- Hace casi 20 años nació la Reserva Natural Comunitaria Frente Roja para proteger a la paraba Frente Roja, un ave endémica de Bolivia y catalogada en Peligro Crítico de extinción.
- Con la labor de los comunarios indígenas, la población de aves pasó de 807 a 1160 individuos en 10 años. Instalaron cajas nido para mejorar su reproducción y sembraron plantas para su alimento. El turismo ornitológico hoy es su fuente de ingresos y continúan trabajando en la conservación de la especie.
A sus 62 años, Simón Pedrazas está aprendiendo a usar el celular para monitorear la actividad de la paraba frente roja en la localidad de Omereque, al sur de Cochabamba, en Bolivia. Sus manos gruesas y duras, marcadas por el trabajo de campo, a veces le dificultan hacer anotaciones en la pantalla, aunque también le cuesta encontrar palabras para describir lo que ve. Desde hace casi dos décadas, esta ave endémica vive en peligro de extinción debido al tráfico y la caza indiscriminada. En esos años, Pedrazas estaba entre los comunarios que atrapaban pichones para venderlos a precios ínfimos. Hoy se arrepiente. No niega su parte de culpa, pero trabaja como guardaparque para remediar el daño y salvarla de desaparecer.
La mayor responsabilidad la tenían otros. Hasta esas peñas ubicadas en los valles secos interandinos de Bolivia, llegaban personas de otros lugares y capturaban a las parabas con mallas para luego comercializarlas. Eran traficantes de fauna. “Al ver que era tan comercial esa paraba, íbamos a sacar a los pichones y los vendíamos a precio de gallina muerta. No puedo mentir”, reconoce Pedrazas. Recuerda que les pagaban hasta 50 bolivianos (7 dólares) por pichón; luego de ser traficada, la Frente Roja llegaba hasta Europa, donde multiplicaba exponencialmente su valor.
Ser víctima de tráfico de fauna, sumado a los drásticos impactos del cambio climático disminuyó la población de la paraba frente roja (Ara rubrogenys), un ave endémica de Bolivia, hasta dejarla al borde de la extinción. Fue en ese contexto en el que se creó, en 2006, la Reserva Natural Comunitaria Frente Roja, administrada por tres comunidades indígenas: San Carlos, Perereta y Amaya, que conforman la organización social Subcentral Perereta, en Omereque. Desde sus inicios, este espacio ha permitido que la población de esta paraba aumente poco a poco y así realizar un aporte a su conservación
Un hogar entre las peñas
Omereque está ubicado a unas cinco horas del centro de Cochabamba. Para llegar a la reserva se deben recorrer más de 250 kilómetros por una carretera de asfalto que luego se une a un camino pedregoso de tierra. A medida que los visitantes se acercan, el paisaje deja ver el suelo rojizo, tan solo adornado con cactus y cabras libres por doquier en medio de árboles espinosos. Hace calor gran parte del año; la sequía los azota. Pese a esto, es una tierra fértil en la que comunarios indígenas de origen quechua producen verduras y frutas.
La Asociación Armonía llegó a Omereque a inicios de los 2000, interesados por la gran cantidad de aves en la zona. Bennett Hennessey y Sebastian Herzog, investigadores y fundadores de la organización, identificaron la presencia de la paraba frente roja en estos territorios.
En 2005, compraron parte del terreno de la reserva que actualmente cuenta con 50 hectáreas, y comenzaron el trabajo con las comunidades San Carlos, Perereta y Amaya enfocado en impulsar el turismo comunitario y ornitológico. La idea central es que los pobladores se apropien del proyecto y lo sostengan a largo plazo.
En 2009, la paraba fue catalogada en Peligro Crítico según el Libro Rojo de la Fauna Silvestre de Vertebrados de Bolivia. Luego, en 2018, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) también la catalogó como en Peligro Crítico de extinción.
La paraba frente roja mide entre 55 y 60 cm y llega a vivir hasta 70 años, aproximadamente. Si bien la mayoría de sus plumas son verdes, su característica es la frente de color rojo que llega hasta la corona; su cola tiene tonos azul verdosos encima y amarillos abajo. Vive en los valles secos interandinos de Cochabamba, Santa Cruz, Chuquisaca y Potosí. Anida en las grietas poco accesibles de peñas rocosas en las cuencas de los ríos Mizque, Caine, Grande y Pilcomayo, y en zonas dedicadas a la agricultura, donde se alimenta de árboles de soto (Schinopsis brasiliensis), algarrobo (Prosopis silocuastrum) y quebrachos (Schinopsis balansae), así como de cultivos de maní y maíz.
Esta especie es monógama. Eso implica que, si una de las dos aves muere o es capturada, la otra ya no se reproduce. Los pichones pueden tardar hasta cinco años en llegar a una etapa reproductiva, lo que también dificulta su crecimiento poblacional. Asimismo, las parabas no ponen huevos cada año sino cada dos o tres. “Todo esto hace que sea una especie muy vulnerable. Si se afecta a su población, la recuperación es lenta”, explica Guido Saldaña, coordinador del Programa Paraba frente roja de la Asociación Armonía.
Para 2021, había 1160 parabas según el último censo realizado por Armonía. La Reserva Natural Comunitaria Frente Roja es el lugar donde se encuentra la mayor colonia reproductiva de esta especie: 41.6 % de las aves se ubican al borde del río Mizque, donde está la Subcentral Perereta. De la misma forma, más de la mitad de parejas reproductivas (52.8 %) fue encontrada en la cuenca del río Mizque, donde está la reserva.
Para fortalecer el crecimiento de la población en la reserva, Armonía puso cajas nido, ya que los científicos notaron que muchas veces las parabas compiten con otras aves y se quedan sin espacio para poner sus huevos.
Por eso tienen un fuerte instinto de defensa. El ejemplo está en la misma reserva, donde se ve cómo una de las parabas se queda muy quieta en la puerta del nido. Saldaña explica que su pareja está adentro cuidando al pichón, mientras la otra vigila que no se acerquen aves rapaces.
Al menos 10 de estas cajas nidos —de 45 cm de ancho por 60 cm de largo— fueron puestas en 2021. Saldaña indica que se colocan fuera de la época reproductiva y lejos de los nidos naturales para que la población de aves no se sienta invadida. La paraba no usa la caja tal cual se la instalan, sino que realiza sus propias modificaciones, según su conveniencia.
En la Reserva Natural Comunitaria Frente Roja hay 28 nidos puestos por las parabas, distribuidos en cuatro peñas (montañas rocosas). Cuando los científicos llegaron a inicios de 2000 había más nidos y creen que su descenso es por la falta de alimento para las aves. “En 2005, en la zona había una vegetación más densa, con mayores alimentos. De aquel tiempo a hoy, el hábitat está cada vez peor. Esa puede ser una razón”, sostiene Saldaña.
El investigador de Armonía, Teodoro Camacho, y Simón Pedrazas son los responsables de hacer el monitoreo de los nidos. Su trabajo comienza a las 5:30 de la mañana para hacer la primera de dos evaluaciones, una labor minuciosa que implica revisar, uno a uno, los nidos ubicados en las cuatro peñas. Algunas veces el calor es sofocante, pero eso no impide que vayan a cumplir con su misión.
De “plaga” a especie emblema
La relación entre la paraba frente roja y los comunarios indígenas de la Subcentral Perereta no siempre fue cordial. “Las veíamos como dañinas para nosotros”, cuenta Pedrazas.
Las parabas se comían los cultivos de maíz y maní sembrados por las comunidades, por lo que eran consideradas como una “plaga”. Fue hasta la llegada de la organización Armonía que entendieron el valor excepcional de esta especie endémica, pero que para ellos era común.
“Nos dijeron que esta ave solo está en Bolivia, viendo eso, quisimos concientizar. La paraba antes era un animal depredador, dañino, se comía el maíz”, relata a Mongabay Latam Filemón Soto, quien fue dirigente de la Subcentral Perereta desde 2006 hasta 2023. Durante esos años, Soto acompañó el proceso de consolidación de la reserva, desde los primeros encuentros con los comunarios hasta el mejoramiento del servicio de turismo que hoy ofrecen.
“Fue complicado”, dice al recordar esos años. “El propósito era salir adelante. Esa era nuestra visión, la de los más antiguos”, comenta Soto, de 61 años, refiriéndose también a su compañero Simón Pedrazas. Ambos cazaron parabas cuando no conocían su importancia y como una forma de generar recursos para sus familias, aunque fueran pocos.
El trabajo de concientización fue lento. Comunarios como Pedrazas y Soto fueron transmitiendo a los más jóvenes lo que aprendían de científicos como Guido Saldaña y del resto de técnicos de Armonía, pero muchas veces encontraban rechazo. “Fue muy difícil concientizar a las bases”, dice Soto.
A pesar de las dificultades, los avances llegaron poco a poco. Las tres comunidades, San Carlos, Perereta y Amaya, conformaron la Subcentral Perereta, una organización que se hace cargo de la protección de la paraba. En 2006, crearon la Reserva Natural Comunitaria Frente Roja, administrada por un comité con representantes de cada comunidad.
Los primeros años de la reserva fueron vitales para conseguir el apoyo de las tres comunidades. “Ahora la gente es consciente sobre qué tan importante es la paraba, sabe que tiene que cuidarla”, añade Soto.
En el 2023, Simón Pedrazas y Filemón Soto dejaron sus cargos en la administración para dar paso a las nuevas generaciones.
Wilfredo Vargas tiene 32 años y es el nuevo presidente del comité. Junto con Macario Guzmán y Limber Rojas forman parte de una nueva generación de jóvenes líderes indígenas que continúan la herencia de Pedrazas y Soto.
Vargas sostiene que su gestión está enfocada en proteger a la paraba y reforzar la concientización de los comunarios. Recuerda que cuando era niño sus padres lo mandaban a espantar a las aves, pero con el tiempo aprendió a no lastimarlas.
Turismo ornitológico: un sostén para la reserva
Además de la paraba frente roja, en la reserva hay más de 200 especies de aves para observar, entre ellas cóndores andinos, loros y rapaces. Llaman la atención el tordo boliviano (Oreopsar bolivianus) y la cotorra de los acantilados (Myiopsitta luchsi) porque son endémicas de Bolivia.
Este privilegio motivó a los comunarios a convertir la reserva en un paraje ideal para los amantes del aviturismo. Pero, como todo lo anterior, este trabajo tampoco fue fácil. Los miembros de la organización Armonía también tuvieron que capacitarse junto con los comunarios para responder a las exigencias de los turistas que llegan hasta Omereque.
Una de las lecciones aprendidas fue que los resultados no se ven rápidamente. Hay que tener paciencia. Recuerdan que en 2008, cuando comenzaron a recibir visitantes, solo llegaron 10 turistas. Pero persistieron y en 2023 marcaron un récord con la visita de 137 personas, la mayoría extranjeras.
Álex Giménez, responsable de turismo de Asociación Armonía, explica que la reserva ya está más consolidada y que ahora enfocan sus esfuerzos en mejorar el servicio. Además, menciona que no se hace un turismo masivo sino que prefieren el de nicho, para los amantes de las aves. “Lo que estamos haciendo ahora es dar las herramientas al comité para que se desarrolle en este campo”, sostiene.
Uno de los proyectos que tiene Giménez es capacitar a los comunarios y convertirlos en guías locales, es decir, que aprendan sobre aves y otras herramientas que les sirvan para crecer, como el estudio del inglés, para que así puedan comunicarse con los visitantes extranjeros.
Pedrazas asegura que una de las mayores motivaciones es ver el crecimiento de la reserva Frente Roja, que se refleja en mayores ingresos económicos para ellos, al tiempo que se protege a la paraba. El dinero proveniente del turismo se destina a educación, salud, servicios básicos, deportes y otras necesidades que se presentan en las tres comunidades, que según los dirigentes de la Subcentral Perereta, acogen a aproximadamente 150 familias.
La Subcentral también tiene mecanismos para proteger a la paraba de sus propios integrantes si es necesario. Pedrazas explica que se ponen multas o hacen valer las leyes de protección de especies silvestres en Bolivia si algún poblador lastima a una de estas aves. Además, dan talleres a los niños para concientizarlos desde pequeños.
Amenazas vigentes
Pese a que la reserva se consolida como un espacio vital para la preservación de la paraba frente roja, aún existen amenazas que preocupan a biólogos como Guido Saldaña.
Uno de los problemas que se agudizó con los años es la sequía producto del cambio climático. Esto provoca que el alimento natural de la especie sea cada vez más escaso. “Recuperar los bosques de los valles secos interandinos tomaría años de años, demandaría mucho tiempo”, afirma Saldaña.
Para mitigar esta problemática, los comunarios plantaron maní, un cultivo que crece rápido, para que las parabas puedan conseguir su comida. Pero también piensan a largo plazo, por lo que reforestaron con plantas de soto, algarrobo, mara (Swietenia Macrophylla) y molle (Schinus molle) para que sean alimento para las aves dentro de 10 o 20 años.
El cambio climático también agrava la situación de la población. Vargas comenta que ahora la temporada de sequía comienza antes y, con los años, es cada vez más agresiva. En cambio, la lluvia es menos abundante. “Estamos buscando otras maneras de sobrevivir y defendernos de este cambio climático”, dice.
“Otro problema grande sigue siendo el tráfico”, cuenta Saldaña. Explica que si bien los comunarios ya están más conscientes del cuidado de la paraba frente roja, la distribución de esta ave es extensa. Las parabas que viven donde aún no han llegado las capacitaciones o no se recibe ningún beneficio económico por su cuidado, continúan en peligro de ser víctimas del tráfico.
Por otro lado, al disminuir el alimento de las aves debido a las sequías, se ven obligadas a extender su área de vuelo y consumir las plantaciones que encuentran a su paso. “Hay mucha gente que todavía las caza, otros ponen veneno en sus cultivos para matar a las aves”, asegura el biólogo.
El camino que aún queda por recorrer
“Aquí llevamos muchos años trabajando con las comunidades, pero eso no significa que lo tenemos todo ni que tenemos la verdadera receta. Tenemos la idea, pero cada contexto es diferente”, afirma Saldaña al explicar que aún tienen muchos retos por afrontar.
La participación de los comunarios es clave en el crecimiento de la reserva. Hace más de dos años Simón Pedrazas decidió sumarse al monitoreo de nidos, luego de que los mismos comunarios le sugirieron hacerse cargo. “Estoy aprendiendo a hacer el monitoreo, pero aún me falta. No es fácil. Sé que lo voy a lograr con el tiempo”, dice.
Utilizan una aplicación especial para llenar la información necesaria, lo que también supuso un reto para este hombre acostumbrado a cultivar, pero que tuvo que familiarizarse con aparatos tecnológicos.
La vitalidad de Pedrazas es admirada por los demás comunarios y por los técnicos de Armonía. De vocación agricultor, no descuida sus cultivos, pero se da tiempo para cumplir con el monitoreo de las parabas. Está ansioso de aprender.
“Queremos seguir haciendo este trabajo de protección y no sólo hacia la paraba sino a todas las aves que están en la reserva. Nos emociona que, gracias a la paraba y a todas las avecitas que hay aquí, recibimos dinero para educación y salud”, afirma.
Su visión es compartida por su contemporáneo Filemón Soto, quien después de casi dos décadas acaba de dejar la dirigencia en manos de las nuevas generaciones de líderes. “Yo me siento muy contento de haber logrado algo para los jóvenes. Lo que estamos trabajando no es para nosotros, hay que compartirlo. Tienen que ser los jóvenes los que continúen”, asegura.
Es una mañana de marzo en la reserva. El sol está a pleno. Simón Pedrazas toma los binoculares y dice: “Estoy observando el nido 10, pero no vimos a ninguna paraba aún”. Toma el teléfono y anota. Comenta que más tarde irá a regar sus sembradíos de verduras y luego volverá para el monitoreo de la tarde. Mientras tanto, cuenta lo que sueña para la comunidad: “Yo espero que los niños asuman todo lo que nosotros hicimos hasta ahora. Mi visión es que ellos tomen el mando de la conservación”.
Foto portada: Paraba frente roja. Foto: Mileniusz Spanowicz