- El conflicto entre los humanos y la vida silvestre está creciendo en los bosques de niebla en los Andes del norte, en Colombia, agravado por factores como la deforestación causada por la expansión de la agricultura.
- La cacería de la fauna silvestre, como represalia por la depredación del ganado y al robo de cultivos, es un factor importante en la disminución de ejemplares del águila poma y del oso de anteojos, los cuales enfrentan su mayor riesgo de extinción en Colombia.
- En la Cordillera Occidental del departamento de Antioquia, Colombia, una ONG local ha logrado un éxito notable en la reducción del conflicto entre humanos y la vida silvestre en el ámbito local, mediante la promoción del diálogo, la inclusión y la participación comunitaria en los esfuerzos de conservación.
Mayra Parra presiona el botón de “reproducir” en su computadora portátil. El video en la pantalla cobra vida para mostrárselo a la familia Pérez en el pueblo de Abriaquí, en Colombia. Cuando en la imagen aparece un oso de anteojos rascándose la espalda contra un roble imponente, las sonrisas en los rostros de los integrantes de tres generaciones de la familia rápidamente estallan en carcajadas.
Las imágenes de la cámara trampa se tomaron a sólo diez minutos a pie desde la modesta casa de la familia, en el denso bosque que la rodea. Hace tres años, la idea de que reaccionaran con tanta calidez al ver un oso habría sido inimaginable. Durante mucho tiempo, los osos de anteojos (Tremarctos ornatus) habían sido sus enemigos: eran cazados y asesinados sin pensarlo dos veces.
Las sonrisas y carcajadas de la familia Pérez son testimonio del cambio en la forma en que se mira a la vida silvestre en las comunidades de las montañas de la Cordillera Occidental del departamento de Antioquia, en Colombia. Gracias a un pequeño, pero dedicado grupo de conservacionistas, la población local ha comenzado a reconciliarse con la fauna silvestre que llega a sus puertas, y a forjar una nueva relación, basada en la coexistencia y en la conservación.
Trabajadores sociales de los bosques de niebla
Los bosques de niebla en los Andes del norte, en Colombia, son un punto crítico de biodiversidad mundial, albergan una extraordinaria variedad de especies de plantas y de animales que no se encuentran en ningún otro lugar. La región también es un punto crítico para el conflicto entre humanos y la vida silvestre. La rápida expansión de la agricultura ha destruido alrededor del 75 % del bosque, y el resto del ecosistema ha quedado muy fragmentado. La destrucción de los bosques ha empujado a las comunidades rurales y a la vida silvestre a una relación incómoda que fácilmente se convierte en violencia cada vez que esta última amenaza los medios de subsistencia.
El conservacionista local Juan Quiroz recuerda que las cosas se pusieron tan mal a mediados de la década pasada que una solución “parecía imposible”. En ese tiempo, Mayra Parra realizaba investigaciones en el área como estudiante del doctorado en Ciencias Sociales. Parra informó en varias ocasiones al gobierno local sobre el conflicto entre humanos y la vida silvestre, pero no obtuvo respuesta.
En muchos departamentos colombianos, las entidades gubernamentales responsables de la gestión de los recursos naturales, conocidas como “Corporaciones Autónomas Regionales” (CAR), a menudo se hacen de la vista gorda ante los conflictos entre humanos y la vida silvestre, debido a la coordinación limitada, los presupuestos inadecuados y la supervisión deficiente.
“No podía, simplemente, ignorar el problema, así que decidí hacer algo yo misma”, comenta Parra, quien comenzó a trabajar directamente con las comunidades para encontrar alguna forma de reducir el conflicto.
Parra reunió a un grupo de estudiantes voluntarios con ideas afines (provenientes de Medellín, la capital del departamento de Antioquia), y comenzaron a hacer viajes frecuentes (y a menudo arriesgados) a las montañas, para visitar a los pueblos ubicados en los límites de los bosques de niebla. Su objetivo principal era iniciar un diálogo con las comunidades y desarrollar estrategias para abordar el conflicto. En última instancia, sus esfuerzos llevaron a la creación de la Techo de Agua, una organización no gubernamental que integra el esfuerzo colectivo entre las comunidades y el equipo de Parra, a fin de buscar una solución sustentable.
El equipo no perdió tiempo en encontrar su primer objetivo: el águila poma (Spizaetus isidori).
La redención de un ave rapaz
El águila poma es originaria de los bosques montanos de los Andes y está catalogada como En Peligro de extinción por la UICN, la autoridad mundial en conservación de la vida silvestre. Se cree que quedan menos de 1000 ejemplares en la naturaleza. La difícil situación de la especie es particularmente grave en Colombia, donde sólo sobreviven entre 160 y 360 águilas.
El águila, una especie superdepredadora, se alimenta de una variedad de aves y mamíferos de tamaño pequeño o mediano, como agutíes, coatíes, monos y zarigüeyas. Sin embargo, el reino del ave rapaz ha sido usurpado por una frontera agrícola en constante expansión que continúa reduciendo el bosque. Los científicos estiman que el águila ha perdido aproximadamente el 60 % de su hábitat natural en Colombia, un área mínima de 10 000 hectáreas (25 000 acres) de bosque de niebla maduro. La caza excesiva de las presas del águila por parte de los humanos también ha reducido su capacidad de supervivencia, lo que ha provocado que recurra a las tierras de cultivo y al ataque de las gallinas.
El conflicto entre las comunidades y el águila poma suele intensificarse durante la época de reproducción del ave rapaz, de mayo a agosto. Durante esa época, las águilas macho pueden cazar gallinas para mantener a sus parejas y a uno o dos polluelos voraces. Más adelante en el año, las águilas jóvenes e inexpertas que han volado recientemente del nido también pueden dedicarse a atacar aves de corral.
“Hay mucho miedo a las águilas en nuestra región —explica Quiroz—. Los ancianos dicen que una de las razones por las que disparaban a estas aves en el pasado era por la creencia de que arrebataban a los niños pequeños. Pero, hoy en día, la razón principal por la que la gente del campo odia y mata a las águilas se debe a que atrapan gallinas”.
El primer desafío de los conservacionistas se presentó en la localidad de Cañasgordas, donde una cría de águila se había instalado y se había convertido en cazadora habitual de gallinas, entre otras presas.
“Se llevó la mayoría de mis gallinas, los gallos de pelea que tenía amarrados en el patio, la mayoría de las truchas del estanque de peces, y las gallinas y cachorro de los vecinos —cuenta el ganadero local Heriberto Usaga—. Nos estaba causando tanto daño que planeamos dispararle”. Para evitar esto, Techo de Agua presentó un caso convincente a los lugareños, a quienes les pidió una tregua: “Dennos un poco más de tiempo, y lo resolveremos”.
Construyeron varios gallineros “móviles” para brindar una alternativa a las gallinas que deambulan libremente e instalaron malla sombra sobre los estanques de peces para evitar el robo de truchas. Para evitar que el águila merodeara por las granjas, entregaron cornetas de aire como las que usan los espectadores en los partidos de fútbol, una gran mejora con respecto al método tradicional de golpear cacerolas. Gracias a sus esfuerzos, el águila dejó de atacar. Los lugareños le perdonaron la vida.
Rápidamente se corrió la voz y pronto las comunidades vecinas se acercaron a Techo de Agua para que las ayudaran a lidiar con sus propias “águilas problemáticas”. Durante las visitas semanales, el equipo escuchó las preocupaciones de las comunidades e ideó soluciones, a menudo tan simples como construir gallineros (algo para lo que los lugareños no tenían recursos) o distribuir cornetas de aire. Como resultado, en seis comunidades, el conflicto con las águilas ha pasado de ser una ocurrencia semanal a un hecho esporádico, cada pocos meses.
Sobre la base de su éxito, el equipo comenzó a recorrer las escuelas locales y los centros comunitarios. Mediante talleres y presentaciones, enfatizaron la importancia del águila en la delicada cadena alimentaria del ecosistema del bosque de niebla.
La educación medioambiental de las comunidades es un componente esencial en la conservación de las aves rapaces, ya que suelen ser incomprendidas y son percibidas negativamente, según asegura Marta Curti de The Peregrine Fund, organización sin fines de lucro con sede en Estados Unidos, que no está afiliada a Techo de Agua. “No se trata realmente de ir allí y decirle a la gente cómo y qué pensar, sino de brindarle información objetiva, y permitir que forme una conexión con la especie”.
Aun así, la estrategia más eficaz puede ser la inclusión significativa de la población local como participante de la conservación. “Aquí en Antioquia y en muchas zonas de Colombia, la experiencia que tiene la gente con la conservación es que llega un investigador, contrata a algunos asistentes de campo locales, hace la investigación y luego se va, y nunca se lo vuelve a ver”, explica Quiroz. Para combatir esta percepción, el equipo trabaja dentro de las comunidades y enfatiza el papel que estas juegan en la conservación y en la investigación.
Recientemente, Techo de Agua se ha convertido en un socio clave en Red de Custodios de Aves Rapaces, una coalición de organizaciones que recopilan datos de referencia sobre las poblaciones de águilas poma en toda Colombia. A través de esa asociación, las ONG están capacitando a la población local para monitorear las poblaciones de águilas en la Cordillera Occidental, identificar y proteger los sitios de anidación, y manejar y tratar a las aves heridas. “El trabajo que están haciendo con el águila poma es un muy buen ejemplo de dar voz a la población local en la toma de decisiones y de involucrarla, lo que es la forma más efectiva de hacer conservación”, afirma Curti.
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Los aldeanos ahora observan a las águilas a través de binoculares en lugar de hacerlo a través de las escopetas cargadas. En Cañasgordas, donde comenzaron los esfuerzos de Techo de Agua, el ave rapaz que alguna vez fue vilipendiada está convirtiéndose rápidamente en un símbolo del orgullo local. Esta transformación estuvo en plena exhibición en 2022, cuando una enorme águila de papel maché con garras y con alas extendidas desfiló por la ciudad al son de la salsa, durante el carnaval anual.
De enemigo a amigo
“Venían de madrugada y destrozaban mi maizal. Para mí, estos animales eran dañinos; eran mis enemigos”, cuenta Tulio Pérez sobre el oso de anteojos, la única especie de oso nativo de Sudamérica y el carnívoro terrestre más grande del continente.
Frustrado por los osos que asaltaban los cultivos (lo cual afectaba su sustento y subsistencia), Pérez reconoce que les disparaba a aquellos que vagaban cerca de su propiedad y que mató a muchos a lo largo de los años.
Aunque son carnívoros, los osos de anteojos comen muy poca carne. En la naturaleza, se alimentan principalmente de bromelias, corazones de bambú, nueces de palma y frutas. Sin embargo, la deforestación desenfrenada y la fragmentación de los bosques de niebla, combinadas con el cambio climático que altera la distribución estacional de las fuentes típicas de alimento del oso, lo han obligado a buscar alimento cerca de las comunidades humanas.
Clasificada por la UICN como Vulnerable, se cree que la especie está en mayor riesgo de extinción en Colombia debido a la rápida expansión de la agricultura en los bosques de niebla. El país tiene un plan nacional para salvar al oso de anteojos, que incluye medidas para mitigar el conflicto entre humanos y la vida silvestre pero, con frecuencia, su implementación ha sido insuficiente. Después de su éxito con las águilas, Techo de Agua decidió involucrar también a los lugareños con los osos.
Natalia Delgado Vélez, coordinadora de osos de la ONG, dice que debe haber un enfoque empático con la población local en tales situaciones. “Por lo general, son agricultores de subsistencia, por lo que, cuando les tocan los cultivos, esto no sólo afecta los ingresos de las personas, sino también su capacidad para alimentar a sus familias”, explica.
Eso incluye a familias como los Pérez, quienes, después de haber hablado con los conservacionistas y de haber participado en varios talleres, comenzaron a tener un cambio de perspectiva respecto del oso de anteojos.
“Empecé a pensar más en ello y me esforcé mucho por dejar de verlos negativamente. Me tomó mucho tiempo, pero mis ideas cambiaron”, asegura Tulio Pérez. Aunque tales conversaciones han resultado fructíferas, Techo de Agua sostiene que se necesitan esfuerzos más concretos para abordar la raíz del conflicto por completo.
Se están realizando varios intentos para abordar el problema, que van desde técnicas simples, como alentar a los aldeanos a evitar plantar cultivos cerca del bosque, hasta enfoques más creativos, como usar camisetas sudadas como espantapájaros, o esparcir una mezcla de alcanfor, creolina y orina alrededor de los campos para repeler a los osos. Otro método que se está probando es la instalación de dispositivos repelentes de ratas, que emiten un sonido agudo al detectar movimiento.
“Evitar que los osos ataquen los cultivos nunca será fácil, porque ningún método tiene una tasa de éxito del 100 % —afirma Delgado Vélez—. Solo tenemos que seguir experimentando a través de prueba y error”.
Techo de Agua también instaló cámaras trampa en el bosque circundante para monitorear la población de osos. Y, sin requerir demasiada persuasión, la familia Pérez se unió al esfuerzo de conservación. Los videos han demostrado ser una de las herramientas más valiosas para cambiar la percepción local sobre los osos de anteojos, al revelar sus peculiaridades y personalidades individuales.
“Antes no me preocupaba por ellos; no parecían tan importantes. Pero, después de haberlos observado, entendí que son importantes para el equilibrio del ecosistema y que cada animal es un individuo con una historia”, confiesa Daniel Pérez, hijo de Tulio. Este es un ejemplo de “ecosensibilización”, según Parra, un enfoque que “fomenta el cultivo de la empatía por la vida silvestre y por el medioambiente”.
Aun así, la convivencia no siempre es fácil. El compromiso de la aldea se puso a prueba recientemente cuando un oso mató a un perro mascota. En ese caso, afortunadamente, prevaleció la paz.
“Nunca más podría lastimar ni matar a un oso porque ahora, después de haberlos monitoreado y de haberlos conocido, los considero viejos amigos”, concluye Tulio Pérez, a modo de testimonio de afecto por la especie animal que una vez despreció.
Rhianna Hohbein, investigadora que ha estudiado los desafíos de la conservación del oso de anteojos en Colombia, dice que las organizaciones locales pueden desempeñar un papel importante en la prevención de conflictos.
“Por lo general, comprenden mejor la preocupación de la población local, lo que les permite identificar e implementar programas que se adapten al contexto local —explica Hohbein. Esto significa que pueden responder rápidamente a los problemas a medida que ocurren, y especializarse en resolver conflictos de una manera que beneficie tanto a las personas como a la especie”.
Si bien la eliminación total del conflicto entre humanos y osos en la Cordillera Occidental puede resultar imposible, los esfuerzos del equipo pueden sentar las bases para reducir significativamente tales conflictos en el futuro.
Sin embargo, cuando se trata de abordar el conflicto con otra especie “problemática”, las cosas no han ido tan bien.
Los pumas y la gente
A pesar de los éxitos logrados en la reducción de conflictos con osos y con águilas, Techo de Agua ha enfrentado su desafío más formidable hasta el momento con el puma (Puma concolor). El gran felino, clasificado como Casi amenazado en Colombia, es despreciado en muchas comunidades y perseguido, debido a las percepciones sobre los riesgos que representa para la vida humana y su hábito de depredar ganado vacuno y aves de corral.
Los talleres y las campañas de divulgación hasta ahora han tenido un progreso lento en cambiar las opiniones negativas sobre el felino, que se han mantenido durante mucho tiempo. Muchas personas locales que se han apasionado por la conservación del águila y del oso todavía odian a los pumas, según considera Natalia Delgado Vélez.
Los debates en curso sobre la búsqueda de soluciones al conflicto también han resultado difíciles. Según Delgado Vélez, no existe una solución milagrosa para reducir el conflicto con el puma, que implica una costosa combinación de muchos métodos, desde mejoras en el manejo del ganado hasta el mantenimiento de corredores de hábitat.
A pesar de estos formidables desafíos, Parra permanece imperturbable y esperanzada: “Lo que hemos aprendido con nuestro trabajo aquí es que, cuando hay un diálogo abierto y se incluye a las comunidades en la conservación, todo lo demás encaja naturalmente”.
* Imagen del banner: Un oso de anteojos. Imagen cortesía de Denis Alexander Torres.
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