- Una asociación comunitaria protege cerca de 4000 hectáreas de aguajales y renacales en el Alto Mayo, Perú, combinando ecoturismo sostenible, investigación científica y gestión participativa del territorio.
- En la Reserva Ecológica Tingana, los visitantes recorren los bosques inundables en canoa, aprenden sobre agricultura sostenible y especies locales, a la vez que generan ingresos que fortalecen la economía de la comunidad.
- Desde 2023, monitores comunitarios instalaron ocho cámaras trampa estratégicamente distribuidas para registrar la fauna silvestre, monitorear la biodiversidad y reforzar la vigilancia frente a delitos ambientales, como la caza y la tala ilegal.
- Las cámaras han captado especies como el yaguarundí, el lobo de río, el margay y el paujil, generando información científica valiosa que se ha integrado a programas de educación ambiental.
La Reserva Ecológica Tingana está en el centro de un humedal en la cuenca del Alto Mayo, el pantano más elevado de Perú con características amazónicas. En su bosque inundable, las palmeras de aguaje (Mauritia flexuosa) y los renacos —árboles del género Ficus cuyas raíces parecen largas piernas que caminan sobre el agua— resisten a la presión de los cultivos de arroz, que expanden sus fronteras y drenan el territorio alrededor del área protegida.
Desde hace más de dos décadas, una asociación de familias ribereñas amazónicas ha enfrentado esta amenaza y, con vigilancia sostenida, ha logrado que el sitio se convierta en un refugio para la naturaleza. En su esfuerzo por conocer y proteger a las especies que habitan este ecosistema, han recurrido a la tecnología: instalaron cámaras trampa.
“Las cámaras son nuestros ojos en el bosque”, dice Julio César Tello, socio y responsable de la dirección de investigación de la Asociación de Conservación de Aguajales y Renacales del Alto Mayo (Adecaram), organización comunitaria que gestiona el área desde 2004. “Son ojos que nos avisan y nos dan información”, agrega.

Su esfuerzo permite evaluar la biodiversidad local mediante registros fotográficos que ayudan a conocer mejor la presencia, el comportamiento y el estado de conservación de la fauna silvestre. Desde 2023, la instalación de ocho cámaras trampa en puntos estratégicos de las 4000 hectáreas que componen la Concesión para Conservación Tingana, en una colaboración con la organización Conservación Internacional Perú, ha permitido documentar la presencia de 66 especies: 45 de aves y 21 de mamíferos.
Animales silvestres como el yaguarundí (Herpailurus yagouaroundi), el margay (Leopardus wiedii), el lobo de río (Lontra longicaudis), el ronsoco (Hydrochoerus hydrochaeris) y el paujil (Mitu tuberosum) —un ave galliforme que llegó a creerse extinta localmente— se han dejado ver entre los renacales y aguajales. Las imágenes obtenidas no solo enriquecen el monitoreo científico, sino que también se han convertido en herramientas valiosas para sensibilizar a la comunidad local y a los turistas que visitan la reserva sobre la importancia de conservar y proteger estos ecosistemas.
“Dentro de las múltiples actividades que realizamos está la investigación, que es el componente principal que nos permite conocer el potencial que tenemos en biodiversidad y, de esta manera, tomar decisiones sobre las especies y el territorio”, explica Dino Cabrera, representante y director de proyectos de Adecaram. “Por eso nuestra labor también busca empoderar a la gente local y a las nuevas generaciones para que puedan gestionar su propio territorio”.
Ese enfoque ha sido clave, sostiene Cabrera, pues muchos pobladores que antes se dedicaban a la cacería o a la tala han logrado hacer una transición hacia la conservación. Actualmente, participan en actividades como el ecoturismo —la principal actividad económica en la reserva—, el aprovechamiento sostenible y el desarrollo de modelos alternativos o bionegocios que han contribuido a dinamizar la economía local.
“Ese cambio ha hecho que la Organización Mundial del Turismo reconozca a Tingana como un emprendimiento exitoso en las Américas”, explica Cabrera. “Y ha sido justamente por esa historia: cómo familias que antes cazaban y depredaban recursos como la palmera de aguaje han pasado a conservar, recuperar, restaurar y vivir en armonía con este ecosistema”.

Un bosque que camina
Tingana alberga un ecosistema único: un humedal con un bosque que se inunda temporalmente a más de 800 metros sobre el nivel del mar. En este paisaje destacan los renacos —los llamados “árboles que caminan”— y los extensos aguajales a lo largo del cauce bajo del río Avisado, poco antes de su encuentro con el río Mayo, en su recorrido por el distrito y provincia de Moyobamba, en el departamento de San Martín, al norte del país.
“Dentro del mapa de ecosistemas de Perú, la zona está considerada como pantano de palmera”, explica Julio César Tello. “Es muy raro ver aguajales por encima de los 800 metros. Generalmente los encontramos en la zona baja de la Amazonía, a 140 o 180 metros, en regiones como Loreto, Ucayali o Madre de Dios, pero acá tenemos una zona de aguajales que está sobre los 860 metros, eso lo vuelve un ecosistema muy particular, muy frágil, que ahora tiene mucha presión en los alrededores por los arrozales”.
En 2017, Adecaram obtuvo una concesión de conservación otorgada por la autoridad ambiental regional para gestionar 2500 hectáreas de humedales durante 40 años y con la posibilidad de renovarla. Con el apoyo de la organización Conservación Internacional, la asociación sumó luego una segunda concesión de 1500 hectáreas más, ampliando así el territorio bajo protección.
Esta expansión permitió fortalecer los patrullajes y la vigilancia comunitaria que Adecaram realiza para frenar delitos ambientales, como la tala y la cacería ilegal, con drones, recorridos terrestres y monitoreos semanales. Además, impulsó las actividades de Tingana Experiences, la empresa comunitaria encargada de gestionar las visitas ecoturísticas y administrada por la misma asociación.

Los recorridos en Tingana, explican los socios, son una experiencia fascinante. Al llegar a la reserva, la persona visitante se embarca en una canoa a remos para recorrer el bosque húmedo, siguiendo el silencioso curso del río Avisado, bajo las grandes ramas de los árboles que se entrelazan sobre el agua.
“Ves saltar a los monos de una rama a otra y tú debajo”, narra Daniela Amico, directora de Conservación Internacional Perú. “Es un espacio donde todo está muy cerca, todo es muy íntimo, muy lindo. Es un mosaico con un montón de piezas dentro de un mismo paisaje, de un ecosistema tan particular y valioso”.

Para Amico, que los socios usen técnicas como las cámaras trampa afianza el trabajo que hacen como comunidad. “Cada vez que aparece una nueva especie, anima muchísimo a todos a seguir comprometidos haciendo ese trabajo”, sostiene la especialista. “El resultado es también que ahora los socios están diversificando el tipo de servicios que ofrecen a los turistas”.
Esa diversificación ofrece una inmersión completa en la vida del bosque y de la comunidad. Las personas visitantes pueden recorrer fincas donde se practica agricultura sostenible y conocer de cerca el cultivo de la vainilla pompona, subespecie grandiflora, una orquídea trepadora. También permite descubrir el vivero de orquídeas y bromelias, el meliponario y un proyecto de plantas medicinales.

Los paseos tranquilos por el río Avisado conviven con experiencias más intensas, como la escalada de árboles con arnés, mientras que los tours de observación de fauna nocturna o de aves permiten adentrarse en la biodiversidad del humedal.
“En épocas de noviembre a marzo, cuando visitas Tingana y hay agua, en un solo recorrido en canoa puedes ver las cinco especies de martines pescadores [aves de la familia Alcedinidae] que existen en Perú”, describe Julio César Tello. “No sé si en otra área, con un solo recorrido de dos o tres horas, se logre ver a todas”.

Las mujeres de la comunidad preparan platillos tradicionales y elaboran artesanías, y los visitantes pueden adquirir productos locales derivados de vainilla, cacao, café y miel.
“Todo eso está relacionado con un trabajo muy fuerte y continuo respecto a la capacitación del recurso humano en el tema de orientación, de conocimiento de la biodiversidad, de plantas medicinales y de aves», dice Tello. «Hay todavía un fuerte trabajo, porque lo que buscamos es que, al final, los visitantes que llegan tienen que salir con una experiencia nueva: tienen que alimentarse con información de Tingana”.

Ojos en el bosque
La primera vez que las cámaras trampa registraron el paso de un yaguarundí en la reserva, la comunidad quedó sorprendida. Aunque habían tenido indicios de su presencia, nunca habían visto al felino en la zona. En 2024 obtuvieron la primera imagen: no era cercana, pero permitía distinguir su cuerpo alargado. Tras consultar con colegas biólogos y colocar una segunda cámara en el mismo punto, dos o tres meses después, un video confirmó definitivamente la presencia del animal.
“Cuando lo registramos y lo mostré, provocó la sonrisa de los socios”, cuenta Tello. “Dijeron: ‘¡Ah, por fin! Siempre lo escuchamos, teníamos la idea de que existe’. Pero ahora, con las cámaras, podemos realmente evidenciar que es así”.
La decisión de instalar más cámaras en ese mismo sector abrió una ventana inesperada hacia una biodiversidad impresionante. En la misma zona donde apareció el yaguarundí, también registraron a otro felino: el margay. Además registraron aves como el paujil —que no había sido vista en 40 años en la zona debido a la cacería— y una notable abundancia de roedores como el añuje (Dasyprocta fuliginosa) y el majaz (Cuniculus paca).
“Lo curioso es que esa área no está lejos: está a diez minutos caminando desde las instalaciones de Tingana, al costado del área de un asociado que tiene el emprendimiento de la ruta de plantas medicinales”, explica Tello. “Estamos por ver por qué los felinos se concentran ahí: quizás por las gallinas —que también pasan por las cámaras— o porque hay muchos añujes y mucho majaz. Creemos que hay alimento para los felinos que no hay en otros lados. El reto ahora es encontrar quizás un yaguarundí o un margay que pase con alguna presa para poder determinarlo”.
La curiosidad de los socios los ha llevado a diseñar una metodología para explorar nuevas zonas donde instalar cámaras trampa, pues cada avistamiento les despierta nuevas preguntas sobre especies que alguna vez observaron, pero de las que luego perdieron el rastro. Sin embargo, tienen un gran sueño: registrar al otorongo, nombre con el que en la región se conoce al jaguar (Panthera onca).
“En febrero de 2022 hubo una observación de un jaguar, después de veinte años. Así que los socios querían hacer un seguimiento, porque no sabemos si sigue en el área”, explica Tello. “Son los guías locales quienes realmente tienen esta visión y el conocimiento sobre por dónde pasan los animales; ellos conocen el territorio de cada especie. Esa información ha sido muy valiosa para determinar nuestras zonas de muestreo”.

A partir de los resultados obtenidos en los primeros años de monitoreo con cámaras trampa, los monitores comunitarios también esperan elaborar un artículo científico y publicarlo en una revista nacional para compartir los hallazgos. Con las fotos y videos buscan, además, fortalecer los programas de educación ambiental y despertar conciencia en la población local, especialmente en los jóvenes, sobre la riqueza en biodiversidad que alberga el área.
“Creemos que todavía nos falta meterle mucho esfuerzo a este trabajo de estudio de cámaras trampa”, señala Tello. “Queremos adquirir muchas cámaras más porque las ocho que tenemos no son suficientes para las 4000 hectáreas de la reserva”.
Participar en la ciencia ciudadana
Las cámaras trampa se instalan cada vez con mayor frecuencia cerca de la ruta ecoturística y de la ruta agroecológica de la concesión. Cada nuevo registro alimenta la motivación de los socios, que siguen tras el rastro del jaguar y de otras especies que aún no han sido captadas por las lentes.
“Siempre hay esa emoción cuando se ponen las cámaras y luego esperar 30 días a ver qué cae. Cuando regresamos a recogerlas, todos están pendientes por ver qué apareció”, cuenta Tello. “Creo que es una actividad participativa muy bonita para los socios”.

Con esa misma emoción, los monitores han querido involucrar a las personas visitantes: ahora les ofrecen una experiencia en la que, como turistas, pueden participar en la colocación de una cámara trampa.
“Hay socios capacitados que salen con los visitantes, colocan juntos las cámaras y registran los datos de esas personas en los dispositivos. Quince días después les enviamos por correo las imágenes captadas por su cámara”, explica Tello. “Así, ellos pueden compartirlas en redes y etiquetar a la empresa. Es una forma de hacerlos parte de la ciencia ciudadana y de la investigación, para que conozcan más de lo que aquí se está haciendo”.
A medida que Tingana crece, uno de sus retos clave es el relevo generacional dentro de Adecaram. La mayoría de los socios supera los 50 años y el futuro del proyecto depende de que jóvenes capacitados se incorporen. Actualmente, hijos, sobrinos y nietos ya participan en tareas como manejo de drones, investigación, ecoturismo y gestión del territorio.
“El relevo generacional va a ser muy determinante para la sostenibilidad y cada vez tiene que venir con más capacidades. Tengo primos y sobrinos que estudian ingeniería ambiental, ingeniería industrial o contabilidad. Este va a ser el recurso humano que permitirá que Adecaram dure en el tiempo”, afirma Dino Cabrera, heredero de cuatro generaciones que han navegado entre los renacales y aguajales de Tingana. Su mayor esperanza es que el humedal donde él mismo creció siga existiendo para las futuras generaciones, tan vivo y resistente como lo ha sido para las suyas.
“La importancia de este ecosistema único es lo que nos mueve a conservarlo”, concluye Cabrera. “Nos sostiene y nos da esperanza saber que contamos con un equipo técnico que nos acompaña en la gestión de proyectos. Pero, sobre todo, porque la mayoría somos una familia: somos de aquí, vivimos aquí, somos parte del territorio. Somos tinganenses. Y así como el martín pescador o cualquier otra especie, nosotros también estaremos siempre aquí”.

Imagen principal: monitores comunitarios de la Reserva Ecológica Tingana instalando una cámara trampa para monitorear la biodiversidad en la zona. Foto: cortesía Macoy Zapata