- Por la crisis alimentaria en Venezuela, habitantes de isla Margarita y Sucre comenzaron a pescar y consumir al amenazado tiburón ballena, además de vender sus aletas para el mercado asiático.
- La Caribbean Shark Education Program ha llevado en dos años a concientizar a la población sobre la conservación de esta especie considerada En Peligro de extinción.
La crisis alimentaria en Venezuela impactó a los amenazados tiburones ballena cuando los habitantes de zonas costeras del país comenzaron a comérselos y a vender las aletas a comerciantes que luego las destinaban al mercado asiático. Las mayores matanzas de esta especie, considerada en peligro de extinción según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, se registraron en isla Margarita y Sucre donde hasta siete tiburones llegaron a ser sacrificados cada temporada.
Tras un exitoso programa de educación, llamado Caribbean Sharks Education Program, que busca concientizar a las personas acerca de la necesidad de conservar a esta amenazada especie, los cazadores de tiburones ballenas se han reconvertido al ecoturismo para beneficiarse económicamente de estos animales al mismo tiempo que los protegen. Durante los últimos dos años, las muertes en Sucre se han reducido a un tiburón cada temporada y en Margarita no han vuelto a registrarse casos.
La historia en 1 minuto. Video: Mongabay Latam.
Un proyecto exitoso
“El consumo de tiburón ballena nunca ha sido una costumbre culinaria en Venezuela”, asegura Leonardo Sánchez, director del Centro para la Investigación de Tiburones, el organismo que ha desarrollado este proyecto de conservación. Sin embargo, “en un país en crisis las personas tratan de aprovechar al máximo cualquier recurso”, dice Sánchez.
Aunque el programa se desarrolla en toda la costa venezolana, en la turística localidad de Chichiriviche es donde ha tenido mayor éxito. Allí, la presencia de actividades subacuáticas ha permitido que los investigadores demuestren a los pescadores que el turismo con tiburones ballena es más conveniente económicamente que la venta de sus aletas y que el consumo de su carne.
En Chichiriviche el proyecto ha sido tan exitoso que antiguos pescadores, vendedores de aletas, hoy son lancheros de las embarcaciones turísticas.
Yosmer Martínez, uno de los buzos que colabora con el Centro de Investigación de Tiburones, asegura que “los pescadores antes no le tomaban mucha importancia al tiburón, pero después de la actividad hemos despertado mucha conciencia y se ha notado un cambio. Ahora al tiburón lo aprecian mucho más y buscan conservarlo ya que han entendido que vale más vivo que muerto”.
Un kilo de aletas de tiburón puede llegar a costar 800 dólares en el mercado internacional, sin embargo, en las localidades costeras de Venezuela ese mismo kilo es vendido en apenas unos 25 dólares, explica Sánchez. El programa de conservación ha logrado que las personas ganen esa misma cantidad de dinero, por unas dos a tres horas de trabajo buscando tiburones ballena para los turistas.
El programa también propone que los buzos trabajen, como asesores de campo, con los biólogos en la investigación de tiburones. Aquellos que están interesados reciben una capacitación por parte de los científicos para que puedan, por ejemplo, colaborar en la identificación de individuos.
Para Sánchez, lo anterior ha sido de particular importancia debido a que actualmente solo él y tres tesistas están trabajando en el Centro de Investigación para Tiburones. “El resto de los investigadores que estaban en Venezuela tuvieron que emigrar”, dice el biólogo. Además, Nigel Noriega, director de Sustainable Innovation Initiatives, organización estadounidense que asesora el programa, agrega que “no es seguro traer participantes y no tenemos medios para lidiar, por ejemplo, con emergencias médicas”.
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Cuando el turismo no es posible
Al contrario de Chichiriviche, en Sucre y Margarita el aislamiento y la violencia han impedido el desarrollo del turismo. En esos casos el programa se ha concentrado en concientizar a la población —mediante un programa de educación dirigido a pescadores, a estudiantes de las escuelas locales y a sus maestros— sobre la importancia de proteger al tiburón ballena para mantener los ecosistemas y los daños a la salud que puede acarrear su consumo debido a la gran cantidad de metales pesados que contiene su carne.
También los investigadores han asesorado a los pescadores, respecto a los precios que deben cobrar por las venta de las diferentes especies que capturan, para así obtener mejores ganancias que les permitan comprar otros alimentos. Sánchez explica que “son comunidades que están tan aisladas que desconocen el precio que las pesquerías de la ciudad cobran por la carne de pescado” y que ese precio puede llegar a superar hasta en un 3000 % el monto que reciben los pescadores por su producción en los puertos de embarque.
Pese a las mayores dificultades presentes en estas localidades, el proyecto también ha tenido éxito. Y es que, en opinión de Noriega, los programas de educación son la vía más sostenible para generar los cambios sociales y de comportamiento necesarios. “Nuestro objetivo es integrar la información académica en las culturas locales”, dice y aprovechar la confianza que se ha logrado entre investigadores y pescadores locales para diseñar programas efectivos.
Los resultados están a la vista: en los últimos 10 meses no se han registrado, en ningún lugar de la costa venezolana, muertes de tiburones ballena, asegura Sigrid Lueber, presidenta de OceanCare, organización que financia en un 100 % el programa Caribbean Sharks Education.
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Un proyecto peligroso
“La situación en Venezuela es muy difícil en términos de coordinación, seguridad, comunicación, confiabilidad de los permisos y necesidades inmediatas de las comunidades”, señala Noriega. “Tienen tremendos problemas de Internet lo que dificulta mucho la comunicación, pero sabemos que están haciendo todo lo posible para mantenernos informados en todo momento”, agrega Lueber.
Para implementar el proyecto y convencer a la población de detener la caza de tiburones ballena, el equipo de investigadores debió hacer frente a los riesgos de insertarse en comunidades reconocidas por sus altos índices de violencia y conquistar, poco a poco, la confianza de sus pobladores. Para hacerlo “llegas a la comunidad, buscas al más ‘malo’, hablas con el jefe, le explicas lo que estás haciendo y bueno, así entramos”, cuenta Sánchez y agrega que muchas veces “esos ‘malos’ terminan cuidándonos y apoyándonos”. Sin embargo, “al principio fue difícil porque las personas estaban muy reacias a involucrarse en un proyecto de conservación con una especie que estaban empezando a aprovechar y de la cual algunos obtuvieron buen dinero”, asegura el biólogo.
Pero los inconvenientes no pararon una vez que los investigadores lograron insertarse en las comunidades. “En las escuelas ha sido difícil porque en muchas ocasiones planificamos una actividad, llegamos, pero no hay electricidad y no la hay durante una semana completa por lo que tenemos que suspender porque a los niños no los envían a clases”, cuenta Sánchez.
Noriega señala que “debido a la infraestructura venezolana y los trastornos institucionales, los investigadores han debido encontrar nuevos medios para continuar con el trabajo” y que “las dificultades han puesto de relieve la inventiva, el talento y la creatividad de este grupo de investigadores y los ha llevado a mirar posibilidades que no habrían sido consideradas en condiciones más cómodas”.
Pese a los riesgos y las dificultades, las organizaciones que financian y asesoran el proyecto confían en la necesidad de que se lleve a cabo puesto que “Venezuela es un sitio de especial interés, debido a la profundidad de su mar y su alta productividad”, explica Sigrid Lueber, lo que lo convierte en un importante lugar de alimentación para esta especie y posiblemente de apareamiento.
“En Venezuela no solamente tenemos malas noticias”, dice Yosmer Martínez. “Es una tierra maravillosa que tiene las playas más hermosas, montañas, costas, sabanas, ríos, cascadas, desiertos, páramos y tenemos secretos que están bajo los mares y unos de ellos es la presencia de tiburón ballena”.
El éxito del programa desarrollado en las adversas condiciones venezolanas será prontamente replicado en las Antillas. Allí, según explica Noriega, los investigadores esperan poder profundizar, entre otras cosas, “los hallazgos del centro de investigación Pew que indican que un porcentaje inesperadamente alto en el suministro de aletas de tiburón se está obteniendo en las aguas del sur del Caribe cerca de Trinidad”.
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