Imagine pasar 20 horas continuas, sin dormir ni descansar, marcando peces en medio de la noche en el río Pilcomayo. O ir a hacer investigación a pueblos alejados y que las comunidades la confundan con funcionarios del gobierno que quieren subir los impuestos. Así es la vida de un científico, así es la vida de Soraya Barrera, una experimentada ictióloga boliviana que se ha dedicado a conocer, al derecho y al revés, los ríos, las cuencas y los peces de la amazonía de su país.
La historia de la ictiología en Bolivia ha crecido de la mano de Soraya. Cuando ella empezó su trabajo en el Museo Nacional de Historia Natural, la colección de peces del museo se podía contar con las dos manos. Ahora, más de 20 años después, esta colección ha inventariado 90 mil peces, y es la más importante de este tipo en Bolivia.
Su última investigación científica hace una descripción completa de uno de los peces icónicos de Bolivia: el sábalo. ¿Cómo fue hacer esa investigación? ¿Cómo es ser científico en Latinoamérica? Mongabay Latam conversó con Soraya Barrera
¿Cómo empezó su trabajo como científica?
Desde niña me gustaban los animales silvestres y el campo, y aquí en La Paz, donde he vivido siempre, hay lugares naturales a los que siempre me gustaba ir. Por eso cuando me tocó decidir una carrera escogí biología. Estudié en la Universidad Mayor de San Andrés, me orienté hacia la zoología y posteriormente me especialicé en ictiología, el estudio de los peces. Cuando llegué al museo me dediqué a la sección de peces, porque me gustaba la biología acuática.
¿Qué investigaciones ha hecho en el museo?
Los primeros años teníamos que hacer levamiento de información porque no había información básica. Nuestra colección de peces era muy pequeña. Cuando Jaime Sarmiento, con quien trabajo, llegó al museo, era el primer ictiólogo boliviano que se encargaba de una colección de peces. En esa época, en la década de 1980, había un lote pequeño de unos 10 frascos, ahora ya tenemos unos 90 000. Jaime y yo empezamos a desarrollar esa colección.
Las colecciones científicas son muy jóvenes en Bolivia, a diferencia de otros países de Sudamérica. Inicialmente, nuestro principal objetivo fue hacer inventarios y tuvimos la suerte de que en las décadas de 1980 hasta 1990 hubo mucho apoyo al medioambiente y bastante financiamiento. Se creaban áreas protegidas y la demanda para hacer inventarios era alta. De esa forma logramos tener un punto de partida para comparar especies, identificarlas. Después vinieron investigaciones en especies del Lago Titicaca y otras como el sábalo.
Ahora tenemos información de la mayor parte de las cuencas de Bolivia, y podemos hacer estudios más concretos.
¿Y han encontrado nuevas especies?
Sí, siempre encontramos nuevas especies. Habremos encontrado unas seis en los últimos cinco años, pero también están los nuevos registros de especies que no se conocían en determinada región en alguna zona de la Amazonía boliviana.
Hay muchas especies que no se han revisado al detalle y lo interesante es que ahora se están formando nuevos ictiólogos en otras regiones de Bolivia como Santa Cruz, Cochabamba, El Beni, Pando, entonces, cada uno de estos departamentos desarrolla su colección regional y ya podemos comparar. Y ni qué decir con otros países, para verificar si la especie es nueva, intercambiamos información. Ahora, con la genética, se amplía el espectro para la investigación.
¿Qué investigación está desarrollando actualmente?
Actualmente, estamos trabajando con colegas chilenos para investigar la genética del género de las Orestias, en el Altiplano boliviano y en el lago Titicaca, son los peces a los que llamamos ‘carachi’. También estamos haciendo investigación en otras familias de peces de sistemas acuáticos montanos.
¿Qué investigación, que aún no ha hecho, le gustaría realizar?
Algo que quedó pendiente de la investigación con el sábalo fue hacer un estudio de otolitos con la técnica de ablación con láser. Con este método se puede identificar dónde nació el pez, dónde se desarrolló como larva y en qué zona de la cuenca se está reproduciendo. Se obtiene mucha información y me gustaría así cerrar el círculo de la investigación con el sábalo.
¿Considera difícil dedicarse a la ciencia en Latinoamérica?
Seguro que sí. Es difícil porque actualmente es complicado conseguir financiamiento para la investigación básica, a diferencia de los años 80 y 90 cuando sí había dinero para el medio ambiente.
¿Entonces, qué es lo mejor de ser científico?
Que el conocimiento nunca termina. Uno va constantemente renovando conocimientos. Además, en el caso de mi trabajo con peces, tengo la satisfacción de conocer muchos lugares naturales y compartir con la gente del lugar y las diferentes culturas que hay en Bolivia.
¿Qué le diría a un joven que quiere dedicarse a la ciencia?
Si la ciencia es lo que más le apasiona, que siga adelante.
¿Recuerda alguna historia o anécdota en especial?
Cuando marcamos los peces (sábalos) en el río Pilcomayo por más de 20 horas sin dormir, toda una noche, porque el reclutamiento de los cardúmenes fue continuo sin opción a tener tiempo de descanso para mantener vivos a los peces y devolverlos al agua marcados. Fue un trabajo intenso, pero muy satisfactorio.
¿Cuál ha sido el momento o instante inolvidable para usted?
Mi convivencia con el grupo originario T’simane en la Amazonía Boliviana. El conocimiento tradicional que tienen es impresionante. Ahí te das cuenta de que nos sabes nada con tu conocimiento académico comparado con los que ellos conocen y viven en su cotidianidad. Además, muchas veces coincide con lo que se concluye de una nueva especie. Es impresionante.
Además, es muy interesante su forma de vida, porque tienen otra percepción de la vida, tienen un amplio conocimiento de lo que es conservar, pero en un sentido diferente del occidental o de lo que nos llega de otros lugares como Europa o Norteamérica. Ahí te tambalean los pies, cuando vas con un discurso que no vale nada y tienes que adaptarte a una realidad diferente.
Ellos tienen el conocimiento empírico, pero coincide con nuestra ciencia. Cuando estuvimos con los T’simanes, mientras hacíamos la investigación del sábalo -junto con la antropóloga Isabelle Daillant- ellos nos decían hay los sábalos que se quedan, los que se van y los que regresan, y los que se quedan tienen la boca de una forma, los que se van de otra. Para nosotros eran diferentes especies o subespecies, pero cuando analizamos nos dimos cuenta que las características coinciden con los que ellos dicen. Eso es lo más lindo que he tenido en mi vida como científica porque es muy importante para mí tener contacto con la gente.
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