciona con el conocimiento tradicional.
—¿Qué desafíos enfrentó durante la elaboración del artículo científico?
—Lo más difícil que me ha tocado ha sido la recopilación de data porque el entrevistado no siempre está abierto a dar información. Había que buscarlo y explicarle. A veces en las comunidades –te lo juro– las mamás, los papás y los abuelos que tienen los conocimientos no te sueltan la información tan rápido. Es fácil decir “voy al campo, recopilo información y salgo”. No es así, hay que estar con ellos, hay que ir al campo mismo y conversar, hay que estar ahí.
Por ejemplo, al principio me decían: “¿Para qué quieres sacarme información? ¿Qué tal si me estás engañando y después la vas a vender? O sea, tú vas a ganar dinero”. Había desconfianza. Por eso, hay que coordinar mejor para hacerles entender qué estamos buscando nosotros como hermanos asháninkas.
En este caso, trabajamos con dos comunidades, Pichiquia y Marontoari. En la última, ya había trabajado anteriormente en la instalación de criaderos de abejas, entonces, los comuneros me tenían más confianza. Ahí empecé a recopilar el Conocimiento Ecológico Tradicional (CET) y para eso, primero, me reuní con el jefe, le expliqué el trabajo que queríamos hacer y le expliqué que si podíamos lograrlo tendríamos una ventana hacia el mundo para demostrar que los asháninkas sí pueden.

Después de eso, tuvimos otra reunión con otra comunidad, Pichiquia. Allí realizamos una coordinación previa con el jefe y nos dijo: “No hay problema, eso es lo que nosotros queremos, que como asháninkas haya más investigadores. No queremos que venga un andino, uno de la costa u otro extranjero que nos lleve el trabajo, nos saque información y nosotros no vamos a aparecer”.
—En cuanto a los resultados del estudio, uno de los principales hallazgos destaca que las comunidades crían cuatro especies distintas de abejas sin aguijón para hacer la miel y, además, les dan distintos usos. ¿Cuáles son esos usos y cómo los aplican?
—Nosotros encontramos que las comunidades conocían bastante bien cuatro especies de abejas sin aguijón. Una es la que conocemos como “neronto” o “pitsi”, que científicamente es Melipona eburnea. Hay otra que es negrita y que tiene más miel, a la que le llamamos localmente “earato”, que es la Melipona grandis. También hay una más pequeñita que nosotros conocemos como “shinkenka”, que es Tetragonisca angustula, y la última que se conoce como “eri”, que es Trigona amazonensis.
Algo que encontramos también es que los asháninkas no comen las mieles por comer sino solo cuando hay maldad o enfermedad, ahí recién consumen la miel o el polen. No porque sea asháninka va a comer miel todo el día, no, eso no es posible. Por ejemplo, se utiliza el polen para las hemorragias. También utilizamos la miel para la tos, la gripe y el dolor de cabeza. Se combina con otro extracto de raíces o cáscara de árbol, como la sangre de drago, uña de gato o sanango. Se hace la mezcla con un poco de trago de caña y se prepara para que lo tomen.
—¿Cómo concluyó la investigación que la cultura occidental podría aprovechar el conocimiento ancestral de este pueblo indígena alrededor de las abejas?
—Principalmente porque los comuneros y comuneras conocen dónde están anidadas las diferentes abejas sin aguijón. El sabio nos guiaba en el monte, identificaba un árbol y ahí encontrábamos el panal intacto, en su estado natural. Ellos saben identificar cada árbol; son tromes en eso. Hasta yo soy trome. Por ejemplo, encontraban el árbol congona y al toque decían: “Este es marometiqui”, como se conoce en asháninka.
Y nosotros lo que hacíamos era recopilar toda la información en asháninka y cuando llegaba al laboratorio con el equipo conversaba con mis colegas para identificar el nombre científico de cada especie en la que se anidan las abejas sin aguijón. Y después eso lo juntaba con la información que recopilé en el campo, como las medidas de árboles, a qué altura se encontraban las abejas y qué abeja era.
También descubrimos que no solo se anidan los árboles, sino también en la tierra. Por ejemplo, la tetragonisca angustula también estaba en el subsuelo. Cuando nosotros escarbamos, había una casita de abejas y dentro de ella estaba su panal y su reina. Y esa información ya la sabían las señoras [que crían abejas], pero para nosotros estudiarlo todavía teníamos que hacer un diagnóstico. Ese es el resultado del trabajo en equipo.

—Luego de trabajar en el campo de las abejas sin aguijón, ¿cree que la investigación y la meliponicultura pueden convertirse en una herramienta de conservación frente a amenazas como el narcotráfico o la deforestación?
—Yo creo que a través de la meliponicultura se puede lograr el cambio para el bien del pueblo y el desarrollo de las comunidades sin afectar el área natural protegida y sin tumbar ni un solo árbol. Una de las esencias de la miel de nuestras abejas es que tiene un valor alto por su calidad. Justamente con ese propósito nosotros venimos trabajando con las comunidades.
La crianza de abejas puede sustituir actividades destructivas, como los cultivos ilegales o la tala que a veces traen los colonos o personas no indígenas.
—¿Qué impacto cree que puede tener este estudio en las comunidades asháninkas y en el ámbito académico?
—Para nosotros lo más importante es rescatar nuestra cultura ancestral, saber qué historia se tiene en cada comunidad. Lo más importante es no perderlo y que se convierta en uno de los pilares fundamentales de la ciencia. Cuando empecé el trabajo en Marontoari, los mayores me decían que lo ancestral se está perdiendo cada vez más rápido.
Y para el mundo occidental creo que es importante entender que si tú te llevas el conocimiento de nosotros, deberías compartirme el conocimiento occidental. Por ejemplo, en este caso, nosotros les enseñamos a las comunidades a hacer cajas tecnificadas para que puedan mejorar su meliponicultura, porque ancestralmente ellos criaban en un tipo de calabaza llamada choncorina.

Yo creo que se puede lograr más si se trabaja de las dos manos: desde lo occidental y del conocimiento ancestral. Son dos pilares que permiten llegar a la conclusión de que el conocimiento de los asháninkas es tan importante como la ciencia moderna.
Me siento orgulloso de ser el primer asháninka que redactó este artículo. Y yo creo que no voy a ser el primer indígena, yo creo que, de acá a dos a tres años, se van a sumar otras personas, sea mujer u otros que también crean que la ciencia es importante en la vida cotidiana.
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—En su opinión, ¿qué se necesita para que más jóvenes indígenas puedan seguir el camino de la investigación científica?
—Primero, hay que hablarles claro, desde la casa y la escuela. Hay que contarles nuestras historias y capacitarlos para que recuperemos nuestra identidad cultural. Lo segundo es conversar con los profesores de asociaciones de maestros bilingües o de diferentes asociaciones porque ellos enseñan matemática, lenguaje, literatura, pero no hablan sobre la importancia de la ciencia. Hay que decirles: “Maestro, te podemos capacitar en qué consiste la ciencia”, y contarle que tenemos este trabajo que estamos haciendo para fomentar la investigación. Eso sería esencial.
Ahorita, hay un cambio generacional en el que veo mayor interés en la ciencia y creo que de acá a cinco, seis, siete hasta diez años habrán más asháninkas interesados en aprender la ciencia.

REFERENCIA
Demetrio, RA., Cárdenas León, D., Delgado, C., Correa, R., & Espinoza, R. V. (2025). Traditional ecological knowledge on stingless bees in two Ashaninka communities in the central rainforest of Peru. Ethnobiology and Conservation, 14. https://doi.org/10.15451/ec2025-03-14.10-1-12
Demetrio R, Muñoz-Schrader O, Faria J, Baselly-Villanueva JR, Cardenas D, Isuiza M, Delgado C, Ruzo A, Espinoza RV. Spatial distribution, tree host associations, and deforestation threats on two stingless bee species in the Peruvian Amazon. J Ecol Environ 2025;49:-. https://doi.org/10.5141/jee.25.021
Imagen principal: Richar Antonio Demetrio es el primer científico asháninka en publicar dos papers en revistas científicas internacionales. Foto: cortesía Richar Antonio Demetrio