- Los programas de pagos por los servicios ecosistémicos requieren evaluar el valor monetario de los “servicios” naturales para la sociedad, tales como el agua potable, la biodiversidad o la reducción del carbono atmosférico y compensar a las personas que gestionan las tierras que proporcionan estos servicios.
- El concepto ha existido durante casi un siglo, pero tomó fuerza por todo el mundo hace unos quince años.
- Tanto la filosofía detrás de la asignación de un valor económico a un proceso natural como su aplicación práctica han demostrado ser controvertidas, complicadas y difíciles.
Al avecinarse el final del siglo XX, una terrible sequía arrasó China. Casi 700 kilómetros del Huang He, o Río Amarillo, el segundo más largo del país, estuvo seco durante casi dos tercios del año. Por si eso no fuese suficiente, al año siguiente, 1998, un diluvio llevó a inundaciones masivas a lo largo del Río Yangtze. La ciudad de Qinzhou tuvo casi 70 pulgadas (unos 177 centímetros) de lluvia en un periodo de dos meses –30 pulgadas (unos 76 centímetros) es más de normal–. Las inundaciones resultantes provocaron deslizamientos de tierra que se tragaron los hogares de 12 millones de personas y mataron a otros miles.
Los desastres, con costes de decenas de miles de millones de dólares, dejaron al gobierno, científicos y compañías de seguros con preguntas importantes. Por ejemplo, ¿por qué las márgenes del Yangtze se derretían ahora, cuando habían aguantado las lluvias torrenciales monzónicas durante milenios?
Descubrieron que la respuesta estaba en cómo los humanos habíamos alterado el paisaje. Cuando talamos los árboles de los terrenos inclinados para madera o para usarlos como tierra agrícola, tierra que en su día se mantuvo firme sucumbe a los efectos combinados de la subida del agua y la gravedad con consecuencias desastrosas.
Así que el gobierno chino decidió atajar el problema a lo grande con un plan para pagar a los propietarios de laderas verdes y áreas deforestadas que han vuelto a crecer más allá de las orillas del Río Amarillo y el Río Yangtze hasta abarcar casi la mitad del país. A cambio de transformar la tierra en bosques o pastizales y detener el desvío de agua para el cultivo de arroz, los participantes del programa recibieron una asignación anual de grano, brotes para plantar y dinero. En los primeros diez años de estos programas, 100 mil millones de dólares acabaron en 120 millones de hogares chinos, con el objetivo de impulsar sus incursiones en nuevas fuentes de subsistencia.
El concepto de pagos por servicios ecosistémicos, o PES, como son conocidos este tipo de programas, parece bastante sencillo. Todos nos beneficiamos de un agua más limpia o menos carbono en la atmósfera. Tiene sentido compensar a las personas que gestionan las tierras que proporcionan esos beneficios y ayudarles a cambiar sus prácticas si eso fuese necesario para preservar esos servicios ecosistémicos. No obstane, en los quince años desde que estos programas tomaron fuerza por todo el mundo, tanto la filosofía detrás de la asignación de un valor económico a un proceso natural como su aplicación práctica han demostrado ser controvertidas, complicadas y difíciles. Aunque las cifras concretas son elusivas, los observadores están de acuerdo en que algunos proyectos PES, claramente, han sido exitosos mientras que otros han fracasado. Otros han alcanzado sus objetivos medioambientales a la vez que defraudaban a las personas cuya subsistencia afectaban. Al madurar los PES y ponerse en marcha más proyectos, los profesionales se enfrentan a cómo hacerlos funcionar de una manera más consistente.
“Ahora estamos en la lucha por entender cuáles son los ingredientes para el éxito”, dijo Gretchen Daily, biólogo de la Universidad de Stanford, a Mongabay.
Larga historia, florecimiento reciente
En realidad, la idea de poner un valor a los servicios ecosistémicos no es nueva, quizás se remonta un siglo o más. De hecho, un documento publicado el mes pasado en la revista BioScience relata el aumento –y su posterior declive– de la “ornitología económica” que empezó en el siglo XIX. El campo quiso cuantificar el valor de las aves para la humanidad en dólares y centavos al desempeñar servicios tan valiosos como controlar las plagas agrícolas y la polinización de las flores, sin mencionar la propagación de nutrientes y la limpieza de la carroña. Alrededor del año 2000, Daily describe un “despertar generalizado” ante el valor que proporciona la naturaleza. Desde entonces, dijo que “miles” de proyectos PES habían surgido en muchos países, la mayoría de ellos encajan en una de estas tres categorías: las cuencas de los ríos (como el ejemplo chino), la conservación de la biodiversidad y la mitigación del cambio climático.
Por ejemplo, REDD+, abreviatura de Reducir Emisiones por Deforestación y Degradación de los Bosques, es quizás el programa PES más disputado. Aunque todavía no se ha implementado, REDD+ recibió un fuerte apoyo en el histórico Acuerdo de París firmado en la Cumbre Climática de las Naciones Unidas de diciembre. Normalmente, estos acuerdos suponen la financiación del desarrollo económico de los países más pobres por parte de los países ricos, a cambio de que estos se comprometan a preservar sus bosques y el carbono que poseen.
Al principio, el modelo PES “parecía bastante ordenado y potencialmente reproducible”, dijo Daily. “La gente se estaba despertando a todas las diferentes conexiones a todos los vastos paisajes a su alrededor, que a menudo parecen vacíos o desocupados”.
En 2006 Daily cofundó el Proyecto Riqueza Natural con sede en Stranford, cuyo objetivo es guiar el uso de “soluciones con base en la naturaleza” para solucionar problemas por todo el mundo, incluido el desarrollo de proyectos PES. El término riqueza natural se refiere a los “activos” naturales que proporcionan a los humanos con los servicios ecosistémicos de los que dependen.
Si el modelo en su día parecía ser una única respuesta para muchas cuestiones de la conservación, sus resultados dispares sobre el terreno, así como más experimentación por parte de los gobiernos y los investigadores, han dejado claro que los PES están lejos de ser una solución para todo, dijo Daily.
Por ejemplo, los programas PES de China –los mayores del mundo, con diferencia– según ciertos parámetros, han tenido éxito. Ningún país del mundo tiene un índice de deforestación más alto y la erosión se ha reducido un 70 por ciento en algunos lugares. Es más, el país ha ayudado a estabilizar su fuente de agua fresca potable y a activar sus turbinas hidráulicas, que suministra hacia una cuarta parte de su poder.
Por otra parte, los científicos han cuestionado cuestionado el uso de árboles no nativos por parte de China y la creación de plantaciones de monocultivos en su reforestación impulsada por los PES. Los autores de un estudio estudio argumentan que no haber tenido en cuenta el ámbito local ha llevado a una campaña verde que podría empeorar las cosas a largo plazo.
Supuestamente, China ha girado hacia las especies nativas después de estas revelaciones y continúa invirtiendo miles de millones de dólares en los programas PES, ampliándolos para no solo abordar los problemas del agua y el suelo, sino también la conservación de la biodiversidad. Con su pronta adopción y los declarados éxitos iniciales de los PES, China ha servido como un modelo para otros países ansiosos por abordar sus propios desafíos medioambientales. Sin embargo, el simple hecho de que los PES funcionen de ciertas maneras en un lugar no quiere decir que vayan a funcionar en otro sitio.
“Muchos países están intentando reproducir lo que está haciendo China”, dijo Daily. Aunque se ha demostrado que introducir los proyectos PES en ámbitos culturales, geográficos y económicos diferentes es difícil.
La elusiva promesa de la economía de mercado
Al principio, lo que hacía al modelo PES parecer reproducible era su relación con la economía de mercado. Se pensaba que las leyes de la oferta y la demanda determinarían el precio apropiado por un servicio. En la práctica, la aplicación de los PES ha incluido el uso de la economía de mercado para determinar un precio justo por los servicios ecosistémicos en intercambios formales al estilo de Wall Street, donde los servicios van al mayor postor.
Por ejemplo, en el Sistema de Comercio de Emisiones de la UE, que como una iniciativa obligatoria en todo el continente puede ser la aplicación práctica más avanzada y ambiciosa de la economía de mercado al PES, si una empresa de fabricación quiere seguir emitiendo carbono a la atmósfera, puede comprar créditos del mercado de carbono. Con una oferta limitada de créditos de carbono disponibles para limitar las emisiones globales, la empresa tiene dos opciones: puede pagar el valor del mercado, de ese modo subvenciona la preservación de los bosques, o puede encontrar maneras de emitir menos carbono, quizás con un cambio en su proceso de fabricación.
A menudo, como previó el REDD+, el flujo de dinero va de los países más ricos a los países más pobres en programas PES de mercado. Idealmente, los fondos serían suficientes para ofrecer a la gente con la opción de elegir una subsistencia más sostenible que, digamos, una agricultura que requiere expandirse hacia los bosques.
La realidad de los PES ha resultado ser bastante más complicada. Algunos planes comerciales languidecen como iniciativas voluntarias, en lugar de obligatorias, infrautilizadas. Unos costes más altos por los servicios no siempre se correlacionan con aquellos de los que más nos beneficiamos. Algunos servicios –como por ejemplo el polvo fertilizador del Sahara que cruza el Atlántico– no se prestan a la gestión del mercado. “Mucha gente tenía la esperanza equivocada de que los mecanismos del mercado crecieran más rápidamente de lo que lo han hecho”, dijo Daily.
Para muchos economistas y biólogos ha quedado claro que los mercados, probablemente, no sean el mejor instrumento para la conservación, en parte porque los caprichos del mercado dejan importantes servicios medioambientales vulnerables en tiempos difíciles.
Como dijo Nicolas Kosoy, un economista ecológico de la Universidad McGill en Montreal, tomemos los precios del carbono en la Bolsa del Clima de Chicago durante la crisis financiera de 2008. De un máximo anual de más de 7 dólares la tonelada métrica en junio 2008, el mercado del carbono de Chicago cayó hasta alrededor de 1 dólar por tonelada métrica en octubre de ese año, cuando las primeras repercusiones de la recesión golpearon Wall Street.
“¿Quiere decir eso que los bosques son menos importantes? ¿Qué los bosques hacen menos por regular nuestro clima?” dijo Kosoy. “¿O es que la narrativa monetaria le da menos importancia a las funciones ecológicas durante una crisis monetaria?”
Es más, insistir en que un servicio ecológico es lo que tiene más sentido económico es un camino peligroso, dijo Douglas McCauley, ecologista de la Universidad de California, Santa Bárbara.
En 2006, McCauley escribió un ensayo en la revista Nature titulado “Vendiendo la naturaleza”, que codificaba el punto de vista contrario a los PES y la valoración de los servicios ecosistémicos en general. En él abogaba por una conservación basada en el encanto intrínseco de la naturaleza y puso en la mira a la conservación “basada en el mercado”, que escribió que estaba respaldada por “un montón de fanfarria y demasiado entusiasmo por esta novedad que parecía que iba a ser la salvación de la conservación”.
Para ilustrar su opinión, en una entrevista con Mongabay, empleó una historia de PES con final feliz a menudo citada. En la década de los años 90, parecía que Nueva York iba a tener que invertir una gran cantidad de dinero para construir una nueva planta de filtración de agua. El desarrollo estaba en auge en las Montañas Catskill, que servía como un filtro natural y la fuente de la mayor parte del agua potable de Nueva York. En vez de la planta, la ciudad optó por restaurar ecosistemas río arriba en las Catskills y pagaron a los propietarios de los terrenos para que adoptasen unas tácticas agrícolas y de gestión de bosques más ecológicamente saludables. La inversión resultó ser una ganga de 1,5 mil millones de dólares, comparada con el precio de 6 mil millones de dólares por la planta de filtración, sin mencionar los 500 millones al año que hubiese costado mantenerla.
Parece que es una solución con la que todos ganan: los neoyorquinos conservan su fuente de agua potable y la belleza de las Catskills, mientras que el sector turístico de la zona y el hábitat de la fauna silvestre, permanecen intactos.
Pero, ¿Y si alguien diseñase una solución más barata?
“Si has vendido a los responsables la idea de actuar de una manera económicamente racional, realmente tienes todas las de perder cuando hay que pensar sobre el futuro de la conservación de secciones de la naturaleza como las Catskills”, dijo McCauley, que añadió que el ingenio humano rara vez se puede mantener apagado.
Más aún, dijo que la vinculación de los servicios ecosistémicos a los precios de mercado no puede capturar todos los valores, conocidos y desconocidos, que se derivan del mundo natural. Intentar cuantificar algo como el valor intrínseco de la naturaleza le parece, tanto a él como a muchos otros, desatinado.
“Para mí, acerca toda la conversación peligrosamente a los resultados finales y los valores en dólares”, dijo McCauley. “No hay puntos decimales en mis conversaciones sobre los valores de la naturaleza”.
Las críticas en ese sentido a menudo caracterizan a los PES como “poner precio a la naturaleza” –un retrato que según sus partidarios no es exacto–.
“Uno de los errores más frecuentes sobre la valoración de los servicios ecosistémicos es que una vez que hayas puesto un valor monetario en estos servicios, estás dando por hecho que los estás comercializando, privatizándolos, que estás hablando de intercambiarlos en los mercados, etcétera, etcétera… que yo creo que es completamente desacertado”, le dijo Robert Costanza, un economista ecológico de la Universidad Nacional Australiana, a Mongabay.
Él y sus colegas llevaron a cabo una evaluación de los servicios que obtuvimos de los ecosistemas del mundo en 1997, que ellos figuraron que tenían un valor medio de, al menos, 33 billones de dólares al año (51,5 billones de dólares en 2015). Una actualización en 2014 puso la cifra en 166 billones de dólares (en 2015) –más del doble del producto interior bruto mundial–.
“La cuestión es reconocer lo relativamente valiosos que son”, dijo Costanza. Dijo que, con esas cifras en la mano, tanto las personas, como las comunidades y los gobiernos tienen un marco para tomar decisiones sobre asuntos tales como la conservación y el desarrollo económico, y pueden diseñar sistemas de pago razonables para gestionar y conservar los servicios ecosistémicos como bienes públicos que son indispensables para toda la sociedad, en vez de considerar privatizarlos como la opción más beneficiosa económicamente.
Liderazgo descendente, contribución ascendente
La idea de los servicios ecosistémicos como un fondo público resalta dos de los mayores desafíos que los defensores de los PES reconocen: liderazgo y lo que los investigadores llaman “una voluntad de pagar” –básicamente, un interés en conservar un servicio o fuente natural para el bien de todos por parte de una institución con bolsillos suficientemente profundos para pagar por ellos–.
“Creo que ahí es donde el gobierno realmente necesita esforzarse para facilitar el bien común y el interés a más largo plazo contra el interés privado”, dijo Costanza. “Sin ese tipo de intervención, los intereses privados tienden a dominar”.
En el caso de las iniciativas PES en China, parece ser que el gobierno ha reconocido la importancia de la conservación y ha apoyado sus esfuerzos con una financiación permanente.
Otros países pueden observar los exitosos proyectos PES con un liderazgo de alto nivel allí y en Costa Rica, pero la investigación ha mostrado que también es imperativo asegurarque las comunidades tengan voz en el diseño de los proyectos.
“En mi experiencia aquellos pagos por los servicios ecosistémicos que están funcionando a largo plazo requieren un enfoque ascendente muy fuerte para poder funcionar y poder llegar a ser legítimos”, dijo Nicolas Kosoy.
Kosoy y sus colegas recientemente publicaron un informe en la revista Ecological Economics que se plantea cómo definimos éxito para un proyecto PES. Argumentaban que, además de los goles de conservación y la equidad de los pagos, la gente involucrada en los proyectos debería poder elegir lo que van acabar haciendo con sus vidas como resultado de los proyectos. Ese elemento de “justicia” solo es posible cuando la gente afectada puede expresar su opinión en el diseño del proyecto.
El elusivo yo gano, tú ganas
Incluso con la materialización de los beneficios de los proyectos PES para la conservación, se ha demostrado que es más difícil fomentar la reducción de la pobreza y el desarrollo económico.
En una revisión de 2013 en Costa Rica de los programas PES por todo el país, la primera de ese tipo, los investigadores encontraron unos rendimientos envidiables en la reforestación de unas tierras de cría de ganado devastadas durante décadas. Para la década de los 80, la cobertura forestal se había reducido a solo un 20 por ciento del país. Ahora, los bosques cubren más de la mitad de Costa rica, gracias, en parte, a la inscripción de cerca de un millón de hectáreas de bosque en los programas PES desde el comienzo del proyecto en 1997.
Aun así, en el lado social, el experimento no tuvo tanto éxito. El informe señala que ha habido un repunte en el número de “personas jurídicas” que participan en los programas PES, que postula que “está aconteciendo a costa de terratenientes más pequeños, de propiedad individual (y potencialmente más pobres)”.
Ni siquiera el masivo desembolso de efectivo de China para sus proyectos PES ha sido suficiente para abordar todas las partes sociales de la ecuación. En algunos casos, el dinero recibido por los granjeros para cambiar su forma de vida no estaba a la altura de lo que podrían haber ganado si se hubiese mantenido el statu quo. Sin embargo, el gobierno, supuestamente, ha incrementado los pagos en los casos donde se daban esas deficiencias.
Esto, además de la lucha de China por asegurar el valor ecológico de sus proyectos de reforestación, subraya la naturaleza en constante evolución de los programas PES. Una investigación reciente deja pocas dudas de que las peculiaridades de un paisaje, las necesidades culturales y económicas de la población local y, por supuesto, los objetivos de la conservación relevantes juegan un papel en la forma de implementar los programas PES y su éxito.
Un informe de 2014 publicado en Conservation Biology demuestra lo elusivos que pueden ser los escenarios en los que todos ganan, incluso a escalas más pequeñas. La investigación, llevada a cabo por Tom Clements de la Wildlife Conservation Society y la Universidad de Cambridge y E.J. Milner-Gulland del Imperial College de Londres, comparaba los efectos de tres programas PES diferentes en Camboya. Los programas PES alcanzaron altas calificaciones por su impacto medioambiental, reducir los índices de deforestación y ayudar a proteger la biodiversidad –en este caso, especies de aves amenazadas–.
El destino de las familias involucradas en los programas PES dependía de los importes de los pagos. Los programas ayudaron a los participantes a ganar alguna base financiera y, quizás no sea sorprendente, los programas mejor pagados lo hicieron más eficazmente. Sin embargo, los hogares más pobres no parecían haberse beneficiado tanto como los hogares más acomodados. En un proyecto diseñado para fomentar un cambio hacia unas prácticas del cultivo del arroz más productivas, los granjeros más pudientes tenían más posibilidades de hacer el cambio y recibir pagos que los granjeros más pobres. ¿El motivo? Los autores calcularon que una mayor educación, recursos y un número más alto de adultos en la familia para realizar el trabajo son factores que influyen.
Clements y Milner-Gulland señalan que muy poca investigación ha comprobado los impactos de los PES y en particular sus impactos sociales, su estudio es uno de los primeros en lidiar con esta pregunta.
Seguir adelante
Según Daily, determinar cómo afectarían los diferentes enfoques a las distintas poblaciones en una parte esencial para seguir avanzando con los programas PES.
“En definitiva, creo que mucha gente en este juego están convencidos tanto a un nivel ético como a un nivel práctico y pragmático de que necesitamos mejorar los medios de vida y abrir las opciones de subsistencia que son sostenibles”, dijo Daily.
En la década y media desde ese “despertar”, los PES y el concepto de riqueza natural han recorrido un largo camino hasta abarcar más que los resultados medioambientales. La investigación ha crecido para determinar con exactitud los efectos matizados de estos proyectos no solo para una ubicación específica, sino en su seno también.
Iniciativas como el Proyecto Riqueza Natural se basan en proyectos exitosos. Este proyecto de colaboración entre cinco instituciones y universidades ofrece un programa de software llamado InVEST que usa mapas y datos para determinar que fuentes y servicios merecen la pena en el contexto de la toma de decisiones. Gran parte de lo que ofrecen es una fuente abierta, dijo Daily, por lo que personas con escasa formación en cualquier parte de mundo pueden empezar a intentar adaptar exitosos PES a sus propias situaciones.
La investigación sobre lo que funciona y lo que no también ha revelado lo íntimamente conectados que estamos a los servicios que el medioambiente nos ofrece. Los proyectos PES se han convertido en una forma de unir distintas partes de la sociedad global, dijo Daily, así como un instrumento para abordar problemas tan grandes y abrumadores como la deforestación, el cambio climático y la pobreza.
Frente a tales desafíos, “De ningún modo vamos a salir de esto sin cooperación”, dijo Daily. “Nos vamos a levantar juntos o hundirnos juntos”.
RECTIFICACIÓN: Una versión previa de esta historia incluía una foto relativa a un Proyecto de restauración de una cuenca en Perú cuya leyenda incorrectamente declaraba que el Proyecto compensa a los terratenientes participantes y las comunidades. El proyecto no es, técnicamente, un Proyecto PES y por lo tanto la foto fue retirada. |
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