- Exportadores de shiringa de Iberia denuncian reiteradas invasiones en las tierras que el Estado les concedió en el año 2008.
- Más del 13 % de los bosques de Madre de Dios contiene árboles de shiringa en capacidad de producir látex para el mercado mundial.
- El doctor Adrián Huayllapuma, de la Fiscalía Provincial Corporativa Especializada en Materia Ambiental de Madre de Dios, indica que de las 3000 denuncias que maneja su despacho, más de 400 tienen que ver con invasiones a concesiones entregadas por el Estado.
Rabia. Eso fue lo primero que sintió Jorge Escompani Vásquez, shiringuero como su padre y uno de los líderes más jóvenes de la empresa comunal Jebe Natural del MAP Tahumanu, el día que fue a evaluar, por encargo de los socios mayores, los daños causados por un grupo de invasores en un sector muy importante de la concesión forestal de 7900 hectáreas que el Estado les entregó para extraer el látex de los árboles de shiringa que todavía continúan en pie en los bosques de Tahuamanu, región Madre de Dios. Rabia y mucho miedo: viendo los destrozos en la concesión recién pudo entender la gravedad de las amenazas que había venido recibiendo: “ándate”, le habían dicho, “deja de reclamar lo que no es tuyo”.
En Madre de Dios, capital de la Biodiversidad del Perú, donde brillan con luz propia el Parque Nacional del Manu y la Reserva Nacional Tambopata, la destrucción del bosque no es responsabilidad exclusiva de la minería del oro: en esta región de árboles gigantescos que llegan a vivir 500 años y poblaciones indígenas que rehúyen el contacto con occidente, otras fiebres y pandemias están destruyendo lo que la naturaleza demoró miles de años en construir.
El boom del oro blanco
“Somos 22 familias dedicadas a la explotación natural del látex de la shiringa”, suele comentar Escompani cada vez que asiste a una feria para promocionar los negocios verdes de su región. “Como shiringueros sabemos cuidar los bosques, somos sus verdaderos guardianes”.
La shiringa (Heveas brasiliensis), el arbolito mágico del cual se obtenía la goma que utilizaron los pueblos originarios de América del Sur para elaborar jeringuillas y otros artículos de uso doméstico, el tristemente célebre caucho de nuestros libros escolares, fue la causa, entre 1879 y 1912, de una ocupación salvaje de la Amazonía de Perú, Colombia, Brasil y Bolivia que entre otras desgracias produjo el desplazamiento y la muerte de miles de indígenas esclavizados por aventureros y comerciantes que recorrieron centímetro a centímetro la espesura del bosque con el afán de llevarse hasta la última gota de la savia de sus maderas prodigiosas.
Durante más de 80 años el caucho fue tan importante para la economía de los países industriales como el petróleo lo es en nuestros días. Y en algún sentido lo sigue siendo. Sin el látex sudamericano el mundo no hubiera podido girar al ritmo impuesto por la industrialización y la modernidad que llegaron para quedarse. Desde que Charles Goodyear, un autodidacta de Connecticut, encontrara en 1839 la fórmula de prolongar la vida útil de la goma extraída de los confines de la tierra, el caucho no ha dejado de brotar un solo día de nuestras selvas. Los Carlos Fermín Fitzcarrald, los Arana, los Suárez, los sanguinarios barones del caucho de Manaos e Iquitos, vieron cómo crecían sus fortunas al compás de un genocidio atroz. Como ha retratado Wade Davis en su libro El río. Exploraciones y descubrimientos en la selva amazónica, “los magnates del caucho prendían sus habanos con billetes de 100 dólares y aplacaban la sed de sus caballos con champaña helada en cubetas de plata”.
En el nombre del padre
La historia del boom del caucho y el genocidio que supuso la conoce a medias don Eduardo Escompani, el padre de Jorge, shiringuero desde niño y fundador de Ecomusa, el nombre que utilizan los dueños de la concesión para ofrecer la materia prima que obtienen de esos mismos arbolitos de la fortuna. “Nosotros aprendimos de nuestros mayores a sacar el látex sin tumbar las shiringas”, dice con la sapiencia que le dan los 60 años dedicados al oficio, “sin destruir el bosque, así lo hemos hechos siempre, lamentablemente no se reconoce nuestro esfuerzo y ahora el Estado nos da la espalda, no nos apoya”.
Acabo de llegar a su pequeña finca en el sector El Arrozal, en el distrito de Iberia, la capital de la provincia de Tahuamanu. Los hombres que lo acompañan esta mañana, todos veteranos del caucho, Juan Noa, Estanislao Alvarado, Gabriel Tangoa, tienen más de 70 años. Entre bromas y recomendaciones se alistan para ingresar al shiringal para extraer el látex con el que elaboran las láminas que irán a parar a una fábrica en Portugal especializada en confeccionar un tipo de calzado de moda entre los ‘millennials’ de Europa: los lujosos ‘sneakers’ de la marca francesa Piola.
Todos han recibido amenazas del numeroso grupo de extraños, madereros en su mayoría, que han invadido sus posesiones para sembrar, lo comentan a viva voz, solo maicito y arroz. “Ustedes ya son viejos, quédense en sus casas”, les han dicho, “ya no vengan por aquí si no quieren meterse en problemas”. ¿Y qué han hecho? les pregunto. “Qué podemos hacer, son muchos y son peligrosos. Con nuestra plata hemos ido hasta Puerto Maldonado para denunciarlos, pero no nos hacen caso, la fiscalía no tiene tiempo para nosotros. Da pena ver nuestras shiringas tiradas en el monte”, dicen.
“El modus operandi es el mismo que hemos observado en el llamado corredor minero, a lo largo de la carretera Interoceánica”, comentó a Mongabay Latam Rodolfo Mancilla, abogado de la Oficina Descentralizada de la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental (SPDA) en Madre de Dios, “los invasores aprovechan la ausencia de un catastro único de tierras para actuar profesionalmente, saben dónde golpear”. El despacho de Mancilla reporta 62 casos de concesiones invadidas. “Los que más se perjudican del accionar de estas mafias son los concesionarios que recibieron tierras para conservación, para ecoturismo, para aprovechamiento de shiringa y de castaña –añade–, ellos no pueden pagar las multas que les impone la autoridad forestal por no cuidar apropiadamente las áreas concesionadas que en algunos casos llegan a montos que superan los 120 000 soles”. Según la legislación vigente, los concesionarios son responsables ante el Estado de velar por el cuidado de cada una de las hectáreas que este les entregó por un plazo máximo de hasta 40 años.
La empresa comunal
El caucho sigue siendo un insumo de importancia en nuestros días. Pese al auge del látex sintético en los mercados globales, los árboles que desgraciaron la vida de los hombres y mujeres de la Amazonía proveen gran parte de la materia prima con la que la industria elabora desde condones y guantes quirúrgicos hasta los neumáticos que utilizan nuestros automóviles, buses, camiones y aviones. El 40 % del caucho que utiliza la humanidad proviene de los árboles. “El 99 % de la goma natural se obtiene de las Hevea brasiliensis sembradas en el mundo”, comenta a Mongabay Latam Edith Condori, ingeniera forestal y autora de un importante tratado sobre la shiringa, una especie presente por lo menos en los bosques de 10 departamentos peruanos.
La fiebre del caucho llegó tarde a la provincia de Tahuamanu y está ligada al nombre del aventurero español Máximo Rodríguez, un asturiano que arribó a la provincia en 1903 para expulsar, a tiros de Winchester, a los caucheros bolivianos que por décadas impusieron condiciones en las cuencas de los río Las Piedras, Tahuamanu y Chandless. “Mi padre trabajó para Rodríguez”. El que habla es Juan Noa, recio y vital como un árbol de shiringa, 66 años extrayendo látex de las heveas de estas junglas, “mi padre era hijo de otro Juan Noa que traía trabajadores para el español”.
Juan Noa, el actual, también ha sido amenazado por personas que vienen apoderándose de sectores claves de la concesión. “Dicen que lo nuestro no es legal y que ellos tienen derechos de posesión que les ha dado Agricultura, han tumbado nuestro cercos y construido potreros. Para ellos nosotros somos los invasores”, nos va contando mientras caminamos por uno de los senderos que se internan en la concesión.
Los Escompani, padre e hijo, asienten.
El negocio de Rodríguez caminó bien hasta 1914. Ese año trágico para todos los shiringueros sudamericanos, las 70 000 semillas de Heveas brasiliensis que Henry Wickham, botánico inglés, se llevó a hurtadillas a su país en 1876, empezaron a producir a raudales en los campos de Malasia, Sri Lanka y Myanmar (Birmania). A inicios de esa década la cantidad de látex que se obtenía en las plantaciones británicas en Asia superaba con creces la producción silvestre de la Amazonía.
Ante la crisis Rodríguez se vio en la obligación de diversificar sus actividades, sus hombres cambiaron el látigo y la escopeta por las azadas y el cuidado de la tierra. En poco tiempo los carretones jalados por bueyes se hicieron comunes en las vías que comunicaban a Iberia con el resto del mundo; la ganadería, el negocio de las castañas, la peletería, el cultivo de azúcar y la producción de licores que se comercializaban al otro lado de la frontera ocuparon la vida de los abuelos de los socios de la empresa comunal.
De esos mestizos llegados de todas partes –“mi padre era brasileño, mi madre de Ecuador”, nos había referido Juan Noa– descienden los asociados a Ecomusa. Todos, o casi todos son en la actualidad respetables ancianos. Detrás de cada uno se esconde una ejemplar historia de compromiso con la salud de un bosque que se ha mantenido en buen estado de conservación a pesar de la ganadería que impone condiciones y los estragos producidos por la carretera Interoceánica que une Iberia con Brasil y Puerto Maldonado. En mérito a la perseverancia de sus asociados y también en consideración al papel que empezaba a cumplir la shiringa en la lucha contra la deforestación y la tala ilegal, el Gobierno Regional de Madre de Dios les entregó en concesión el año 2008 las casi 8000 hectáreas de bosques de dominio público que se les han empezado a ir de las manos.
Un aliado que vive en Lyon
“La táctica ya la conocemos”, indica Edith Condori, “los invasores denuncian a los concesionarios, los aburren con demandas judiciales y estos, al no poder sustentar con hechos el manejo y la vigilancia sobre las áreas concesionadas, las van abandonando y al final las terminan por perder”. Hasta el cierre de esta nota no fue posible recoger las opiniones de funcionarios de la Dirección Regional Forestal y de Fauna Silvestre del Gobierno Regional de Madre de Dios ni de la Dirección Regional de Agricultura de la misma región, por lo general ocupados en resolver problemas de antigua data y muchas complicaciones.
Como en la vecina provincia de Tambopata, diezmada por la minería ilegal, lo que sucede en Tahuamanu es de terror. Nuevamente los guardianes del bosque empiezan a ser derrotados por los que viven, amparados en la pobreza y la falta de trabajo, del uso insostenible de los bienes comunes. “Lo mismo está sucediendo en la concesión para conservación de Río Los Amigos –me comenta a mi regreso de Iberia el biólogo Daniel Huamán, hasta hace unos meses asesor del Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre (Serfor), la institución encargada de definir las políticas que se aplican en el sector forestal y de fauna silvestre en todo el país– allí son mineros ilegales los que ocupan de mala manera las áreas concesionadas”. Y añade: “Mientras las autoridades del gobierno regional sigan desconociendo las decisiones del gobierno nacional en esta y en otras materias la situación no va a mejorar”.
Los Ecomusa, en los buenos tiempos de la concesión, lograron colocar más de 5000 litros de látex en los exigentes mercados de comercio justo europeos. Gracias a las gestiones de Antoine Burnier, un francés de Lyon que trabajó como voluntario en un proyecto de asistencia a niños de la calle en una de las riberas del río Rímac, gran parte de su producción iba a parar a Piola, la marca eco-responsable de calzado que entró en crisis después de los atentados en París del año pasado. “Antoine nos llama permanentemente”, acota María, “él nos ha aconsejado que busquemos otros clientes y estamos a punto de conseguirlos, nos han visitado empresarios interesados en comprarnos cinco toneladas de goma, pero, dígame, cómo vamos a cumplir con ese pedido si tenemos estos problemas”.
En el Perú, las cifras son del Organismo de Supervisión de los Recursos Forestales y de Fauna Silvestre (Osinfor), el organismo público encargado de velar por el correcto aprovechamiento forestal: más de 10 millones de hectáreas de bosques han sido concesionadas, algunas para la extracción de recursos maderables, otras para fines vinculados al ecoturismo o a la conservación. Ecomusa y 23 grupos de concesionarios amazónicos se dedican al manejo de la shiringa. Lamentablemente las Heveas brasiliensis de esta historia comparten bosque con shihuahuacos, catahuas, sapotes, achihuas, lupunas, pashacos, todas maderas de indudable valor comercial. Todas maderas apetecidas por el negocio de la tala ilegal. “Nos han aburrido, tenemos miedo”, prosigue el relato colectivo María, la esposa de Jorge Escompani, una mujer vigorosa que suele acompañar a su marido a ferias y expoventas. Los abuelos ya no asisten a las asambleas: “hay que devolver la concesión, Jorge”, le dicen a mi esposo, “mejor no nos hagamos problemas”.
Los nuevos Fitzcarraldos
El caucho sintético, sin duda, sigue siendo más barato que el natural, pero no ha logrado desplazar de las preferencias al látex natural, un producto más flexible y con mayor capacidad para soportar la vibración que los neumáticos de los grandes vehículos soportan. En un mundo que camina inexorablemente hacia el consumo de productos verdes, la shiringa tiene un mercado potencial en extremo. Claro, si no las destruimos, si no se cambia la vocación de unos bosques productivos a tan pocos kilómetros de la geografía lunar que ha generado la minería aurífera.
Según el Instituto de Investigación de la Amazonía Peruana (IIAP), una institución especializada en el uso sostenible de la diversidad biológica de la región amazónica el 13,54 % del territorio de Madre de Dios contiene shiringales que podrían servirle a sus habitantes para paliar la pobreza que los agobia. Y al Perú para detener la degradación de su amenazada cobertura boscosa. “Estamos atados de manos”, comenta a Mongabay Latam el doctor Adrián Huayllapuma, de la Fiscalía Provincial Corporativa Especializada en Materia Ambiental de Madre de Dios, “no tenemos los recursos para actuar eficientemente y la normatividad en materia de delitos como estos es poco clara debido a la superposición de títulos sobre la tenencia de la tierra en la región; de las 3000 denuncias que maneja nuestro despacho, más de 400 tienen que ver con invasiones a concesiones entregadas por el Estado”. Según un informe de la SPDA, la fiscalía de Madre de Dios demora 90 días en promedio para comenzar a investigar una denuncia ambiental.
“En lugar de permitir que se tale la selva día tras día, el Estado debería impulsar la reforestación de estos predios y apoyar nuestra intención de vivir de lo que la goma puede producir”, termina de convencernos el mayor de los Escompani. Don Juan Noa es menos técnico, lo suyo tal vez sea poesía pura: “Yo les hablo a mis shiringas, cuando las tratas con cariño viven para siempre, cuando nos hayamos ido ellas seguirán aquí para darles de comer a nuestros hijos y nietos”.
Obviamente, si es que se logra frenar la oleada de invasiones que se vienen produciendo en los sectores San Isidro, Pomalillo y Miraflores de la concesión que la empresa comunal Jebe Natural del MAP Tahumanu recibió de manos del Gobierno Regional. “Tenemos temor”, termina de contarnos María de Escompani, “no quiero que le pase algo a mi esposo, tampoco a mi suegro, aquí todos somos familia, queremos que el estado nos apoye, que haga valer nuestros derechos”.