- La oposición al proyecto hidroeléctrico más grande del país convirtió a una campesina desplazada de Antioquia en una de las figuras más relevantes de la organización Ríos Vivos que se opone al funcionamiento de la represa.
- Aunque Milena Flórez no siempre se lleva los reconocimientos, la han amenazado más de una vez y se ha desplazado en varias ocasiones. Sin embargo, ella insiste en proteger su territorio.
Desarrollo. Eso fue lo primero que pensó Milena Flórez cuando supo que en su territorio se construiría la represa de Hidroituango, la hidroeléctrica más ambiciosa de Colombia, que aspira a producir el doble de vatios que cualquier otra presa en el país. Flórez creía que eso significaba que por fin tendría luz en su casa en Alto de Chirí, una vereda del municipio de Briceño, en el norte del departamento de Antioquia. El casco urbano más cercano a donde vivía era el corregimiento de Valle de Toledo, a poco más de una hora a lomo de mula.
Pero no sabía lo que le esperaba, como cuando huyó por primera vez de la guerra. “Yo era de Urabá [región costera de Antioquia] y salí desplazada en 1997, cuando tenía 15 años, porque los paramilitares iban a matar a mi mamá. A mi papá ya lo habían desaparecido”, recuerda Flórez. Vivió en Medellín durante dos años, hasta que se fue a Alto de Chirí con el que sería su primer esposo.
Finalizaba la década de los noventa y la guerra no daba tregua en la región. El Frente 36 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) se disputaba esta zona alta de la cordillera occidental de los Andes con el Bloque Mineros de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), pues es un corredor estratégico para cualquier grupo armado: lejos del control del Estado y con hoja de coca. Fue en este territorio de conflicto y violencia donde, años después, se sumó la preocupación por los impactos sociales y ambientales de Hidroituango.
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La llegada a tierra de ‘cañoneros’
En Alto de Chirí, gran parte de los campesinos vivían de la agricultura, la pesca o la minería de oro artesanal, como explica María Adelaida Torres, quien estudió la zona durante cerca de cuatro años para realizar su tesis de maestría en Medio Ambiente y Desarrollo. El río era parte vital de la cultura de los ‘cañoneros’, quienes vivían en la parte media y baja del cañón del Cauca. Torres explica que había una cultura particular de comercio en la que el minero artesanal le entregaba el oro al arriero para que este lo negociara en el pueblo o lo intercambiara por dinero o comida con los campesinos.