- Cuando un ecosistema es deforestado o degradado muchas veces se habla de reforestar las áreas afectadas, sin embargo, los expertos aseguran que lo primero es diseñar un plan que permita la verdadera recuperación del ecosistema.
- La reforestación está estrechamente relacionada con la silvicultura y la productividad de los bosques. La restauración, por su parte, es un concepto ligado a la ecología, que busca regresar un ecosistema dañado, alterado o degradado a un estado cercano a como era antes de haber sufrido el daño.
Colombia comenzó el 2024 con la propagación de incendios en regiones de páramos, ecosistemas vitales por la biodiversidad que los caracteriza y, en especial, por ser generadores de agua. En el nororiente del país, por ejemplo, el páramo de Berlín, en el municipio de Tona, Santander, ardió durante 48 horas y más de 400 hectáreas quedaron calcinadas, entre ellas las correspondientes a un valle de frailejones, especie icónica del país.
Después del fuego comenzaron a tomar fuerza iniciativas de reforestación en las zonas afectadas. Incluso, las Fuerzas Armadas se unieron a esta tarea. Algunas propuestas ciudadanas plantearon el sembrar árboles en los páramos, cuando en este ecosistema predominan los arbustos y los pastos.
Estas acciones bienintencionadas alertaron a biólogos y ecólogos quienes advirtieron que la reforestación, lejos de ayudar, podría afectar la recuperación de estos ecosistemas.
El Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt, autoridad en temas de biodiversidad en Colombia, tuvo que publicar un comunicado en el que aclaró que “no todo se soluciona plantando árboles. Arbustos y hierbas son claves en la retención del suelo quemado, éste queda desnudo y se puede erosionar rápido con las lluvias y vientos”.
Robert Hofstede, biólogo con doctorado en Ecología de Páramos y quien ha trabajado durante décadas con este ecosistema en Colombia y Ecuador, menciona que “en general, el páramo es un ecosistema que responde muy bien a la regeneración porque tiene un banco de semillas muy grande, con una capacidad muy rápida de colonizar áreas después de cualquier disturbio importante. Cualquier incendio afecta mucho al páramo. No es que el incendio ayude, pero después del fuego hay un buen escenario para que todo este banco de semillas que está en el suelo, e incluso en las hojas muertas, encuentre espacios abiertos en donde germinar”, asegura.
Es por ello que Hofstede considera que, en el corto plazo, no es recomendable intervenir el páramo con reforestación, sino proteger y aislar la zona para que se regenere naturalmente. Para él, hay grandes diferencias entre sembrar árboles y plantas, e intentar que un ecosistema recupere su equilibrio y funciones.
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Reforestar no es restaurar
Cada vez que hay incendios, tala o cualquier actividad que afecta a bosques y otras coberturas naturales, se empieza a hablar de dos procesos que la gente tiende a asumir como sinónimos: reforestación y restauración.
Sin embargo, los expertos explican que se trata de temas muy diferentes. El primero se refiere sólo a la siembra de árboles, mientras que el segundo hace referencia a la recuperación y rehabilitación de un ecosistema dañado, alterado o degradado, tratando de llevarlo a su condición original, o por lo menos, a un estado cercano a como era antes de haber sufrido el daño.
Clara Solano, bióloga y directora de la Fundación Natura, comenta que la reforestación es un concepto que viene del siglo pasado, motivado principalmente por el auge de la industria del papel y la madera, y muy ligado a la silvicultura, disciplina que trabaja en el manejo de los bosques y su productividad.
“La reforestación surge de todo un movimiento de ingenieros forestales que empieza en la década de los sesenta, cuando se invierte una gran cantidad de recursos para identificar protocolos de propagación de especies maderables muy finas, pues era más fácil sembrarlas en sitios controlados que extraerlas, por ejemplo, del norte de Rusia, las zonas más lejanas de Canadá o de lo profundo de la selva amazónica”, comenta Solano y agrega que, años más tarde, en países como Colombia se introdujo el concepto de reforestación protectora, “donde se empieza a hablar de sembrar árboles para proteger principalmente cuencas hidrográficas, emulando el modelo de siembra de una plantación productiva”.
Por su parte, la restauración de ecosistemas es una disciplina que empieza a desarrollarse hacia la década de los ochenta y que, para Hofstede, va más allá de la reforestación, pues no se trata sólo de ir al lugar afectado para ver qué sobrevivió y plantar la misma cantidad de plantas que se perdieron. El experto menciona que en la restauración se necesita analizar muy bien la ecología del ecosistema y de cada especie, “para recuperar de alguna forma la funcionalidad ecológica. Reconstruir es imposible, no es como una pintura que se dañó y que puedes volver a pintar exactamente igual a como era antes”, enfatiza.
Solano agrega que la restauración integra conocimientos de fauna, de atmósfera, de suelo y de recursos hídricos, para tratar de comprender cómo funciona un ecosistema y luego simular cómo se puede recuperar cuando se ha perdido. “La restauración es como la ciencia de la medicina, pero aplicada a los ecosistemas”, dice.
La directora de la Fundación Natura también menciona que la reforestación sólo considera la flora y está enfocada en sistemas forestales, mientras que la restauración es mucho más amplia, porque allí tienen cabida ecosistemas marinos, oceánicos, litorales, humedales, sabanas, bosques de todo tipo y hasta desiertos. “Además, la restauración tiene que identificar el grado de daño del ecosistema que estás intentando restaurar, recuperar o rehabilitar”, indica Solano.
Los expertos coinciden en que el concepto de restauración es extremadamente amplio y usualmente se habla de dos modalidades: pasiva y activa. De acuerdo con Hofstede, la primera consiste en proteger el área “y que la naturaleza haga su trabajo”, mientras que en la activa se introduce material vegetal e incluso animales en la zona afectada.
“Ahora se está teniendo una visión de restauración del paisaje, donde no sólo se involucran las restauraciones pasiva y activa, sino también agroforestería y hasta la participación de la comunidad”, explica el experto.
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El primer año es decisivo
Robert Hofstede ha dedicado gran parte de su vida académica a estudiar ecosistemas de páramo, y asegura que la dispersión de semillas en la mayoría de plantas de páramo se da a través del viento y que, a pesar de que muchas de ellas se queman, el pequeño porcentaje de semillas que sobreviven, “que siguen siendo miles”, encuentran espacios abiertos en los cuales germinar. Además, algunos frailejones y pajas rebrotan.
“Cuando te metes de inmediato al páramo para plantar después de un incendio, le sumas un nuevo disturbio al suelo. Puede ser que en el afán de sembrar nuevas plantas se pisoteen miles de otras plantas diminutas que ya están empezando a crecer allí”, afirma Hofstede.
Clara Solano añade que muchas veces, después del incendio, el suelo sigue ardiendo sin que los focos de calor sean visibles. Comenta que ese fue el caso de los cerros orientales de Bogotá, donde el fuego al nivel del suelo duró un mes y no estaba totalmente extinto a pesar de las lluvias. “Aunque no se vea la llamarada, hay fuego y hay calor en un sistema de bosque que ha sido quemado”.
Entonces, ¿cómo se debe actuar? Hofstede asegura que en la restauración de páramos, lo primero que se debe hacer es analizar la capacidad de regeneración del ecosistema, luego se debe monitorear el área para comprobar qué especies se están regenerando y, finalmente, hacer una buena evaluación para determinar sí el páramo necesita ayuda con la introducción de algunas especies. Según dice, el último recurso en el que se debe pensar es en la siembra.
El experto indica que el primer año después del incendio del páramo es crucial para tomar decisiones, y comenta que a los seis meses es recomendable regresar a la zona porque mucho material vegetal, que aún permanecía en el suelo, ha sido arrastrado por las lluvias y el suelo queda más descubierto. “Es como cuando te quemas la piel con el sol. El primer día no sientes tanto ardor, pero en el segundo y tercer día ya vas sintiendo el dolor. El páramo es más sensible a los seis meses del incendio que inmediatamente después del fuego. En este primer medio año, el páramo es súper sensible, pero también es el momento en que hay una explosión de nueva vida en el área afectada”, dice.
Un año después del incendio, comenta Hofstede, se puede hacer una evaluación de cómo ha sido la regeneración del páramo y qué se puede hacer para acompañar el proceso. Sin embargo, de acuerdo con su experiencia, en cerca del 90 % de los casos la decisión final es simplemente proteger el área, asegurándose que no se haga ningún tipo de intervención a gran escala en el lugar.
Solano hace énfasis en que “no hay que ir a hacer siembras a lo loco” después de la quema, “porque eso no sirve, lo que se necesita es un diagnóstico, crear una ruta de intervención, preocuparse mucho por los suelos, esperar a que las especies nativas se regeneren un poco y entender cuáles semillas nativas e invasoras se activan con el fuego. Después de esto, la prioridad es empezar a atacar las especies invasoras”.
Para los expertos, otro riesgo de las siembras sin planeación, y del que poco se habla, es la mezcla genética de las especies, porque se toman, por ejemplo, frailejones de la cordillera central para sembrarlos en la oriental, creando individuos de poca diversidad genética que son más susceptibles a enfermedades.
Hofstede concluye diciendo que a pesar de las buenas intenciones, se pueden cometer muchos errores por falta de conocimiento, por descuido o por la fascinación que genera ir a sembrar árboles. “Los ecólogos siempre estamos insistiendo: deja a la naturaleza hacer su trabajo y acompáñala dónde y cuándo sea necesario. En la mayoría de casos, la naturaleza es más sabia que uno”.
*Imagen principal: Así quedaron más de 40 hectáreas quemadas en el páramos de Berlín, en Santander. Foto: tomada de X: @lorenzolizarazo
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