- En Guatemala, el yaguarundí es traficado por su parecido con el gato doméstico y como símbolo de estatus para quienes lo tienen, pero las autoridades guatemaltecas no llevan un registro de cuántos de estos felinos han incautado, ya que los clasifican en grupos muy generales, por ejemplo, mamíferos.
- Este animal ha sido poco estudiado por la ciencia, lo que impide no conocer a detalle sus necesidades y comportamientos.
- Los yaguarundíes recuperados del tráfico de especies son rehabilitados por la organización ARCAS, en coordinación con instituciones gubernamentales.
- Desde 2008, ARCAS ha rescatado a 15 yaguarundíes y liberado a 10 de ellos en parques nacionales, pero no ha sido posible monitorearlos en libertad.
Dos felinos duermen en lo alto de un árbol. A esta distancia, unos cinco metros, parecen gatos. Si no fuera por el tamaño de sus colas, más largas que la de los animales domésticos, y por sus cabezas, un poco más pequeñas, podrían confundirse. Su pelaje es café, rojizo por partes, y miden entre 60 y 75 centímetros de largo.
Son dos de los 15 yaguarundíes (Herpailurus yagouaroundi) rescatados por ARCAS, una organización civil creada en 1990 por un grupo de profesionales guatemaltecos con la misión de proteger la fauna rescatada del tráfico ilegal.
Según la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), el yaguarundí es una especie clasificada como de “Preocupación Menor” a nivel global. Sin embargo, la Lista de Especies Amenazadas (LEA) de Guatemala lo tiene en la categoría 2: En Peligro. El Consejo Nacional de Áreas Protegidas (CONAP) ubica en esta posición a aquellas especies que atraviesan pérdida de su hábitat, son comerciadas o tienen poblaciones pequeñas.
A pesar del calor de Petén, superior a los 30 grados centígrados, ambos animales duermen en una caja de madera, ubicada en lo alto de un árbol. Este es su comportamiento usual. Los yaguarundíes son más activos durante la noche.

La jaula, de más de 5 por 5 metros, está en el Centro de Rescate de Vida Silvestre de ARCAS, en San Miguel, Petén, al norte del país. Se encuentra a unos 50 kilómetros de la Reserva de la Biósfera Maya, el área protegida más grande de Guatemala. Este es el hábitat de al menos 3000 especies de plantas, 142 mamíferos, 460 aves, 102 reptiles y 29 anfibios, según el CONAP.
Petén es, también, uno de los territorios con mayor incidencia de tráfico de especies a nivel nacional. El Ministerio de Gobernación (Mingob) ha realizado 544 incautaciones en el departamento en los últimos 15 años. Únicamente lo supera la región metropolitana, donde se han hecho 700.
El sueño es que el centro de rescate fuera solo un hogar de paso. Sin embargo, hay animales que no pueden ser liberados en su hábitat natural. Algunos tienen problemas de salud y deformaciones que les impiden adaptarse a la vida silvestre porque no pueden, por ejemplo, cazar. Otros han sido domesticados y están acostumbrados al contacto humano. Estos especímenes pueden ser visitados en las instalaciones de ARCAS, donde se busca concienciar al público sobre el impacto del tráfico de especies.
No es rescate si te lo quedas.
Un jaguarundi fue mantenido en casa y sus patas quedaron deformadas.
Otro, entregado a tiempo, hoy está en rehabilitación.
REPORTA A:
📞 CONAP 1547 | ARCAS 78301374 – 49958606#ProtegeYLibera #ARCASGuatemala #FaunaSilvestre pic.twitter.com/Xn9vtI3lOX— Arcas Guatemala (@ArcasGuate) May 8, 2025
Dos yaguarundíes fueron entregados al CONAP en 2017 cuando eran cachorros, luego de que una persona los encontró mientras limpiaba un potrero. Ambos fueron trasladados al centro de rehabilitación y uno de ellos fue liberado ese mismo año en un parque nacional. Sin embargo, el otro no tenía las condiciones para regresar a la selva y hoy todavía se encuentra bajo cuidado profesional.
ARCAS los recibió, se encargó de su recuperación y calificó lo sucedido como un “secuestro de vida silvestre”. Según dice la organización, los yaguarundíes no debían ser rescatados porque, probablemente, su madre se encontraba cerca.
El caso de los hermanos yaguarundíes no es el único. Según información entregada por el Ministerio de Gobernación (Mingob) a Mongabay Latam y Agencia Ocote, entre enero de 2010 y abril de 2025, la División de Protección a la Naturaleza (Diprona) de la Policía Nacional Civil (PNC) incautó 790 mamíferos silvestres y tan solo en 2021 hicieron el 18 % de las incautaciones (143 especímenes). Sin embargo, la institución no cuenta con registros específicos de yaguarundí.
“En Diprona deberían estar personas que conocen bien la biodiversidad, pero no siempre es el caso. Estoy casi segura de que hay muchos subregistros o hechos que no se documentan bien. Por ejemplo, ni siquiera utilizan un nombre científico porque con eso no habría pierde”, explica Bárbara Escobar, bióloga especializada en felinos y coordinadora de la organización Panthera para Guatemala.

La titánica tarea de regresarlos a su hábitat
Cuando los pequeños yagurundíes llegaron al centro de rehabilitación en 2017, el personal de ARCAS los registró, como lo hacen con todos los animales. Les colocó un microchip que incluye un número, de acuerdo a estándares internacionales.
La organización también les creó una hoja informativa, donde se incluyeron datos como su nombre científico y común, edad, sexo y peso. Además de información sobre la condición en la que llegaron al centro.
ARCAS desconoce información sobre su condición previa al momento del rescate. Esto suele suceder con los animales que llegan al centro. Por la falta de educación sobre el tema, “las personas no dan información y las autoridades no la solicitan ni la averiguan. De ellos [los yaguarundíes hermanos] solo sabemos de dónde vinieron [el potrero] y nada más. Una vez recibidos conocemos su historia clínica pero antes de ingresar, no solemos tener nada”, explica Alejandro Morales, veterinario de la organización.
Cuando los hermanos yaguarundíes llegaron a ARCAS, los ubicaron en kennels (perreras), en el área de cuarentena. En esta etapa, los cachorros pasan el día durmiendo y se alimentan de leche especial para su especie cada tres o cuatro horas, desde las seis de la mañana hasta las siete de la noche. Los cuidadores, liderados por la zoóloga Anna Bryant, quien es coordinadora de biología en la organización, también deben sobar sus estómagos, para estimular que orinen y defequen.

Al igual que con otras especies, el reto durante el proceso de recuperación fue grande, ya que se debe procurar el mínimo contacto posible con humanos para garantizar una mejor adaptación a su hábitat cuando sean liberados. Entre más familiarizados estén con la gente, más complicada será su liberación al hábitat natural, dice Bryant.
A veces se les coloca un peluche o una botella de agua caliente para simular a su madre. Cuando tienen dientes, comienzan a alimentarse con pollo cocido.
Poco a poco, su alimentación cambió a pollo crudo. Comían solo una vez al día. Cuando esto sucedió, “cambia su comportamiento, es como un animal silvestre. Se vuelven muy agresivos con el pollo [aunque esté crudo], corren de una esquina a otra. Son chiquitos, pero tienen un desarrollo muy rápido”, dice Bryant.

Después de unos 60 días, los yaguarundíes fueron trasladados a jaulas de unos 5 por 5 metros, ubicadas en un área poco visitada del recinto de ARCAS. Allí, los animales se pueden mover con libertad, en el espacio con árboles, hojas de palma y vegetación que simula su hábitat natural.
Los veterinarios los recogían una o dos veces a la semana para pesarlos. También revisaban el estado de sus heces, pues es un indicador de su salud.
Para ser liberado, un yaguarundí debe saber cazar. Por ello, un par de semanas antes de la liberación del primer felino, el equipo de ARCAS les entregó palomas que fallecieron de causa natural para que aprendieran cómo remover las plumas y luego pudieran alimentarse.

También les entregaron aves vivas para cazar. “Si puede capturar y matar en el primer o segundo intento, está listo para ser liberado. Si necesitan atacar tres o cuatro veces, necesitan más práctica. Queremos liberar animales que tengan las habilidades para sobrevivir en el bosque”, explica Bryant.
Uno de los hermanos yaguarundíes que pasó todas las pruebas fue liberado en el parque nacional Yaxhá-Nakúm-Naranjo, en Petén. Las liberaciones suelen realizarse en áreas naturales protegidas, con el objetivo de que permanezcan lo más lejos posible de la gente.
No hay manera de constatar la condición actual de este animal. Los collares, que se podrían utilizar, son costosos y de difícil acceso. En la actualidad, ARCAS solo monitorea tres especies después de su liberación: las guacamayas y los ocelotes, con collares GPS de doble vía, y los monos con collares VHF de señal análoga.
La rehabilitación de un yaguarundí es más rápida que la de otras especies. Puede tardar entre un año y un año y medio, mientras que la de un mono araña puede tomar seis e incluso ocho años.
“En el caso de los monos, no se puede rehabilitar y liberar solo a uno porque ellos están organizados como por tropas. Entonces ese tipo de procesos son mucho más largos porque hay que rehabilitar una tropa completa para poder liberarlos. Los yaguarundíes son individuos que están en solitario”, explica Bárbara Escobar.
El problema es que el proceso de rehabilitación de un yaguarundí es costoso y difícil de calcular. Las tres o cuatro latas de leche diarias que se utilizan por espécimen de este felino cuestan 20 dólares cada una, más el precio de envío desde Estados Unidos a Guatemala. Después, cuando el yaguarundí crece, come de una a dos libras de pollo al día. Es decir, serían al menos 16 560 quetzales (poco más de 2123 dólares). A estos costos se suman los medicamentos y exámenes médicos realizados por los veterinarios.
Sin embargo, sus cuidadores casi se olvidan de esto cuando por fin logran devolver uno a su hogar natural. Cuando son liberados, estos felinos suelen salir “disparados” a su nuevo hábitat. Al equipo ni siquiera le da tiempo de tomar una fotografía del momento. “Es así como sabemos que hicimos un buen trabajo”, dice Bryant con una sonrisa.
La domesticación y los pocos recursos para estudiar la especie
El otro yaguarundí no pudo ser liberado con su hermano porque sufre de problemas en los huesos, los cuales impiden su adaptación al hábitat. “Él puede correr y caminar, pero no lo suficientemente rápido como para cazar algo. También, por el contacto, porque recibe fisioterapia, está muy acostumbrado a la gente”, explica Bryant, y agrega que por eso permanece en el refugio de ARCAS.

La organización le ha realizado múltiples chequeos y radiografías a este yaguarundí en un intento por conocer más sobre esta especie. Según Escobar, no hay información suficiente que evidencie si este tipo de deficiencias son comunes en estos felinos, pero comenta que estas condiciones suelen darse cuando los individuos son extraídos de su hábitat, incluso siendo pequeños. Especialmente cuando son domesticados, comenta, pues no reciben una dieta adecuada ni las condiciones que necesitan para crecer.
Aunque los yaguarundíes se encuentran distribuidos a lo largo de todo Guatemala, especialmente en bosques de vegetación densa, una de las principales amenazas que enfrentan es la fragmentación de su hábitat. “Esto está relacionado al cambio de uso de suelo por monocultivos, minería o desarrollo urbano”, explica Escobar.
Estas condiciones han obligado a que la especie tenga que adaptarse. En 2020, Escobar realizó el primer registro de nado de la especie en el Refugio de Vida Silvestre Punta de Manabique, en Izabal, al este de Guatemala. Según el artículo, publicado en la revista Therya Notes, es posible que este comportamiento sea frecuente para la especie, pero que no se haya documentado con anterioridad.
“Otra explicación de nuestra observación podría ser que la especie está realizando comportamientos atípicos debido a la presión por la fragmentación de su hábitat, que lo obliga a buscar algunos recursos en donde antes no lo hacía”, indica la publicación.
También se han documentado casos en los que este animal cae en trampas plantadas para atrapar especies que se suelen comercializar ilegalmente, como el jaguar (Panthera onca). Además, el yaguarundí también suele ser traficado para convertirlo en mascota.
Según Escobar, al ser el yaguarundí una especie con mayor cantidad de ejemplares y un rango de distribución más grande, la ciencia suele enfocarse en investigar a las especies más perseguidas, por ejemplo, por la cacería ilegal.
A criterio de Escobar, el yaguarundí no suele ser reconocido como una “especie carismática”, con la cual las personas suelen empatizar más y que es típico ver, por ejemplo, en peluches, juguetes o en películas animadas, como por ejemplo, el tigre (Panthera tigris). Aunque no debería ser así, la investigadora dice que en el caso de las especies carismáticas es más fácil para los científicos conseguir fondos para estudiarlas.
El tráfico es una amenaza real
“Cuando la gente conoce a los yaguarundíes, su reacción inmediata es: ‘Ah, es un gato. Es un gato extraño’”, explica Bryant.
Precisamente, es su parecido con el felino doméstico lo que lo hace vulnerable al tráfico de especies. Sobre todo, cuando es un cachorro y la similitud es aún mayor. Para algunas personas, tener un espécimen de yaguarundí, o de otros félidos, es también una cuestión de estatus.
“Es el ego. Es poder decir: yo tengo un gatito de yaguarundí, tú tienes un gato doméstico, común”, agrega la zoóloga.

Miriam Quiñonez, veterinaria y encargada de fauna silvestre y recursos biológicos para la Dirección Regional del CONAP en Petén, clasifica a las redes de tráfico de especies como “extremadamente intensas”. Es un delito que, usualmente, es acompañado por otros como el narcotráfico y el tráfico de personas o armas.
Recuperar a un yaguarundí que ha sido víctima del tráfico no es tarea sencilla. “Es un animal bastante agresivo. Es muy complicado atraparlo e, incluso, encontrarlo. Se necesitan jaulas, guantes y equipo especializado para poder hacerlo”, señala Alan Martínez Orellana, agente de la Diprona de La Libertad, Petén.
La Ley de Áreas Protegidas también establece que todos los especímenes rescatados de tráfico de especies deberán ser depositados, de manera inmediata, en el CONAP. Esta institución los entrega a organizaciones con centros de rescate que tengan las capacidades para garantizar su recuperación, como ARCAS.
“La idea de llevarlos a un centro de rescate es que sea posible devolverlos a la naturaleza. Ese es el ideal de la ley: que los animales no permanezcan en cautiverio, sino que vuelvan a su hábitat”, explica Quiñonez. Pero, en caso de que deban permanecer en confinamiento en un centro, por problemas de salud, “que sea en las mejores condiciones posibles”, añade la veterinaria.

Desde 2012, ARCAS ha recibido nueve yaguarundíes. Dos de ellos fueron “donaciones”, es decir, personas particulares los entregaron voluntariamente. El resto de los ejemplares fueron rescatados por la Diprona y el CONAP en distintas condiciones: como resultado de una denuncia ciudadana, como víctimas de incendios forestales o en la comisión de un delito, como el tráfico de especies.
Sin embargo, que pocos animales estén llegando a centros de rescate no necesariamente refleja la realidad. “Que nuestro registro esté en cero no quiere decir que [el delito] no esté sucediendo. Más bien, tenemos que esforzarnos un poco más en entender qué está pasando con la población [de fauna silvestre]”, explica Quiñonez.
Mientras tanto, el cachorro con problemas óseos que no pudo ser liberado ya es un yaguarundí adulto. Vive junto a otro espécimen en el refugio de ARCAS, donde el público puede visitarlo. Su hogar es una jaula con vegetación y espacio suficiente para caminar, saltar y moverse durante las noches. A unos metros de ellos, se encuentra el resto de animales rescatados, entre ellos, monos araña (Ateles), tucanes (Ramphastidae) y un puma (Puma concolor), que, como resultado del tráfico de especies, nunca podrán regresar a su hábitat natural.
Imagen principal: los yaguarundíes recuperados del tráfico de especies y secuestro de fauna silvestre son rehabilitados por Arcas. Foto: Christian Gutiérrez
*Este texto es una colaboración periodística entre Mongabay Latam y Ocote de Guatemala.