- El Jardín Botánico de Caracas, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el 2000, y considerado un repositorio fundamental de la historia natural latinoamericana está en emergencia.
- Con un presupuesto de 500 dólares anuales, un grupo de científicos hace milagros para salvar sus tesoros en medio de una sequía, robo de equipos y fallas en el suministro de agua y electricidad.
Sin agua, la vida es imposible: el personal del Jardín Botánico de Caracas ha trabajado contra este decreto natural por más de dos años, mientras el Patrimonio de la Humanidad lucha por mantener viva la valiosa colección de plantas internacionales contra una grave sequía, un fallido suministro de agua y electricidad a la ciudad, y en medio de una de las peores emergencias humanitarias jamás padecidas por un país latinoamericano.
El Jardín Botánico de Caracas forma parte de la Universidad Central de Venezuela y fue declarado Patrimonio de la Humanidad en el año 2000. Cuando estaba en su apogeo, el Jardín conservaba más de 2500 especies correspondientes a unas 200 familias botánicas, la mitad de las cuales eran endémicas de Venezuela y la otra mitad provenientes de América Central, África, India y otras partes de Asia y Sudamérica. El Palmeto era famoso por tener una de las colecciones de palmeras más importantes de Latinoamérica, que albergaba alrededor de 4000 especímenes de unas 250 especies.
Pero día tras día, año tras año, este hogar del tesoro natural se empobrece cada vez más, donde muchas plantas exóticas y decenas de especies autóctonas y endémicas, tales como las orquídeas y palmas, están muertas o muriendo debido a la falta de riego o porque terminan siendo tapadas por pastos.
De acuerdo con Reuters, el lago más grande de los jardines, construido con la forma de Venezuela y cubierto por enormes lirios de agua florecidos, estaba lleno hasta la mitad en julio de 2018. Una de las especies más afamadas y preciadas del lago, el gigante lirio de agua Victoria amazonica, de 2,40 m de ancho, tan grande y vigoroso que puede soportar el peso de un niño, está muerta.
Una larga y profunda crisis
El declive del jardín comenzó mucho antes de la actual crisis económica venezolana. La sequía provocada por El Niño en 2010 y la invasión del caracol gigante africano afectaron gravemente este oasis urbano, situado cerca del centro de la ciudad de Caracas y al lado de la autopista Francisco Fajardo. Sin embargo, estos problemas fueron una mera precuela de la actual situación que enfrenta el lugar, de acuerdo con su director Jan Tillett, agrónomo venezolano que ha trabajado en el Jardín durante dieciséis años.
Fundado en 1945 y abierto al público en 1958, el Jardín Botánico de Caracas ocupa setenta hectáreas, en los que además alberga a la Biblioteca Henri Pittier y sus 6000 volúmenes, y el Herbario Nacional —todos estos bienes administrados por la Fundación Instituto Botánico de Venezuela—.
Hoy día, el personal de las tres entidades está hacinado en zonas comunes porque las oficinas carecen de servicios básicos. Como la crisis económica venezolana se profundizó en 2017, una ola de robos dejó las instalaciones del Jardín sin aires acondicionados, bombas de agua, refrigeradores, computadoras y otras herramientas importantes, por lo que la infraestructura de la institución quedó en una situación precaria. Ese año, se ordenó a la Guardia Nacional venezolana que retirara la protección al Jardín y a muchos de los barrios de los alrededores de Caracas para enfrentar las grandes protestas de los ciudadanos contra el polémico gobierno de Nicolás Maduro, quien fuera elegido presidente en 2013.
Por entonces, los responsables del Jardín presentaron veintiún denuncias formales a las autoridades y pidieron ayuda, sin resultados. “Robaron todo”, se lamenta Tillett. “Bombas de sentina, cortadoras, mangueras, un generador eléctrico y hasta los techos, pero la policía no hizo nada”. Los robos insignificantes se siguen cometiendo a diario.
Prácticamente no hay dinero disponible para reemplazar las pérdidas. El Jardín recibió en 2019 un presupuesto operativo por un total de tres millones de bolívares, el equivalente a quinientos dólares. Mientras tanto, los trámites burocráticos se han agravado tanto que el tiempo transcurrido entre la aprobación de los permisos de construcción y la ejecución del mantenimiento puede ser tan prolongado que la hiperinflación de Venezuela (1 700 000 % en 2018) puede consumir todo el dinero antes de que alguien levante la mano para realizar una tarea.
Luego están los problemas con el agua. “La última vez que hubo agua en las cañerías [del lugar] fue entre el 14 y el 16 de enero de este año”, se lamenta Tillett.
Ese gran déficit generó una campaña en las redes sociales con el fin de recaudar fondos para pagar doscientas cisternas de agua que suministren el agua necesaria para las lagunas con plantas acuáticas y llevar a cabo el riego manual. También se creó un programa de voluntariado, coordinado por el investigador principal del jardín, Yaroslavi Espinoza. Los voluntarios no solo hacen el mantenimiento, ellos traen botellas con agua de sus casas para regar las plantas.
La falta de agua pasa factura
A pesar de estos heroicos esfuerzos, la visita a lo que una vez fue un espléndido jardín hoy es motivo de tristeza. Cerca de la entrada, hay una gran laguna, ahora seca y vacía. En las proximidades, numerosos tocones son el recuerdo de los árboles tropicales talados hasta morir. Otros árboles con estrés hídrico siguen de pie con sus ramas desnudas o adornadas con hojas moribundas, rodeados de pasto marchito.
El área del jardín etnobotánico, que debería exhibir plantas para usos gastronómicos y medicinales, parece una granja abandonada con árboles frutales muertos, algo frecuente por estos días en el campo venezolano. Una laguna pequeña fue llenada con el agua de las cisternas y ostenta unas cuantas especies acuáticas, pero muchas otras siguen vacías, dañadas por los recientes temblores en Caracas. “El científico a cargo de estas especies ha reproducido algunas de ellas y llevado a otros lugares para que no se pierdan”, explica el director del Jardín.
Sin embargo, estos esfuerzos continúan siendo socavados. “Perdimos todos los plantines que estaban en el vivero principal, afuera del área de exhibición, donde robaron la techumbre, así que no valía la pena tener el tanque de agua lleno”, dijo Tillett. Las plantas murieron bajo un abrasante sol tropical. El personal trató de reactivar un profundo pozo de cincuenta años, pero el agua no subía, tal vez debido a la prolongada sequía y al robo del cableado eléctrico con el que se operaban las bombas de agua. Desde la oleada de apagones en todo el país, en marzo de este año, muchas estaciones de bombeo de la ciudad dejaron de funcionar, lo que hizo que los problemas con el suministro de agua fueran incluso más difíciles de tratar.
Aun así, no todo está perdido. El equipo de Tillet ha logrado conservar varias especies de palma del género Cícadas y pinos en el denominado Jardín Paleozoico y la Arboleda, donde árboles de diez metros de altura se han mantenido verdes gracias al microclima húmedo que ellos mismos generan. A pesar de todo, el Jardín todavía atrae a los visitantes y a muchas aves. “Hay loros, guacamayos, guacharacas (género Ortallis) y garzas blancas”, comenta el director.
Herbario plagado
El Herbario Nacional tiene sus propios problemas. La inmensa colección botánica está siendo devorada por las mariquitas. La falta de un sistema de enfriamiento ha puesto en peligro las muestras de 450 000 especies de plantas tiempo atrás bien protegidas en el herbario. Como consecuencia, una peste —el escarabajo del tabaco (Lasioderma serricona)— infesta ahora casi todas las muestras de líquenes, hongos, algas y otras especies vegetales de Venezuela.
El robo de nueve aires acondicionados, deshumedecedores, muebles, estanterías y computadoras obligaron a la Dra. Neida Avendaño, directora del Herbario desde 2017, a ser creativa. Para proteger las muestras de la infestación, ordenó que cada una se almacenara en una bolsa plástica. Al principio, se agregaron bolas de paradiclorobenceno a cada contenedor, pero más tarde fueron sustituidas por bolas de naftalina, que son más baratas. Lamentablemente para las plantas, el calor tropical y la sequía evaporan las bolas rápido, lo que obliga a Avendaño y a la investigadora Dra. Omaira Hokche a verificar y rellenar las bolsas con frecuencia en una tediosa y frustrante rutina diaria.
Avendaño hace hincapié en la importancia fundamental de proteger los 750 tipos y paratipos (espécimen de un organismo que ayuda a definir el nombre científico de una especie y otras características taxonómicas) del material de investigación del museo, junto con las 520 muestras históricas, algunas del siglo XVII.
La colección “tiene importancia histórica, genética y científica”, comenta Avendaño. “Trabajé aquí veinte años atrás en investigación. Botánicos, médicos y chefs vienen [al herbario] a pedir muestras para investigar”. Sin embargo, aun con la ayuda de una donación privada de un investigador alemán, hay todavía veinte años valiosos de muestras apiladas esperando protección.
En el estado fallido de Venezuela, conseguir ayuda externa para una de las mayores colecciones botánicas del mundo ha sido complicado y muy lento por los engorrosos procesos burocráticos del país. Avendaño espera pacientemente con la esperanza de obtener ayuda de la comunidad científica internacional, pero le preocupa que no llegue. “Creo que ellos en realidad no creen que nosotros trabajamos sin agua, sin electricidad, sin baños, que construimos una base de datos [trabajando en nuestra casa] con nuestras [propias] computadoras”, concluye.
*Imagen central: Miles de litros de agua se transportan con regularidad, normalmente a mano, para mantener las plantas de la laguna vivas, aunque muchas han muerto. Foto: Jeanfreddy Gutiérrez Torres.
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