La historia

El Parque Nacional del Manu fue creado en 1973. Es administrado por el Servicio Nacional de Áreas Protegidas por el Estado (Sernanp). Tiene más de un millón setecientas mil hectáreas que van desde los 300 hasta los 3800 metros sobre el nivel del mar. Y según la organización Evaluación y monitoreo de procesos ecológicos tropicales (por sus siglas en inglés, TEAM Network), plataforma que trabaja temas de investigación científica en África, Asia y América Latina, “es el espacio con mayor diversidad de especies terrestres en todo el mundo”. A su vez, existen dos comunidades machiguengas en contacto inicial: Tayakome y Yomibato. Cada una de ellas tiene un anexo, Maizal y Cacaotal, respectivamente. Sus pobladores tienen más de treinta años viviendo en este lugar, dejaron la vida errante para instalarse en comunidades, con colegios y postas médicas. Reciben de forma regular visitas de machiguengas que siguen viviendo en las cabeceras de los ríos como semi nómades, llamados también en aislamiento voluntario o de contacto inicial. Por ahí también se desplazan los Mashco Piro que siguen viviendo en aislamiento voluntario.

“Siempre llegan personas de las cabeceras, que bajan a intercambiar machetes, flechas, comida y hasta linternas. Algunas de estas familias se terminan quedando. Y ellos no están inmunizados a los virus, es por eso que estas comunidades tienen que estar más saludables para no contagiarlos”, afirma Fernando Mendieta, gerente de la microred de salud de Salvación, encargada de velar por la salud en el Manu, que nos dio la entrevista luego de intentar sin éxito conversar con representantes del Ministerio de Salud y con la misma directora regional de salud de Madre de Dios, Emperatriz Morales.

Al parecer todo cálculo oficial parece desactualizado. Según el censo realizado por la Diresa este año, hay 60 niños en edad escolar y 190 habitantes. Sin embargo, en el colegio de Yomibato, los profesores nos dicen que entre inicial, primaria y secundaria, hay casi 150 niños, y en toda la comunidad tal vez lleguen a 400 personas.

Vida en comunidad

Julián Chawiwiroki llegó a Yomibato hace más de quince años con su esposa Paulina Mambiro, con la que tienen cuatro hijos. Los dos nacieron, crecieron y se conocieron en las partes altas del Manu, donde hasta el momento existen poblaciones machiguengas en aislamiento voluntario. Ninguno de los dos sabe su edad ni hablan español, así como casi todos los adultos y los recién instalados en comunidades. Los aniversarios no son importantes cuando se tiene que sobrevivir en medio del bosque. Los que tienen DNI (documento de identidad), se inventaron una edad para cumplir con costumbres occidentales. Cuando llegaron no tenían apellidos, así que adoptaron el de la familia con la que tenían más contacto, así como hacen todos los recién llegados. Decidieron instalarse en Yomibato y huir de las cabeceras, porque sus tres primeros hijos murieron deshidratados a causa de diarreas.

Los días parecen transcurrir sin contratiempos. Paulina hilaba para luego tejer una cushma, un vestido largo muy usado por ellos y por las poblaciones asháninkas, yaneshas y yine, de la Amazonía peruana. Julián, a punta de martillazos y una destreza única, convertía unos clavos en flechas para pescar. De pronto llegó una joven de unos veinte años con dos niños muy pequeños. Era Tania Chimpiriri, la segunda esposa de Julián. Tener dos mujeres es algo normal para los que provienen de las cabeceras. Paulina y Tania tiene cada una su propia cocina pero preparan comida para todos. Los machiguengas no creen en horarios cuando de alimentarse se trata. No viven pendientes del desayuno o la cena.

Paulina tiene un arete en la nariz, así como casi todas las mujeres machiguengas. Convirtió una moneda antigua en una joya, dándole forma con una piedra, y la colgó entre sus fosas nasales. En su cuello resalta una cruz cristiana de madera. Sin embargo, cuando le pregunto sobre dios, dice no creer en él. “En el Manu, hace varias décadas, entró la misión dominica para evangelizar a los machiguengas, impulsando la escuela y la posta. Ellos regalan ropa, machetes y distintas cosas. También les vendieron la idea de comunidad como la mejor opción, y yo no digo que eso esté mal, sino que el hecho de que ahora vivan asentados hace que cambien sus condiciones de vida. Esta población necesita un acompañamiento de parte del Estado para ayudarlos a transitar de ser semi nómades hacia el sedentarismo. Antes no se preocupaban por los recursos, porque se iban moviendo de un lugar a otro. Ahora que viven en comunidad tienen que protegerlos porque se van acabando los que están cerca”, afirmó para Mongabay Latam, Lorena Prieto, Directora de la Dirección de los Pueblos en Situación de Aislamiento y Contacto Inicial, del Ministerio de Cultura. Dicen en Yomibato que cuando recién se asentaron, esta zona estaba llena de frutos como el ungurahui, acaí, aguaje, y comían monos en abundancia. Ahora tienen que caminar más de dos o tres horas para encontrarlos.

Todos quieren ingresar al Manu. Es como el Disney para biólogos, investigadores, estudiantes y curiosos. Desde la creación de esta área natural protegida, se han registrado 160 especies de mamíferos, 1000 de aves, más de 140 de anfibios, 50 especies de serpientes, 40 de lagartijas, 6 de tortugas, 3 de caimanes, 210 de peces y más de 30 millones de especies de insectos. Según el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Sernanp), la conservación de este lugar reconocido por la UNESCO como Reserva de Biósfera y Patrimonio Natural de la Humanidad, está garantizada. “El parque es una de las áreas más grandes en el Perú y tiene más del 99 % de su superficie en buen estado. Hemos reducido a cero todas las amenazas que teníamos, como la tala ilegal y la minería”, declaró para Mongabay Latam, Jhon Florez, jefe del Parque Nacional del Manu.

“El drama es que esta área natural protegida se creó sin consulta alguna a los pueblos machiguengas que viven allí desde hace miles de años, y hasta ahora no existe ningún plan para buscarles una mejor calidad de vida siempre respetando su cultura y costumbres”, cuenta para Mongabay Latam, Cusurichi, Premio Goldman 2007 y presidente de la Fenamad.

Según el plan maestro del Parque Nacional del Manu, las poblaciones en su interior tienen libertad para desarrollarse, cazar y hacer cultivos en el área que le corresponde a su comunidad. Sin embargo, no pueden realizar actividades que le den beneficios económicos, como cazar para vender las pieles o la carne, o coger un árbol para muebles y ganar dinero con ello. Esta situación, según Lorena Prieto del Ministerio de Cultura y Julio Cusurichi de la Fenamad, los limita mucho más, teniendo en cuenta la ubicación en la que se encuentran y las pocas alternativas que tienen para activar su economía. “Tenemos que entender que la conservación tiene que beneficiar a la gente”, sentencia Prieto.  Por su parte, José Nieto, Director de Gestión de las Áreas Naturales del Sernanp y ex jefe del Parque, dice que ellos han trabajado y trabajan para el beneficio de estas comunidades. “Tenemos un trabajo de larga data y hemos involucrado mucho esfuerzo para buscar el desarrollo armónico de las comunidades. Si a alguien no le ha gustado lo que venimos haciendo, lo invoco a juntarnos y plantear juntos nuevas y mejores alternativas”, declaró Nieto para Mongabay Latam.

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 El abandono

Al día siguiente de la muerte de Rubí, la mañana fue extraña. Se escuchaban llantos agudos y gritos de desesperación. Bañaban a cada uno de los niños que vivían en la casa con una olla llena de agua hirviendo. Y así fueron pasando uno por uno, siguiendo esta costumbre machiguenga de dar baños calientes a los niños cuando muere alguien en casa para espantar a la muerte.

Por radio se lograron comunicar con la posta de Yomibato, pero el responsable de salud en la comunidad no llegó a Cacaotal para constatar la muerte de la niña y atender a los demás enfermos. Solo envió cinco cajas con medicamentos acompañados de cinco recetas que indicaban las dosis que debían tomar las personas cuando tuvieran gripe, tos o diarreas. Según la Diresa de Madre de Dios es su labor viajar a las comunidades. “El personal no se está desplazando como debería. Eso tiene que mejorarse”, comentó Fernando Mendieta. Esta era la segunda epidemia de gripe en la primera mitad del 2017. Mendieta confirma que en esta misma parte del año han muerto dos niños entre Yomibato y su anexo Cacaotal. Según Mario Castro, profesor del colegio de esta comunidad, son cinco los fallecidos. Mendieta dice que a veces los profesores exageran.

Martín Mambiro, Presidente de Cacaotal, estaba muy dolido por la situación en la que viven. “Estamos preocupados por falta de alimentación de los niños. Tenemos que prevenir las enfermedades con una buena nutrición. Ha llegado Qaliwarma pero es solo un complemento. No se puede vivir solo de galletas y enlatados de pollo o atún”, resaltó Mambiro, mientras iba levantando sus cosas para ir a pescar junto a Lucio y toda su familia recién llegada hace un mes de las partes altas del río Comerjali, donde dicen que todavía viven cientos de machiguengas moviéndose de un lado a otro. Lucio se instaló con sus dos mujeres, Charo y Gloria, y  sus cuatro hijos. Ninguno sabe su edad. Charo parece de veintitantos. Gloria no pasa los quince. Sus manos siguen tersas como las que recién empiezan a jugar a las muñecas. Ella solo tiene una bebé recién nacida. Ninguno de estos siete nuevos comuneros de Cacaotal tiene vacunas y tampoco les agrada la idea de pincharse. “Si quieres que te siga intercambiando machetes y ropa, quédate aquí. Acá hay colegio y es mejor estar juntos”, así convenció Martin Mambiro a Lucio para que se integrara a una sociedad que pretende no estar aislada.    

El Manu tiene una energía especial. Cuando estás dentro puedes ver caimanes en las orillas, jaguares escondidos entre los arbustos, monos columpiándose en la copa de los árboles, familias de ronsocos alimentándose en el barro, aves multicolores danzando, papagayos buscando su colpa. Definitivamente es un lugar atractivo para todos. Tan rico y biodiverso que es difícil creer que las personas que viven en este santuario único en el planeta, vivan desnutridos y la muerte sea algo tan común como un resfriado.

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La preocupación por la salud de las comunidades machiguengas, ha sobrepasado fronteras. En octubre de 2014, el ecólogo Luis Fernández del Carnegie Amazon Mercury Project (Proyecto CAMEP) y Director Ejecutivo del Centro de Innovación Científica Amazónica (CINCIA), organizó una primera expedición junto con otros especialistas peruanos y extranjeros para investigar si las personas que viven en el interior del Parque tienen mercurio en la sangre. Los resultados fueron sorprendentes. De 65 personas evaluadas en Maizal, todos dieron positivo y solo tres niños estuvieron por debajo de la tolerancia biológica de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Y lo más resaltante: todos los adultos tenían altos contenidos de mercurio. La actividad minera ilegal está lejos del Manu, sobre el río Madre de Dios, a un día de camino en un bote rápido.

“El cabello es el principal indicador de mercurio en el cuerpo. Si tú analizas el primer centímetro, es decir el más cercano al cuero cabelludo, te dice la cantidad de mercurio al que estuvo expuesto en el último mes, teniendo en cuenta que el pelo crece en un promedio de un centímetro al mes. Si lo analizas todo, verás una línea de tiempo que te puede ayudar a reconocer las épocas donde la exposición fue más alta o baja”, declaró para Mongabay Latam, Luis Fernández, que a mediados de 2017 volvió a ingresar con otro equipo peruano-estadounidense para seguir haciendo análisis. Convirtieron el colegio de Maizal en un laboratorio y analizaron a 42 de los 60 pobladores. Desde sus costumbres hasta sus comidas. Desde el pelo hasta los dientes. Algo muy llamativo para un grupo de personas que nunca le habían abierto la boca a un dentista. También tomaron muestras de los ríos y lagos donde pescan, de los suelos y los alimentos que tenían en las casas y chacras, y hasta un poco de un caimán que se disponían a poner al fuego. “La idea que tuvimos fue hacer un estudio completo para saber la fuente de exposición y las cantidades. Hemos analizado hasta a los perros, que son los que se comen los restos de los humanos”, dijo Fernández, que estuvo acompañado por dos médicos, dos enfermeras, una dentista y tres estudiantes de medicina, para realizar todos los nuevos exámenes, cuyos resultados se sabrán a finales de año.

La principal hipótesis es que el mercurio llega a través de los peces que viajan desde las zonas críticas de minería ilegal hasta el Manu. Estos se contaminan río abajo y surcan hasta caer en las redes o las flechas de los machiguengas que ni se imaginaban que su comida venía aderezada con metales pesados.

“Tampoco hay que alarmar a todo el mundo y decir que no coman pescado. Los pescados contaminados son los bagres grandes, como el dorado, la doncella o el zúngaro, porque estos son los que se comen a los más pequeños. Cuando estás encima de la cadena alimenticia, estás absorbiendo el mercurio de todos los pescados debajo de la cadena. Hay que ser muy precisos a la hora de comunicar, ya que el pescado es la principal fuente de proteína para estas poblaciones y no se pueden quedar sin ella. Pueden comer estos bagres, pero una vez al mes o a cada luna, como dicen ellos”, puntualiza Fernández, que además señala que el problema con el mercurio es que no se ven las consecuencias en el corto plazo y que además, son letales. “Genera problemas en la memoria, en la función neuromotor, descoordinación, los reflejos no funcionan, temblores en las manos, pérdida de la visión y el oído, impotencia, ataxia, entre otras muchas cosas, como abortos o deficiencias en los riñones o el hígado. Estamos muy preocupados por esta situación ya que también tienen altos índices de anemia ”, sentenció el ecólogo.

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Según Mendieta, las enfermedades y la contaminación se hacen mortales debido a la mala alimentación. Él afirma que el 70 % de los niños menores de 5 años tienen desnutrición en estas comunidades. Y 3 de cada 10 personas, tienen anemia. Lo más común por este rincón de Perú, es la desnutrición, enfermedades respiratorias y diarreas. “El estado nutricional no ayuda a combatir las enfermedades. Cuando llega una epidemia, puede matarlos rápidamente. Hacemos lo que podemos, pero no contamos con los recursos para atender a esta población”, cuenta Mendieta, que tiene fresco el recuerdo de la productora británica Cicada Films que en 2007 no cumplió con el protocolo de no acercarse ni tener contacto con machiguengas en aislamiento. Después de su visita, la comunidad denunció que murieron tres niños y un adulto. Hoy existe un juicio contra esta casa productora en el juzgado de Salvación. Los denunciados afirman que nunca tuvieron el contacto y menos que alguna persona del equipo haya estado enferma. Los testigos afirman lo contrario.

Por otro lado, para ayudar en la salud, el jefe del Parque, Jhon Florez, afirma que están planeando la instalación de módulos agroforestales para mejorar la alimentación de las comunidades. También resalta que gracias a una gestión del Sernanp, la ONG Casa de los niños pudo instalar hace tres años agua potable en las dos comunidades y sus anexos. En Puerto Maldonado, encontramos a Daniel Rodríguez, asesor de la Fenamad y especialista en las poblaciones en aislamiento. Él señala la urgencia. “En el Manu existe un conjunto de poblaciones que están en contacto inicial y aislamiento. Es una población vulnerable, que no cuenta con un enfoque de salud adecuado. Tiene que haber planes de prevención, contingencia y mitigación”, declaró para Mongabay Latam.

Más allá del Estado

Ginebra, Suiza. 10 de julio de 2017. Inicio de las actividades de la décima sesión del Mecanismo de Expertos sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas creado por la ONU. Julio Cusurichi, Presidente de la Federación Nativa del Río Madre de Dios y Afluentes (Fenamad) y Premio Goldman 2007, estuvo ahí junto a Mauro Metaki, Presidente de la Comunidad machiguenga de Tayakome, para exponer ante los especialistas sobre derechos indígenas los problemas que se viven al interior del Parque Nacional del Manu.

“La idea de participar en estos encuentros internacionales, es contribuir al cambio de los modelos de conservación excluyentes para los pueblos indígenas. Se tiene que fortalecer a las comunidades, haciendo incidencia política y legal en los distintos niveles de gobierno, e incidencia a nivel internacional y en redes de conservación”, contó Daniel Rodríguez de la Fenamad, desde Suiza.

Las comunidades buscan el desarrollo de un nuevo modelo de gestión del Parque, la creación de espacios de diálogo y cooperación entre las comunidades y el Estado, así como nuevos programas educativos interculturales y bilingües, además de un programa integral de salud que reconozca la medicina tradicional. “Este es un caso emblemático de la confrontación entre la conservación de la naturaleza y los derechos esenciales de los pueblos indígenas. Nuestros hermanos están condenados a la caza y pesca para la subsistencia. Sin ninguna posibilidad de realizar otras actividades económicas y productivas que les permita vivir con dignidad, y sin acceso a educación multicultural, a la salud integral y a los derechos sociales básicos”, afirmó Cusurichi frente a los expertos en Suiza.

En busca de alternativas económicas

Salir a buscar comida en la selva no es tan fácil como ir al supermercado. A diferencia de la ciudad, nunca sabes si regresarás con algo. Es un juego de azar que empieza cuando ellos mismos van armando sus arcos y flechas. Le ponen plumas de gavilán para que vuele mucho y nunca salen a cazar cuando llueve porque la flecha mojada no sirve.

El primer juguete que le regalan a un niño machiguenga es un cuchillo. La sobrevivencia es algo que se inculca desde chico.

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“Necesitamos ayuda, somos peruanos también. No podemos hacer mucho. Solo cazar y pescar. Cada vez hay menos comida, porque cada vez hay más gente y los animales se van. ¿Cómo podemos ganar dinero? No tenemos alternativas para tener plata”, dice para Mongabay Latam, Martín Mambiro, Presidente de Cacaotal.

“En el Manu no tenemos mucha intervención. Pero somos conscientes de que podríamos apoyar un poco más, junto con Sernanp que es el que administra el Parque, para la atención de esta población. No podemos separar a la gente de la conservación, ya que esta debe ser de provecho para ellos”, resalta Lorena Prieto en las oficinas del Ministerio de Cultura, en Lima. “Bajo ningún enfoque nosotros como Sernanp, hemos excluido a las comunidades en el plan de trabajo del Parque. Queremos su desarrollo armónico y estamos siempre dispuestos a conversar y a buscar soluciones”, replicó José Nieto del Sernanp. “La principal discusión es cómo plantear el desarrollo”, sentenció.

Dentro de la zona turística del Manu, las comunidades tienen la Casa Machiguenga, un albergue con el que reciben algo de dinero. Jhon Florez, jefe del Parque, dice que los machiguengas reciben beneficios de ese espacio. Según él, en 2015, de 1300 visitantes, 900 se hospedaron ahí. “Es un modelo exitoso”, dice. Sin embargo, Daniel Rodríguez de Fenamad tiene otra versión. “Los ingresos no son muchos. Ellos están ganando algo de 450 dólares al mes, que se tiene que dividir para las dos comunidades y además pagar los gastos operativos. No decimos que esté mal este negocio, sino que es insuficiente. Las comunidades no están satisfechas”, afirmó para Mongabay Latam.

“Quisiéramos tener alternativas. Tal vez piscigranjas o aprovechar toda la madera que está tirada a los lados del río. No puede ser que nosotros no podamos cogerla, pero sí las asociaciones que están a las afueras del parque”, comenta Mambiro. Desde su oficina en Cusco, Jhon Florez responde ante los pedidos del presidente de Cacaotal y los demás cientos de machiguengas: “en el tema de la madera, el aprovechamiento siempre ha sido con la comunidad nativa Isla de los valles y la Asociación de canoeros de Boca Manu, que cogen la madera que está a las afueras del Parque. Con ellos trabajamos un plan de manejo donde las comunidades machiguengas son accionistas de este negocio. Por lo que tengo entendido sí reciben dinero, pero nosotros no tenemos acceso a esa información porque es un contrato entre privados”.

Antes de partir, Mariluz y Raúl estaban parados afuera de su casa. Me sorprendió que reían como si Rubí los estuviera esperando en la hamaca. Fui comprendiendo que el luto es distinto en todas las culturas. Y la muerte no es la misma cuando la lucha es todos los días y la indiferencia hace que confundamos la conexión con el aislamiento.

Foto principal: Thomas J. Müller.

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