- Catacocha es una pequeña población de Loja, en Ecuador, que se caracteriza por ser casi un desierto. Debido a esta condición sus habitantes se quedaban sin agua la mayoría del tiempo y sus modos de vida eran cada vez más complejos.
- En 2005, un historiador descubrió un sistema de captación de agua de los paltas, un pueblo indígena milenario. Este sistema conformado por 250 lagunas artificiales fue la solución para que el territorio tuviera agua constante.
Catacocha es una pequeña ciudad de la provincia de Loja, en el sur de Ecuador. Seca, árida y calurosa como un desierto. Allí predomina el bosque seco y solo se presentan lluvias entre enero y febrero. Esta situación provocaba que las reservas de agua se consumieran rápidamente y, para agosto, las comunidades ya no tenían agua.
La escasez les permitía tener agua sólo cuatro horas al día y, a veces, incluso una. “Sólo alcanzaba para comer. Para lavar tocaba ir al río, o al chorro; un chorrito que hay bajando aquí la carretera, que nace ahí de una peñita. Son 15 minutos de caminar hasta el chorro. Al río es media hora, o una hora, según cómo camine”, dice Rosa Imelda Arias, habitante de San Vicente del Río, uno de los barrios construidos en las montañas de Catacocha.
Sin embargo, en 2005 la comunidad recreó un sistema de captación y dotación de agua basado en los paltas, una comunidad indígena de la era preincaica y que habitó la zona hace miles de años. El sistema tiene 250 lagunas artificiales que almacenan el agua lluvia. Esta idea ha transformado la vida en Catacocha. Sus habitantes tienen agua todo el tiempo, por lo que sus cultivos son mejores y sus animales están sanos y nutridos.
¿Cómo alcanzaron este hito? Te lo contamos en tres claves:
Conocimiento ancestral
Hay una historia catacochense que explica la razón por la que el territorio es tan árido. Se trata de la leyenda del Torito Cango que fue robado por una provincia vecina, con él también se llevaron la hierba, por lo que la lluvia no regresó. Este tipo de relatos fue con los que creció Galo Ramón, un historiador que se formó en Quito, pero que siempre tenía en su mente cómo luchar contra la sequía de su tierra.
En uno de sus estudios se encontró con una disputa de tierras entre las comunas de Coyana y Catacocha por una laguna. Al observar los dibujos se dio cuenta que esta no se llenaba con quebradas o vertientes, sino que lo hacía con agua lluvia. A su vez, la laguna era la fuente para que brotaran otras más abajo. Su investigación lo llevó a descubrir el sistema de los paltas.
“Los paltas hicieron este sistema porque sabían que hay sequías. Las lluvias pueden concentrarse en uno o dos meses y son descargas violentas: unos 700 milímetros en dos meses; de manera que había que aprovechar esa agua, esos cuatro o cinco aguaceros enormes. Querían guardar el agua-lluvia, dosificar su infiltración y, así, recargar los acuíferos”, cuenta Ramón.
Esto lo complementaban con pequeños muros de contención llamados tajamares, y unos reservorios de agua construidos con piedra conocidos como pilancones. Su idea era volver a aplicar el conocimiento de los paltas, tal como ellos lo habían hecho en el año 900 de nuestra era, pero en un principio la comunidad no pareció muy motivada. En ese momento, el historiador decidió crear otra historia, una en la que el Torito Cango era recuperada por ellos. Solo así encontró apoyo en los demás catacochenses.
Trabajo en comunidad
En 2005, con ayuda de cooperación internacional, una colecta entre comuneros y una gran minga, se lograron construir las dos lagunas más grandes al pie del monte Pisaca. Además, construyeron 248 más en cinco años. Para esto fue esencial el trabajo comunitario, en algunos casos utilizaron retroexcavadoras, pero la mayoría las hicieron de manera manual para no afectar el ecosistema.
Primero, debieron desencapar la tierra alrededor de 30 centímetros, luego guardarla para ponerla de nuevo. Al obtener el vaso de la laguna sembraban la grama, una especie de pasto hidrófilo que facilita la filtración controlada. Así crearon un sistema con dos lagunas grandes, que son el corazón de todo. El agua lluvia se almacena y va descendiendo de laguna en laguna hasta que llega a los ojos de agua. La capacidad de almacenamiento de las 28 lagunas más cercanas a Catacocha es de 182 482 metros cúbicos.
En 2010, la Fundación Naturaleza y Cultura Internacional adquirió 406 hectáreas alrededor del monte Pisaca. Esta compra facilitó el cuidado del sistema, sacaron el ganado del bosque y reforestaron para facilitar la captación y distribución del agua. La comunidad realizó un año después una primera minga, en la que pudieron sembrar y cultivar en la zona con plantas nativas. La compra de predios también facilitó una mayor protección, puesto que como comunidad no deben pedirle permiso a nadie para realizar cambios que los beneficien.
Defensa del territorio
En el 2013, la zona donde se encuentran las lagunas fue declarada como área de conservación y uso sostenible por parte del municipio de Paltas, cuya cabecera cantonal es Catacocha. Además, gracias al éxito de lo que hicieron, el Programa Hidrológico Internacional de la Unesco incluyó a Catacocha en la lista de sitios demostrativos de ecohidrología.
Sin embargo, a pesar de estos reconocimientos y esfuerzos, la protección del sistema es una batalla que siguen dando los catacochenses, puesto que reconocen su fragilidad ante el cambio climático y las decisiones gubernamentales. Por ejemplo, hace un par de años el Estado entregó una concesión minera en la zona a la empresa australiana Titan Minerals y ahora se encuentra en etapa de exploración.
La esperanza ahora está en que el Ministerio de Ambiente declare el Área de Protección Hídrica para la reserva Pisaca. Esto ayudaría a blindar el territorio y excluiría las actividades mineras de la zona. No obstante, la defensa del territorio se mantiene hasta que la comunidad logre proteger el sistema que les ha permitido vivir con mayor tranquilidad.
Lee la historia completa aquí.
Imagen destacada: Antonio Díaz junto a la laguna que le sirve para el riego de sus sembríos. Crédito: Alexis Serrano.
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