- Hace 36 años, indígenas nahuas apostaron a la recuperación del “monte” con la siembra de árboles de la región y su aprovechamiento sustentable.
- Entre las montañas y cañadas de Veracruz, los campesinos que integran la OCISZ saben cómo se recupera un bosque. Ellos avanzan a contracorriente en una tierra donde las raíces de la tala ilegal son muy profundas.
Las únicas noticias que le llegaban “de allá abajo” a la joven Sixta eran las que su esposo le traía cuando volvía de “tierra caliente”. Ella no salía de la sierra, vivía encerrada en su comunidad con sus hijos y su milpa en una de las zonas más pobres de México.
“Allá abajo” era un concepto vago para ella. Era, sobre todo, el lugar de donde llegaban los camiones que se llevaban los árboles derribados en los cerros de su municipio y las personas que gestionaban programas gubernamentales diseñados para combatir la pobreza.
“Tierra caliente” era otra abstracción: un lugar donde el papá de sus hijos cortaba caña de azúcar a temperaturas extremas que ella todavía no conocía.
Sixta Tzanahua Cuaquehua es una mujer indígena nahua que nació y creció en el municipio de Tlaquilpa, en la Sierra de Zongolica, una de las regiones con mayores índices de pobreza en México, ubicada en el centro de Veracruz.
Zongolica es una majestuosa zona serrana con población nahua, localizada a 160 kilómetros de la Ciudad de México y aledaña a una región industrializada, donde se han escrito importantes episodios en la historia de México como la huelga de trabajadores obreros en las fábricas textileras de Río Blanco, suceso que abonó al inicio de la Revolución Mexicana, en los inicios del siglo pasado.
Río Blanco, Ciudad Mendoza, Orizaba y Córdoba son algunos de los municipios que integran un paisaje industrializado con vestigios de una importante actividad económica que nunca llegó a Zongolica, esa zona montañosa que se ve desde cualquier lugar de la región.
A lo largo de las montañas y cañadas de la Sierra de Zongolica se distribuyen 31 municipios. Uno de ellos es Tlaquilpa, con más de siete mil habitantes, y en donde el 90 % de su población sobrevive en pobreza. Las carencias que enfrentan quienes viven en estas tierras son parte de la cotidianidad, sobre todo cuando se habla del acceso a la alimentación, a la educación y a los servicios básicos de vivienda.
En la memoria de Sixta hay un recuerdo que ilustra esa precariedad: en las noches de granizo se rompía su techo de cartón y ella, entonces una adolescente de 15 años y su primer bebé, quedaban a la intemperie.
Cuatro décadas después de esas noches, Sixta dice: “Como mujer no podía ni hablar para defenderme de lo que me pasaba. Pero me saqué el miedo”, cuenta a Mongabay Latam desde su casa rodeada de pinos.
Sixta se integró a la Organización Campesina Indígena de la Sierra de Zongolica (OCISZ), la cual nació hace 36 años, un movimiento social que cambió de raíz la vida de cientos de personas a través de la reforestación y otras actividades.
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Todo comenzó en un manantial
La pobreza, la falta de infraestructura básica y la explotación ilegal de los bosques eran parte del día a día de la señora Sixta durante su juventud. En la región había otro joven llamado Maurilio Xocua Méndez, quien se encontraba en proceso de formación en la escuela normal rural de la región. Quienes se forman como maestros en estas escuelas son conocidos por su conciencia social y política.
“Maurilio era indígena de la comunidad de Sincalco, Tequila. Dejó su casa para integrarse a la Normal de Reyes, ahí comenzó a generar sus ideas. Creía en la repartición de la riqueza de manera equitativa para todas las personas”, explica su hijo Luis Manuel Xocua Tehuintle, quien asumió el rol de coordinador de la OCISZ, después de la muerte de su padre, en 2014.
La investigadora de la Universidad Veracruzana, Rosalinda Hidalgo Ledesma, trabajó la historia de la OCISZ y logró rescatar la voz de Maurilio Xocua con una entrevista en la cual narra los inicios de la organización y sus motivos. En su relato hay una escena que, según el propio Maurilio, ilustra el nacimiento de su labor contra caciques y talamontes.
“Ese movimiento empezó en una comunidad, precisamente en un manantial donde las mujeres lavaban ropa. Ahí llegaban arrieros que acarreaban madera, estos estropeaban el camino y vacilaban a las mujeres, esa inconformidad se trató con el grupo de muchachos de la Normal. Nos preguntamos ¿quiénes son ellos? ¿qué están haciendo? Nos enteramos que eran fuereños que están tumbando los árboles arriba. Esto nos hizo, por primera vez, plantearnos el problema del saqueo de recursos naturales. ¿Quién dio permiso? No pues la secretaría”, contó Maurilio Xocua a la investigadora.
El suceso del arroyo llevó a los integrantes del movimiento a pedir explicaciones a una instancia del gobierno nacional. “A la hora de analizar el problema resulta que, la tala era muy fuerte. Se formó una comisión, (y se fue) a la Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos y ahí mencionaron que el señor estaba bien, con sus papeles, que tenía permiso. Se vio que el permiso y los predios no eran esos, estaba sacando de varios lugares pero se amparaba con unos papeles… (Tenía) 52 predios autorizados tan solo en la Sierra de Zongolica”.
Lo que sucedió en el manantial dio origen, en 1980, a una organización llamada TINAM, que significa “unión de todos los pueblos indígenas”, por sus siglas en náhuatl. Y su primera acción fue lograr la cancelación de los permisos que permitían talar a los hombres que molestaban a las mujeres que lavaban. Cuatro años después se formó la OCISZ como una escisión de la TINAM.
En la mente de Maurilio Xocua, creador de la organización, estaba la meta de conseguir el desarrollo sustentable de comunidades que estaban sumergidas en una dinámica de “sostener” a diversas instancias menos a ellos.
A los gobiernos, participando como fachada en programas sociales sin impacto real, y a las empresas que extraían —y que aún lo hacen— madera en forma desmesurada y sin planes de manejo forestal, según Luis Manuel.
“Maurilio creía en el desarrollo sustentable, no el sostenible de las empresas; en el desarrollo en acomodo con las comunidades, sin afectar los otros componentes de la sociedad. Siempre explicaba que sostenible es lo que sostiene y no le importa lo demás. Sustentable es lo que ayuda a cada una de las partes, y se tiene que desarrollar el pensamiento social, económico, político, cultural”, contó el hijo del fundador de la OCISZ.
En casa de la familia de Maurilio Xocua, donde se le recuerda con una amplia fotografía y velas colocadas en una pared de la sala, cuentan que el camino de la organización comenzó en 1984, pero hacen énfasis en un suceso importante que marcaría el devenir de la OCISZ: En 1987 “expulsaron” a un empresario “fuereño” que explotaba los recursos maderables.
A partir de ahí, comenzaron acuerdos con las autoridades federales y cierta regularización de la explotación de la madera en la Sierra de Zongolica, mientras la organización comenzaba a expandirse en los municipios de la región reuniendo integrantes dispuestos a gestionar programas y capacitarse para reforestar sus pedazos de tierra.
“Se inició una lucha por proteger esos bosques y darles aprovechamiento —recuerda Luis Manuel— Se contactaron a técnicos. Se establecieron convenios con los empresarios y se comenzó a trabajar la cuestión de la madera”.
El primer permiso forestal lo obtuvieron precisamente en 1987 y fue el inicio de un programa de manejo para plantaciones forestales. Uno de los más importantes se concretó en 2002, con incidencia en 35 hectáreas. Productores Forestales Zongolica fue el primer grupo que trabajó la madera. Para esos tiempos, entre maiceros, cafetaleros, carboneros y productores forestales habían más de mil integrantes de la OCISZ.
El inicio de la no dependencia de programas asistenciales es recordada con ánimo entre los integrantes de la organización. La señora Marta Elia Tehuintle Téllez, profesora y esposa de Maurilio Xocua fue “una figura precursora de la imagen no sometida de la mujer en el trabajo”, dice Gonzalo Nolasco, miembro de la OCISZ.
Al escuchar los comentarios de Nolasco, la señora Marta recuerda los alcances de la organización que ella misma fundó, no como una acompañante, sino como la imagen de una mujer trabajando fuera de casa y ayudando a la organización comunitaria.
La señora Sixta Tzanahua cuenta que en esas épocas comenzó a “entender que como mujer tenía derechos” y la capacidad de gestionar sus proyectos sin esperar las buenas noticias desde “tierra caliente”. Noticias que no llegaban con frecuencia.
Luis Manuel Xocua entró a la adolescencia y a las labores de la organización. Se fue politizando al mismo tiempo que crecía.
“Tuve que entender las necesidades de los indígenas de Zongolica. Tenía 12 años. Me tocaba ir a dejar recados, ir a avisar sobre alguna reunión. Fui entendiendo que se buscaba ayudar de una manera equitativa”, recuerda.
Buscando al conservador del monte
En casa de la familia de Marta y Maurilio se menciona con frecuencia a un señor llamado Alejandro Salas, mientras sacan de cajas antiguas fotografías que fueron desempolvadas para mostrar el andar de la organización: Manifestaciones en la Ciudad de México, en Orizaba, en Río Blanco o Ciudad Mendoza. Imágenes de viveros, de predios con plantaciones nuevas, reuniones en comunidades. “Por ahí está Alejandro Salas”, repiten con frecuencia. Se nota que es alguien trascendente para la organización.
“El primer árbol de reforestación en la Sierra de Zongolica lo plantó Alejandro Salas”, dice finalmente Luis Manuel y explica que ese personaje fue quien “sembró” en Maurilio Xocua la idea de reforestar.
No es fácil encontrar a Alejandro Salas en la cabecera municipal de Tlaquilpa. Siempre que puede se va al monte, arriba de todo, donde están su plantación y su aserradero. No se parece a la persona de las fotos. Ya no tiene el semblante rígido de quién hace una marcha en la calle exigiendo algún derecho.
Está encanecido y sonriente. Quiere mostrarlo todo y organiza un plan de visita a varios puntos donde hay predios que él ayudó a reforestar. Los señala con el dedo y dice “vamos pallá, pallá y pallá” como si fuera tan fácil llegar de una montaña a otra, en parajes donde no entran los vehículos después de que caiga la noche. Pero, para él, sí lo es.
Al final elige uno donde tiene un cuarto de madera en el que suele pasar las noches; está muy cerca de la cima del cerro más alto de Tlaquilpa. Ahí se tiene una vista muy clara hacia el volcán Pico de Orizaba, el más alto de México. “Me gusta verlo casi a la misma altura”, dice Alejando Salas.
Pero lo más importante que quiere mostrar no es el Pico de Orizaba ni la vista periférica de la Sierra de Zongolica, sino un pino en específico: “El árbol padre”, un ejemplar de pino pátula centenario que se alzó unos 30 metros con una silueta casi recta y una amplia circunferencia.
“Los más bonitos y derechitos hay que cuidarlos. Te tiran la semilla y viene la regeneración natural. Son árboles naturales de acá de la sierra. Antes trajimos plantas de otros lados pero no pegaron. Los pinos pátula son de acá”.
Alrededor del árbol padre hay pequeños pinos brotando que darán forma a nuevos paisajes que quizás Alejandro Salas ya no verá, como él mismo lo dice.
La tala ilegal e incluso la legal siguen siendo una amenaza para la conservación de los bosques de Zongolica. Esta práctica no ha podido ser erradicada, en especial por qué las familias necesitan solventar sus necesidades, para lo cual venden “su monte” a “fuereños” que se dedican a la extracción y venta de madera.
Citlali López Binqüist, investigadora de la Universidad Veracruzana y colaboradora de People and Plants International, organización con amplia experiencia de trabajo en Zongolica y con la OCISZ, ha constatado cómo el saqueo de madera ha sido constante desde el siglo pasado a la fecha. En su opinión, no se puede hablar en concreto de una red de crimen organizado en la región responsable de la tala de bosques.
El procurador de Medio Ambiente de Veracruz, Sergio Rodríguez Cortés, dijo a medios de comunicación locales, en junio del año pasado, que la tala en la región “está controlada por la delincuencia organizada y hombres armados que apoyan esta práctica”. Mongabay Latam solicitó una entrevista con la Procuraduría Federal de Protección al Medio Ambiente (Profepa), pero hasta el momento no ha tenido respuesta.
De acuerdo con la plataforma Global Forest Whatch, México perdió el 6.9% de su cobertura arbórea entre 2000 y 2018. Veracruz está en la región de México donde mayor porcentaje de deforestación se ha presentado, junto con otros estados como Campeche, Yucatán, Chiapas y Tabasco.
La región de la Sierra de Zongolica abarca 283 kilómetros cuadrados, en donde hay desde selvas medianas caducifolias hasta bosques mesófilos y bosques de pino. La tala de árboles maderables y las actividades agrícolas primarias son las principales actividades que ayudan a sobrevivir a la población.
“Ellos van acabando con los árboles padres”, dice Salas, señalando hacia “allá abajo”, hacia las ciudades de donde proviene el saqueo de madera de la región. “A los ayuntamientos y a los gobiernos estatales nunca les ha interesado esto”, agrega el campesino.
Con “esto” se refiere a las decenas de hectáreas reforestadas en las puntas de los cerros que se alcanzan a ver y a los parajes poblados con grandes claros causados por la tala sin control.
Un ejemplo del desinterés oficial que percibe Salas es el envío de profesionales, tanto del gobierno de Veracruz como del gobierno federal, como parte de programas de reforestación que no toman en cuenta a las comunidades y solo buscan plantar árboles de manera masiva con especies no nativas.
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Zongolica, un espejo de América Latina
Aníbal Ramírez Soto trabajó seis años en viveros dentro de la región, como parte de la Red de Viveros de Biodiversidad (Revive), de la cual es presidente. Él comparte la opinión de Salas. En su experiencia, el gobierno de Veracruz intentó reforestar la región, principalmente con pino y ciprés que no son de la zona, sin tomar en cuenta las especies endémicas de cada ecosistema.
Cuenta, por ejemplo, que en el municipio de Comalapa, abundan los pinos muertos (de especies diferentes a los nativos) que fueron sembrados en el contexto de programas oficiales. Los mismo ocurre en zonas de bosque de niebla, tan importantes para proveer agua en la región.
“México tiene una oferta de 8 000 especies nativas y solo se usan 100 al año, de las cuales 75 % son pinos. Así pasa en Zongolica, en México y en América Latina”, señala Aníbal Ramírez, con una experiencia de 15 años en tareas de reforestación y regeneración.
La Sierra de Zongolica muestra escenarios de reforestación, como en los predios de Alejandro Salas, y también de la deforestación, que no ha parado nunca por completo. Uno de los motivos para que esto suceda, según Aníbal Ramírez, es la abundancia del “minifundio”.
Eso implica que algunos propietarios reforestarán apegados a la organización comunitaria, otros simplemente seguirán vendiendo los árboles con o sin permiso. Cada quién actuará de acuerdo con sus necesidades y eso —en opinión de Gonzalo Nolasco—, es una problemática estructural en la cual no se puede culpar a personas viviendo en un entorno donde la pobreza extrema está presente desde que se tiene registros. Tener un predio en Zongolica, en México o América latina no es sinónimo de abundancia.
Pero en los cerros de Tlaquilpa, donde camina Alejandro Salas, está instalado el optimismo. Viven para sembrar y dejar que crezcan los árboles mientras se mira con paciencia cómo van cambiando los predios que se reforestan. “Ahora ya hay venaditos. Esos animales buscan el bosque, la sombra. Ya hay armadillo, víboras de cascabel”, celebra Salas.
“Tenemos que sembrar y tumbar pero nunca dejar sin nada al cerro. Hay que cuidar el medio ambiente. Tenemos que comer de ahí. Estoy en contra de la gente talamontes y ellos están en contra de nosotros, quieren tener su aserradero lleno de madera pero no les importa el bosque”, añade.
Fue así como se dispersó un modelo de siembra comercial de pino pátula en propiedades, de no más de cinco hectáreas, distribuidas hasta en 20 municipios (la OCISZ calcula que se sembraron más de 3 000 hectáreas), cuyos dueños aprendieron a hacer manejo forestal y reservar una parte de sus predios para la siembra de cultivos de primera necesidad, como frijol, habas, chícharos, maíz y papa.
El caso de la organización comunitaria de Zongolica tiene la particularidad de que no se trata de un gran ejido u otro tipo de comunidad ya formada que sirve de base para la organización. “Aquí el manejo comunitario trasciende los límites territoriales. Ver al vecino reforestar, alienta. Por eso se puede hablar de que ha habido organización comunitaria”, explica Citlali López.
Es así como las reuniones ejidales, en este caso, han tenido su equivalente en los encuentros que promueven organizaciones como la fundada por Maurilio Xocua, en donde pequeñas y pequeños propietarios han concurrido convencidos de recuperar “el importante elemento cultural que es el monte” para garantizar su subsistencia y la de próximas generaciones, explica la especialista.
Es el caso de Juan Tehuacatl, carpintero que fabrica muebles con los árboles que siembra en su predio, y que come los alimentos que siembra también ahí. “Yo siembro y yo tumbo, soy un campesino forestal”, dice abrazando a un árbol padre dentro del predio de Salas, su amigo y compañero de trabajo.
Después de los programas de siembra de pino llegaron las casas, diseñadas para que no les entre el granizo, como le sucedió a Sixta Tzanahua y a su primer bebé. Fue un esquema de construcción diseñado para aprovechar la madera bajo el cual se construyeron 500 casas en distintos municipios.
Eso incluyó Tlaquilpa y a la señora Sixta, junto con su familia y más personas de su comunidad. Se enteraron de que tenían el derecho a la vivienda siendo parte del 82.3 % de personas con carencias de servicios básicos de vivienda.
“Se canalizaron subsidios para la consolidación del derecho a la vivienda”, recuerda Emilio Rodríguez, integrante de la organización Pobladores, quien participó en la gestión del proyecto de asignación de casas, que llegó a la región cuando la OCISZ ya tenía más de una década reforestando.
En ese proyecto se logró la construcción de 500 casas construidas con madera extraída de plantaciones comerciales de los comuneros. “Se fortaleció el mercado interno con la compra de la madera”, dice Rodríguez.
La señora Sixta tiene una casa resistente al igual que sus hijos. Su predio está sembrado con pino pátula; además, desarrolló el oficio de artesanía de textiles. Vive dignamente.
“Allá abajo” ya no es una abstracción. Las buenas noticias se las genera ella misma. Periódicamente sale de la sierra, sobre todo cuando la invitan a la Ciudad de México a vender sus prendas. “Yo ya me saqué el miedo”, dice.
*Imagen principal: Alejandro Salas mira el paisaje que él mismo reforestó. Foto: Rodrigo Soberanes
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