- David Kaimowitz describe su carrera como “treinta años de búsqueda para entender qué provoca la deforestación”, lo que lo trajo al punto de partida: el tema de los derechos sobre las tierras.
- En una entrevista con el fundador de Mongabay, Rhett A. Butler, Kaimowitz habla sobre por qué se tardó tanto en reconocer a los pueblos indígenas como los guardianes forestales, la necesidad de las ONG conservacionistas de tratar la justicia social y la capacidad de la sociedad para realizar un cambio significativo.
En los últimos veinte años, el sector conservacionista ha reconocido gradualmente las contribuciones que las comunidades indígenas han realizado para lograr los objetivos de conservación, incluidos la protección de la biodiversidad y el mantenimiento de los ecosistemas que nos sostienen. En consecuencia, algunas ONG conservacionistas grandes, que una generación atrás estaban enfocadas, en gran medida, en establecer y fortificar las áreas protegidas, hoy abogan por los derechos de los indígenas y ayudan a las comunidades a asegurar la tenencia de las tierras.
Como investigador que ha trabajado en la intersección de los bosques, la agricultura y las comunidades locales por más de treinta años, David Kaimowitz está bien posicionado para observar la evolución reciente de la relación del sector de conservación con estas comunidades.
“A los pueblos indígenas y las comunidades locales se los ve cada vez más seguido como héroes en vez de villanos”, dijo Kaimowitz, quien se desempeña en la actualidad como gerente del Mecanismo para Bosques y Fincas, una asociación entre la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés), la UICN, el Instituto Internacional para el Medioambiente y Desarrollo (IIED, por sus siglas en inglés) y la alianza AgriCord. Él atribuye este cambio a tres factores: el creciente número de pruebas, la cambiante realidad sobre el terreno y una mejor mensajería.
“A medida que aumenta la pérdida de bosques no administrados por los pueblos indígenas y las comunidades locales, la comunidad conservacionista se ha dado cuenta de que estos son los únicos bosques que quedan; por lo menos, los únicos bosques intactos con grandes áreas inalteradas”, dijo Kaimowitz a Mongabay. “Una creciente bibliografía demostró que, dado un entorno de políticas favorables, los pueblos indígenas y las comunidades locales, con frecuencia, administran los bosques de propiedad común y otros recursos naturales de manera sustentable”.
“Los pueblos indígenas y los grupos comunitarios forestales se han vuelto más eficaces al propagar sus mensajes y hacerse escuchar. Se han convertido en fuerzas políticas poderosas en muchos países y a nivel mundial y los grupos conservacionistas han tenido que escuchar”.
Sin embargo, mientras la conservación cambia, no ha sido transformada aún: los pueblos indígenas y las comunidades locales todavía enfrentan la marginalización, la falta de un compromiso significativo y la escasa representación, en particular, en las funciones de liderazgo y de toma de decisión sobre la conservación. Kaimowitz sostiene que las organizaciones conservacionistas deberían ser más inclusivas.
“Cuanto más reflejen estas organizaciones la verdadera diversidad de la sociedad entera, más capaces serán de lograrlo”, comentó.
“La conservación tiene dos clases fuertes arraigadas. Una que recuerda a los nobles y magnates, que querían evitar que los aldeanos cazaran furtivamente los animales grandes que ellos cazaban para trofeos. La otra encuentra su voz entre los que dependen (y con frecuencia se nutren) de la naturaleza para sobrevivir. La pregunta es quién va a hablar por la conservación. El sheriff de Nottingham, que protege las aves y animales de caza de su majestad, o Robin Hood, con sus alegres compañeros (y compañeras) que viven en el bosque. Esas mismas tensiones no resueltas persisten hoy día y determinarán el futuro de los movimientos”.
En algunas partes del mundo, esas tensiones se han elevado a causa de la pandemia de COVID-19, lo que provocó que algunos grupos conservacionistas internacionales se desinvolucraran de los proyectos, se desencadenara un colapso en el ecoturismo, se interrumpiera el acceso a los mercados y el flujo de remesas y que algunos habitantes de ciudades regresaran al campo para cultivar. En ciertos lugares, esas situaciones forzaron a las comunidades locales a subsistir a base del cultivo y la caza en áreas protegidas o a convertirse en cazadores furtivos, lo que los puso en conflicto con los conservacionistas.
Kaimowitz dice que la pandemia ha devastado las comunidades locales, a las que les causó “un profundo dolor” y la pérdida del conocimiento tradicional al morir los ancianos. Sin embargo, la COVID-19 ha demostrado también que los gobiernos son capaces de tomar decisiones drásticas al enfrentar una crisis.
“Si algo demuestra la pandemia es que las élites políticas y económicas pueden tomar medidas extraordinarias para evitar un desastre si ellos así lo consideran —comentó—. Muchas cosas que ‘no se podían hacer’ se hicieron de repente. Los bancos centrales y los ministerios de hacienda sacaron sus chequeras y gastaron dinero que, se suponía, ellos no tenían. Tanto los gobiernos como la sociedad en general hicieron frente al reto. No ha sido fácil ni sencillo, pero el mundo, en gran parte, salió del abismo”.
“Algo similar deberá ocurrir para prevenir el cambio climático catastrófico y la pérdida de biodiversidad; y hay indicios de que las élites recibieron el mensaje”.
Kaimowitz habló sobre estos temas y más durante una conversación con Rhett A. Butler, fundador de Mongabay, en abril de 2021.
Mongabay: ¿Qué desató su interés por los derechos de propiedad de las tierras y en el cambio en el uso de estas?
David Kaimowitz: Mi vida entera ha girado en torno a una preocupación entrelazada con la justicia social y el medioambiente.
El interés por los derechos de propiedad de las tierras viene de los cursos universitarios que hice, que destacaban las enormes desigualdades en las tenencias de tierras en Latinoamérica. Se hizo evidente que, en los lugares donde los recursos naturales representan una gran parte de la riqueza económica, quienes son los dueños y los administran influyen en todos los aspectos de la sociedad.
Estudiamos las reformas agrarias en clase, pero nunca imaginé que algún día participaría en una. Luego, por pura coincidencia, entré en un programa de doctorado en Wisconsin, justo después de que los nicaragüenses derrocaran al dictador Anastasio Somoza en 1979. La universidad acababa de conseguir fondos para un proyecto con el Ministerio de Desarrollo Agropecuario y Reforma Agraria (MIDINRA) y me convertí en ayudante de investigación. Cuando Somoza cayó, los sandinistas se hicieron cargo de muchas haciendas grandes y especialistas destacados llegaron al país en tropel para debatir qué hacer con ellas. Como profesional en ciernes, fue una oportunidad increíble ver cómo se hacía historia.
Al poco tiempo, MIDINRA me contrató y se nos pidió realizar historias orales de los ancianos de los pueblos de la región norteña de las Segovias. Los ancianos hablaron sobre los cambios importantes respecto a la forma en que cultivaron durante toda su vida y sobre la rápida pérdida de cubierta forestal y fertilidad del suelo. Esto demostró cuánto de la vida diaria y del medioambiente se podría cambiar en una vida.
Aun así, no me centré en el uso de la tierra hasta la década del noventa, cuando la ONU organizó la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro y el desarrollo sustentable se convirtió en la expresión de moda. Había leído cómo los subsidios gubernamentales y los florecientes mercados de exportación de carne desencadenaron una gran tala de bosques para tierras de pastoreo en América Central. Sin embargo, para 1994, la situación había cambiado y el sector ganadero de la región entró en crisis. Eso hizo que me preguntara que, si los elevados precios de la carne y los créditos subsidiados potenciaron la deforestación, ¿los precios bajos y la no concesión de créditos devolverían el bosque? (Dio resultados, aunque no muchos, pero esa historia es para otro momento).
Este rompecabezas inicial me llevó a una búsqueda de treinta años para entender las causas de la deforestación. Irónicamente, eso me trajo otra vez al comienzo, a los derechos sobre las tierras. Debido a que las pruebas muestran que asegurar los derechos de tenencia de la comunidad es uno de los métodos más rentables para detener la deforestación y la gente no restaurará los bosques a menos que tengan derechos sobre los árboles.
Mongabay: ¿Cuál es su objetivo actual en la FAO?
David Kaimowitz: Comprender que las tierras de los pueblos indígenas y de las comunidades locales y los derechos forestales eran tan importantes para proteger los bosques me llevó a buscar una mayor financiación para ese fin. Resulta que dichos derechos y la administración de los recursos de la comunidad son clave para abordar muchos de los grandes retos mundiales, incluidos el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, los conflictos sociales y la pobreza rural, así como también la pérdida forestal propiamente dicha.
Entonces, dejé mi trabajo de investigación forestal (en el CIFOR) y me mudé a la Fundación Ford para financiar este proyecto. Gran parte de mi trabajo se enfocó en el apoyo a los pueblos indígenas y a los grupos comunitarios y en convencer a las agencias internacionales de que hicieran lo mismo. Muchos colegas de esas agencias se encontraron con estos argumentos contundentes, pero no sabían cómo podían financiar ese trabajo. Surgieron algunas grandes iniciativas, como el International Forest and Land Tenure Facility, fondos territoriales administrados por comunidades e indígenas en Brasil, la Fundación Nia Tero [entrevista de Mongabay a Peter Seligmann, director de Nia Tero] y el mecanismo de financiación directa del Banco Mundial, pero todas ellas eran poco y nada en comparación con lo que se necesitaba.
Así que me convertí en el administrador del Mecanismo para Bosques y Fincas (FFF, por sus siglas en inglés) para poder abogar por esa causa. El Mecanismo para Bosques y Fincas es una asociación entre la FAO, la UICN, el IIED y la AgriCord, que apoyan organizaciones campesinas y forestales de África, Asia y América Latina y que ha estado haciendo un buen trabajo desde 2013. Aproveché la oportunidad para demostrar que las agencias internacionales pueden respaldar las organizaciones comunitarias rurales de manera efectiva y lograr resultados a escala.
La FFF se centra en mejorar la resistencia y el sustento rural y en promover entornos que sean más amigables con la biodiversidad y el clima. Nosotros proporcionamos soporte técnico y financiero y abogamos por los agricultores locales, nacionales, regionales y mundiales, el manejo forestal comunitario y las organizaciones de pueblos indígenas. También ayudamos a que las organizaciones refuercen la promoción, las empresas comunitarias y las operaciones, poniendo especial atención en los derechos de las mujeres y en la inclusión de la juventud, y promovemos los vínculos entre estas organizaciones de afiliados rurales con otros programas de financiación internacional y con inversores privados y consumidores.
¿Cuán diferentes son los causantes de la deforestación hoy día con respecto a los ochenta y los noventa?
David Kaimowitz: No solo los causantes de la deforestación cambiaron desde entonces, sino también la forma de pensar de la gente. En 1992, el discurso de la Cumbre de la Tierra, en Río, era que la pobreza provocaba la deforestación. Las políticas ambientales pueden ser importantes, pero, a la larga, el truco fue sacar a la gente de la pobreza para que ellos no tuvieran que sobreexplotar los recursos naturales. Mientras algunos hablaban de los grandes ranchos ganaderos y las empresas madereras, la responsabilidad de la deforestación recaía de manera directa en la rotación de cultivos a pequeña escala.
Ese discurso probablemente exageró el papel de la pobreza y de la gente pobre en la tala de los bosques, incluso en aquella época. Desplazarse a regiones boscosas, talar o desmontar grandes zonas forestales y reemplazarlas con cultivos o ganado requiere más mano de obra y capital del que la gente pobre tiene en general. Es cierto que el desmonte de pequeñas parcelas de bosques puede afectar áreas extensas —y lo vemos sin duda en algunas regiones—, pero siempre ha sido responsable de una parte menor de lo que creía la gente sobre la pérdida total de bosques tropicales.
En todo caso, desde la década de los noventa, las empresas grandes y los terratenientes han desempeñado un papel más dominante en la deforestación mundial, tanto en la práctica como en el discurso. Una parte cada vez mayor de la deforestación ha sido vinculada a un reducido número de productos básicos —carne vacuna, aceite de palma, soja y pasta y papel—, y en los que solo unos cientos de empresas grandes dominan las cadenas de valor mundiales. La tendencia ha sido despejar áreas más amplias (aunque esto ha variado según la época y la región).
La minería, a diversas escalas, y la producción de cultivos ilícitos y el lavado de dinero relacionado con ellos se han convertido en causas mucho más importantes de la deforestación. En cambio, la producción comercial de madera ha perdido protagonismo en el debate, en parte, debido a que los recursos madereros se han agotado prácticamente en muchas regiones, en particular, en los bosques de dipterocarpáceas y teca del sudeste asiático.
La rotación de cultivos a pequeña escala, la tala de árboles y la recogida de carbón y leña han desaparecido de la agenda mundial y han perdido importancia en muchas zonas. La principal excepción ha sido el África subsahariana, donde las granjas pequeñas y los recursos comunes de propiedad siguen dominando y los florecientes mercados urbanos de productos forestales estimulan, a veces, la sobreexplotación.
Mongabay: Ya lleva más de treinta años trabajando en la intersección de los bosques, la agricultura y las comunidades locales. Durante ese tiempo, ¿cuáles han sido los cambios más grandes en este espacio?
David Kaimowitz: Como comenté al principio, tanto los factores que provocan la pérdida forestal como lo que se dice de ella han cambiado. Hasta cierto punto, el cambio en la narrativa reflejó las tendencias empíricas, pero es más complejo que eso.
Los pueblos indígenas y las comunidades locales se ven cada vez más como héroes en vez de villanos. Estudios realizados en distintas partes del mundo pusieron en duda los informes alarmistas sobre la crisis de la leña, los efectos devastadores de la rotación de cultivos y el alcance de la deforestación causada por los pequeños agricultores en general. Los motivos ocultos tras esos discursos también fueron cuestionados y catalogados como intentos neocoloniales para justificar el despojo de los recursos a las familias pobres, como sucedía a menudo en la época colonial.
Una creciente bibliografía demostró que, dado un entorno de políticas favorables, los pueblos indígenas y las comunidades locales, con frecuencia, administran los bosques de propiedad común y otros recursos naturales de manera sustentable. Elinor Ostrom se convirtió en la primera mujer (y en la primera que no es economista) en ganar el premio Nobel de Economía en 2009 por demostrarlo y fue una clara señal de que las cosas habían cambiado.
Hace poco escribí un informe sobre los bosques en territorios tribales e indígenas de Latinoamérica, publicado por la FAO y el FILAC, que cita decenas de investigaciones relativamente nuevas en las que se muestran que los habitantes de esos territorios, en general, han administrado mejor los bosques que otros grupos. Lo más sorprendente acerca de la reacción de los pueblos por dicha conclusión fue que ninguno estaba sorprendido. En apenas unas décadas, el reclamo de que los pueblos indígenas eran los guardianes de los bosques pasó de ser una herejía a un hecho reconocido.
Esto no significa que los pequeños granjeros, o los pueblos indígenas si vamos al caso, nunca destruyen los bosques o que no es un problema cuando ellos lo hacen. Es evidente que las familias rurales pobres sobreexplotan los recursos forestales en algunos lugares y que el tema debe ser tratado. Sin embargo, la mayoría de los expertos consideran ahora que los actores a gran escala son los responsables de la mayor parte de la destrucción mundial de bosques tropicales y piensan que es mejor trabajar con las comunidades para reducir la sobreexplotación de los recursos forestales llevada a cabo por los minifundistas en vez de reprimirlos.
Mongabay: Durante la última década, parece que hubo una mayor concientización en el sector conservacionista sobre las contribuciones de los pueblos indígenas y las comunidades locales para lograr los resultados de conservación. ¿Qué ha motivado este cambio?
David Kaimowitz: En parte, tiene que ver con la cambiante realidad sobre el terreno. A medida que aumenta la desaparición de bosques no administrados por los pueblos indígenas y las comunidades locales, la sociedad conservacionista se da cuenta de que, cada vez más, estos son los únicos bosques que quedan; por lo menos, los únicos bosques intactos con grandes áreas inalteradas.
Otra parte tiene que ver con la avalancha de investigaciones rigurosas que ponen de relieve esas contribuciones. Cuando hice mi metaanálisis de la investigación sobre los bosques en territorios indígenas y de afrodescendientes de Latinoamérica para el informe de la FAO-FILAC, me asombró el gran volumen de investigaciones recientes de alta calidad que apuntaban en la misma dirección. Los bosques de estos territorios han sido mejor preservados, incluso si se tiene en cuenta ciertos aspectos, como la distancia a las carreteras y la fertilidad del suelo. Cuando los territorios tienen derechos formales y apoyo adicional, a los bosques les va mejor.
Por último, los propios pueblos indígenas y grupos comunales forestales se han vuelto más eficientes a la hora de transmitir sus mensajes y hacer escuchar sus voces. Se han convertido en fuerzas políticas poderosas en muchos países y a nivel mundial y los grupos conservacionistas han tenido que escuchar.
Mongabay: En los últimos años hemos oído hablar mucho más de la inclusión de las partes interesadas, sobre todo en el contexto del año pasado entre el movimiento de justicia social en Estados Unidos y las críticas a las prácticas coloniales de algunas ONG grandes. ¿Se traduce esto en los niveles de toma de decisión de las instituciones que financian y ejecutan los proyectos de conservación?
David Kaimowitz: Las grandes ONG conservacionistas son enormes burocracias con fuertes culturas institucionales, dominadas por blancos de clase media-alta, como yo. En cualquier burocracia de este tipo, el cambio transformador rara vez se produce de la noche a la mañana. Sí creo, sin embargo, que el impresionante auge del movimiento por la justicia racial en Estados Unidos y en otros países y los crecientes movimientos por la justicia medioambiental los han sacudido profundamente. Se han visto obligados a enfrentarse a elementos sórdidos de su pasado, a reconocer los prejuicios implícitos contra la gente de color y a centrarse más en cómo los problemas medioambientales afectan a los pobres y a la gente de color de manera desproporcionada.
Es difícil saber hasta dónde llegará esto. Muchos de los esfuerzos previos para hacer que estas organizaciones se ocuparan de los problemas de justicia social y racial se agotaron con el tiempo. Pero soy cautelosamente optimista de que esta vez será diferente y veremos un cambio real. Muchos de los financiadores que apoyan a estas organizaciones lo esperan.
Mongabay: ¿Cuáles cree que son los principales vacíos que todavía persisten en el sector de la conservación?
David Kaimowitz: Lo más inmediato son las cuestiones de personal, la incorporación de más personas de color y de personas provenientes de hogares con bajos ingresos, pero, en términos más generales, la pregunta es si adoptarán un enfoque que no sea tan elitista. ¿Pueden hablar de la vida cotidiana de la gente común de manera que puedan comprender y respetar la experiencia vivida y los conocimientos tradicionales de esas personas, ya sean rurales o urbanas? Cuanto más reflejen estas organizaciones la verdadera diversidad de las sociedades en general, mejor podrán hacerlo.
La conservación tiene dos clases fuertes arraigadas. Una que recuerda a los nobles y magnates, que querían evitar que los aldeanos cazaran furtivamente los animales grandes que ellos cazaban para trofeos. La otra encuentra su voz entre los que dependen (y con frecuencia se nutren) de la naturaleza para sobrevivir. La pregunta es quién va a hablar por la conservación. El sheriff de Nottingham, que protege las aves y animales de caza de su majestad, o Robin Hood, con sus alegres compañeros (y compañeras) que viven en el bosque. Esas mismas tensiones no resueltas persisten hoy día y determinarán el futuro de los movimientos.
Mongabay: Usted pasó algún tiempo en el sector filantrópico. ¿Cuál fue la subvención más con más impacto que recibió durante ese tiempo y por qué? Y si no fue una sola, ¿qué tipo de subvención fue la más que tuvo mayor impacto?
David Kaimowitz: El mayor impacto se produjo gracias a las subvenciones de comunicación, que permitieron que los líderes indígenas y comunales fuesen escuchados por primera vez. La mayor parte de la cobertura mediática sobre los bosques tropicales cita a funcionarios gubernamentales, empresas, ONG y científicos del norte global. Todos, excepto los que viven en y de los bosques y que a menudo son los que más los protegen. Cuando los políticos plantan un árbol, es una gran foto. Los agricultores plantan millones de ellos todo el tiempo y nadie se entera.
Financiamos empresas de comunicación, cineastas, expertos en redes sociales, grupos innovadores de medios digitales como Mongabay y trabajamos con músicos y actores para ayudar a los líderes comunitarios y a los habitantes de las aldeas a dar su propio testimonio, con sus propias palabras. No para ser usados como accesorios por alguna ONG o para algún proyecto, sino para contar la historia de ellos. Qué los enorgullecía, les preocupaba o necesitaban cambiar.
Fue increíblemente impactante, auténtico, como un reality show. Eran personas que habían hecho lo que debían hacer, y a menudo arriesgaron sus vidas, e hicieron que el mundo sea más verde y más fresco en el proceso. Eran los verdaderos guardianes de los bosques y el mensaje de ellos resonó más allá de Wall Street y las torres de marfil.
Hace unos minutos, vi un anuncio del gobierno guatemalteco en el que se mostraban las concesiones forestales comunitarias en el Petén. Esto habría sido casi inimaginable unos años atrás. Estas comunidades que administran las concesiones han hecho frente a algunos de los grupos más poderosos de América Central para evitar que estos les arrebaten el control de los bosques. Sin embargo, una vez que el público en general escuchó sus historias, ganaron la batalla de las relaciones públicas. Incluso ahora el presidente los quiere en la foto.
Algo parecido ocurrió con el asesinato de ecologistas locales y defensores del derecho a la tierra, muchos de ellos indígenas. Se trata de un problema que viene de lejos, aunque la situación puede estar empeorando. Sin embargo, los grupos de comunicación consiguieron llamar la atención sobre esto y ayudar a la gente a darse cuenta de que no se trataba solo de disputas locales por la tierra o el agua: los resultados nos afectan a todos. Mártires indígenas como Berta Cáceres, de Honduras, Edwin Chota, de Perú, Isidro Baldenegro, de México, Charlie Taylor, de Nicaragua o Paulo Paulino Guajajara, de Brasil, murieron en defensa de la Madre Tierra, y a todos nos afecta.
Al principio, Global Witness fue la única ONG de alto nivel que planteó la cuestión. Sin embargo, a medida que recibía más atención, todos los grandes grupos internacionales de derechos humanos se sumaron a la iniciativa. El problema no está para nada resuelto, pero los autores intelectuales de estos ataques ya no están tan seguros de que puedan actuar con total impunidad.
Mongabay: Es evidente que la COVID-19 ha tenido una enorme repercusión en todo el mundo. ¿Qué ha escuchado de los socios y aliados que tiene sobre el terreno?
David Kaimowitz: Lo primero, por supuesto, es el profundo dolor. Tantos líderes y ancianos perdidos. Personas que conocíamos o esperábamos conocer. Historias, sabiduría, lenguas perdidas. Enfermedad, hambre, mercados perdidos. Y demasiados gobiernos descaradamente indiferentes.
Pero también, una sorprendente capacidad de recuperación. AgriCord, uno de los socios del Mecanismo para Bosques y Fincas, realizó una encuesta entre las organizaciones forestales y agrícolas básicas de África, Asia y Latinoamérica y descubrió que prácticamente todas habían dado un paso adelante y estaban respondiendo a la pandemia. Estaban dando máscaras e informando, plantando huertos, buscando nuevos mercados, presionando a los gobiernos para que los apoyaran y atendiendo a los necesitados. No se sentaron a esperar la ayuda. Actuaron.
Una investigación de la ONU sobre la pandemia y los pueblos indígenas en Latinoamérica demostró lo mismo. Las organizaciones indígenas tomaron la iniciativa y vigilaron la propagación del virus, regularon la entrada en las comunidades y suministraron medicina occidental y tradicional, con las mujeres, a menudo, a la cabeza.
Mongabay: ¿Y cuál espera que sea el impacto a corto plazo de la pandemia en la deforestación?
David Kaimowitz: Es difícil decirlo. Al principio, pensé que la economía mundial prácticamente colapsaría y que la deforestación disminuiría como resultado. En marzo y abril pasados, hubo muchos indicios de ello. Pero entonces los bancos centrales del mundo intervinieron con enormes planes de estímulo que dieron la vuelta a la situación. Ahora, la economía mundial está empezando a salir adelante y eso podría aumentar con facilidad la presión sobre los bosques.
La pandemia también ha afectado a la política, no solo a la economía. Por ejemplo, se podría argumentar que Trump seguiría siendo presidente de Estados Unidos si no fuera por la pandemia y eso podría haber afectado a lo que ocurrió con los bosques. Puede que veamos historias similares en otros lugares, pero es demasiado pronto para decir quién se beneficia.
Mongabay: ¿Y cuál cree que será el impacto a largo plazo de la COVID-19 en relación a la sociedad, en particular la occidental, y el mundo que nos rodea?
David Kaimowitz: La pandemia hizo que todos nos sintiéramos más vulnerables y nos diéramos cuenta de lo frágiles y tenues que son nuestras sociedades. Ahora, cuando oímos hablar de los efectos devastadores del cambio climático, parecen menos abstractos y lejanos. La COVID-19 fue una llamada de atención, un recordatorio de que seguimos unidos al mundo natural y de los muchos vínculos que existen entre los bosques y la salud. Pero aún no está claro cuántos escucharon esa llamada de atención ni cuánto tiempo permanecerán despiertos.
A corto plazo, es probable que la mayoría de la gente esté desesperada por que las cosas vuelvan a ser como antes. Salir, socializar y viajar. Eso tenderá a arrastrarnos hacia el orden establecido. Sin embargo, parece que hay una mayor conciencia del Antropoceno, de que los ecosistemas de los que dependemos están gravemente afectados y de que los límites no están lejos. A medida que la gente lo experimente en su vida diaria, es probable que aumente esa conciencia.
También lo hará la reacción. El negacionismo, el fundamentalismo occidental. El universo paralelo de Youtube y Facebook. Mucha gente tiene miedo y se siente amenazada y eso rara vez lleva a ningún sitio bueno.
Mongabay: Usted ha investigado mucho en América Latina. Aunque hay excepciones, en conjunto, la región está experimentando un aumento del autoritarismo, la deforestación tropical y la violencia contra los defensores. ¿A qué se debe esto y cuál es su perspectiva a mediano y largo plazo para la región en cuanto a estas cuestiones?
David Kaimowitz: Latinoamérica se enfrenta a dilemas complicados. La población es cada vez más urbana, pero las economías dependen, en gran medida, de la agricultura rural, el petróleo y la minería. El modelo económico y político predominante de la última década fue aumentar los ingresos del gobierno procedentes de las actividades extractivas y utilizarlos para programas clientelistas que obtuvieran apoyo político. Pero este modelo, en gran parte, siguió su curso y los costos medioambientales se acumularon. Los países tampoco pueden esperar vivir solo de las transferencias de los emigrantes en el extranjero. La mayoría de los países no invirtieron lo suficiente en educación, investigación, innovación y tecnología como para poder hacer la transición a economías menos extractivas, basadas en una mano de obra más cualificada. Además, la pandemia ha dejado a la región mucho más endeudada y nadie sabe cómo podrá pagar sus facturas.
Todo esto ha tendido a socavar los sistemas políticos existentes y les abre el camino a los autoritarios. El crimen organizado se ha convertido en una fuerza erosiva y llenan los espacios en donde los gobiernos son frágiles, lo que los debilita aún más. Mientras tanto, muchos grupos de la sociedad civil, predominantemente blancos de clase media, dirigidos por profesionales preocupados por la conservación, los derechos humanos, el feminismo y otras cuestiones importantes no lograron conectar con el público en general, lo que los dejó vulnerables a los ataques.
No hay soluciones sencillas ni mágicas, pero mi visión de un posible camino a seguir incluye algunas de las siguientes: modelos económicos que dependan más de las empresas a pequeña escala y comunitarias que puedan innovar y producir valor agregado. Menos fondos para comprar votos y más para invertir en personas y paisajes. Un renacimiento de la democracia local, un reconocimiento real del carácter plurinacional y multirracial de la mayoría de las sociedades latinoamericanas y más espacio político para las mujeres y los jóvenes.
No será sencillo y puede que no ocurra, pero la región necesita encontrar un camino hacia adelante porque no puede volver a donde estaba.
Mongabay: ¿Cuáles son las palancas que hay que accionar para impulsar un cambio sistémico que evite el cambio climático catastrófico y la pérdida de biodiversidad?
David Kaimowitz: Si la pandemia demuestra algo, es que las élites políticas y económicas pueden tomar medidas extraordinarias para evitar el desastre si se deciden a hacerlo. Muchas cosas que “no se podían hacer” de repente se hicieron. Los bancos centrales y los ministerios de hacienda sacaron sus chequeras y gastaron dinero que, se suponía, no tenían. Tanto los gobiernos como la sociedad en general pusieron manos a la obra. No ha sido fácil ni sencillo, pero el mundo salió, en gran medida, del abismo.
Algo similar deberá ocurrir para prevenir el cambio climático catastrófico y la pérdida de biodiversidad; y hay indicios de que las élites recibieron el mensaje. Es posible que pronto veamos una inversión realmente grande en eficiencia energética y energías renovables. No está tan claro si los mensajes sobre los bosques y la biodiversidad están llegando. No hay forma de alcanzar los objetivos climáticos globales sin unos bosques más fuertes, pero la mayoría de la gente no se da cuenta de ello, ni siquiera muchos expertos.
En todo caso, estos esfuerzos solo tendrán éxito si abordan la desigualdad. Una de las razones por las que la acción climática está avanzando es que se ha vinculado a los puestos de trabajo. Los Green New Deals no son solo eslóganes políticos partidistas, sino que son esenciales para llegar a un público más amplio. La agricultura y el uso de la tierra son una parte importante del problema y deben estar en el centro de las soluciones, pero las políticas deben hablar a —y con— la población rural y las pequeñas ciudades en toda su diversidad. Aire más limpio, más árboles, parques y jardines en la ciudad, transporte público. Está bien escuchar a los científicos; pero también tenemos que escuchar a los trabajadores, a los agricultores, a las enfermeras y a las camareras; a la gente de fe.
Mongabay: ¿Qué les diría a los jóvenes que están angustiados por la trayectoria actual del planeta?
David Kaimowitz: Siento de verdad que los hayamos defraudado. Creíamos que sabíamos lo que hacíamos y nos equivocamos en muchas cosas. Pero no es demasiado tarde y tienen muchas cosas a favor que nosotros nunca tuvimos. Nuevas formas de organizarse y comunicarse, mujeres líderes más empáticas y responsables.
No importa cómo se vean las cosas ahora, más adelante pueden verse diferentes. Muchas cosas en las que solía creer resultaron ser erróneas y muchas que pensaba que eran permanentes resultaron ser efímeras. Algunas resultaron peor de lo que esperaba, pero otras mucho mejor. No importa cómo se vean las cosas en estos momentos, pueden cambiar y lo harán. Mientras tanto, no podemos permitirnos dejar de intentar que se mejoren las cosas y de aprender sobre la marcha.
Sigan exigiendo lo imposible. Solo es imposible hasta que no lo es. Puede que sea demasiado tarde para restaurar gran parte de las riquezas naturales y culturales que perdimos, pero todavía pueden —podemos— salvar algunas. Y definitivamente vale la pena el esfuerzo.
Artículo original: https://news-mongabay-com.mongabay.com/2021/04/the-world-awakens-to-the-true-guardians-of-the-forest-interview-with-david-kaimowitz/
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