Mongabay Latam visitó la estación científica en el río Manu que cumple cincuenta años para seguirle el pulso a esta tradición.

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Poder femenino

 

La embarcación que conduce Mario Cruz Huamán, el experimentado motorista de la base científica, ha llegado al final de su destino. En la playa que hace las veces de improvisado muelle nos recibe la bióloga Roxana Arauco, directora adjunta y coordinadora de investigación de la Estación Biológica Cocha Cashu. La EBCC es administrada desde el año 2011, gracias a un convenio con el Estado peruano, por San Diego Zoo Global, una reconocida organización científica sin fines de lucro.

Arauco es una líder indiscutible. Mientras nos indica el camino para llegar hasta la estación, organiza el desembarque de provisiones y le da la bienvenida a un grupo de reconocidos investigadores extranjeros.

“[En]la estación hay la investigadora que sabe de las semillas, la que sabe de las hormigas, la que estudia helechos y hay una investigadora que estudia murciélagos, es interesante cuando nos sentamos a la mesa y nos vemos la cara y, en algún momento, los únicos varones son el cocinero y el motorista […]eso ha sido más o menos la firma de Cocha Cashu, no sólo de ahora sino de sus años iniciales, porque si juntamos a todos los investigadores de aquellos años, hay un fuerte componente de mujeres”, asegura Arauco.

 

 

Bióloga por la Universidad Nacional Federico Villarreal de Lima, con un doctorado en ecología y evolución por la Universidad de Utah, Roxana Arauco es cashuense desde el año 2004 cuando llegó al Manu como asistente de investigación. Después de un largo periplo por los bosques de Madre de Dios volvió a la estación para continuar sus estudios científicos y coordinar, entre otras cosas, el curso de Técnicas de Campo y Ecología Tropical, otra de las marcas registradas de Cashu, y que ya va por su séptima convocatoria.

“El curso-taller nació gracias a una iniciativa de San Diego Zoo Global −cuenta Arauco− y fue concebido para fortalecer el pensamiento crítico y las competencias necesarias para investigar de estudiantes peruanos de pregrado o egresados de distintas universidades del país”. Se trata de una convocatoria abierta y de una elección muy estricta. ‘Los Wallace’, así llaman en Cashu a los participantes de ese curso, están en condiciones de afrontar, ahora sí, el trabajo de campo en cualquier región tropical del planeta.

Roxana Arauco eligió entre los mejores ‘Wallace’ del curso del 2018 a Yannet Quispe, bióloga recién egresada de la Universidad San Luis Gonzaga de Ica, para integrarla a su proyecto de investigación. Arauco conduce el estudio Diversidad de hormigas en la hojarasca de Cocha Cashu, un trabajo que intenta entender la dinámica ecológica del todavía intacto bosque cashuense. “Los insectos y artrópodos son indicadores de la salud de un ecosistema, son tan importantes como los grandes mamíferos y los demás dispersores de semillas”, comenta la científica mientras visitamos el árbol conocido como ‘Avatar’, un gigante que eleva su impresionante copa sobre el dosel de Cocha Cashu.

“Pensé que no me iban a elegir”, acota Yannet Quispe, la joven iqueña. “Finalmente soy de la costa, ¿qué sabrá de hormigas una chica del desierto?, me decía”. Al final, entre los diez ‘Wallace’ del año pasado, ella fue la escogida. “Estudiar hormigas me ha permitido, entre otras cosas, acercarme a otros animales”, agrega. “Mientras buscaba hormigas en la hojarasca, un tapir se topó conmigo cara a cara, terminamos asustándonos los dos. En otra oportunidad colocaba cebos cuando un puma me aviso de su presencia a punta de maullidos”.

 

 

Otra ‘Wallace’ destacada es Nuria Apaza, de Mazuko, en Madre de Dios, una ingeniero forestal de la Universidad Andina del Cusco convocada por el científico Varun Swamy para trabajar en el proyecto Impacto de la Defaunación de Vertebrados Grandes en la Regeneración del Bosque. “Vengo del otro lado de la cuenca, de una zona de Madre de Dios donde impera la minería aurífera y la deforestación”, cuenta. “El proyecto del Doctor Swamy evalúa el impacto que tiene sobre los bosques amazónicos la ausencia o no de los grandes vertebrados. En estos ecosistemas ellos son los principales dispersores de semillas. En Cashu encontramos maquisapas, pecaríes sajinos, huanganas, tapires y también roedores. Y por cierto murciélagos y una gran variedad de hormigas, otras especies dispersoras de semillas muy importantes. Este es un bosque intacto”.

Cada mañana, Apaza visita cada una de las trampas instaladas en el bosque, las que están a ras del suelo o en mallas suspendidas en el aire, para recoger las semillas que han quedado atrapadas. Todas ellas son llevadas al laboratorio para hacer un inventario, analizarlas y luego poder armar patrones que permiten, por ejemplo, conocer qué distancia separa a las semillas de los árboles madre. Mientras recorre las trochas del bosque, le preguntamos a Nuria Apaza qué piensa de la participación tan activa de las científicas en ‘Cashu’: “Cuando uno piensa en científicos inmediatamente piensa en hombres. O en extranjeros […] pero aquí en Cashu estamos llenas de chicas y casi todas somos peruanas, eso nos hace sentir muy responsables del encargo recibido”.

El caso de Gabriela Polo fue diferente. La egresada de la carrera de biología de la UNALM postuló a una convocatoria pública para el puesto de practicante profesional del programa de Educación Ambiental Intercultural de la estación biológica. La iniciativa es dirigida por la bióloga Karla Ramírez y entre sus actividades destaca un interesante ciclo de visitas escolares que involucra a diez instituciones educativas de los contornos de Cashu. Alrededor del Parque Nacional viven comunidades andinas, como las de Challabamba, y machiguengas como las que habitan las comunidades nativas de Yomibato, Tayakone o Maizal. Cada año quince escolares, tanto de primaria como de secundaria, “acampan” en la estación durante los tres días que dura el “trabajo” con el objetivo de vivir de cerca una experiencia de apropiado relacionamiento y respeto con el bosque que habitan con sus familias.

“En la universidad, recuerda Gabriela, las prácticas en campo eran muy pocas, tuve que buscar oportunidades de trabajo como practicante por mi cuenta y así llegue a Cashu. El trabajo de las cashuenses es muy importante: somos un equipo de mujeres comprometidas con lo que hacemos”

 

 

El importante trabajo de estas científicas tiene un antecedente clave en el pasado. Hagamos un poco de historia.

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Las primeras cashuenses

 

“Las mujeres de Cashu, las ‘cashuenses’, han cumplido un papel decisivo en el proceso de convertir la estación biológica en uno de los bosques tropicales más estudiados del planeta”, comenta la Dra. Álvarez-Loayza desde su oficina de la Universidad de Duke  en Carolina del Norte, donde continúa trabajando con el Dr. John W. Terborgh, ícono de los estudios tropicales en la Amazonía peruana y figura emblemática de Cocha Cashu desde 1973.

“En la primera expedición de John al Manu, exactamente en agosto de 1973 −prosigue Alvarez-Loayza− dos mujeres jugaron un rol muy importante: Catherine Toft, la primera herpetóloga que tuvo la estación, y la imprescindible Grace Russell, durante muchos años la responsable de la logística en Cocha Cashu”.

 

 

Con ellas se inicia una larga saga de científicas mujeres trabajando en el bosque que circunda la alejada laguna en el Parque Nacional del Manu.

La Dra. Toft, desaparecida tempranamente, llegó a publicar ese mismo año la primera lista de anfibios para el Manu, trabajo que fue ampliado en la década siguiente por Lily Rodríguez, otra investigadora notable de las canteras de la estación biológica. Patricia Álvarez-Loayza es la memoria viva de estos primeros años en Cashu.  “En 1974 −nos dice− llegó a la estación Ana Terborgh, hermana del ecólogo tropical y experta en temas relacionados con la salud de la mujer. Al año siguiente Katie Milton. En 1976, Carol Augspurger, estudiosa de los patógenos en la estructura forestal, y tiempo después arribaron Debbie Moskovitz y una peruana, la primera investigadora de Cashu nacida y formada en nuestro país, Betsabé Guevara”.

Luego llegarían Bettina Torres, Lily Rodríguez y Mariella Leo, por entonces una estudiante del segundo año de biología de la UNALM. En 1978 se iniciaron los estudios de los mamíferos terrestres en el área natural, trabajo a cargo de la bióloga Louise Emmons, quien volvería a la estación en 1982 para pasar largos dieciséis meses investigando felinos, en especial ocelotes (Leopardus pardalis). La pasión de Emmons por su objeto de estudio le valió el merecido apelativo de la ‘Dama de los Felinos’.

Finalmente, en 1983, se publicó el libro Five New World Primates, un trabajo pionero que compiló los primeros estudios primatológicos emprendidos por Terborgh y sus colaboradores, entre ellos las investigadoras Grace Russell, Debbie Moskovitz y Bárbara Bell. En esos años, termina de contarnos Alvarez-Calderón, era frecuente encontrar entre los científicos asignados a la estación a Bárbara D’Achille, recordada periodista del diario El Comercio e impulsora de la divulgación científica en nuestro país.

 

 

La lista de peruanas haciendo ciencia en Cashu es larguísima: Miriam Torres, Mónica Romo, Ada Castillo, Carmela Landeo, Gabriela Núñez-Iturri, Úrsula Valdez, Adriana Bravo, Carmen Chávez, Caissa Revilla, Alejandra Trillo…

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Al maestro con cariño

 

Mariella Leo fue una de las investigadoras más jóvenes en debutar en Cocha Cashu. Fundadora de la Asociación Peruana para la Conservación de la Naturaleza (APECO), una de las organizaciones conservacionistas más reconocidas en el Perú, la bióloga especialista en manejo de recursos naturales ha dedicado gran parte de su vida profesional al estudio de la biodiversidad de la selva alta y en especial a la protección del elusivo Mono choro de cola amarilla (Lagothrix flavicauda) . Durante su corta pero impactante estadía en la estación hizo sus pininos estudiando el comportamiento de las colonias de mono tití o leoncito (Cebuella pygmaea) de los alrededores de la cocha.  “Llegué a Cashu cuando solo tenía 19 años. Era una joven inexperta, pero con muchos deseos de aprender. Febrero de 1976, no voy a olvidar esa fecha. En mi paso por Cashu por supuesto que conocí a John Terborgh y compartí privaciones y mucho aprendizaje con Grace Russell y Bettina Torres, mis compañeras de aislamiento e inolvidables recorridos por el bosque”.

Entonces Cashu era un lugar remoto e incomunicado al que solo se podía ingresar en bote cuando las condiciones del clima y de navegación lo permitían. De hecho, la embarcación de Mariella Leo fue tragada por una creciente del río mientras sus pasajeros pernoctaban en Boca Manu, la última localidad antes de ingresar al parque nacional. La estudiante de pregrado tuvo que utilizar la misma ropa que llevaba puesta durante todo el tiempo de su permanencia en el parque nacional.

 

 

“Cashu marcó mi vida −comenta−, en la estación confirmé que lo mío era el trabajo de campo y la conservación. Guardo los mejores recuerdos de John Terborgh, un hombre interesado en compartir sus conocimientos y apoyar a los que recién se inician. Me llevé del Manu la marca Cashu”.

Lo mismo menciona Miriam Torres, que en 1988 era estudiante de Ciencias Forestales de la UNALM. “Como toda molinera llegar a Cashu era un sueño; sin embargo, la estación por entonces era un reducto de los estudiantes de biología. Me armé de valor y le escribí a Scott Robinson, entonces uno de los más reconocidos ornitólogos tropicales: él fue quien me aceptó como asistente de campo”. Torres es experta en gestión de áreas naturales protegidas y trabajó con comunidades locales, principalmente indígenas. “Cashu me cambió la vida; entre sus árboles entendí que mi relación con la naturaleza era básicamente espiritual. Cuando llegué a la estación, John Terborgh, Bettina Torres y Lily Rodríguez ya eran leyenda”.

“No recuerdo haber dormido mucho en el Manu, la vida se expresaba en mil formas durante la noche y yo me esforzaba en captar todo lo que podía”, refiere. “En mi segundo ingreso a Cashu me tropecé sin querer con un grupo de yaminaguas [grupo indígena no contactado]. Estaba sola y ellos venían en una canoa por el río. En pocos minutos me vi rodeada por unos hombres desnudos que empezaron a tocarme, querían saber si era hombre o mujer, cuando lo supieron se fueron como habían llegado, matándose de risa”.

El caso de la bióloga peruana Alejandra Trillo es singular. Formada académicamente en los Estados Unidos, la Dra. Trillo se enteró de la existencia de la estación biológica mientras preparaba el curso de ecología tropical que dictaba en la Universidad de Montana. “Estaba interesada en crear vínculos sólidos entre los estudiantes de Estados Unidos y de Perú. En otras palabras, quería contribuir a cerrar las brechas que suelen separar, una vez terminados los estudios de postgrado, a unos de otros. Una experiencia en campo intensa, un curso en un lugar de América Latina rico en biodiversidad podía ser el inicio de una relación más equitativa entre científicos de ambos países”. En esa búsqueda, Alex, como la conocen en Cashu, se tropezó con John Terborgh quien asumió de inmediato el reto y la invitó a hacer su curso del año 2007 en el Manu.

“Cashu es un lugar único en el mundo, inigualable −nos refiere desde la sede del Gettysburg College, su actual centro laboral−. Ninguna otra estación científica en nuestro continente tiene la historia y la información acumulada que se encuentra en la estación peruana. Cashu es uno de los lugares más prístinos del planeta”. Alejandra recién pudo volver al Manu diez años después y hace unos meses regresó con un nuevo grupo de estudiantes. “Me fascina el trabajo de John, su pasión por formar nuevos investigadores −si son peruanos o peruanas, mejor− es inigualable. Terborgh y Cocha Cashu han sido claves para la formación de un gran número de investigadores y conservacionistas peruanos. Podemos decir que, gracias a esto, por fin estamos consiguiendo en nuestro país una masa crítica. Para mí y para mis estudiantes siempre habrá un antes y un después de Cashu”.

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Manos peruanas

 

Gisella Orjeda, ex presidenta del Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Científica (Concytec), ha señalado en un reciente artículo que solo el 28,8  % de los investigadores en el mundo, de acuerdo a datos de UNESCO, son mujeres. “A pesar de que el porcentaje de mujeres científicas sube al 45,4  %, cuando miramos a América Latina y el Caribe en general −acota−, nuestro país está en el último lugar. Tenemos la menor cantidad de mujeres científicas de todas las Américas con un 31,9  % ”.

 

 

En Cocha Cashu, las cifras van a contracorriente. Las biólogas del proyecto de lobos de río −Sarah Landeo, Romina Najarro y Sol Fernández−, una de las investigaciones señeras de la estación biológica, se reúnen con Roxana Arauco para coordinar detalles del trabajo que les queda por hacer. Mientras tanto Yannet Quispe, Nuria Apaza y Gabriela Polo continúan recorriendo sus parcelas de investigación o recolectando insectos.

“Sé que para las mujeres en general, comenta la Dra. Arauco, trabajar en lugares remotos no es ni ha sido fácil. Muchas veces las mujeres tenemos que dar un  paso al costado para poder sostener una familia. Pero en Cashu, tanto John como ahora los responsables del San Diego Zoo Global hacemos el mayor esfuerzo para que los científicos que llegan a la estación puedan hacer bien su trabajo”.

Imagen central: Jóvenes investigadoras de Cashu revisan una de las cámaras trampa instaladas en el bosque de la estación. Foto: ©Gabriel Herrera.

Artículo publicado por Alexa
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