- En Cedeño, Boca del Río Viejo, Carretales, Punta Ratón y Punta Condega (El Venado) hay una cultura de conservación impulsada por comunidades.
- Desde 2021, han protegido más de 300 nidos, liberado unas 24 000 tortugas y recolectado más de 30 000 huevos.
- Las tortugas golfinas (Lepidochelys olivacea) tienen un papel crucial en la salud del ecosistema del Golfo de Fonseca, en riesgo de quedar sin oxígeno por las actividades industriales camaroneras.
- Las tortugas golfinas ayudan a mantener el equilibrio ecológico al controlar poblaciones de especies marinas, dispersar nutrientes y favorecer la salud de pastos marinos y playas.
En las costas del Golfo de Fonseca, al sur de Honduras, los habitantes de cinco pequeñas comunidades tienen una misión que han mantenido viva por generaciones: cuidar el ciclo de vida de la tortuga golfina. En esta zona, la conservación no es solo una obligación ambiental sino un acto de amor hacia una especie que consideran parte de su identidad, historia y herencia.
La súper familia Chelonioidea, a la cual pertenecen las siete especies de tortugas marinas conocidas en el mundo, son una parte importante que une al mar con la tierra: tortuga baula (Dermochelys coriacea), tortuga caguama (Caretta caretta), tortuga carey (Eretmochelys imbricata), tortuga verde (Chelonia mydas), tortuga lora (Lepidochelys kempii), tortuga plana (Natator depressus) y tortuga golfina (Lepidochelys olivacea). Esta última es una especie en la categoría Vulnerable según la Lista Roja de especies de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
La tortuga golfina puede medir entre 66 y 91 centímetros y pesar cerca de 50 kilogramos cuando alcanza la adultez. Su nombre lo recibe gracias a que todos los años, a partir de septiembre, sale del mar por las noches a desovar en las playas del Golfo de Fonseca (entre El Salvador, Honduras y Nicaragua). Cada tortuga deja entre 80 y 120 huevos que tardan 45 días en eclosionar.

Desde 1975, el Centro de Conservación de la Tortuga Golfina es para la región un “santuario de aprendizaje”, según lo describe Alpha Sevilla, bióloga y directora del área técnica del Centro de Conservación, quien asegura que cuando la tradición y la ciencia se encuentran, la vida marina se fortalece. Esta iniciativa comunitaria nació en un momento en que las playas estaban perdiendo sus “tesoros naturales”, pero también fue el despertar de un compromiso colectivo: devolver al mar lo que siempre le ha pertenecido.
Actualmente, el centro tiene cinco campamentos ubicados en las comunidades de Cedeño, Boca del Río Viejo, Carretales, Punta Ratón y Punta Condega (o comunidad El Venado) en los que la tortuga golfina llega a desovar y sus huevos quedan bajo vigilancia y protección de los comités tortugueros locales, que varían en número de personas por cada comunidad, pero en cada uno se involucran decenas de familias.
En la comunidad El Venado está la sede del centro de conservación, allí los pobladores tienen una pasión colectiva por la preservación de estas tortugas. Los huevos dejados por las madres son llevados a viveros donde los cuidan de 45 a 50 días y cuando eclosionan, las crías son liberadas.

Aquí, cada nido rescatado “es más que una victoria ecológica, es un tributo a la memoria ancestral”, dice Jorge Hernández, el coordinador ambiental del centro de conservación, quien agrega: «Cuidar a la golfina es cuidar nuestra historia y nuestro futuro«. Para él, las tortugas han sido parte integral de la vida en las comunidades del Golfo de Fonseca. Para los pescadores y sus familias, la tortuga golfina no es solo un recurso natural, es un símbolo de equilibrio y continuidad.
Las familias del Golfo consideran que la retribución más grande es que las tortugas, cuando alcanzan madurez sexual, regresen a la playa donde nacieron para reproducirse, lo cual sucede entre sus 10 y 15 años de vida. Para asegurar que el proceso sea exitoso, la comunidad hace la liberación aproximadamente a un metro de distancia de la línea del mar, así las tortugas recién eclosionadas hacen reconocimiento y mapeo de una zona segura a la que pueden regresar.
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El nacimiento de una iniciativa
El Centro de Conservación de la Tortuga Golfina surgió como respuesta al creciente declive en las poblaciones de tortugas en la región. En la década de los 70, la caza indiscriminada y la recolección masiva de huevos amenazaban con extinguir a la especie. En 2001 fueron parte de las organizaciones que crearon el Comité de Tortugueros El Venado (ahora Asprotogolve).
Mediante un decreto de 2003, que establece el periodo de veda para la tortuga golfina, y que hoy sigue vigente, en el golfo de Fonseca se prohíbe del 1° al 25 de septiembre de cada año la recolección, comercialización, importación, utilización y tenencia de huevos, partes y derivados de este reptil.
A juicio de las comunidades, este tiempo de veda no es suficiente y por eso surgió la iniciativa de la post-veda. Las comunidades están trabajando por extender al menos 90 días más el período de veda, conforme a la legislación vigente.
Este proyecto inició como un piloto en 2019 en colaboración con el Programa de Pequeñas Donaciones (PPD) del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y Asprotogolve en la comunidad El Venado. Aunque la ampliación no ha sido otorgada, la iniciativa se ha llevado a los otros cuatro campamentos tortugueros que se ubican en el resto de la zona costera del Golfo.
“Todavía hay reportes e incidencias de personas que matan tortugas para sacarle sus huevos”, dice Alpha Sevilla. “Las tortugas salen y no encuentran las condiciones aptas para depositar sus huevos, a veces simplemente no quieren hacerlo”. Es justo en el momento en que las hembras buscan anidar cuando usualmente sucede la caza furtiva.

A Sevilla le preocupa que, además, este no es solo un problema de las tortugas, sino de toda la fauna marina. Aunque Honduras es santuario de tiburones, declarado así por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura (FAO), “la caza furtiva también los alcanza a ellos, su pesca y captura sucede durante todo el invierno. Es un problema redundante en Honduras”. Hay leyes, pero no existe su correcta aplicación. Honduras es hogar de seis especies de rayas y también están desprotegidas. Para ellas no hay legislación ni protección, su caza está permitida, comenta la bióloga con preocupación.
El modelo del centro se basa en la combinación de conocimiento científico y saberes tradicionales. Los pescadores, quienes conocen los patrones migratorios y las zonas de anidación, trabajan de la mano con biólogos marinos para identificar y proteger los nidos. Esta alianza ha permitido no sólo el monitoreo constante de las playas, sino también el desarrollo de prácticas sostenibles que benefician a las comunidades y al ecosistema.
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Seguimiento y cuidado en cada etapa de la vida
Garantizar la anidación, la incubación de los huevos y la liberación de las crías es un proceso coordinado por el Centro de Conservación, la Asociación de Protección de Tortugas Golfinas de El Venado (Asprotogolve) y la Comisión de Verificación y Control del Golfo de Fonseca (CVC-Golf), el ente estatal encargado de la conservación de la tortuga en la zona.
La labor comienza con la organización de comités tortugueros para cada comunidad. Algunos son recolectores de huevos y otros patrullan en parejas la playa. Luego se hacen los bancales, las áreas donde se siembran los huevos de las tortugas.

Los comités limpian la zona de los bancales y con arena de la misma playa elevan aproximadamente un metro de altura para hacer el corral. Así el vivero está listo para la temporada de la veda de 45 días obligatoria por ley. Las patrullas encuentran nidos o esperan que la tortuga termine su proceso de desove para sacar los huevos del nido y trasladarlos hasta el vivero en contenedores.
“Procuramos replicar con la mayor exactitud posible el proceso como lo haría la tortuga. Los huevos que estaban arriba en el nido, los dejamos arriba en el vivero. La arena debe estar un poco húmeda, los huevos deben llevar mucus”, explica Sevilla. El mucus es una secreción espesa y transparente de la tortuga que protege a los huevos de hongos. Durante este proceso, toda la comunidad se preocupa de vigilar a los reptiles y protegerlos de depredadores como zorrillos, hormigas o cangrejos.
Durante octubre y noviembre de cada año, mientras las tortugas emergen y comienzan su viaje hacia el océano, las comunidades del Golfo de Fonseca ven en cada una de ellas una promesa de vida renovada y un recordatorio de que proteger a la naturaleza es protegerse a sí mismos. Desde 2021, el Centro ha recolectado más de 30 000 huevos y ha liberado más de 24 000 tortugas en 337 nidos identificados por las patrullas comunitarias.
Cuando las tortugas eclosionan de los huevos, las colocan en tinas y las liberan principalmente los fines de semana, ya que Asprotogolve intenta involucrar a los turistas y voluntarios.
La liberación se hace durante el atardecer porque las tortugas son muy sensibles a la luz y se guían con el reflejo del sol justo cuando está en el horizonte. Las indicaciones que Sevilla y el equipo dan a los turistas son muy específicas: “No se usan luces artificiales, en cualquier caso de emergencia solo se usará luz roja. No usamos ropa brillante, solo ropa oscura”.

Desafíos en el camino
A pesar de los logros alcanzados, la labor del Centro de Conservación no ha estado exenta de retos. Muchas familias en el Golfo de Fonseca enfrentan condiciones económicas difíciles. Sin embargo, el centro ha abordado esta problemática mediante programas de sensibilización y alternativas económicas. Una de las estrategias más exitosas ha sido la implementación de proyectos como el turismo científico, que genera ingresos para las familias que trabajan como guías, mientras que promueve la protección de las tortugas.
Jorge Hernández asegura que “originalmente el centro se diseñó y se construyó para alojar turistas. Siempre tuvimos en mente que eventualmente funcionaría como una sede para hacer investigación”. El plan era conseguir ingresos económicos para mantener el centro a través de los hospedajes.
Para construir la primera estructura, firmaron un convenio con el PPD del PNUD en 2007. Con el tiempo, otros cooperantes han colaborado para mejorar la estructura. Algunos bancos nacionales han donado fondos principalmente para la reforestación de manglares.
Las cabañas Mar del Pacífico, el lugar donde se hospedan los turistas, se construyeron pensando en el turismo global y el centro de conservación se construyó para el turismo científico, insiste Hernández. Además, “las comunidades y la asociación trabajan en conjunto con negocios de alimentación para turistas, artesanías, productos locales y servicios de transporte”, agrega Sevilla. Todos los fondos, dice la bióloga, son para el sostén de las familias y del centro.
Los turistas y voluntarios se involucran en todas las etapas del proceso, desde la anidación en viveros, hasta el patrullaje y la liberación que, para Sevilla, es la parte más gratificante.

Otro desafío son los efectos del aumento de la acuicultura y la contaminación industrial. La comunidad cuenta que los problemas empezaron a potenciarse “desde que las tierras fueron cedidas a camaroneras”, comparte Hernández. Según datos de la Dirección General de Pesca y Acuicultura (Digepesca), la industria camaronera ostenta más de 24 000 hectáreas en los departamentos sureños de Choluteca y Valle.
Sevilla considera que todos los cambios de uso de suelo afectan directamente la vida marina del Golfo de Fonseca. “El impacto es que se pierden hectáreas tras hectáreas de manglar, lo que se traduce en menos captura de carbono, menos filtración para el agua y menos abundancia de especies”.
Además, a la comunidad nacional de biólogos hondureños les preocupa el estado del Golfo, en riesgo de quedarse sin oxígeno. Sevilla explica que han notado un descenso significativo de las concentraciones de oxígeno y niveles significativamente más bajos cerca del fondo del Golfo. Además, una evaluación de la calidad del agua del Golfo concluye que “los esteros [terrenos bajos y pantanosos] con mala calidad de agua fueron los sitios que han aumentado las actividades antropogénicas directamente por aguas residuales de acuicultura”.
Frente a esta situación, Sevilla recalca la importancia del rol de las tortugas: “Son responsables de la recirculación de nutrientes en el mar, ayudan a mantener la salud de los pastos y arrecifes, mantienen el control de las esponjas y medusas. Incluso sus heces son útiles porque al depositarlas llevan nutrientes al fondo del mar”.
En términos científicos, el Centro de Conservación de la Tortuga Golfina planea para el futuro adoptar tecnologías modernas para monitorear y analizar los datos sobre la población de tortugas. Los sistemas de geolocalización les permitirían seguir a las hembras durante sus migraciones, proporcionando información clave para la creación de corredores de conservación en el océano Pacífico. Para la adquisición de todo este equipo científico tecnológico, Sevilla, Hernández y el resto de investigadores aseguran que necesitan más fondos.
Para las comunidades del Golfo de Fonseca, cada tortuga que llega al océano representa un triunfo colectivo, una certeza de que su esfuerzo ha valido la pena. Este proyecto no solo está salvando a una especie, sino que ha fortalecido el sentido de unidad, empoderando a las personas para enfrentar desafíos sociales y ambientales de manera conjunta.

Al cierre de esta publicación, no fue posible establecer contacto con pescadores de la comunidad, a pesar de los intentos realizados para recoger sus testimonios.
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Un modelo para otras regiones
El éxito del Centro de Conservación de la Tortuga Golfina ofrece valiosas lecciones que pueden aplicarse en otras regiones con desafíos similares. Para Alpha Sevilla, hay tres lecciones aprendidas. Primero, la participación comunitaria activa: “La conservación no puede ser impuesta desde el exterior, debe nacer de un sentido de pertenencia y responsabilidad local”.
En segundo lugar está la colaboración interdisciplinaria. Para Sevilla, “la combinación de saberes tradicionales con enfoques científicos genera soluciones más completas y efectivas”. Así como se replican prácticas exitosas entre comunidades, la bióloga también espera que otros campamentos tortugueros puedan adoptar la fusión entre sabiduría científica y sabiduría comunitaria para mejorar la conservación de tortugas y el resto de fauna marina.
Sevilla y Hernández coinciden en que están aprendiendo sobre alternativas económicas sostenibles, como el turismo científico que ha demostrado ser una herramienta poderosa para reducir la presión sobre los recursos naturales “porque se basa en la creación de conciencia ambiental y fomento de la cultura de conservación”.
“Una vez en el mar, a luchar, porque a lo grande tienes que llegar. Tortuguita, la reina serás del mar”, les cantó Guillermo Anderson a las tortugas del Golfo de Fonseca, el territorio testigo de una historia que demuestra cómo las poblaciones locales pueden convertirse en guardianas del medio ambiente. Mientras las tortuguitas emergen de sus nidos y emprenden su travesía hacia el océano, la esperanza de las comunidades está puesta en que dentro de unos años puedan verlas regresar.
Imagen prsincipal: Las tortugas recién eclosionadas hacen reconocimiento y mapeo de una zona segura a la que pueden regresar. Foto cortesía: Centro de Conservación de la Tortuga Golfina / ASPROTOGOLVE