- En esta sección, Killeen nos explica cómo la palma aceitera se cultiva de diferentes formas en los países antes mencionados.
- Por un lado, tanto Ecuador como Colombia tienen su producción alejada de la Amazonía; mientras que Brasil y Perú sí cultivan palma en ella.
- En la mayoría de los casos, el cultivo se realiza en zonas ya deforestadas previamente, pues es un cultivo muy antiguo y de los más rentables por su estabilidad en los precios internacionales.
- Actualmente, muchos agricultores y empresarios están apostando por la deforestación cero, ya que ello les permite entrar a mercados que exigen certificaciones más competitivas.
Colombia
Es el mayor productor de aceite de palma de América Latina, con cerca de 450.000 hectáreas para el 2020, y otras 100.000 hectáreas inmaduras que ampliarán la producción en aproximadamente 20% durante los próximos años. En 2019, el sector generó 5.000 millones de dólares de ingresos brutos y aportó 150.000 puestos de trabajo. El sector aceitero es relativamente diversificado donde la mayoría de los productores industriales apoyan activamente a los productores independientes y minifundistas. En ese sentido, se encuentran organizados a través de la Federación Nacional de Cultivadores de Palma de Aceite (FEDEPALMA), y gozan de un servicio de extensión e investigación altamente competente a través de la Corporación Centro de Investigación en Palma de Aceite (CENIPALMA).
Los pequeños agricultores representaban hasta el año 2000 una minoría de la superficie cultivada en Colombia. Por ello, el gobierno puso en marcha las Alianzas Productivas, iniciativa que apoya la colaboración entre asociaciones de pequeños agricultores y productores a escala industrial. Al inicio del programa, en 1999, se estimaba que existían 390 agricultores de menos de 20 hectáreas. Para el 2015, casi 55.000 familias participaban en la iniciativa. Se espera que este programa se amplíe a corto plazo como parte de los esfuerzos por ofrecer oportunidades económicas a personas desplazadas que residen, o residieron, en zonas de conflicto.
En Colombia hay cuatro grandes regiones de palma aceitera y ninguna de ellas está ubicada en la Amazonía. Aproximadamente el 50% de los sembradíos del país se han consolidado en zonas que fueron transformadas por la actividad humana hace mucho tiempo. De este total, el 5% se encuentra en la costa del Pacífico con evidente deforestación; mientras que la conversión de la vegetación natural de sabana ha precedido a la mayoría de las plantaciones establecidas en los Llanos del Orinoco.
Esta región, adyacente a la cuenca del Amazonas, tiene un hábitat de sabana comparable en líneas generales al bioma del Cerrado del centro de Brasil. Curiosamente, el sector aceitero colombiano se promociona a sí mismo como libre de deforestación. Pero esta afirmación ignora el cambio en el uso de la tierra y la degradación medioambiental que acompaña la expansión en los Llanos del Orinoco, que ahora representa alrededor del 40% de todo el aceite de palma producido en Colombia.
Pese a este volumen, no existe ni una plantación a escala industrial ubicada en Caquetá, emprendimiento que ha batallado por sobrevivir en una región conocida más por la cría de ganado que por ser centro de conflicto armado y la producción de drogas ilícitas. Ello pese a que,tanto Caquetá como las áreas cercanas de Putumayo y Guaviare tienen climas y tierras apropiadas para la palma aceitera. Solo en Caquetá, existen más de 1,2 millones de hectáreas de pastizales degradados que ofrecen una oportunidad única para expandir el cultivo de palma aceitera con resultados ambientales y sociales netos positivos.
Las plantaciones hechas en pastizales degradados secuestran carbono y restauran la funcionalidad de la evapotranspiración, como también son económicamente mucho más productivas que los propios establecimientos ganaderos. Dado que en la región existen propiedades relativamente extensas, éstas constituyen una buena oportunidad para las empresas que deseen establecer nuevas plantaciones. Sin embargo, toda clase de inversión en esa área ha estado reprimida durante mucho tiempo debido al conflicto civil, aunque el proceso de paz y reconciliación ofrece una apertura para la expansión de la industria en la región.
Los productores ubicados en las zonas con alta pluviosidad deben hacer frente a la constante amenaza de una grave enfermedad vegetal que afecta a las sembradíos de toda Sudamérica. Esta enfermedad ha provocado la desaparición masiva de plantaciones de palma aceitera en la costa del Pacífico, tanto en Colombia como en Ecuador, lo que demuestra el riesgo real de fracaso inherente a cualquier sistema de producción de monocultivos en el que las plantas cultivadas son genéticamente idénticas.
Ecuador
Dicho país tiene el sector de aceite de palma más equitativo socialmente del mundo, donde del 85% de plantaciones están en manos de productores independientes y pequeños propietarios. Esta tendencia se acentuará aún más en el futuro, puesto que los pequeños propietarios han aumentado la superficie cultivada en la última década, mientras que la superficie gestionada por las grandes empresas se ha reducido debido a las infestaciones por enfermedades.
En el 2020, existían aproximadamente 6.800 agricultores de palma aceitera y 50.000 empleos directamente relacionados con el sector, donde otros 100.000 se benefician indirectamente de la producción. Uno de los aspectos más inusuales es la diversidad de su sector extractivo, donde 30 molinos independientes son de propiedad de empresarios que empezaron inicialmente como cultivadores independientes. Con el tiempo, han diversificado sus negocios invirtiendo en plantas de mediana escala, y en su capacidad de molienda combinada equivale a la de las grandes empresas. Es significativo resaltar que los molinos independientes son los que proveen servicios a los pequeños productores y cultivadores independientes que dominan el sector en Ecuador.
La mayor parte de las 410.000 hectáreas plantadas en Ecuador están situadas en las tierras bajas de la costa del Pacífico, donde los costos de transporte hacen que los productores sean más competitivos en los mercados de exportación, y donde los bananeros han ido diversificando sus sistemas de producción. Las provincias amazónicas de Sucumbíos y Orellana son zonas importantes para la producción, con planes de expansión futura que ocupan un lugar destacado en la estrategia de desarrollo nacional.
Actualmente, existen alrededor de 18.500 hectáreas operadas por dos empresas que se establecieron en la década de los 80 a través del modelo estándar de deforestación. Desde el 2018, existe una planta aceitera de palma independiente que está generando asociaciones con pequeños propietarios afincados en aproximadamente 58.000 hectáreas en el área amazónica de Ecuador. Allí, cada agricultor posee un promedio 40 hectáreas y persigue un modelo de producción diversificado que incluye café, cacao, ganado y cultivos de subsistencia, así como remanentes de bosque y tierras en barbecho.
Estos productores adoptan cada vez más la palma aceitera por su rentabilidad, pero también por la estabilidad económica que ofrece al producir durante todo el año. En la práctica, esto significa recibir el pago cada dos semanas de parte de la aceitera, lo que supone un poderoso incentivo para una familia de bajos ingresos.
Perú
Las primeras plantaciones de palma aceitera en este país se instalaron en la década de los años 70 por una empresa estatal cerca del pueblo de Tocache, en el valle del Alto Huallaga del departamento de San Martín. Pronto se establecieron plantíos similares cerca de Pucallpa, en la provincia de Ucayali, y entre Tarapoto y Yurimaguas, en el valle del Bajo Huallaga. La mala gestión económica, unida a disturbios civiles, llevó finalmente a estas empresas estatales a la quiebra; a cambio, dejaron plantaciones e infraestructura de molienda que son partes importantes de la actual cadena de suministro de aceite.
Cada área productiva alberga hoy a pequeñas empresas propiedad de agricultores, recibidas como indemnización por despido cuando la empresa estatal se declaró en quiebra a mediados de la década de los 80. El crecimiento del sector minifundista se estancó entre los años 1990 y 2010, a pesar de las continuas inversiones de agencias internacionales de desarrollo que veían al sector como una alternativa viable a otros cultivos de carácter ilícito.
La política de biocombustibles adoptada por el Gobierno en 2008 generó una nueva fase al motivar a los agricultores a ampliar su producción, y atrajo a nuevos inversores y empresarios independientes de mediana escala, antes inexistentes, que han establecido su presencia en áreas dominadas previamente por pequeños propietarios. Al igual que en Ecuador y Colombia, algunos de ellos son pequeños propietarios exitosos que han ampliado su producción comprando más tierras; mientras que otros son inversores urbanos que buscan rentabilidad a largo plazo.
En 2017, miembros de distintas asociaciones de agricultores locales cultivaban unas 33.000 hectáreas, para suministrar el 40% de aceite de palma de Perú. Al mismo tiempo que el Estado peruano introducía la palma aceitera en Tocache, una de las mayores empresas privadas del país -el Grupo Romero- estableció una plantación y un complejo de molinos en el mismo lugar. Esta empresa también sufrió los disturbios económicos y civiles de las décadas de los años 80 y 90, pero sus propietarios perseveraron y ahora son el mayor productor de aceite de palma de Perú a través de su filial Grupo Palmas.
Esta empresa familiar produce dos plantaciones a escala industrial, así como instalaciones de procesamiento de las mismas proporciones. La primera es Palmas de Espino, de 12.000 hectáreas y ubicada en Tocache; y la segunda es Palmas de Shanusi, de 10.000 hectáreas y situada entre Tarapoto y la ciudad portuaria amazónica de Yurimaguas.
Originalmente, casi la totalidad de las plantaciones originales de pequeños propietarios se estableció a través de la tala directa de bosque primario durante los años 80 y 90. Posteriormente, se expandieron mediante la conversión de pastos, tierras de cultivo ociosas y bosque secundario, así como la tala de parcelas de bosque remanente. En el caso del Grupo Palmas, la gran mayoría de sus 23.000 hectáreas de plantaciones se consolidaron mediante la tala directa de bosque natural primario, donde aproximadamente 9.000 hectáreas se lograron en esas décadas en el área de Tocache.
Más recientemente, entre 2005 y 2013, la tala directa también precedió al establecimiento de Palmas de Shanusi. Esta última expansión fue impugnada ante la justicia por defensores del medio ambiente generando una importante controversia. No obstante, la empresa se impuso en el proceso judicial ya que habría tramitado sus permisos a través del Ministerio de Agricultura aplicando la Ley de Uso de Suelo, donde el Tribunal del caso determinó que tenía prioridad sobre las directrices establecidas por el Ministerio del Ambiente.
Hay un cuarto actor importante en la industria del aceite de palma de Perú: el Grupo Melka, una corporación que representa (o representaba) a un grupo de inversores con conexiones en el sudeste asiático. Esta empresa intentó establecer en 2013 dos plantaciones ubicadas en la Provincia de Coronel Portillo, en la región de Ucayali. A diferencia del Grupo Romero, tuvieron menos éxito utilizando los procesos legales y regulatorios del Perú para legitimar sus plantaciones, y en 2017 abandonaron el proyecto.
El fracaso del Grupo Melka, que representa una pérdida financiera significativa, puede señalar el fin de los intentos de consolidar plantaciones de palma aceitera a escala industrial a expensas de la masa forestal en la Amazonía peruana. En ese sentido, el Grupo Palmas ratificó esta nueva realidad cuando adoptó públicamente la política de no deforestación en abril de 2017, presumiblemente basándose en su evaluación del riesgo empresarial asociado a la deforestación y en el deseo de aumentar las exportaciones a los mercados norteamericano y europeo.
Brasil
El primer cultivo de palma aceitera fuera de África tuvo lugar en Bahía, introducido como cultivo alimentario hace más de 400 años. En la actualidad, existen alrededor de 54.000 hectáreas de palma aceitera diseminadas por los municipios costeros de Bahía, y cultivadas en parcelas que rara vez superan las 10 hectáreas. Estos productores abastecen la mayor parte del consumo nacional de dendé, nombre que recibe el aceite de palma rojo crudo que es ingrediente de muchas recetas tradicionales de la cocina brasileña.
El aceite de palma a escala industrial se concentró durante la década del 70 en el estado amazónico de Pará, creando una moderna industria aceitera en respuesta a la estrategia geopolítica de Brasil de poblar y desarrollar la Amazonía. La producción en Pará creció de forma constante durante las tres siguientes décadas, con un promedio del 3% anual hasta 2007. Pese a ello, en los últimos 10 años, la superficie cultivada creció rápidamente: pasó de 55.000 hectáreas en 2010 a más de 165.000 hectáreas en 2019.
Al igual que en otras regiones de Sudamérica, Pará tiene una combinación de grandes, medianos y pequeños agricultores. Allí dominan los productores a gran escala y pueden estratificarse en tres subcategorías: grandes, de 2 a 4 mil has; muy grandes, de 5 a 10 mil has; y masivos, mayores a 35 mil has. De los tres productores masivos existentes, Agropalma es la empresa que ha crecido respetando el medio ambiente desde su fundación en los años 80. Las otras dos empresas, Belem Bioenergía Brasil y Biopalma da Amazônia, fueron creadas en 2011 por dos de las mayores empresas de Brasil, Petrobras y Vale, cuando el Gobierno Federal promovía el biocombustible como componente de su estrategia nacional de energía y desarrollo rural.
La agronomía y logística complicaron ambas operaciones, donde ninguna de las empresas pudo producir volúmenes significativos hasta 2018. Igualmente, la economía de los biocombustibles se vio socavada por la caída de precios en el mercado de combustibles fósiles después de 2015. Por tales motivos, ambas empresas matrices, (Petrobrás y Vale) se desprendieron de sus intereses en 2019 y 2020 con una pérdida estimada en más de 1000 millones de reales cada una. Ambas fueron adquiridas por Brasil Biofuels, empresa emergente que cultiva palma aceitera como suplemento de biodiésel para plantas de generación térmica en Roraima, Acre y Rondônia y Amazonas. Actualmente es el mayor productor de palma aceitera de América Latina, con más de 63.000 hectáreas, y suministra aceite vegetal a centrales eléctricas de municipios físicamente aislados de la red energética integrada de Brasil.
Las grandes corporaciones brasileñas de aceite de palma han seguido la estrategia de recibir la materia prima de parte de pequeños agricultores y productores independientes, esfuerzo que ha contado con el apoyo proactivo del gobierno brasileño a través de dos programas: Programa Nacional de Fortalecimento da Agricultura Familiar (PRONAF), que aporta asistencia técnica y préstamos en condiciones favorables a los pequeños agricultores, y la Produção Sustentável de Óleo de Palma (PSOP), que ha proporcionado incentivos fiscales a empresas y préstamos en condiciones favorables a los pequeños y medianos agricultores desde 2010.
A pesar de estos programas, los esfuerzos para ampliar la producción de los pequeños agricultores se han enfrentado a muchos retos, la mayoría de ellos relacionados con la falta general de capacidad técnica y múltiples problemas con el acceso a créditos.
Antes del año 2000, casi toda la expansión se generaba mediante la tala de bosques; no obstante, todos los productores de Pará han puesto fin a estas prácticas y han adoptado una política de deforestación cero. Agropalma ha informado de que el 45% de la superficie total de sus plantaciones se lograron mediante la tala de bosques. El cambio de prácticas se debe, en parte, a normas reguladoras para garantizar que la producción de aceite de palma para biocombustibles evite la deforestación, pero también a que los productores brasileños pretenden competir en los mercados extranjeros ofreciendo aceite de palma certificado, con identidad preservada y libre de deforestación.
Imagen principal: En Ecuador, así son los caminos de las plantaciones de la empresa de la palma aceitera Palpailon S.A., en San Lorenzo. Crédito: Julianne A. Hazlewood.
“Una tormenta perfecta en la Amazonía” es un libro de Timothy Killeen que contiene los puntos de vista y análisis del autor. La segunda edición estuvo a cargo de la editorial británica The White Horse en el año 2021, bajo los términos de una licencia Creative Commons – Licencia CC BY 4.0).