- Los científicos aseguran que aún existe mucho desconocimiento y prejuicios sobre las serpientes. Latinoamérica es pionera en el estudio de los venenos para crear sueros que permitan tener tratamientos efectivos para los accidentes por mordeduras.
- Las macromoléculas tóxicas que algunas especies le inyectan a sus presas están siendo estudiadas debido al potencial médico que tienen para tratar enfermedades como la hipertensión.
- Un reciente estudio destaca los principales componentes activos de algunos venenos de serpientes para enfrentar a los parásitos causantes de enfermedades tropicales como la malaria, la leishmaniasis y el mal de chagas.
“Si alguien graba a una persona dándole golpes a un perro, lo más seguro es que lo denuncien pero, si vas caminando por las afueras de Popayán [ciudad del suroccidente de Colombia], puedes ver a una serpiente muerta colgando de una cerca. Todos saben quién la mató, pero nadie denuncia nada. Es más, hasta le agradecen al que lo hizo”, lamenta Jimmy Alexander Guerrero Vargas, profesor del Departamento de Biología y líder del Grupo de Investigaciones Herpetológicas y Toxinológicas (GIHT) de la Universidad del Cauca en Colombia.
Las serpientes cargan encima un gran estigma. Sin importar si es venenosa o no, la gente suele tenerles miedo y, por lo general, prefieren matarlas antes que arriesgarse a ser mordidos. Esto a pesar de que los científicos coinciden en que estos reptiles rara vez atacan. Por el contrario, sólo se defienden. La pérdida de hábitat y el asesinato de ejemplares siguen siendo algunas de las principales amenazas para estos reptiles.
Este 16 de julio se conmemora el Día Mundial de las Serpientes y cuatro expertos consultados por Mongabay Latam destacan que estos animales cumplen funciones muy importantes en los ecosistemas. “La serpiente es depredadora de muchas otras especies y si la sacas del ecosistema se crea un gran disturbio en la cadena trófica. Hay serpientes especialistas en depredar caracoles, otras en roedores, entrando incluso a sus madrigueras y atacando a toda la familia. Son esenciales para el equilibrio del ecosistema. Además, son presa de otros animales como las aves”, comenta Felipe Gobbi Grazziotin, investigador del Laboratorio de Colecciones Zoológicas del Instituto Butantan de Sao Paulo, Brasil.
Y no sólo esto, cada vez hay más interés en estudiar los complejos y variados venenos de estos reptiles, ya que pueden tener potenciales usos médicos. Uno de los ejemplos más conocidos es el medicamento captopril, para tratar la hipertensión, que tiene como principio activo uno de los compuestos presentes en el veneno de la serpiente jararaca (Bothrops jararaca) de Brasil.
El estudio de los venenos para atacar enfermedades
El mundo de los venenos de serpientes es tan grande que, a pesar de las crecientes investigaciones, los científicos aseguran que falta mucho por explorar. Ese es, precisamente, uno de los aspectos que se destaca en el estudio Liberando el potencial de las moléculas basadas en veneno de serpiente contra la malaria, la enfermedad de Chagas y la leishmaniasis, publicado en mayo de este año en la revista International Journal of Biological Macromolecules.
El documento destaca que estas enfermedades tropicales siguen causando miles de muertes cada año y, a pesar de que la investigación centrada en la malaria ganó impulso en las últimas dos décadas, tanto chagas como leishmaniasis siguen estando desatendidas. La toxicidad e ineficacia de los medicamentos actuales en las etapas avanzadas de las enfermedades siguen siendo un problema.
“Una estrategia para superar estos obstáculos es obtener nuevas terapias o inspiración en la naturaleza. De hecho, los venenos de serpientes han sido reconocidos como valiosas fuentes de biomacromoléculas como péptidos y proteínas, con actividad antiprotozoaria [que ataca a los parásitos]… En general, esta revisión subraya cómo las biomacromoléculas derivadas del veneno podrían conducir a tratamientos antiprotozoarios pioneros y cómo el panorama de medicamentos para enfermedades desatendidas puede revolucionarse con una mirada más cercana a los venenos”, destaca el estudio.
David Salazar Valenzuela, profesor en la Universidad Indoamérica de Ecuador, profesor visitante en el Instituto Butantan de Brasil y coautor del artículo, asegura que se trata de ver el otro lado de la moneda. “Las serpientes con sus venenos pueden generar la muerte, pero a la vez hay medicamentos desarrollados a partir de ellos, y muchos otros en estudio, que a futuro podrían salvar vidas”, afirma.
José María Gutiérrez es profesor emérito de la Universidad de Costa Rica e investigador del Instituto Clodomiro Picado —pionero en el estudio de envenenamientos por animales ponzoñosos en Costa Rica y Latinoamérica— y comenta que el estudio de venenos de animales, en este caso de serpientes, brinda esperanzas a nivel médico. Sin embargo, reconoce que es una tarea ardua y lenta.
“Desarrollar un medicamento a partir de un producto natural es una ruta muy extensa y muy cara. Uno demuestra que un veneno tiene alguna acción, luego se va desarrollando todo el proyecto a nivel preclínico, se pasa a la fase clínica y luego a hacer un ensayo clínico para, finalmente, tener un medicamento que sea aprobado por las instancias reguladoras. Ese es un trayecto de años y es un trayecto de millones de dólares”, dice Gutiérrez.
Para el científico costarricense, América Latina tiene una gran limitación y es que no tiene una industria farmacéutica propia y fuerte que pueda financiar este tipo de desarrollos a lo largo de toda la cadena.
En eso coincide Jimmy Alexander Guerrero y explica que en muchos venenos se pueden encontrar sustancias con potenciales farmacológicos muy útiles, pero a la vez hay limitaciones económicas y falta de apoyo a la investigación. Guerrero comenta que en el veneno de varias víboras se ha hallado proteínas que son capaces de desbaratar un trombo (coágulo de sangre) en milisegundos y esto podría salvar muchas vidas. “Sería algo muy útil, pero para que se vuelva medicamento pueden pasar entre 7 y 15 años”, asegura, y añade que para muchos grupos de investigación en Colombia, lograr esta hazaña es difícil pues económicamente dependen de ganar convocatorias para proyectos de investigación, porque no suele haber recursos fijos.
No sólo se trata del largo camino para que un medicamento esté a disposición pública sino que, el sólo hecho de encontrar que una molécula de un veneno tiene un potencial uso médico, también requiere de mucho tiempo y estudio.
“En muchos casos es ir a campo y buscar a las serpientes, lo cual no es tarea fácil porque no están por ahí cantando como las ranas y las aves, pues el sonido te guía hasta encontrarlas. Tampoco se atraen con olores y cosas como pasa con muchos mamíferos. Después está el reto de sacarles el veneno, que tiene su parte complicada por todo lo que implica a nivel de seguridad”, dice Salazar. El biólogo ecuatoriano también comenta que hay que tener cuidados especiales para preservar las muestras y luego pasar al trabajo en el laboratorio: “Analizar los venenos tiene una gran complejidad porque no es una sola molécula, pueden ser 50 o 100 diferentes tipos de proteínas, cada una con su acción tóxica particular”.
De hecho, es muy frecuente encontrarse con moléculas completamente desconocidas, como está ocurriendo en la actualidad con la familia Colubridae, conocidas popularmente como culebras. Muchas de estas especies sí pueden inyectar toxinas, aunque estas no representen un problema para la salud humana. De acuerdo con Salazar, esta es la familia de serpientes que más especies tiene, “y no se las había estudiado porque, entre comillas, no son venenosas. Sin embargo, sí tienen toxinas con las que cazan a sus presas. Sólo en los últimos 20 o 30 años se comenzaron a estudiar las secreciones de estas serpientes y ahora estamos descubriendo nuevas familias de toxinas que no sabíamos que existían. Todavía nos falta un mundo por descubrir”, dice el científico ecuatoriano.
“La serpiente tiene más miedo del humano, que el humano de ella”
Los científicos y grupos de investigación que trabajan con serpientes también han volcado su atención a continuar con el estudio de los efectos tóxicos de los venenos y cómo combatir los síntomas que, en algunos casos, pueden llevar a la muerte.
Esa es una de las principales líneas de investigación del Instituto Clodomiro Picado en Costa Rica y, en ese aspecto, José María Gutiérrez cree que Latinoamérica le lleva ventaja a África y Asia. “Hay laboratorios productores de antivenenos en México, Costa Rica, Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia, Brasil y Argentina porque se ve a las mordeduras como un problema médico. Estamos trabajando [el Instituto Clodomiro Picado] en colaboración con la Organización Panamericana de la Salud para mejorar aún más la producción de sueros antiofídicos y la capacitación de los médicos en la atención que los sistemas de salud le dan a este tema”, afirma Gutiérrez.
Hace unos años Mongabay Latam publicó un reportaje sobre el trabajo que el Clodomiro Picado realiza en Costa Rica para proteger y conservar a la matabuey (Lachesis stenophrys), una de las víboras más grandes del mundo que está en peligro debido a la pérdida de su hábitat, la extracción ilegal con fines de coleccionismo y el exterminio de ejemplares.
Además de conservarla para evitar su extinción, protegerla es vital ya que el antiveneno de esta serpiente es uno de los que se utiliza para fabricar suero antiofídico polivalente que, por reacción inmunológica cruzada, ayuda a contrarrestar el envenenamiento causado por otras 17 especies. Los investigadores del instituto estudian a la matabuey en su hábitat natural y también en cautiverio para asegurar un banco de veneno para los próximos años.
Si bien hoy en día muchos grupos de investigación trabajan en la creación de antivenenos para las mordeduras de serpientes, uno de los mensajes que más les interesa destacar a los científicos consultados es que menos del 20 % de todas las especies de serpientes son venenosas. “Hay más posibilidades de encontrarse con una serpiente que no sea venenosa que con una que sí lo es. Cualquier animal alargado que parezca una serpiente es asesinado. Ahí mueren muchas culebras, y hasta anfibios y lombrices que tienen la misma forma”, dice David Salazar.
Para el investigador brasileño Felipe Gobbi Grazziotin, otro de los aspectos en los que las personas deben cambiar su mentalidad es que la serpiente no ataca, la serpiente se defiende. “En realidad, ella tiene más miedo del humano que el humano de ella”, asegura. Gobbi Grazziotin comenta que para una serpiente el veneno es como una bala, la cual utiliza para cazar y alimentarse, así que siempre preferirá no usarla para defenderse. Es por eso, dice el investigador, que las serpientes tratarán de utilizar algún mecanismo para advertir de su presencia, como el caso del sonido de la cola de las serpientes de cascabel.
“La serpiente nunca tiene la intención de gastar su veneno en su propia defensa. Cuando lo hace, tiene que aguardar más de una semana para tener las glándulas completamente llenas para cazar a sus presas. No es tan simple como producir saliva”, afirma Gobbi Grazziotin.
Los expertos coinciden en que es necesario potenciar el estudio e investigación sobre las serpientes. “Nuestra biodiversidad es un gran patrimonio que debe ser conocido no sólo para fines utilitarios [como el farmacéutico] sino que debe ser estudiado desde una perspectiva amplia, holística y ecosistémica”, comenta José María Gutiérrez.
Ese conocimiento ayudará a encontrar cómo mitigar las interacciones negativas del humano con estos reptiles, así como desarrollar medidas de prevención y manejo que permitan tener como prioridad la conservación de las serpientes.
Gutiérrez también enfatiza en el apoyo a la investigación si se quiere continuar avanzando en el estudio farmacéutico de los venenos. Ahora, por ejemplo, es posible utilizar herramientas para, con una pequeña cantidad de veneno, clonar los genes que producen las toxinas sin necesidad de tomar serpientes de sus hábitats naturales. “Eso demandaría un mayor apoyo al desarrollo científico en América Latina en todo sentido. Un mayor apoyo a la comunicación entre la ciencia básica, la ciencia más aplicada, la tecnología y el mundo farmacéutico para aprovechar este conocimiento y el gran arsenal de sustancias fascinantes que son los venenos”, asegura el investigador.
*Imagen principal: Corallus hortulanus. Foto: David Salazar Valenzuela.
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