- Cuando las mujeres empezaron a recoger algas en la Reserva Nacional de Paracas, hace 15 años, les decían que recogían basura.
- Hoy, el negocio de las algas permite complementar las ganancias de una pesca artesanal cada vez menos abundante.
- Organizadas en al menos seis asociaciones de pescadores, son ellas las que lideran la actividad que les ha permitido mejorar su calidad de vida y la de sus familias.
Son las tres de la tarde y el viento ligeramente ruidoso ya sopla en Laguna Grande, una caleta de pescadores que debe su nombre al cuerpo de agua marina formado naturalmente en este lugar. Verónica Canelo, una mujer de 47 años, tez cobriza y aspecto fornido, entra en el mar equipada de unas botas de jebe para jalar, a fuerza de músculo femenino, algunas algas que comienzan a varar. “Debo tener cuidado —apunta— porque en los últimos meses ya me ha picado siete veces un pastelillo”.
El Urotrygon chilensis, una especie de raya pequeña de unos 40 centímetros de largo, que lleva encima una hilera de púas, ronda por acá y a veces ataca sin compasión a cualquier otro ser vivo que se le acerque. “Te hace doler horrible”, dice Canelo, mientras el sol raja la piel y los sentidos, mientras continúa jalando hacia la orilla varios sargazos que el océano ha acercado a las costas en este lugar de la Reserva Nacional de Paracas.
Estamos más precisamente en Rancherío, uno de los 15 sectores de esta área protegida donde, según el Gobierno Regional de Ica, se puede recolectar macroalgas siempre y cuando sea la marea la que las expulse. Así se le llama a las algas de gran tamaño, como el Macrocystis pyrifera, que en la costa peruana es conocido como sargazo. A lo largo de la orilla, se ven varios montones acomodados en hileras, secándose al sol, que luego serán vendidos a acopiadores, o serán llevados directamente a Nasca, una ciudad ubicada a más de 200 kilómetros al sur, donde las empresas de origen chino América SAC y Globe Seaweed International SAC las compran al peso.
Acá, hace unos 15 años, comenzó una suerte de revolución laboral: ante la disminución de la pesca ejercida tradicionalmente por los hombres, las mujeres comenzaron a incursionar en la recolección de algas. Además de Canelo, Carmen Arenas, Miriam Torres, Mabel Díaz y otras ciudadanas llevan adelante una cruzada sostenible. Extraen este recurso sin impactar el bosque submarino que crean las algas y que es esencial para preservar la biodiversidad de esta zona.
De acuerdo con el ingeniero Manuel Ormeño, de la Dirección Regional de la Producción de Ica, las mujeres sacan de 10 a 15 toneladas al mes, dependiendo la época del año y el capricho de los oleajes.

Contra la corriente
Hasta hace unos años, esas plantas marinas que las olas arrojaban, o que a veces venían enroscadas en un anzuelo provocando una falsa sensación de triunfo en los pescadores de cordel, no despertaban mayor interés. Pero aproximadamente desde 2003, debido a la popularidad que ganó el consumo de algas a nivel mundial, se puso el foco sobre ellas. En 2008, Carmen Arenas, una de las actuales líderes de la actividad recolectora de algas, fue la primera que vio su potencial en esta reserva, conocida por su alta biodiversidad marina y su afluencia turística.
“Mi esposo —relata— había ido en su embarcación a Lomas, una caleta pesquera situada al sur, a unos 300 kilómetros de Paracas, en busca de la pota (Dosidicus gigas) y se dio cuenta de que en esa zona se sacaban las algas y se vendían, mientras en Laguna Grande estaban tiradas en las orillas”. Tras reparar en el desperdicio, su familia comenzó a organizarse para recolectarlas.
La primera vez que se metió a sacar el sargazo de las orillas fue un día de julio de 2008, en la madrugada. Estaba con Gianpierre, su hijo de 14 años, quien le ayudó en la tarea. “Sacamos varias, estuvimos hasta la noche, hasta que nos dolieron los brazos”, recuerda. Montaron una pequeña carpa, pusieron una hamaca y continuaron a la mañana siguiente. Gianpierre le decía que tenía frío (era invierno en Paracas), comieron solamente arroz con leche, un postre popular en Perú. Al tercer día, su esposo les llevó algunos peces que había capturado y más víveres.
Aquella vez sacaron cerca de cinco toneladas, cuando se cotizaba en apenas 200 soles cada tonelada (poco más de 56 dólares). “Poco a poco —narra Arenas— fui juntando dinero y me compré un terreno para construir otra vivienda; antes, tenía una casa de esteras con techo de plástico. Un día, Gianpierre me dijo que ya no quería verme lavando a mano la ropa de él y de sus otros seis hermanos. Con el dinero de las algas, fue a una tienda y compró una lavadora”.

Todo con el dinero que comenzaba a darle la generosidad de los sargazos. “Mi vida ha cambiado gracias a la recolección”, afirma. Hoy, tiene un pequeño camión de su propiedad, en el que monta el producto de su actividad con la ayuda de su esposo y de otras personas. Trabaja en La Bocana, la playa donde inició este largo y sudoroso camino y, a esta hora de la mañana, su vehículo se encuentra plantado frente al mar en una costa que luce casi interminable. A lo lejos, viene alguien cargando un fardo de algas que finalmente es subido a la tolva del camioncito.
Arenas no es la única mujer que ha mejorado su situación gracias a la recolección de algas. Verónica Canelo vino de Chincha, una ciudad ubicada 62 kilómetros al norte de Paracas, e incursionó en esta actividad siendo madre soltera. Con el dinero de los sargazos recogidos, logró que la hija que tuvo en su primer compromiso, Marieta Pisconte Canelo, estudie Derecho en la Universidad Privada San Juan Bautista. Hoy, el sargazo que recolecta contra la corriente y los pastelillos, es para sostener a Calet, su hijo de ocho años.
“Nos decían que recogíamos basura”, dice Miriam Torres, una señora de 53 que también trabaja en la recolección de algas en Rancherío y que, en este día otoñal de mayo, ha madrugado para trabajar frente a una zona de fuerte oleaje. Alrededor suyo hay otras mujeres empujando las algas que el mar arrojó tras varios días de mareas encrespadas que limitaron severamente la salida de pescadores hombres en botes para echar redes o anzuelos. La antigua «basura» hoy compensa la economía familiar.
Ellas son las jefas
En la Reserva Nacional de Paracas existen 28 Organizaciones Sociales de Pescadores Artesanales (OSPAS) dedicadas a la recolección de algas. Varias de ellas son presididas por mujeres o están integradas en su mayoría por ellas. “Son mis jefas”, asegura un hombre que, al lado de Torres, jala los sargazos que las olas van expulsando al encresparse en una orilla pedregosa, mientras unas cuantas gaviotas revolotean y echan gritos lastimeros.
Flamencos, la OSPA que preside Canelo, está conformada por seis mujeres; Señor de Luren, que es presidida por Carmen Torres, hermana de Miriam, integra a 10 mujeres y dos hombres; Mi Niño Jesús tiene seis mujeres y un hombre; la Comunidad Artesanal de Extractores de Mariscos y Pescadoras (CAEM) integra a ocho mujeres y cuatro hombres. Adonay, la asociación que lidera Carmen Arenas, quien suele movilizar a todo el grupo, incluye a 10 mujeres y nueve hombres. En La Argolla, una zona cercana a Laguna Grande, también ubicada dentro de la reserva, existen otras OSPAS dedicadas a la recolección de macroalgas que tienen mayoría femenina.

El trabajo de recolección casi no tiene horario ni fecha en el calendario. Como hay que esperar a que el mar bote los sargazos y dado que se debe hacer de manera manual y no mecanizada, tal como lo establece un decreto del Ministerio de la Producción (Produce) de 2009, las jornadas son como el vaivén de las olas. “Se puede trabajar un par de horas en la madrugada, si hay poquito”, explica Arenas. “Si el mar ha varado más cantidad, la jornada dura mínimo medio día”. Cuando la cantidad es grande, se puede acampar en una zona por dos, tres días o hasta una semana.
“Si hay viento, vara, si no hay viento, no”, precisa la líder de Adonay. Así es que “tenemos que aprovechar el momento en que el mar vara los sargazos”, explica Mabel Díaz, quien está trabajando en Rancherío desde las tres de la madrugada, alertada por la presencia de algas en las orillas. No ha descansado mucho. El día anterior, hasta entradas horas de la noche, participó en un curso promovido por el Proyecto Humboldt II, una iniciativa ejecutada por Produce con el soporte técnico del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en el que recibe educación financiera, así como formación en marketing, gestión, liderazgo y sostenibilidad ambiental. Con ello, se busca fortalecer esta cruzada femenina.
Para estimar sus tiempos de trabajo, las mujeres se ayudan mediante sitios de internet que prevén las condiciones del mar donde harán la recolección. Aunque puede ser un trabajo agotador e imprevisible, es más autónomo y mejor pagado que el de la agroexportación, aseguran.
Actualmente, la tonelada de sargazo se cotiza a unos 800 soles (hubo momentos en que llegó a costar 2500 soles), por lo que una mujer puede ganar entre 1500 a 2000 soles, cerca de 540 dólares al mes.

Además, “las señoras pueden ir incluso con sus hijos a extraer algas”, explica Arenas. Ella misma lo hizo en sus esforzados comienzos con su hijo Gianpierre. Y Calet también acompaña a Canelo en su tarea. “A veces vienen en la noche y al día siguiente pueden mandar a sus niños al colegio”, explica.
Este “beneficio”, sin embargo, tiene doble filo.
“Sus responsabilidades de cuidado del hogar, que ocupan la mayor parte de su tiempo, muchas veces les impiden participar en eventos, talleres o capacitaciones”, sostiene Julia Maturrano, Oficial de Océanos de WWF-Perú.
La costumbre arraigada de asignar “de manera desproporcionada” las tareas de cuidado a las mujeres es, de acuerdo con expertos en asuntos de género y las Naciones Unidas, una de las principales razones por las que la equidad de género sigue siendo un pendiente en la pesca.

Cuidar el recurso
Los sargazos forman montones de color marrón. Todos parecen iguales, aunque no es así. Unos acaban de ser jalados desde la orilla y están frescos, mojados. Otros, están secos y listos para ser vendidos a un acopiador. La corriente fría hace que en el sur del mar de Perú, donde se encuentra Paracas, las algas abunden. Por lo mismo, también ha surgido un mercado ilegal de las mismas, aunque aquí, por ser área protegida, la vigilancia ambiental procura ser rigurosa.
Las dirigentes femeninas están comprometidas con cuidar el recurso. Señal de ello es su oposición frente a las intenciones de la flota industrial peruana que busca incursionar en la Reserva Nacional de Paracas para capturar anchovetas (Engraulis ringens), algo que la legislación peruana prohíbe desde 2001 en el reglamento de la Ley de Áreas Naturales Protegidas.
“Acá no deben entrar de ningún modo”, manifiesta Arenas y explica que el pequeño pez es el alimento de aves guaneras como el guanay (Leucocarbo bounganvillii), el piquero (Sula Variegata) y el pelícano (Pelecanus thagus), cuyos excrementos sirven para “fertilizar las praderas submarinas donde se encuentran las algas”.

Un estudio reseñado en el portal de American Bird Conservancy, confirma que es así. “Las algas enriquecidas con guano pueden, a su vez, sustentar mejor a los peces herbívoros que controlan el crecimiento de las algas”, dice en tal estudio la investigadora Susanna Honig, de la Universidad de California Santa Cruz (UCSC).
Además, las mujeres participan de Acuerdos de Conservación con la reserva en los que se comprometen a limpiar las playas una vez que han terminado su labor de recolección. “Hace poco terminé de recolectar en La Bocana —dice Arenas— y no dejamos ni una chapita», nombre que se le da en Perú a las tapas de las bebidas gaseosas. Al mismo tiempo, algunas de ellas son guardaparques voluntarias, como Canelo, lo que hace que también alerten a las autoridades si observan indicios de actividades ilegales, como la pesca con dinamita.
Todo ello ha sido asimilado por la 28 OSPAS, especialmente por las de mayoría femenina. Tanto Arenas como sus compañeras son muy conscientes de que la recolección de algas tiene que ir, necesariamente, de la mano con la conservación.
Dado que agrupadas las macroalgas forman verdaderos bosques submarinos, son “una barrera natural frente a los daños causados por tormentas y mareas altas”, explica el biólogo Paul Baltasar, de la Universidad Científica del Sur (UCSUR). Además, constituyen el hábitat para un sinnúmero de peces, mariscos y moluscos que las usan como refugio o lugar de reproducción.

Su función para mitigar el calentamiento global también es importante. Como señala Baltasar, “a través de la fotosíntesis absorben CO2 [dióxido de carbono] del agua, con lo que ayudan a regular el carbono de los océanos”. El especialista añade que un estudio publicado en la revista Nature Geoscience estima que las algas marinas almacenan entre tres y cuatro millones de toneladas de carbono al año sólo en las costas de las Américas. Por si no bastara, contienen fucoidan y carragenina, sustancias “que tienen propiedades antivirales, antiinflamatorias, antioxidantes y anticancerígenas” y también son “una excelente fuente de yodo, calcio, magnesio y potasio”.
De ellas, asimismo, se extrae un carbohidrato llamado alginato, que es utilizado en una gran cantidad de productos de la industria alimentaria, textil, farmacéutica y dental para la fabricación, por ejemplo, de cremas y pasta de dientes. Jorge Luis Ayarza, químico de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), señala en un artículo de 2014 que este polisacárido es usado como estabilizante en salsas y mayonesas, para la conversión de glucosa en fructosa, o como polvo en la comida dietética.
Todos estos usos han disparado la explotación de algas. Según Max Castañeda, biólogo marino e investigador de UCSUR, “alrededor de 367 000 toneladas secas de macroalgas fueron exportadas entre 2010 y 2023”. Sin embargo, a pesar de este alto nivel de aprovechamiento, no existen evaluaciones oficiales de estas especies bajo los estándares de conservación de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.
Aunque según Castañeda hay escasa información acerca de la densidad o biomasa de estas algas, algunas investigaciones indican que el sargazo ha sido seriamente impactado por sucesos como El Niño, lo que ha causado desplomes poblacionales, particularmente en praderas de la costa central de Perú. Por eso, desde 2008 el Estado peruano ha propuesto medidas de manejo para prevenir su sobrextracción y ha fomentado su seguimiento a través del Instituto del Mar del Perú (IMARPE).
“Pese a estos esfuerzos —dice Castañeda—, la ausencia de información poblacional y reconocimiento a nivel mundial resalta la imperiosa necesidad de evaluaciones ecológicas y estrategias de gestión para asegurar su preservación y sostenibilidad”

Poder y sudor femenino
Un domingo a las seis de la mañana, cuando la luz apenas asoma en Laguna Grande, Canelo se acerca al desembarcadero para trabajar como estibadora, una actividad que se asume exclusiva de los hombres. La labor es dura y, en este caso, consiste en descargar la tonelada y media de bonito (Sarda chiliensis chiliensis) con la que una embarcación ha llegado a tierra luego de faenar tres días varias millas mar adentro.
La secuencia es ruda: desde el barco, los hombres llenan cajas de plástico con el pescado y luego las tiran en el muelle donde Canelo y otras mujeres las empujan hasta una balanza para pesarlas. Una de las participantes de esta agobiante tarea, que se hace más intensa mientras el día va clareando, es Sara Quispe, de 63 años, y que pertenece a la OSPA Flamencos.
“Tengo 38 años trabajando acá. Mis hijos me dicen que ya no lo haga, pero yo quiero seguir”, dice. Se cuida al cargar las cajas porque uno de sus brazos no trabaja a toda fuerza debido a un accidente. Frida Castillo también suda a esta hora de la mañana en el muelle cargando cajas de pescado. Cuenta que lleva más de 20 de sus 50 años faenando acá. Tiene seis hijos que mantener y también participa en la recolección de algas, así como en la pesca con cordel. Junto con sus compañeras se desplaza de un lado a otro llevando las cajas a las balanzas, en medio de los gritos intensos y destemplados de los hombres de mar.
La paga que reciben es magra. Entre 50 y 60 soles, cerca de 17 dólares, por una sudorosa faena de dos a tres horas en las que pueden movilizar hasta 40 cajas de pescado. Si la pesca fuera de especies más valiosas, como la corvina (Cilus gilberti), el pago sería mayor, pero no siempre hay fortuna en el mar.

Ser estibadoras y salir a pescar con cordel les permite sumar ingresos. Algunas de las integrantes de las OSPAS también tienen emprendimientos de “turismo vivencial” en la reserva, que consisten en llevar a turistas a que participen de la pesca tradicional o a que avisten aves.
Otra mañana salimos a pescar con Mabel Díaz y Miriam Torres, en una modesta embarcación que va buscando algún sector del mar de Laguna Grande donde echar los anzuelos. Llevan de carnada un marisco al que llaman «pique» y, por fin, el timonel echa el ancla en una zona de aguas calmas, ubicada cerca de la salida hacia el mar abierto de la laguna. Un tirón en el cordel de Díaz avisa que un pez ha picado y sale un corcovado (Anisotremus scapularis).
No es de gran tamaño, aunque servirá para el almuerzo. Instantes después, Torres saca una caballa (Scomber scombrus), que sale reluciente al sol y aleteando furiosamente. Luego cae, también en su cordel, un pez globo (Colomesus asellus), que no es comestible y es devuelto al mar. La faena no es espectacular, ha durado cerca de tres horas sin muchas capturas.
Cuentas pendientes
Las recolectoras de algas en Paracas avanzan, como Canelo ahora sigue avanzando en la poza de Laguna Grande, sorteando pastelillos para buscar las algas que el mar en sus caprichos ha varado. Su labor, y la de las pescadoras peruanas en general, se afianzaría si el Estado peruano las reconociera más. Tal como informa Maturrano de WWF Perú, “resulta fundamental impulsar políticas y marcos normativos que reconozcan la diversidad de roles dentro de la cadena de valor pesquera y que consideren las particularidades de la participación femenina en actividades como la recolección de algas, el procesamiento o la comercialización”.
Según un informe del Instituto del Mar del Perú (IMARPE) de enero-marzo de 2024, las mujeres dedicadas a la pesca no embarcada, que incluye la recolección de algas, son el 9.3 % a nivel nacional, mientras que las que participan de la pesca embarcada son apenas el 0.2 %. El Fondo Nacional de Desarrollo Pesquero del Perú (FONDEPES), por su parte, precisó en un evento realizado el pasado 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, que en el mismo año, el 23.8 % de créditos que otorgó fueron dirigidos a mujeres y que se prevé aumentar ese porcentaje hasta el 26 % en 2025.
Son signos de progreso, pero los retos aún son grandes. De acuerdo con Maturrano, no hay un registro de las mujeres que trabajan en los desembarcaderos haciendo labor de estibadoras, algo que, por ejemplo, sí se está haciendo en Chile. En otras palabras, no se sabe cuántas mujeres como Canelo, Quispe y Castillo rompen sus músculos en los muelles cargando cajas, además de recolectar algas, para que el dinero alcance y puedan vivir con dignidad.

*Imagen Principal: Extracción de algas marinas en Laguna Grande, Paracas. Foto: Sebastián Castañeda