- Desde el 2020, más de 40 mujeres kichwas se organizaron para defender su territorio y expulsar a la minería en la Amazonía ecuatoriana. Así nació Yuturi Warmi, la primera guardia indígena liderada por mujeres en la región.
- El objetivo principal del grupo es la vigilancia física del territorio, pero también la protección de la cultura, la ancestralidad, la lengua, la educación y la salud.
Las picaduras de las hormigas yuturi (Paraponera clavata) duelen como lanzas. Estos insectos también conocidos como “congas” son pacíficos, pero no dudan en defenderse cuando su territorio se ve amenazado. Así son también las mujeres kichwas de la Amazonía ecuatoriana: dentro de la selva, protegen lo que les pertenece y no permiten que nadie entre a su casa sin permiso.
En Serena, comunidad indígena ubicada a orillas del río Jatunyacu, en el Alto Río Napo, las mujeres se opusieron a la entrada de empresas mineras. Desde entonces, se nombran Yuturi Warmi —mujeres-conga hormiga— y son la primera guardia indígena liderada por mujeres kichwas en Ecuador. Durante el 2020, más de 40 integrantes se organizaron contra toda forma de intromisión en su territorio, la contaminación de sus ríos y la destrucción de la selva.
“Las hormigas yuturi son muy grandes, fuertes y bravas. Sus espinas son sus lanzas, como las que nosotras tenemos”, describe Elsa Cerda, presidenta de la organización. Aunque su primera intención era estar juntas para trabajar como artesanas y generar ingresos económicos para sus familias —explica la lideresa—, una vez que vieron a su territorio y la naturaleza en peligro, no se quedaron quietas y salieron a defenderlo.
Los principios de Yuturi Warmi están fundados en la premisa de que las mujeres indígenas tienen una visión más integral de la defensa del territorio. Sus ejes de trabajo como guardia no solo incluyen la vigilancia física de la tierra, sino también aspectos como la cultura, la ancestralidad, la lengua, la educación y la salud.
Los retos a la orilla del Jatunyacu
En febrero del 2020, la cuenca del río Jatunyacu, en el Alto Río Napo, fue concesionada a una empresa minera. Elsa Cerda recuerda que la concesión estaba pactada para permanecer durante una década, sin embargo, en un año lograron sacarla del territorio.
“En ese año, se nos vino la maldad de los daños a nuestro territorio. Aunque fue en un pedacito, vimos que era fatal. Nos estaban sangrando realmente”, afirma la lideresa kichwa. Luego llegaron otras empresas y mineros ilegales para intentar incursionar en el mismo territorio y extraer oro aluvial. Hubo intentos de convencer a sus líderes de vender las tierras, pero no prosperaron. Aquella primera experiencia le bastó a la comunidad para oponerse a cualquier intento de explotación.
“Con ese poquito daño que nos hicieron, recapacitamos para poder estar en resistencia”, agrega Cerda. “Estábamos reunidas, me paré al frente y les dije: ‘Mujeres, ¿qué hacemos? ¿Trabajamos o no?’ Al principio, éramos 14 mujeres y así sacamos a los empresarios de las mineras. Les dijimos —recuerda la defensora— que este es nuestro territorio y aquí nosotras ordenamos. No fuimos con pistolas, simplemente, con la fuerza y la rabia de nuestras palabras, con nuestras propias herramientas que son los palos. Fuimos con ellos y les dijimos: ‘Tienen dos segundos para salir de esta comunidad. En caso contrario, no vamos a responder por las cosas que pasen aquí’”.
Otra barrera a librar fue el machismo dentro y fuera de la comunidad. Era común que las llamaran “locas” y que dijeran que lo suyo no duraría mucho. Que lo mejor era que volvieran a sus casas a atender a sus maridos y a sus hijos. Los hombres no tardaron mucho en darse cuenta de que la lucha era por un bien colectivo.
“Hemos visto que los hombres, como dirigentes, negocian muy fácil. Nosotras no, somos bien estrictas en lo que hacemos y queremos. No es fácil que quebranten nuestra identidad como mujeres. Hoy en día, hemos llegado a concientizar a los hombres, hemos trabajado juntos y ahora son ellos los que nos apoyan. Es un error que habían cometido y ahora están detrás de nosotras. Ahora somos más fuertes”, afirma la presidenta.
Por su firmeza, entre las mujeres conga-hormiga, Elsa Cerda es llamada comandanta. “Ella es una mujer muy fuerte. Decimos que es nuestra comandanta, porque es la líder de todo el grupo y es quien está al frente de toda esta lucha”, dice María José Andrade Cerda, de 28 años, una de las integrantes más jóvenes de Yuturi Warmi.
Majo, como también la llaman entre sus compañeras, explica que la vida en Serena cambió drásticamente desde la llegada de la minería. “Nosotras estamos organizándonos en contra del ataque sistemático que estamos viviendo con la minería ilegal, porque todas las formas de minería en la provincia de Napo son ilegales”, asegura.
Se ha perdido la paz, afirma, y la noción de vivir con tranquilidad en el territorio. “Ahora estamos en constante vigilancia de que los mineros, los operarios y los agentes de la empresa minera no lleguen y traten de conversar con el presidente, con las familias o con otros dirigentes”, agrega Andrade Cerda.
El extractivismo ha afectado en múltiples formas. Incluso, en las comunidades río abajo, los supays —los espíritus de la selva— no están tranquilos. Se dice que a Atacapi, la boa de siete cabezas en la cosmovisión kichwa, se le ha visto por ahí, en la comunidad de Shandia. “Las comunidades dicen que las boas grandes están subiendo, porque la profundidad del río no es la que necesitan. Decimos que las boas suben porque el agua está caliente, porque se siente diferente por las operaciones mineras, por todo lo que desfogan, por la contaminación. Todo eso altera también la forma de vida de los espíritus del agua. Eso nos afecta en nuestra manera de sentirnos en el territorio”, dice Andrade Cerna.
Además, más abajo en el río, también son visibles los cambios de color en el agua. “Los niños y todos los que utilizamos el agua y nos bañamos en el río sentimos esa diferencia. Es una cuestión que nosotros, como pueblo que ha vivido cerca del río, sabemos e interpretamos. Cuando hay contaminación, nosotros sentimos, no solo en nuestro aspecto físico, en la piel, sino de una manera espiritual”, describe la guardia indígena.
La vigilancia del territorio y la cultura kichwa
Una vez al mes, las Yuturi Warmi recorren los linderos del territorio. Es pequeño, dice Elsa Cerda: “Entre 800 y 1000 hectáreas. Vigilamos que nadie entre, nos comunicamos y trabajamos juntas”. Luego vuelven a la comunidad para continuar su trabajo como artesanas, pues Yuturi Warmi también funge como una asociación.
“Cuando llegan amigos y organizaciones, exponemos nuestras artesanías, porque no solo defendiendo vamos a vivir, no tenemos un apoyo. Yo les dije a mis compañeras que vamos a defender, pero también vamos aprender a tejer artesanías inspiradas en la selva; ese es nuestro sustento”, agrega Cerda.
Esta lucha de las mujeres kichwas también es por proteger y compartir su ancestralidad con las juventudes y que sean ellas quienes se encarguen de que su cultura siga viva.
“En la guardia indígena tenemos tres adultas mayores. De ahí nosotras aprendemos mucho, nos enseñan a hacer medicina natural, a contar cuentos, historias y mitos. Nos dedicamos a escuchar esas historias que nos mueven, como si estuviéramos en un mundo de sueño, de fantasía. Es una unión bien grande y muy linda entre las jovencitas y nosotras”, explica Elsa Cerda.
Majo Andrade coincide: la lucha de defensa del territorio no sería igual sin la guía de sus ancestras. Serena se fundó con cuatro grandes familias y por eso todos son “muy primos, muy hermanos”. A la comunidad únicamente le quedan tres mujeres sabias con vida. Ellas son pilares, se les respeta y se les escucha con atención. Ellas son las guardianas de la lengua kichwa.
“La relación que hemos tenido entre todas ha sido de apoyo, de comunicación, de poder hablar. Nos alentamos mutuamente. Las mujeres jóvenes entendemos que gracias a toda la sabiduría que tienen nuestras ancestras, nuestras abuelas, podemos seguir compartiendo. Estamos muy interesadas en aprender las prácticas y tradiciones ancestrales. Nosotras nos sentimos orgullosas de pertenecer a nuestro pueblo, de decirles a nuestras madres que ya no tengan vergüenza, que no nos escondamos por el hecho de ser indígenas”, sostiene Andrade.
Todas estas bases, en su conjunto, concluyen en que la lucha antiminera es una lucha colectiva, que no se logra solo dentro de la comunidad, sino también con un trabajo en conjunto con las organizaciones indígenas a las cuales Yuturi Warmi pertenece.
“En este caso, la Federación de Organizaciones Indígenas del Napo (FOIN) y también con los colectivos de las ciudades que han estado muy atentos y activos con todo lo que se hace”, agrega María José Andrade.
Así han logrado, al menos, dos hitos importantes. El 14 de febrero del 2022, un operativo incautó la maquinaria que estaba en el sector de Yutzupino. Andrade Cerda recuerda que fueron más de 150 máquinas retroexcavadoras retiradas junto con los mineros del sector.
Su segundo logro fue en la Corte Provincial. Luego de una demanda colectiva, se dictó una sentencia parcialmente favorable que reconocía la vulneración de los derechos de la naturaleza. Sin embargo, los derechos de los pueblos indígenas sobre el territorio no fueron reconocidos.
“Dentro de esta misma sentencia parcialmente aprobada, recientemente se logró que la Corte dictamine que se debe cumplir la restauración y reparación del sector dañado. Pero eso no ha ocurrido todavía. Lo único que logramos a través de la sentencia es que se destituyó a los ministros competentes que no hicieron todo el proceso de restauración”, explica Andrade Cerda.
La búsqueda de la expulsión minera es una constante. Una batalla que libran a diario. Por ello las Yuturi Warmi se han encargado de divulgar la información sobre la presencia de los mineros a través de redes sociales, también envían informes a las autoridades, participan en encuentros para alertar a la comunidad internacional y, sobre todo, buscan crear conciencia sobre la urgencia de mantener a la selva viviente en pie.
“Cada árbol, las montañas, los ríos y las piedras son sagradas, tienen poderes. Todo tiene vida y estamos conectados. En los árboles encontramos la medicina, la cura de nuestras enfermedades. Por eso le llamamos la selva viviente y, con todo ese daño, la selva grita pidiendo auxilio”, dice Elsa Cerda.
La meta —agrega la defensora— es integrar a más mujeres de diferentes comunidades y compartirles su mensaje: proteger, reforestar y no vender la selva es esencial, porque se trata de su propia vida.
“Queremos decirles que las mujeres sí podemos salvar nuestro territorio”, concluye Cerda. “Queremos decirle al mundo entero que la comunidad de Serena y la guardia indígena Yuturi Warmi estaremos protegiendo la selva hasta que así lo amerite Dios, con todas las mujeres en lucha”.
*Imagen principal: Yuturi Warmi, la primera guardia indígena liderada por mujeres kichwas en Ecuador. Elsa Cerda, su presidenta, al centro. Foto: Yuturi Warmi
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