- Comunidades del Datem del Marañón, en la región de Loreto, fusionan saberes ancestrales con conocimiento científico para proteger las turberas que se encuentran en esta área de la Amazonía peruana.
- Las turberas solo cubren el 3 % de la Tierra, pero pueden almacenar hasta cinco veces más dióxido de carbono que otros ecosistemas o bosques tropicales.
- Aunque existen pocos estudios en Perú sobre turberas, su importancia radica en su aporte a mitigar el cambio climático y su función socioeconómica para las comunidades.
- La zona donde científicos investigan y comunidades conservan pertenece al Abanico de Pastaza, el humedal más grande del país y el tercero más profundo a nivel mundial.
A orillas del río Pastaza, en el Datem del Marañón, Kietre Gonzales recuerda que de niño los aguajales, los bosques pantanosos de palmeras con mayor presencia en esta área de la Amazonía peruana, se encontraban no muy lejos de las casas de madera que abundan en su comunidad. Pero con el tiempo el paisaje cambió. Los aguajes (Mauritia flexuosa), donde crece la fruta color rojo vino del mismo nombre, empezaron a ser derribados.
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“Hace quince años nosotros mismos estábamos destruyendo. Antes talábamos la palmera de aguaje para aprovechar su fruto, su lugar quedaba vacío y crecía otro tipo de maleza. Empezamos a talar porque no había una iniciativa de tener ese cuidado”, dice Gonzales, miembro de la comunidad nativa Recreo, perteneciente al pueblo indígena kichua.
Al pie de uno de los árboles en la ribera, Gonzales se da la vuelta, levanta la cabeza y mira las grandes hojas de palmeras de aguaje que se asoman entre la vegetación a lo lejos, hacia donde termina el verde brillante del espacio empleado como cancha deportiva, bajo el cielo despejado y un sol abrasador que hace brillar la piel. Un gallo canta e interrumpe la contemplación del paisaje. “Ahora hemos tomado conciencia de que no debemos talar los árboles de la Amazonía”, dice.
Las turberas de aguajal que todavía existen en este territorio amazónico forman parte del Abanico del Pastaza, uno de los complejos de humedales más profundos a nivel global: la tercera tropical más profunda con 8.1 metros, después de Central Kalimantan, en Indonesia, y Cuvette Centrale, en el Congo.
Además, el Abanico del Pastaza fue clasificado como sitio Ramsar en 2002, categoría de importancia internacional debido a su riqueza hídrica y biodiversidad. En sus más de 3.8 millones de hectáreas de bosques habitan cerca de 300 especies de peces, 261 de aves y una amplia variedad de mamíferos, anfibios y reptiles.
Pero no solo eso, también ha adquirido relevancia a nivel mundial debido a su capacidad de mitigar los efectos del cambio climático a través del almacenamiento de carbono.

Ahora, miembros de las comunidades nativas entre las que se encuentran las etnias achuar, kichua, kandozi, awajún, wampis, chapra y shawi, que habitan la zona, buscan conservar las turberas frente a actividades extractivas.
El alto consumo del aguaje en áreas amazónicas debido a sus beneficios para la salud –su contenido de vitamina A es cinco veces mayor que el de la zanahoria– ha generado un aumento de la demanda de esta especie proveniente de los bosques.
Aunque no es el único peligro al que se enfrentan. La deforestación, la minería ilegal, la proximidad de puntos de explotación de hidrocarburos, el cambio del uso del suelo, entre otras amenazas, van ganando presencia en la región.
En busca de la conservación de las turberas
En el Datem del Marañón existen tres tipos de bosques vinculados a las turberas. El principal, por su extensión, ya que constituye el 80 % de las turberas amazónicas, es el bosque de aguajal, como el que se encuentra en la comunidad de Kietre Gonzales.
Las capas y capas de materia orgánica acumulada durante décadas, cientos o incluso miles de años conforman las turberas. Este material orgánico nunca se descompone por completo porque siempre está parcialmente sumergido en el agua. Está atrapado dentro del ecosistema, señala Aoife Bennet, ecóloga política y quien ha investigado las turberas en Perú.
En esa misma línea, Gabriel Hidalgo, investigador y representante del Instituto de Investigaciones de la Amazonía Peruana (IIAP), entidad adscrita al Ministerio de Ambiente, añade que la saturación del agua es una condición crítica para la formación de las turberas, las cuales contribuyen a la dotación hídrica. “Es decir, durante la época seca sirven como un colchón, como un suministro de agua que se va liberando poco a poco a los ríos pequeños, a las quebradas, que posteriormente terminan en los ríos mayores. También es una fuente, un almacén de carbono puro”.
Hidalgo realizó un estudio junto a otros científicos del IIAP y la organización privada Fondo de Promoción de las Áreas Naturales Protegidas del Perú (Profonanpe) en 2022, publicado dos años después. El objetivo fue generar una línea base de información sobre el estado del bosque y el stock de carbono en turberas y aguajales en el Datem del Marañón.
De acuerdo a su estudio, se estima que en la vegetación de las turberas existen en promedio 80 toneladas de carbono por hectárea. En el suelo de turba las estimaciones llegan incluso a 1700 toneladas, es decir, 21 veces más de reserva de carbono, lo cual lo convierte en un área de gran importancia. En otras palabras, el 75 % del stock de carbono en esta área está almacenado en el suelo de las turberas. Además, pueden almacenar entre tres y cinco veces más dióxido de carbono que otros ecosistemas tropicales.
Sin embargo, su degradación puede convertirlos en fuentes de emisiones de carbono. “Si hay una variación de temperatura y pérdida de humedad, esta materia orgánica empieza a descomponerse más rápido, lo que produce emisiones de gases de efecto invernadero, principalmente CO2 y metano”, señala Hidalgo.
Gonzales, quien también es vicepresidente de la Asociación de Productores de Frutos Amazónicos de Recreo (Asprofar), aprendió esto de los especialistas que visitaron su comunidad y reconoce el beneficio que ha obtenido desde que empezaron a cuidar de este ecosistema. La abundancia del aguaje en los territorios comunales desde cientos de años atrás ha convertido la extracción del fruto en una de las principales actividades económicas y de sustento alimentario en la zona.
Desde las primeras horas de la mañana, entre los meses de septiembre y enero, Gonzáles y otros miembros de la comunidad de Recreo ingresan al bosque con botas de caucho, nuevos equipos para escalar las palmeras y sacos de rafia para cosechar el aguaje. Lejos quedaron los días en los que derribaban las plantas para extraer los frutos. Talar los aguajes les impedía volver a cosechar en un futuro, por eso decidieron cambiar la forma de extracción.
Mientras los hombres escalan las palmeras, algunos sujetados por un sistema de arnés, las mujeres desgranan el fruto que cae y llenan los sacos. Durante toda la temporada conseguirán extraer unos 80 sacos en promedio, recibiendo 40 soles (unos 11 dólares) por cada uno.

“Antes cosechábamos tumbando, ahora realizamos el escalamiento, o sea, ya no la tumbamos, aprovechamos la palmera cuando está de pie. Ese ha sido el principal cambio en estos años”, dice Segundo Chanchari, escalador de la comunidad nativa Puerto Díaz.
Subir los 15 a 30 metros que las palmeras de aguaje pueden alcanzar se ha convertido en toda una aventura para Chanchari. Desde hace 16 años se dedica a esto, pero ahora que aprendió nuevas técnicas para escalar y cosechar el fruto, visita otras comunidades para capacitarlas.
Tras una caminata desde las viviendas de madera que abundan en la comunidad y con las botas altas de caucho bien puestas para atravesar el monte y las cochas (o lagos) del lugar, reposa la pesada mochila que contiene los implementos para trabajar al pie de una palmera de aguaje. Una por una empieza a colocarse las cuerdas que lo sostendrán. Cambia las botas de caucho por otras con espuelas para escalar hacia los frutos en lo alto.
“El aguaje es el pulmón del mundo, recibe el dióxido de carbono y ahora más personas toman conciencia para preservar el medio ambiente por el cambio climático”, añade mientras que con sus brazos dorados por el sol espanta los mosquitos que lo acechan.

Pero no todo es extracción. Algunos racimos de aguajes permanecen para que sean el alimento de la fauna local, entre la que se encuentra la sachavaca (Tapirus terrestris), el majaz (Cuniculus paca), el venado gris (Mazama gouazoubira) y los monos como el huapo negro (Pithecia monachus) o el huapo rojo (Cacajao calvus).
Si bien el Datem del Marañón es investigado desde hace 26 años, desde hace siete empezó a recibir a los científicos del Instituto de Investigaciones de la Amazonía Peruana (IIAP) y la organización privada Fondo de Promoción de las Áreas Naturales Protegidas del Perú (Profonanpe). Además de desarrollar una metodología de medición de niveles de stock de carbono en las turberas, han trabajado con las comunidades indígenas en la conservación de este ecosistema.
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En 2015, el Fondo Verde para el Clima (GCF, por sus siglas en inglés), mecanismo financiero en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, aprobó el financiamiento del proyecto Construyendo Resiliencia en los Humedales de la Provincia Datem del Marañón del Perú. Fue el primer proyecto de financiamiento del Fondo Verde en Perú y en el mundo.
Gracias a esta iniciativa, las comunidades locales pudieron reforzar los conocimientos que tenían sobre el aprovechamiento del aguaje y las turberas.
Diversificar las acciones para combatir el cambio climático
En la Comunidad Nativa Puerto Industrial, a una hora por río desde Recreo, el hogar de Kietre Gonzales, hay una palmera de aguaje macho que crece solitaria. El calor y la humedad que producen los cerca de 30° C de temperatura son su única compañía. Solo las palmeras de aguaje hembra dan el fruto que necesitan para sustentarse, pero ambas se necesitan entre sí para su permanencia. La que se encuentra aquí no podrá polinizar alguna otra.
Este aguaje que crece hacia la inmensidad del cielo celeste de la Amazonía, en el área de una planta de procesamiento del fruto, le recuerda a Felipe Gutiérrez la situación de vulnerabilidad del territorio.

El trabajo como docente en la comunidad Puerto Industrial llevó a Gutiérrez a establecer una relación cercana con el bosque. Después de vivir por años en la comunidad, y ser uno de los encargados de promover el desarrollo comunal, se interesó en la cadena de producción del aguaje. Si bien existen plantaciones dentro del territorio de Puerto Industrial, estas se encuentran alejadas y cosechar demanda un mayor requerimiento de tiempo y esfuerzo, por lo que han destinado sus esfuerzos al procesamiento del fruto proveniente de otros poblados como Recreo.
“Aquí en Puerto Industrial hay aguajes, pero están muy lejos. Es muy complicado llegar por la distancia. En cambio, en otras comunidades tienen el fruto ahí”, dice Gutiérrez desde la planta de procesamiento que ahora es fotovoltaica gracias a los paneles solares que generan energía.
Desde 2018 comuneros y comuneras se agruparon en la Asociación de Productores y Manejo de Aguaje para procesar los sacos de fruta que llegan de otras 13 comunidades cercanas por río. La temporada de producción de aguaje es corta y deben aprovechar cada día de trabajo en la planta por el que cada uno gana 40 soles diarios (unos 11 dólares).
Si pudiera salir a cosechar el aguaje, Llona Castillo, de 48 años y madre de tres hijos, lo haría. “Los humedales son como unas tierras movedizas y te puedes sumir hasta la rodilla. Ahora ya no trabajamos tumbando el aguaje, nosotros estamos cuidando la planta”.

No tener un trabajo estable y ser madre obrera, como ella misma se considera, es uno de los grandes desafíos que atraviesan las mujeres de las comunidades amazónicas. “Nosotras necesitamos un pan del día y así ganamos una platita. Ha mejorado la calidad de vida desde que hay producción de aguaje. Aprovechamos y nos ponemos a trabajar”, cuenta Castillo.
En la actualidad, reciben este fruto estacional y lo procesan en la planta que remodelaron, gracias al financiamiento del Fondo Verde, para obtener cerca de 7 mil helados, 20 litros de aceite y 40 jabones de aguaje por temporada. Castillo comenta que le gustaría tener más equipos para continuar con la producción el resto del año cuando no se cosecha el aguaje. Al final del día, las maniobras en la pequeña fábrica de la comunidad complementan otras fuentes de sustento tradicionales como la agricultura, la caza o la pesca en el Datem.
Para otras comunidades como las de la etnia kandozi, la pesca artesanal es una actividad ancestral que practican para aprovechar los recursos acuáticos disponibles. En la comunidad San Fernando, los aguajales no son una opción porque están lejos de su territorio.
La mayor preocupación para ellos es no contar con los peces, su principal reserva productiva, y más ahora que ya tienen una planta de hielo que les permite conservar lo que capturan para transportarlo por río a los mercados urbanos, cuenta Rider Gais, presidente de la Asociación de Pescadores Artesanales Kachizpani, quien ha dedicado toda su vida a la pesca.

Los lagos y ríos de la zona están siendo afectados por el incremento de las temperaturas y la sedimentación de las lagunas. Por eso, intentan hacerle frente a la situación a través de la pesca sostenible, evitando la degradación de las turberas y adaptándose a los efectos del cambio climático, indica Claudia Godfrey, directora de Innovación y Gestión Estratégica del Profonanpe.
Además, los bionegocios son algunas de las apuestas de las comunidades para generar un valor económico y conservar los recursos disponibles y el ecosistema.
Para Godfrey, el proyecto desarrollado en los humedales del Marañón (que involucra la acuicultura y la producción de aguaje, entre otras actividades) tuvo dos enfoques, por un lado conservar las turberas, y por otro, fomentar la conservación de actividades de manera sostenible.
“Los bionegocios tienen un triple impacto: conservan el ecosistema, mejoran la calidad de vida de la población y se reciben ingresos económicos”, dice sobre los sitios donde se realizan estas actividades, los cuales funcionan como zonas de amortiguamiento para el cuidado de las turberas.

El futuro de un ecosistema frágil
Realizar estudios especializados en las turberas del Datem del Marañón es complejo. El viaje es largo, conlleva una logística bastante costosa e implica tener un acuerdo con las comunidades indígenas para ingresar a las zonas. Sin embargo, como resultado de la exploración del equipo de científicos en 2022 se creó una metodología de medición de niveles de stock de carbono en turberas, un documento que servirá como línea base para la política sobre turberas en el país. Lo deberá diseñar y gestionar el Ministerio de Ambiente y el Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre (Serfor).
Pero, ¿existen diferencias respecto a otros estudios previos de medición de stock de carbono? ¿Cuál es la particularidad de este reciente estudio? La clave se encuentra en la diferencia que existe al medir el carbono en turberas y al medirlo en bosques en pie.
“No todos los árboles tienen las mismas características y albergan de manera diferente el carbono. Incluir esta variación es importante para mejorar la precisión de nuestras estimaciones», señala el investigador Gabriel Hidalgo. «Conocer la cantidad de carbono almacenado contribuye a los conocimientos sobre la mitigación del cambio climático, ya que si este carbono fuera liberado a la atmósfera, afectaría los patrones climáticos a nivel regional y global”, agrega.
En diciembre de 2024, el director del Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre (Serfor), José Nieto, reconoció la presencia de riesgos y actividades ilegales como la minería ilegal, los cultivos ilícitos y la deforestación en el Datem del Marañón. También resaltó la importancia de proyectos como los desarrollados en la zona, que “muestran el camino correcto de cómo debemos trabajar con la gente».
Sin embargo, al hacer las consultas al Minam y al Serfor sobre las medidas adoptadas en base a los resultados del equipo de científicos para generar políticas sobre la conservación de turberas, no se obtuvo respuesta.
Aunque no existe un sistema de monitoreo de estos ecosistemas en el país, ni en la región, sí existen iniciativas para incentivar la conservación en un proceso de implementación, por ejemplo el proyecto “Lineamientos para la identificación de turberas con la finalidad de adoptar medidas para su registro, conservación y uso sostenible en Perú”.

Hace unas semanas se dio a conocer otro estudio, publicado en la revista científica Geophysical Research Letters, en el que científicos estadounidenses y del Instituto de Investigaciones de la Amazonía Peruana (IIAP) revelan que las turberas de Quistococha, en la provincia vecina de Maynas, también en Loreto, perdieron su capacidad de capturar el dióxido de carbono debido a variaciones climáticas.
“El hecho de que un ecosistema sin grandes alteraciones humanas pierda su rol ecológico esencial, solo por efecto del clima, resulta alarmante”, dijo Jeffrey Wood, autor principal del estudio e investigador de la Escuela de Recursos Naturales de la Universidad de Missouri.
Para que el suelo orgánico de las turberas del Datem del Marañón mantenga su capacidad de almacenar carbono es necesario establecer políticas articuladas entre los distintos niveles de gobierno para su conservación y uso sostenible. De lo contrario, los esfuerzos de los científicos y de las comunidades nativas que viven en la zona podrían ser los últimos. Como señala la experta Aiofe Bennet, “es como tener la octava maravilla del mundo, vas a querer protegerla y decir que la tienes, y así poder incluirla en tus compromisos ambientales”.
Imagen destacada: Segundo Chanchari escala una palmera de aguaje utilizando implementos que le permiten conservarla. Foto: Leslie Moreno Custodio.