- Kankuana Canelos, participante de la beca de Mongabay Latam Miradas indígenas de la Amazonía ecuatoriana, muestra en este fotorreportaje la iniciativa de una familia para restaurar una zona que fue deforestada.
- La familia Montahuano Ushigua sembró plantas maderables, medicinales y frutales en 30 hectáreas de bosque secundario.
La comuna kichwa San Jacinto, en Pastaza, Ecuador, enfrenta una progresiva deforestación desde la década de los 70, cuando una fábrica de carbón y la empresa Té Sangay intentaron instalarse en la zona. Aunque no hay datos de los impactos de estas industrias, la Red Amazónica de Información Georreferenciada (Raisg) encontró que en el cantón Mera, donde se asientan comunidades de la Comuna San Jacinto, se deforestaron 4678 hectáreas entre el 2001 y el 2020, más del doble del área de la isla francesa San Bartolomé. En respuesta a esto, una familia indígena Sapara creó una iniciativa de reforestación.
Mientras la empresa de té deforestaba para expandir los cultivos de una planta que no es nativa para la región (Camellia sinensis), la otra empresa talaba para convertir la madera en carbón. Poco a poco, árboles nativos como el cedro desaparecieron de la comuna. Los pobladores se opusieron a estas actividades y expulsaron a las dos empresas, pero el daño dejó zonas descubiertas que se convirtieron en pastizales, cuenta Oscar Montahuano, miembro de la comunidad Puerto Santa Ana. Un análisis de la Universidad de las Fuerzas Armadas ESPE estimó que la deforestación genera el mayor porcentaje de riesgo (83,12 %) de todas las amenazas provocadas por la acción humana sobre la naturaleza en ese territorio.
El análisis de la ESPE también encontró que las familias, presionadas por las necesidades económicas, se dedican a la venta de productos agrícolas (39 %), al trabajo en las ciudades (29 %) y a la venta de madera (24 %). El piwi (Pictocoma biscolor), por ejemplo, es una de las maderas más vendidas en la actualidad, a pesar de que está entre las que lideran la regeneración de los bosques secundarios. La tala de esta especie contribuye a la degradación forestal.
Para combatir este problema, la familia Montahuano Ushigua, de la nacionalidad sapara, creó el proyecto Itia Mama Minga que busca reforestar con plantas nativas las áreas degradadas de la comunidad de Paushiyaku, en San Jacinto de Pinduk. Le pusieron el nombre de Itia Mama Minga, que en lengua sapara y kichwa significa “el trabajo colectivo en memoria de mi madre”, pues buscaban honrar la memoria de Carmelina Ushigua, una mujer sapara conocedora de las plantas medicinales que tenía la idea de recuperar la flora y fauna de la zona. Itia Mama Minga, además, forma parte del programa de Bosques comestibles de la Fundación Pachamama. Esta organización entregó 5000 plantas, entre maderables, medicinales y frutales a la familia Montahuano Ushigua, que fueron sembradas en 30 hectáreas de bosque secundario.
“La lucha de las culturas indígenas es por esto. Hay vida en la naturaleza, hay formas de vida que están en movimiento que nos permiten alimentarnos, sanar, caminar, cuidar y nosotros debemos cuidar, los que estamos a diario en contacto con la naturaleza, sembrando, amando, soñando”, dice Yanda Montahuano, miembro de Itia Mama Minga.
Imagen destacada: Óscar prepara el chunchu para sembrarlo. En Itia Mama Minga esperan que en un futuro no muy lejano el bosque esté 100% recuperado. Crédito: Kankuana Canelos. Todas las fotografías de este reportaje son de autoría de Kankuana Canelos.
Los invitamos a leer nuestra serie Historias ambientales narradas por jóvenes periodistas aquí