- Un proyecto de conservación ha logrado reproducir en cautiverio y reintroducir en la naturaleza 300 individuos de la ranita de Valcheta, un anfibio endémico de una inhóspita meseta de la Patagonia argentina.
- La ranita estaba al borde desaparecer por la acción depredadora de la trucha, un pez exótico que fue introducido hace décadas en casi todos los cursos de agua patagónicos para impulsar la pesca deportiva.
- Debido a la crisis del COVID-19 las ranas no han podido ser liberadas y permanecen hacinadas en el laboratorio lo que podría provocar su muerte.
La historia en 1 minuto. Video: Mongabay Latam.
El suelo es de rocas volcánicas y el viento es furioso. Los pastos son amarillentos y no hay un solo árbol. Puede hacer calor durante el día y un frío cruel durante la noche. Escasea el agua y también la presencia humana. Así es la meseta de Somuncura, en la Patagonia argentina, donde un grupo encabezado por biólogos se propone la difícil tarea de rescatar de la extinción a una especie única en el mundo: la ranita de Valcheta (Pleurodema somuncurense).
Esta especie, catalogada en Peligro Crítico por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), mide menos de cinco centímetros, vive casi siempre en el agua y pasa mucho tiempo debajo de las rocas. Solo sale de noche. Es de color verde, tiene manchas en su piel lisa y sus ojos son grandes. Su hábitat tiene apenas cinco kilómetros cuadrados y está en la cabecera del arroyo Valcheta, que nace de vertientes en una de las laderas de la meseta, y tiene aguas que se mantienen tibias durante todo el año, aun cuando la temperatura ambiente del invierno puede llegar a 15 grados centígrados bajo cero.
Para evitar la desaparición de esta ranita, un grupo de científicos se dio a la tarea de reproducirlas en un laboratorio para luego reintroducirlas en su medio natural. El experimento ha sido todo un éxito y ya se han realizado dos liberaciones de unos 300 individuos en total. El problema es que las nuevas ranas no han podido ser liberadas en la naturaleza debido a la cuarentena y hoy están hacinadas en el acuario, lo que podría provocar su muerte.
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Criar en cautiverio mientras se mejora el hábitat
El biólogo Jorge Williams conoció la meseta de Somuncura en 1983, de la mano de un colega italiano, José M. Cei, quien en 1968 había descubierto y descrito para la ciencia a la ranita de Valcheta.
Williams, quien es doctor en Biología y profesor titular de la cátedra de Herpetología —la rama de la zoología que estudia anfibios y reptiles— en la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de La Plata, quedó impresionado con este lugar. Lo considera uno de los más valiosos de la Argentina desde el punto de vista biológico porque tiene, además de este anfibio, varias especies animales y vegetales endémicas, es decir, que no existen en ningún otro lugar del planeta.
Tan persistente ha sido su interés que en 2013, treinta años después de aquella primera visita, Williams y uno de sus discípulos en la Universidad de La Plata, Federico Kacoliris, crearon el programa Meseta Salvaje, con el que intentan salvar a la ranita de Valcheta y otras especies amenazadas que viven en Somuncura.
Cuando le preguntan a Jorge Williams por el sentido de emprender semejante tarea en un ecosistema tan alejado y hostil, él responde que “lo que le pasa a las ranas hoy, es lo que muy probablemente le pase a otros animales mañana y, más tarde, también a las personas”. El biólogo explica que los anfibios son los primeros en percibir las perturbaciones del ambiente “porque tienen una doble vida: son acuáticos y terrestres”.
La principal amenaza que pesa sobre la ranita de Valcheta —según explica Kacoliris— son las truchas, una especie de pez exótica introducida hace décadas en casi todos los cursos de agua de la Patagonia para impulsar la pesca deportiva. “Como la trucha es un predador voraz que se come a las ranitas, estas no tuvieron más alternativa que refugiarse en los contados saltos naturales del arroyo Valcheta donde los truchas no pueden llegar”, dice el científico, quien es investigador del Comité Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), la organización estatal que promueve el desarrollo científico en Argentina.
El problema, según sostiene el experto, es que las ranas no podrán sobrevivir mucho tiempo aisladas en los saltos por lo que “es imprescindible conectar los corredores donde vive” y la única de manera de hacerlo “es sacando las truchas”, señala.
Por otro lado, vacas y caballos van a alimentarse y a tomar agua a los saltos donde se encuentran refugiadas las ranitas y al hacerlo destrozan el hábitat, explica el biólogo.
Los científicos decidieron entonces sacar a las truchas, al menos de una porción del arroyo, y prevenir la llegada de vacas y caballos.
Sin embargo, enseguida se advirtió que ese trabajo llevaría varios años y eso arrojaba una fuerte incertidumbre: “No sabíamos si la ranita de Valcheta sobreviviría ese tiempo. Tal vez, cuando termináramos, la especie estaría extinguida”, dice el experto.
La solución que encontraron los biólogos fue criar ranitas en cautiverio. Esto aseguraba tener un número grande de individuos mientras se trabajaba en la restauración del hábitat. Desde entonces la reproducción se lleva a cabo en el primer Centro de Rescate de Anfibios Amenazados de la Argentina, creado en 2015 en la Universidad de La Plata. Allí se instaló un acuario al que ese mismo año llegaron veinte parejas de ranitas que habían sido capturadas en Somuncura. Fue el punto de partida de la reproducción en cautiverio.
La pandemia complicó el proyecto
El año pasado se trasladó el Centro de Rescate desde la Facultad de Ciencias Naturales platense a un contenedor instalado en el jardín de la universidad. Allí se colocaron las peceras para poder criar las ranitas con una temperatura y un ambiente ideal.
Hoy, el proyecto que es desarrollado por un grupo multidisciplinario en el que además de biólogos trabajan guardias ambientales [guardaparques], agentes de turismo, docentes, técnicos de áreas protegidas y pobladores locales ya tiene éxitos para mostrar. El equipo realizó, en 2017 y 2018, dos liberaciones de unas 300 ranitas en total. Además, el año pasado se comprobó en el hábitat natural la presencia de huevos, renacuajos y juveniles que demuestran que los individuos reintroducidos —identificados con una marca— se están reproduciendo libremente de manera exitosa.
Al mismo tiempo, la instalación de cercos para impedir que vacas y caballos pasten en los saltos del arroyo ha permitido que se recupere la vegetación y el año pasado, después de varios años de insistencia, se logró la autorización de la provincia de Río Negro para comenzar a sacar truchas de la cabecera del arroyo. Así, de forma experimental, los integrantes del equipo vaciaron de truchas el primer kilómetro, las dejaron aguas abajo y construyeron pequeñas represas que impiden que vuelvan aguas arriba.
“La idea es hacer una barrera definitiva a diez kilómetros del nacimiento del arroyo, que tiene en total ochenta kilómetros de longitud”, explica Kacoliris. De esa manera, todo el primer tramo quedaría libre de truchas para que allí puedan sobrevivir tanto la ranita de Valcheta como la mojarra desnuda (Gymnocharacinus bergii), otra especie endémica en peligro por acción depredadora de la trucha.
Pero la pandemia del coronavirus y la cuarentena obligatoria impuesta en la Argentina desde el 20 de marzo complicaron severamente los planes del proyecto Meseta Salvaje.
La temporada de reproducción en cautiverio (2019 – 2020) funcionó tan bien que los expertos pensaban realizar una tercera liberación en la meseta de Somuncura a más tardar en mayo. Sin embargo, esta liberación no pudo realizarse. La meseta forma parte de un área protegida provincial y todas han sido cerradas. El problema más serio es que las instalaciones del criadero en La Plata están desbordadas y es necesario que la liberación no se demore.
“Tenemos un laboratorio con capacidad para 80 ranas y hoy contamos con 200. El riesgo es que se empiecen a morir por hacinamiento o porque no llegan a comer bien”, explica Kacoliris. Según el biólogo, “el peor escenario es que la mortandad por esta situación genere que, cuando se levante la cuarentena, no tengamos un número lo suficientemente importante que justifique hacer una liberación en la naturaleza”, advierte.
La cuarentena impidió, además, realizar trabajo de campo durante los últimos meses por lo que a los investigadores les preocupa el escenario que van a encontrar cuando vuelvan a la meseta.
También está cerrada la Universidad de La Plata y solo tres veces por semana se permite ingresar a integrantes del proyecto para limpiar las peceras y dar comida a los animales.
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La difícil realidad social de la meseta
Kacoliris afirma que el proyecto de conservación tiene como fin último integrar a los habitantes de la zona en un iniciativa ecoturística que los beneficie. Hoy solo llegan hasta la meseta algunos amantes del turismo aventura, atraídos por la soledad del paisaje y por la facilidad con que se pueden observar guanacos (Lama guanicoe), ñandúes patagónicos (Rhea Pennata) y otros animales silvestres que prosperan debido a la escasa presencia de personas y de ganado. Pero la recuperación de las especies endémicas podría ser una atracción que genere posibilidades económicas para la población local, dice el biólogo.
Además de la ranita de Valcheta y de la mojarra desnuda, en la meseta vive otro anfibio altamente amenazado: la ranita de Somuncura (Atelognathus reverberii). Williams explica que los endemismos en este lugar se relacionan con procesos biológicos muy antiguos que dieron forma a la meseta: “Cuando en el Pleistoceno avanzó el hielo en la región, esta, por su altura, quedó sin cobertura. Así se originaron procesos de endemismo que persistieron cuando el hielo se retiró de la parte más baja e hicieron que hoy Somuncura tenga especies únicas”, dice el biólogo.
A la meseta se accede luego de ascender durante varias horas por un suelo rocoso que castiga los neumáticos de las camionetas o las motos, desde Chipauquil, un paraje rural donde menos de 40 personas viven en casas dispersas.
La zona forma parte de la estepa patagónica donde tradicionalmente prosperaba la ganadería de ovejas. Esta actividad, sin embargo, se derrumbó por la caída del precio internacional de la lana y otros sucesos que impactaron fuertemente la zona en los últimos años: sequías y, sobre todo, la erupción en 2011 del volcán Puyehue, en Chile, que cubrió con cenizas millones de hectáreas de campos en el lado argentino de la Cordillera de los Andes.
Así, con la caída de actividad económica, la zona se despobló. Hoy los suelos están altamente erosionados, ya no son aptos para la actividad ganadera a gran escala y quienes se quedaron llevan una vida mayormente de subsistencia criando ovejas y, en algunos casos, vacas o caballos. Menos de diez campesinos sobreviven con sus animales en lo más alto de la meseta que en invierno se cubre de nieve. La leña que periódicamente sube un camión del gobierno provincial o algún vecino, es allí arriba el único combustible para calentarse.
“Ya prácticamente no quedan jóvenes en esta zona. Casi todos se han ido”, cuenta Liliana Quesada, directora de la escuela-hogar de Chipauquil, en la que se alojan durante la semana hijos de familias que viven en parajes rurales alejados. Aunque en otras épocas hubo hasta 50 alumnos, la escuela hoy solo cuenta con seis chicos quienes también participan junto a los biólogos de las liberaciones “e incluso han apadrinado y le han puesto nombre a varias de las ranitas”, cuenta Quesada.
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Al borde de la existencia
Según Adrián Giacchino, director de la Fundación Félix de Azara, una ONG argentina dedicada a las ciencias naturales y el ambiente que donó el contenedor donde se encuentra el laboratorio, la iniciativa Meseta Salvaje es referente de éxito. “Muchos proyectos se quedan en la investigación y no trabajan directamente con la especie”, dice Giacchino, y agrega que “en otros casos, tal vez, se liberan en la naturaleza algunos individuos, pero luego no se hace un seguimiento de la evolución”. Meseta Salvaje, en cambio, ha mostrado resultados eficientes que además involucran a la comunidad realizando educación ambiental, asegura.
En opinión del naturalista Claudio Bertonatti, asesor científico de la Fundación Azara y exdirector del Zoológico de Buenos Aires, el programa Meseta Salvaje “debería inspirar a los zoológicos o parques argentinos que están haciendo muy poco o nada en relación con los anfibios y reptiles amenazados del país”.
Además, otro punto destacable de este proyecto es el lugar en el que se lleva a cabo. “A veces se piensa que los únicos ecosistemas que deben conservarse son las selvas y los bosques y no les prestamos la atención debida a las estepas”, señala el director de la fundación.
La ranita de Valcheta fue incluida por la Sociedad Zoológica de Londres entre los anfibios del programa “Al borde de la existencia”, que busca visibilizar especies en riesgo que tengan especial valor por su particular historia evolutiva. “En la Argentina se han reconocido unas 174 especies de anfibios, de las cuales un 30 % son endémicas. Lo preocupante es que hay más de treinta especies amenazadas de extinción”, explica Bertonatti.
El naturalista dice que lo que sucede en la Argentina no es un fenómeno aislado, ya que desde los años 90 la comunidad científica internacional viene advirtiendo sobre la declinación mundial de las poblaciones de anfibios. Frente a este panorama, la lucha contra la extinción demanda la creación de nuevas reservas naturales y corredores biológicos que conecten a las especies, pero esto no es suficiente. El experto asegura que también son necesarios los proyectos de conservación ex situ, es decir, que se desarrollan fuera del ambiente natural, por ejemplo, en cautiverio. Estos permiten “conocer mejor la biología de las especies, lograr su reproducción y evaluar su reintroducción donde hayan desaparecido”, señala Bertonatti.
Por lo mismo, Meseta Salvaje tuvo desde el inicio el aval y el financiamiento de Amphibian Ark, una organización creada en 2007 por la Asociación Mundial de Zoológicos y Acuarios (WAZA) junto a dos de los grupos de especialistas de la UICN para intentar dar respuesta a una crisis de anfibios que es global.
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