- Aunque desde los años 80 la ciencia comenzó a observar la relevancia de los ecosistemas marinos costeros para capturar el hoy llamado carbono azul, en Venezuela apenas comienzan a hacerse las mediciones de CO2 que recogen las praderas de pastos marinos en las costas del país.
- Un equipo de científicos de la Universidad de Oriente y la líder de un proyecto para combatir especies exóticas invasoras acuáticas –resultado de una alianza entre el gobierno venezolano y la FAO– hablan sobre iniciativas que los estudian y consideran su necesaria defensa.
- Los pastos marinos cubren el 0,1 % del fondo oceánico, pero pueden almacenar hasta 18 % del carbono de los océanos. Avanzar en su estudio es importante para hacerle frente a la crisis climática global.
- En Venezuela, los pastos marinos se encuentran en peligro debido al calentamiento global, el turismo sin control y un coral invasor proveniente de la India que se expande más rápido que las medidas implementadas para frenarlo.
Junior de la Rosa se sumerge en el mar de una de las playas del Golfo de Cariaco, al oriente de Venezuela, con unas mallas negras deportivas y una camiseta de surf manga larga. En lugar de zapatos de playa o aletas para bucear, usa un par de tenis oscuros. Necesita estabilidad. Lleva consigo un tubo de PVC (Policloruro de Vinilo) que le sirve para extraer plantas de las praderas de pastos marinos, específicamente de la especie Thalassia testudinum, y así medir cuánto carbono azul son capaces de almacenar.
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Las fanerógamas o pastos marinos son “plantas con flores marinas que se encuentran en aguas poco profundas en numerosos rincones del planeta, desde los trópicos hasta el círculo polar ártico”, de acuerdo con la Organización de Naciones Unidas (ONU), cuya Asamblea General aprobó en mayo de 2022, que cada 1° de marzo se celebre el Día Mundial de los Pastos Marinos.
Esa resolución, según la organización, puso en relieve la “urgente necesidad” de conservarlos, pues aunque solo cubren el 0.1 % del fondo oceánico, son hábitat de miles de especies de peces y tortugas, y proporcionan sustento a algunas de las mayores pesquerías del mundo. Y además tienen un súper poder: pueden almacenar hasta 18 % del carbono oceánico mundial, lo que los convierte en una potente solución frente a los efectos del cambio climático, continúa el documento.
De la Rosa lo sabía y, por eso, todos los meses entre septiembre de 2023 y septiembre de 2024, repitió estas inmersiones junto a un equipo de académicos del Instituto Oceanográfico de Venezuela (IOV), de la Universidad de Oriente (UDO), quienes colaboran con la investigación que le servirá para obtener su maestría en Ciencias Marinas en la misma casa de estudios.

En esas salidas de campo, el grupo se unía para entrar al mar, determinar cuál pradera estudiaría, saber si era una sola en su conjunto o si estaba compuesta por parches. Con una cinta métrica también medían la superficie que cubría y sacaban plantas del lecho marino. Todo esto en una jornada entera, que suele tardar entre 10 y 12 horas, con instrumentos básicos de observación y extracción a poca profundidad. No tenían equipos de buceo ni tubos metálicos más largos, lo que impidió que se midieran praderas en aguas más profundas.
“La importancia de este ecosistema radica en todos los servicios ecosistémicos que ofrece”, destaca De La Rosa, quien asegura que aunque los pastos no son tan visibles como los manglares que están en zonas intermareales –entre la tierra y el mar–, son hábitats clave para la vida de la zona.
“Para contemplar la exuberancia y la dinámica de los organismos en estos ecosistemas de fanerógamas marinas, tienes que sumergirte e ir observando cada uno, tener una visión aguda porque hay muchos organismos que están camuflados dentro del sedimento, sobre él o acompañando la planta”, explica el licenciado en Biología e investigador, quien señala que, desde la orilla de la playa, los pastos se ven como zonas oscuras en el mar. Las comunidades que hacen vida en las zonas costeras venezolanas desconocen sus beneficios y, muchas veces, los arrancan.
En ese equipo de académicos que integra De La Rosa está la directora e investigadora del IOV, Mayré Jiménez, quien lo asesora con su trabajo final de maestría. La investigación que conducen la financia la Oficina de Cambio Climático del Ministerio de Ecosocialismo (MINEC), que en 2023 hizo una convocatoria para proyectos vinculados con el cambio climático.
Para ese momento, Jiménez tenía más de tres décadas estudiando la fauna asociada a los pastos marinos, así que decidió, entonces, mirar directamente hacia las plantas. El punto a favor es que ya conocía la metodología para extraerlas y observarlas, por eso estableció que harían el trabajo en el Golfo de Cariaco, donde hay extensas praderas de pastos, pero cuya capacidad para almacenar carbono aún se desconoce.

“En Venezuela no existen investigaciones enfocadas en esta temática, ya que la mayoría de los estudios en estos ambientes han sido realizados en la diversidad de la fauna asociada y su biomasa, sin resaltar la importancia de estos ecosistemas como reservorios de carbono”, apunta la experta.
Para Jiménez es crucial que se hagan mayores esfuerzos para registrar en bases de datos el almacenamiento de carbono orgánico en las praderas de la costa de Venezuela. De esta manera, se podrán conocer las tasas de carbono azul en los diferentes compartimientos de la planta y se tomarán decisiones para su conservación, con un énfasis especial en informar a los habitantes de los balnearios sobre la importancia del cuidado fundamental de estos ecosistemas.
Un laboratorio en casa
El conocimiento de Mayré Jiménez sobre los pastos marinos, y las dificultades para investigar por las que atraviesa Venezuela, la han llevado a instalar una especie de laboratorio desplegado en el garaje de su casa. Allí tiene una estufa y una mufla de laboratorio (una especie de horno especial para procedimientos químicos). Ambos son equipos indispensables para secar la planta (de su biomasa seca se obtiene el carbono), así como sus sedimentos y materia orgánica.
También tiene un aparato de tamizado, para hacer la granulometría y determinar el tamaño de las partículas que componen el sedimento, y distintos instrumentos para tomar las muestras, desde nucleadores de PVC hasta bolsas, servilletas, papel aluminio y envases de vidrio, metal y plástico.
En un estanque conserva frascos con muestras de invertebrados marinos que viven en las praderas. Y, claro, tiene un pizarrón, porque a ratos su garaje también alberga a los estudiantes a los que da clases en el postgrado y doctorado en Ciencias Marinas.

Ese laboratorio en casa no es un capricho. Ni las instalaciones del IOV ni las de la UDO son aptas para hacer los estudios. Desde 2016 –y sobre todo entre 2020 y 2022, en medio de la pandemia del Covid-19– el núcleo de Sucre de la universidad, así como el resto de sus sedes en otros estados, sufrieron incendios y actos vandálicos, en los cuales se quemaron alrededor de 120 000 textos de las bibliotecas, se robaron equipos, mobiliario y materiales académicos de salones, laboratorios y espacios de investigación. La infraestructura quedó desmantelada, sin servicios públicos, y no ha podido recuperarse por la escasez de recursos económicos de la institución pública.
Pero nada ha detenido a científicos como Jiménez y de la Rosa para hacer “la primera investigación de la región oriental venezolana que estudia el carbono azul en praderas de pastos marinos”, tal como acota orgullosa la académica. Jiménez comenta que, de acuerdo con el Informe especial sobre los océanos y la criosfera en un clima cambiante (2019), del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas, se estima que estos ecosistemas, al igual que los manglares y marismas, pueden almacenar hasta 1000 toneladas de carbono azul por hectárea.
En Venezuela, los pastos marinos apenas están comenzando a estudiarse mientras que en otros países de la región, como Colombia, hay mediciones más avanzadas en las costas de La Guajira y la Isla de San Andrés. Las investigaciones también llevan años en varios países de Europa, como Reino Unido, donde eliminaron el 92 % de los pastos marinos durante el siglo XX y ahora activan planes para restaurarlos.
En todas estas evaluaciones están conscientes de la contribución de estas praderas al planeta y se considera su fragilidad: al menos el 30 % desapareció desde el siglo XIX, señaló la ONU.


Hasta ahora, uno de los primeros trabajos sobre el tema, aún en elaboración, es «Estimación preliminar del carbono azul asociado a praderas de pastos marinos en territorio insular y costero de Venezuela», en el cual se determina que en los lugares evaluados —los parques nacionales Morrocoy (Falcón), Los Roques (Territorio Insular Miranda) y la Laguna de Cocinetas (Zulia)— presentan al menos cuatro especies de pastos: Thalassia testudinum, Halophila stipulacea, Syringodium filiforme y Halodule sp.
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La investigación de 2024, hecha por Oswaldo Bolívar, Eliaira Rodríguez y Laynet Puentes, de la Dirección de Energía y Ambiente de la Fundación Instituto de Estudios Avanzados (IDEA), también destaca que Thalassia testudinum es la más abundante en todos los sitios explorados.
El estudio destaca que se obtuvo un promedio de carbono orgánico (Corg) general de 1.38 en 29 muestras analizadas de ocho praderas marinas con diferentes coberturas y composición. Estos valores son similares a los que ya se han reportado en el Caribe colombiano.
«Este estudio es uno de los primeros en evaluar el carbono orgánico en sedimentos de sistemas de pastos marinos en Venezuela. Dado que este trabajo fue una evaluación única, se requieren estudios a gran escala que determinen el Corg para una estimación precisa del carbono azul en estos sistemas, fundamentales para la mitigación del cambio climático», se indica en sus conclusiones.
Los súper pastos
Para Jiménez los pastos marinos son un mundo fascinante y al hablar de ellos primero empieza con un recorrido de historia natural. Comenta que las fanerógamas marinas fueron plantas terrestres, pero que desde hace 100 millones de años viven en el océano. No es un alga: tiene flores, frutos y, así como los manglares, capta el CO2 del océano y lo almacena tanto en tallos y hojas como en sus raíces. Por eso actúa como un importante sumidero de carbono azul.

Al captar el carbono, amortiguan el fenómeno de acidificación de los océanos y contribuyen a la recuperación de los ecosistemas y especies más vulnerables, como los arrecifes de coral, de acuerdo con la ONU.
“Los pastos marinos pueden mejorar la calidad del agua al filtrar, reciclar y almacenar nutrientes y contaminantes, y reducir la contaminación de los alimentos marinos”, sostiene la organización.
De hecho, Jiménez señala que sirven como trampa de sedimentos porque los acumulan entre sus hojas y raíces y así previenen la erosión costera. Además, albergan una inmensa cantidad de organismos, tanto vertebrados como invertebrados, a quienes sirven como lugar de refugio y protección.
Los pastos marinos también son recicladores de nutrientes. La científica describe que cuando están cerca de aguas servidas, son capaces de reciclarlas y transformarlas. Sin embargo, el exceso de desechos tóxicos les afecta. Por eso, comenta Jiménez, han desaparecido de ciudades europeas costeras en donde los desagües y construcciones los eliminaron de forma permanente. Una vez que eso sucede, estas plantas retornan a la costa el CO2 que capturaron y retuvieron en sus hojas, tallos y raíces. “También devuelven el gas metano y, en algunas oportunidades, pueden hacer lo mismo con nitratos y ácidos ferrosos”, recalca la experta.
Junior De la Rosa agrega que la gran cantidad de organismos que hacen vida permanente y transitoria en estas praderas son un recurso económico importante para los habitantes de las zonas costeras. Según dice, hay peces que buscan refugio en los pastos en algún momento de su ciclo de vida y, si no lo encuentran allí porque se han degradado, migran, así como también lo hacen las especies más grandes para la pesca de las comunidades costeras.
Los invasores y la seguridad alimentaria
Los estudios sobre pastos marinos también han sido incluidos en el proyecto “Fortalecimiento de la Gestión para Combatir las Amenazas de las Especies Exóticas Invasoras Acuáticas en Venezuela”, que impulsó el MINEC con apoyo de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) y que financia el gobierno venezolano y el Fondo Mundial del Medio Ambiente (GEF, por sus siglas en inglés). El plan inició en diciembre de 2024.
La gran preocupación es que estas plantas son una de las especies amenazadas por el avance del coral blando (Unomia stolonifera), procedente de India y que desde que se instaló en las costas venezolanas, en la década de los 2000, se ha convertido en invasor pues no ha hecho más que expandirse desde el oriente del país, específicamente en el Parque Nacional Mochima, donde se ha reportado en al menos 3000 hectáreas.
Su conquista ha continuado hacia el centro, en las playas del estado de Aragua, hasta llegar al Refugio de Fauna Silvestre de Cuare y al Parque Nacional Morrocoy, en el occidente venezolano. Ha afectado directamente a gusanos marinos (Polychaeta), esponjas (Porifera) y estrellas de mar (Asteroidea) y ha ahuyentado a peces que viven en los arrecifes de coral, incidiendo en la pesca.
Unomia stolonifera también ha golpeado el turismo porque los corales perdieron su colorido y ahora se ven marrones. Dejaron de ser atractivos para quienes buceaban o hacían snorkeling en la zona.
La iniciativa del MINEC y la FAO busca “reducir la pérdida de biodiversidad y la afectación de servicios ecosistémicos de importancia mundial”, capacitando a instituciones y comunidades en la “prevención, detección temprana, control y erradicación de especies exóticas invasoras acuáticas” presentes en Venezuela, detalla Blanca Bottini, bióloga y líder del proyecto.
La experta aclara que el enfoque del plan es amplio y aunque está dirigido hacia los arrecifes coralinos, la diversidad biológica que albergan y el efecto de las especies exóticas en ellos, la importancia de los servicios ecosistémicos que aportan las praderas ha permitido que estas también se consideren objeto de estudio.
“El interés surgió al identificar estos ecosistemas [los pastos marinos] como elementos clave en la lucha contra el cambio climático”, dice Bottini, y enfatiza que la protección de estos hábitats marinos es “fundamental para mantener la biodiversidad costera” y todos los beneficios que generan estas especies.
El proyecto liderado por Bottini tiene cuatro componentes: primero está el fortalecimiento institucional y comunitario para gestionar especies exóticas invasoras (EEI) acuáticas con enfoque de género; luego está la implementación de un sistema de monitoreo y control de las EEI acuáticas en el que participen las comunidades que, en estas áreas, dependen de la pesca. También está contemplada una experiencia piloto del control comunitario de estas especies que, a su vez, incluya “alternativas socio productivas sostenibles” que contribuyan a restaurar el hábitat y la seguridad alimentaria de la zona. El último componente es la difusión de información y aprendizaje del proyecto con enfoque de género.


Este plan aún está en etapa de levantamiento de información, estudios de impactos ambientales y socioculturales de las EEI acuáticas, mientras que las comunidades que habitan en la zona esperan un abordaje más expedito.
Douglas Fuentes, miembro de uno de los Consejos de Pescadores Artesanales (CONPPA) de la Isla de Arapo, ha conocido a través de las conversaciones con la FAO que esa alfombra oscura (el coral invasor), que cubrió los corales nativos que se veían desde la orilla de su isla, se expande velozmente y que la especie se beneficia de las aguas cristalinas porque necesita del sol para sobrevivir.
“El Unomia no se ha podido combatir. Cada día se está expandiendo más. Se trató en algunas zonas, se arrancó, pero al dejar de tratarse, se expandió de nuevo. Los corales nativos se han tapado y eso es un problema porque ahí viven muchos peces. Todavía se pueden conseguir cabañas (Sarda sarda) y cojinúas (Caranx crysos). Pero la catalana (Priacanthus arenatus) y el parguito (Symphysanodon berryi) ya no”, apunta Fuentes.
Para evitar que el coral invasor siga creciendo, los biólogos han recomendado a los pescadores usar boyas, no lanzar anclas cerca de ellos, ni patearlos o romperlos, porque las partículas que se desprenden se reproducirán en otras zonas a donde el coral no había llegado.
“La FAO proporciona asistencia técnica fundamental en los estudios de línea base, apoyando la recopilación de información crucial sobre estos ecosistemas”, refiere Bottini. Tal respaldo ayudará a comprender cómo el cambio climático altera las condiciones marinas (temperatura, patrones de vientos, PH, concentración de oxígeno disuelto, entre otras) y permitirá evaluar de qué manera afectan el reciclaje de nutrientes, el secuestro de carbono, la agricultura y la pesca, acota.
“Esta colaboración es vital para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible y las metas de la Agenda 2030, especialmente en lo relacionado con la seguridad alimentaria, considerando que la alteración de las cadenas alimentarias reduce la productividad terrestre y oceánica”, insiste la funcionaria.
Bottini agrega que, en Venezuela, instituciones como la Fundación Instituto de Estudios Avanzados (IDEA) y la Universidad Simón Bolívar trabajan en proyectos de carbono azul, pero no exclusivamente enfocados en pastos marinos.
El proyecto que ella lidera sí contempla el análisis económico del efecto de las EEI acuáticas y, por tanto, considera valorar las emisiones de carbono en estos ecosistemas.
Esto se hará por medio de mesas técnicas integradas por biólogos, ecólogos marinos, economistas ambientales, geógrafos y otros especialistas de instituciones públicas como el MINEC, pero también del Ministerio de Pesca y Acuicultura, Instituto Nacional de Parques (INPARQUES), el Ministerio de Ciencia y Tecnología (MINCYT), el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) y diversas universidades. Entre todos definirán la metodología para cuantificar la capacidad de captura de CO2 de los pastos marinos y otros ecosistemas. Sin embargo, el proyecto aún está en una fase muy temprana de preparación.
Otras amenazas
A lo largo de su investigación, De la Rosa y Jiménez se dieron cuenta de que las zonas costeras con praderas de Thalassia testudinum que habían estudiado ya no estaban cuando volvían a visitarlas en nuevas salidas de campo. Los lugareños las arrancaban. Algunos lo hacían porque les molestaba en su faena diaria en el mar y otros consideraban que era mejor limpiar la zona de esta vegetación porque “afeaba” la playa y molestaba a los turistas.

La repetición de esta actuación hizo que ellos mismos comenzaran a hablarles a las comunidades de los beneficios de los pastos marinos para su propia subsistencia. Y aunque los escuchan, ambos expertos consideran que es mejor que estas campañas educativas se hagan de forma sistemática en todas las costas con presencia de estas praderas para tener resultados significativos.
Pero hay otras amenazas, más allá de la erradicación manual de los pastos marinos y la afectación por parte de especies invasoras, que ocupan el espacio de estos pastos cuando están vulnerables y dificultan su posterior recuperación. Bottini detalla que en el Parque Nacional Morrocoy, “el tránsito de lanchas genera sedimentación que se acumula en forma de capas en las hojas de Thalassia”. En esta área protegida, los turistas van a diario a los “cayos” en estas embarcaciones y, en temporada alta, los viajes de ida y venida en las lanchas son constantes.
“Entre otros factores preocupantes se incluyen la anoxia [falta total de oxígeno en el agua], la disminución del pH causada por el cambio climático y el aumento de la temperatura del agua”, dice Bottini, además de indicar que estas condiciones alteran el funcionamiento de los ecosistemas marinos y los servicios ecosistémicos que proporcionan, “comprometiendo su capacidad como sumideros de carbono y hábitats para especies económicamente importantes”, como el corocoro (Haemulon plumierii) o el pez loro (de la familia de los escáridos, Scaridae).
Según la ONU, los pastos marinos están en 159 países y cubren alrededor de 300 000 kilómetros cuadrados en todo el mundo. Son uno de los hábitats costeros más extensos del planeta. Su conservación y restauración, afirma la organización, también pueden contribuir al logro de 26 metas e indicadores asociados con diez Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
Venezuela, aunque rezagada en su estudio, busca protegerlos y convertirlos en aliados para mitigar el cambio climático. Los resultados que obtengan científicos como Jiménez, de la Rosa y Bottini serán cruciales para alcanzar esa ambiciosa meta.
*Este reportaje forma parte de una alianza periodística entre Mongabay Latam y Runrun.es de Venezuela.
Imagen principal: las praderas de Thalassia se extienden por distintas playas del Golfo de Cariaco, en Sucre, Venezuela. Foto: cortesía Mayré Jiménez