Para colmo de males, todos estos problemas se conjugan con una tasa de reproducción extremadamente baja. El Vultur gryphus es una especie muy longeva —cada individuo suele vivir unos 70 años— que solo alcanza la madurez sexual al cabo de diez años. Por norma general, una pareja pone un huevo cada dos o tres años si está en libertad y dos si está en cautividad, de los que incuba uno. Demasiado poco para compensar tantos riesgos.
La suma de factores motivó que, en 1991, un grupo de entusiastas biólogos y veterinarios de la Fundación Bioandina y el Ecoparque de Buenos Aires pusiera en marcha en Argentina el Programa de Conservación Cóndor Andino (PCCA). Poco tiempo más tarde, sus pares chilenos encararon un proyecto semejante, y desde 2001 ambos países trabajan juntos y de manera coordinada para proteger a la más emblemática de las aves del continente en una tarea en la que también Bolivia participará próximamente.
Tanto en Argentina como en Chile la especie ocupa de norte a sur toda la cordillera andina. En la vertiente occidental el mayor número de ejemplares se ve en la zona central; en cambio, del lado argentino la distribución es más homogénea, aunque va disminuyendo a medida que desciende hacia el sur. Además, se encuentra también presente —en menor número— en las sierras de Córdoba y San Luis.
Saber con precisión el número exacto de la población de cóndores existentes en la actualidad es una misión imposible. Los cálculos estiman que rondaría entre los 5000 y 6500 individuos. “Los últimos estudios, todavía no aprobados científicamente, nos hacen pensar que el número es mayor de lo que creíamos, aunque el problema es la vulnerabilidad”, comenta Eduardo Pavez, presidente de la Unión de Ornitólogos de Chile y codirector del Programa Binacional. En todo caso, el amplísimo radio de vuelo de estas aves —hasta 300 kilómetros diarios a una velocidad máxima de 120 kilómetros por hora— torna muy complicada la realización de un censo preciso.
Los 28 años de existencia del PCCA han dado tiempo para investigar, aprender, equivocarse y perfeccionar los métodos. Para sufrir decepciones y celebrar alegrías. Por fortuna, estas últimas superan con creces a las malas noticias. Lo indican los números y también el entusiasmo de quienes se esfuerzan diariamente en el cuidado del cóndor.
181 ejemplares liberados con éxito, 51 pichones nacidos en cautiverio para después ser devueltos a la vida natural, merced a un muy estudiado sistema de crianza, un aceitado mecanismo de rescate y asistencia inmediata de individuos cuya vida pueda encontrarse en peligro atestiguan que la tarea va por buen camino. A esto se suma una enfática apuesta educacional y formativa en pos de que el cóndor recupere su lugar ancestral en la memoria colectiva.
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Aislar a los pichones para que no se conviertan en mascotas
En Palermo, la zona más verde de Buenos Aires, el viejo Jardín Zoológico de la ciudad ha mutado en Ecoparque, un sitio con fines muy diferentes al de otros tiempos. Refugio para investigadores y científicos, hospital para animales con problemas, residencia amable para aquellos ejemplares que no pudieron ser trasladados a otras instituciones, se trata de un pequeño rincón en la ciudad donde reina la calma.