- Un pequeño equipo de investigación sube el río Iriri y para en el pueblo Tukaya justo a tiempo de celebrar un festival con los indios Xipaya y sus vecinos no indígenas, los beiradeiros (gente del río.)
- Las dos culturas, que en el pasado se odiaban, están experimentando una lenta y contradictoria mezcla de tradiciones. Los indios más mayores algunas veces niegan y minimizan su herencia indígena mientras que los más jóvenes la abrazan y celebran. Por supuesto, los indios más jóvenes también han adoptado plenamente algunas comodidades modernas, como los pañales desechables.
- Asimismo, los beiradeiros, que en el pasado disfrutaron de más privilegios que los muy maltratados indios, ahora se quejan de que aquellos que viven en las reservas indias declaradas federalmente, tienen más ventajas que sus equivalentes de la ribera. El día termina simbólicamente con un festival, donde indios y gente de la ribera —antagonistas en el pasado— se unen en un baile comunitario.
Subiendo el río Iriri, nos encontramos otra voadeira (barca motorizada). Inmóvil en la ribera del río, estaba llena de indígenas indios Xipaya, hombres, mujeres y niños, todos de camino, como nosotros, al festejo (festival) corriente arriba en el pueblo de Tukaya.
Sin embargo, no iban a ninguna parte de momento. Su barco se había roto horas antes. Como el río tiene bastante menos tráfico que hace unas décadas —antes de que violentos ladrones llegaran a la región y echaran a las familias— fuimos la primera embarcación en aparecer.
Tras alguna discusión, remolcamos su voadeira hacia el primer lugar donde podrían recibir ayuda, un pueblo en el territorio indígena Cachoeira Seca.
Algunos de nosotros entramos en el pueblo y mientras los viajeros varados hablaban con el cacique sobre la mejor forma de continuar, charlamos con algunos indios Arara. El primer tema que tocaron, espontáneamente, fue su preocupación sobre lo cerca que se encontraban los madereros ilegales de su pueblo.
Nos sorprendió ver lo atemorizados y vulnerables que parecían los Arara —resultado, sin duda, de su catastrófico descenso de población y los muchos años de violentos conflictos con aquellos que invadían sus tierras. Los Arara que habitaban esta región en el pasado eran numerosos, vivían en cierto aislamiento hasta que construyeron la autopista Transamazónica en los años 70. Desde entonces, han sido casi eliminados por las enfermedades.
Estas personas tan frágiles querían claramente acciones protectoras decisivas por parte del gobierno contra los madereros ilegales y quizá otras amenazas, aunque no se puede saber si esa acción llegará y, en ese caso, cuándo.
El pueblo que Norte Energía construyó
La mayoría de las chozas del pueblo eran pequeñas, construidas para familias individuales y con tejados ondulados, casi seguro que hechos de amianto. Eran muy distintas de las malocas (grandes chozas comunitarias), con tejados de palma y que se encuentran en la mayoría de los pueblos indígenas amazónicos.
Una mujer indígena me invitó a su casa para que echara un vistazo, y una vez dentro, se quejó de que las chozas eran calurosas e incómodas.
Le pregunté confundida: “¿de dónde las han traído?”
“Norte Energía [la compañía que construyó la represa Belo Monte] nos las dio”, contestó.
No cabe duda que me sorprendió lo duro que debía ser para los Arara adaptarse a los cambios actuales que se les estaban imponiendo. Tradicionalmente eran gente itinerante: se asentaban en un lugar, construían viviendas con tejados de paja, desbrozaban pequeños terrenos y los labraban, después se iban a otra parte del bosque. El concepto de pueblo fijo es ajeno a ellos. Ahora Norte Energía ha construido estas mal planteadas chozas sin respiración —un estridente choque de culturas. La compañía ofreció a los Arara ayuda porque se considera que su tierra está dentro de la zona de impacto de la recién terminada represa Belo Monte.
En ese momento, hubo una conmoción al otro lado del pueblo: un cazador había llegado transportando un gran oso muerto.
Llevaba al hombro un rifle y un arco y una flecha. Entonces ¿cuál utilizó? Ambos, fue la respuesta que recibí —la flecha para herirlo y el rifle para matarlo. Algunas veces las dos culturas trabajan juntas en armonía, afirmé, mientras el cazador experto cortaba el animal y repartía la carne entre las familias.
Festival en Tukaya
Se encontró una solución a la problemática voadeira de los fiesteros y pronto nuestro equipo continuó su viaje arriba azotados por una fuerte lluvia.
Pasamos la noche en casa de un beiradeiro (familia de la ribera). El terrible aguacero se convirtió en una violenta tormenta y nuestro piloto se vio obligado repetidamente a bajar a la resbaladiza y rocosa orilla para rescatar la embarcación —Si se encharca demasiado, se hundirá —decía.
A la mañana siguiente llegamos a la aldea indígena de Tukaya, hogar de los indios Xipaya. Aquí, cerca de 100 personas, tanto indígenas como beiradeiros, se han reunido para el festejo de San Sebastián.
La celebración estaba en pleno apogeo (la fiesta dura tres días) pero João Carlos de Souza, por todos conocido como el Gordo, nos dedicó tiempo para mostrarnos orgulloso la nueva cantina del pueblo.
Los indios Xipaya de Tukaya han eliminado los intermediarios —igual que las familias que nuestro equipo conoció río abajo en la pequeña fábrica de nueces de Brasil, y otras que viven en la reserva extractiva del río Iriri. Esto permite a los locales conseguir mejores precios por el caucho y las nueces de Brasil que venden, así como comprar mercancía más barata. En el pasado, los intermediarios amazónicos eran conocidos por llevarse una buena comisión de lo que vendían y por inflar los precios de los productos esenciales.
La cantina vende todos los productos normales que las familias locales pueden necesitar: café, azúcar, leche en polvo, sal, espagueti, etc. pero también algo que no había visto en otros viajes al Amazonas: pañales desechables. Parece que, incluso en comunidades muy aisladas, la gente —especialmente mujeres, quizá— es muy rápida en adoptar nuevos productos útiles que hacen más fácil la vida con los más pequeños.
La cantina también ha introducido una nueva forma de recolección de caucho más eficaz, de tal manera que el recolector, que antes pasaba 14 horas en el bosque cada día, puede recolectar látex en la mitad de tiempo. Mientras la ISA (Instituto Socioambiental) ha sido quien ha dirigido el sistema, Norte Energía ha hecho alguna aportación, un recuerdo de que, aunque la represa Belo Monte ha desarraigado y expulsado a los grupos indígenas que viven cerca, la compañía ha mejorado cosas en algunas comunidades fluviales, en especial para aquellos cuyas vidas no (o aún no) han tenido impacto directo por la represa y su depósito.
El Legado Xipaya se encuentra con la cultura de los beiradeiros
Mientras los hombres y mujeres jóvenes participaban enérgicamente de un partido de fútbol muy disputado, fuimos a una choza para hablar con dos ancianas hermanas Xipaya.
Los Xipaya tienen una larga y dolorosa historia de convivencia con la sociedad blanca que se remonta al siglo XVII. Sin embargo, ya hace décadas que su forma de vida ha ido a la par que la de los beiradeiros. Los indios, al igual que sus homólogos blancos, han recogido caucho y nueces de Brasil, y en algunas ocasiones han sido atacados por los fieros indios Kayapó. De esta forma, los Xipaya han sido vistos durante mucho tiempo por los beiradeiros como iguales en muchas cosas, incluso en la época en la que los indios eran despreciados. También ha habido bastante contacto y matrimonios entre ellos.
Esta mezcla ha tenido un coste para los Xipaya que han perdido mucha de su identidad indígena, incluyendo su idioma. Sin embargo, en las últimas décadas, la sociedad brasileña también ha cambiado: después de mucha lucha, los indios han ganado derechos y bastante acceso a los servicios públicos, incluyendo sanidad y educación —de hecho, los grupos indígenas del país están de alguna forma en mejor posición hoy que muchas otras poblaciones tradicionales, incluyendo los beiradeiros.
Esto ha llevado a una especie de “viaje al pasado” en el que algunos indígenas que habían perdido su identidad cultural, están redescubriendo y celebrando sus orígenes.
Este renacimiento cultural es un proceso complejo y, a menudo, contradictorio, algo que se vio claramente cuando hablamos con las dos hermanas.
Rosa Cavalcante de Lima, la mayor de las dos mujeres, nos dijo que su madre hablaba Xipaya, pero que personalmente ella solo lo entendía y que no lo hablaba. Cuando era niña, su familia estaba constantemente aterrorizada por las redadas de los indios Kayapó. Su padre, recolector de caucho originario de Ceará (un estado del nordeste de Brasil) comenzó a recolectar caucho por la noche de lo asustado que estaba por si se encontraba con los Kayapó en el bosque durante el día.
En una ocasión que su padre estaba fuera y Rosa tenía unos cinco años, los Kayapó aparecieron de repente a las puertas de su choza y amenazaron a su familia. La madre de Rosa —con un niño pequeño bajo su brazo— cogió el rifle de la familia y lo usó por primera vez en su vida. Disparó violentamente cinco veces y mató a un Kayapó y espantó a los otros.
Rosa fue adoptada por Antônio Meirelles, un seringalista (jefe de plantación de caucho), para quien probablemente ella trabajó como sirvienta, incluso siendo aún una niña. Finalmente, se casó y tuvo 27 hijos.
Rosa rechaza completamente su identidad indígena, y lo declara de una forma indignante: “No soy una india y no me gustan los indios”. Sin embargo, algunos de sus hijos están reclamando sus orígenes. Cuando los Xipaya finalmente recibieron tierras del gobierno federal, una de sus hijas se fue a vivir a la reserva indígena, y Rosa, que “no es india”, se fue allí con ella.
Justicia e injusticia
Parece injusto para muchos beiradeiros que los indios, que durante mucho tiempo fueron despreciados por los brasileños “blancos”, ahora reciban mejor trato de las autoridades que ellos.
Los beiradeiros me dicen que no está bien que un helicóptero que lleva indios enfermos de los pueblos indígenas a los centros médicos urbanos no lo haga con los beiradeiros, ni en caso de emergencia. Aunque, por supuesto, eso dice más de la negligencia histórica del estado hacia las comunidades rurales aisladas que de los “privilegios” de los indígenas.
Aunque las opiniones de los beiradeiros pueden estar matizadas por el racismo que ha permitido la sociedad brasileña durante muchos siglos, su exigencia básica —que parece bastante razonable— es la de igualdad de trato: que el estado respete su derecho a la educación y sanidad, como se garantiza a todos los ciudadanos en la constitución brasileña.
La yuxtaposición, superposición y combinación de las reglas de la sociedad y las culturas amazónicas crean una situación compleja. Según pasaba el día, mi confusión crecía.
A los competitivos partidos de fútbol de la tarde le siguió la procesión de San Sebastián. Los indios adultos desfilaron ceremoniosamente por el pueblo, llevando una imagen del santo engalanado en un colorido paso, mientras cantaban viejas canciones católicas. Cada vez que el paso paraba, los más jóvenes lanzaban, encantados, cohetes.
Durante muchos años el festival de San Sebastián se celebraba en las comunidades católicas de la cuenca amazónica para pedir a los espíritus que les protejan de los ataques indígenas. Así es que, aquí estamos, en un pueblo indio, viendo gente indígena formando parte de un ritual anti-indígena…
Al atardecer, el baile empezó.
A la gente le encanta el forró, un baile popular originario del nordeste de Brasil y casi todos, indígenas y no indígenas, lo bailan espectacularmente bien. Es difícil apartar los ojos de los bailarines cuando se arremolinan y giran en el punto de encuentro en el centro del pueblo.
Empezó a llover muy fuerte, pero a nadie le importó. No había cachaça (ron de caña de azúcar) pero no faltaba la cerveza, aunque a pocos les interesaba y nadie se emborrachó. Cada uno parecía felizmente intoxicado con la alegría de bailar juntos, indios y beiradeiros. Fue una gran noche.
Al día siguiente, justo al salir el sol, las familias se dijeron adiós, volvieron a sus embarcaciones y se fueron, la mayoría río arriba, como nosotros.