En la Puna de Bolivia, Chile y Argentina, conocida recientemente como el ‘Triángulo del litio, la explotación masiva en los salares de este recurso natural divide a sus habitantes. Algunos no ocultan su entusiasmo frente a los beneficios económicos que les puede traer.Pero hay quienes se preocupan frente a las primeras señales de un impacto en el medio ambiente y la biodiversidad. Flamencos rosados, bofedales y bosques de tamarugos ya sufren la disminución de agua disponible. La historia en 1 minuto. Video: Mongabay Latam. “Mire, le voy a contar. Cuando yo era minero, todos los días había que excavar las galerías, ahora lo hace una tuneladora. Las formas de producción ya no son como antes. No hay compañeros haciendo agujeritos con la pala, hoy se necesita al que maneja la tuneladora, al que la lubrica y a nadie más. Todo este ‘boom’ del litio dará de comer al principio, pero se acaba en dos años, es pan para hoy y hambre para mañana”. A sus 75 años, José Del Frari ha visto mucho. De tez blanca y barba canosa, este hombre que después de soportar la dureza del salar se convirtió en técnico y profesor en la Escuela de Minas dependiente de la Universidad de Jujuy, en el norte argentino, es voz autorizada en la dinámica de la extracción del litio en los salares porque ha vivido en primera persona las realidades sobre las que habla. Gustavo Ontiveros, piel morena, curtida por el sol, el viento y el frío de la Puna, es coterráneo de Del Frari. Miembro de la Asamblea de Comunidades Indígenas Libres de la provincia de Jujuy, es representante de la comunidad omawaqa de Valiazo y también palabra autorizada para relatar los sentimientos de quienes son dueños ancestrales de las tierras del Altiplano: “La minería nunca ha beneficiado a ninguna comunidad. Seguimos como siempre”, dice, y su voz suena como un eco que llega desde las profundidades de la Pachamama. “Las empresas que vienen a explotar el litio contratan al indígena para limpiar los pisos y lavar los baños. Es un trabajo en condiciones de semiesclavitud”, continúa, y las experiencias padecidas le permiten avizorar el futuro: “Para las empresas y el Estado, el desarrollo a largo plazo son 100, 200, 500 años. Pero la realidad es que se van a quedar poco tiempo. Cuando vean que ya no hay agua, que la sequía les impide hacer negocios se van a ir y nosotros nos vamos a quedar sin animales, sin plantas, con el medio ambiente contaminado”.