- El Perú es uno de los pocos destinos privilegiados en el mundo para observar aves. Una de las razones centrales es porque posee la segunda mayor extensión de Amazonía, un dato que resulta esencial.
- Perú es el tercer país del mundo con más especie de aves, según el experto Enrique Ángulo Pratolongo.
- Existe un magnífico hábitat para las 1851 especies de aves que se registran en el país, según el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (SERNANP).
A las 7:30 de la mañana, en los abundantes bosques amazónicos de la selva alta peruana, el sol apenas se atisba por entre las hojas. Desde un altillo de madera clavado en medio de los árboles, José Altamirano, ingeniero ambiental y experto guía para la observación de aves, comienza a emitir unos sonidos extraños con la boca, como si lanzara un mensaje al viento.
A lo lejos, alguien –o algo– le responde. José continúa su ritual dejando entre cada señal, digamos biológica, unos minutos. Nuevamente se produce el contrapunto, y así sucesivamente, hasta que de prono la respuesta llega con un movimiento entre las hojas, con la visible presencia de un hermoso pájaro de pecho rojo, plumas azules y verdes, y cola algo larga.
Llamados en el bosque
El trogón de corona azul (Trogon curucui) está, por fin, aquí. Y no está solo. Algunos congéneres lo acompañan y se mueven por entre las ramas. José ya casi no emite su llamado y más bien espera tranquilo, mientras nosotros, deslumbrados, procuramos sacar algunas fotos y acaso también conectarnos con el ecosistema.
El trance ocurre en Waqanki Lodge, un observatorio de aves y a la vez orquideario (lugar de cultivo de orquídeas), ubicado a tres kilómetros de Moyobamba, la capital del departamento de San Martín, en la zona nor-oriental del Perú. El lugar le pertenece a la familia de Altamirano y tiene el fin supremo de conservar el bosque, justamente para que trogones y otras especies vivan sin susto.
“Esto estaba sumamente descuidado, lleno de maleza, pero pronto nos dimos cuenta de que así no tenía valor ni iba a atraer a las aves”, cuenta José, mientras cerca a nuestro punto estratégico de observación un enjambre de colibríes revolotea alrededor de unas flores y de un bebedero puesto especialmente para ellos. Se escucha incluso el zumbido incansable de sus alas.
Son, según nuestro guía, por lo menos de 20 especies distintas. Entre ellas la bellísima, casi mágica, coqueta crestirrojiza (Lophornis delattrei), un colibrí pequeñito, de menos de 7 centímetros de longitud, cuyo ejemplar macho exhibe un penacho naranja compuesto de una suerte de antenas que terminan en punta. Además de un pecho de color verdoso brillante.
La coqueta aparece por momentos, como si no quisiera mostrarse; de pronto ya no está, de pronto sí, repentinamente zumba y se tira sobre una flor vecina o sobre uno de los bebederos que, con suma delicadeza, el personal encargado ha colocado para que aparezcan estos pajarillos esplendorosos. Allí les ponen agua algo azucarada, que se cambia unas dos veces al día.
Se tiene que hacer constantemente por una razón: es una ayuda para el bosque y para los colibríes en concreto. Pero no debe romper el equilibrio que existe entre aves, plantas, flores, néctar, árboles. “Si el bosque no se mantiene en pie esto no funciona”, explica José Altamirano, cuando ya los trogones se han ido y aparece una tangara azul (Thraupis episcopus).