- El bosque templado está entre los ecosistemas que más resienten el cambio climático y, si se habla de árboles, los oyameles tiene un alto riesgo de presentar una drástica disminución de su población.
- Ante este panorama, científicos mexicanos desarrollan un exitoso experimento que abre caminos para recuperar y mantener los bosques de oyamel que, cada invierno, albergan a las mariposas monarca.
Durante varias semanas, el sonido de las motosierras se escuchó implacable. Cuando se intentó evitar la devastación, ya era demasiado tarde: diez hectáreas de bosque fueron arrasadas. Eso sucedió en 2015, en el municipio de Angangueo, en el estado de Michoacán, en el centro de México, justo en una de las laderas de la zona núcleo de la Reserva de la Biósfera Mariposa Monarca.
Los terrenos en donde se registró esa tala ilegal pertenecen al gobierno estatal, por lo que ahí no hay ejidos ni comunidades indígenas que realicen una vigilancia del lugar, como sí lo hacen en aquellas tierras de la reserva que son de propiedad colectiva.
¿Qué hacer para poder recuperar esa área afectada por la tala ilegal? Buena parte de los funcionarios proponían reforestar en el instante, sin importar que era época de secas y, por lo tanto, el peor momento para plantar árboles. Los directivos de la reserva prefirieron consultar a los científicos.
Entre los mismos investigadores había opiniones encontradas. Algunos planteaban que la reforestación era el camino. Otros impulsaban la regeneración natural, es decir, resguardar el área, no tocarla y esperar a que el bosque se recuperara por sí solo.
“Fue una discusión complicada entre académicos. Pero al estar en el lugar era evidente que no había condiciones para que se diera la regeneración natural: los árboles que aún seguían en pie estaban gravemente dañados; con la copa destruida. Y en el caso de los oyameles es en la parte más alta de la copa donde se produce la semilla. Con un árbol así, debes esperar de cinco a diez años para que se recupere la copa y empiece a producir semilla”, explica el doctor Cuauhtémoc Sáenz-Romero, del Instituto de Investigaciones sobre los Recursos Naturales (INIRENA), de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH).
El doctor José Arnulfo Blanco García, coordinador del Laboratorio de Investigación en Ecología de la Restauración, de la misma universidad, recuerda que cuando visitaron el lugar “Cuauhtémoc y yo dijimos: ‘no podemos confiar en que esto se va a regenerar solo. Así que nosotros impulsábamos un plan de restauración activa de la zona”.
Desde hace una década, en muchos sectores se discute qué es mejor para recuperar un bosque: la reforestación o la restauración natural. El debate se da porque, a nivel mundial, se reconoce que muchas de las reforestaciones que se realizan no tienen éxito: son muy bajos los porcentajes de árboles que sobreviven y es común que en estos procesos se utilicen muy pocas especies y con ello se tengan “bosques muy simplificados”, es decir, sin una variedad de especies de árboles.
Al final, la decisión que se tomó fue combinar la restauración activa con la restauración natural y, al mismo tiempo, hacer un experimento.
Los dos científicos de la UMSNH —Sáenz-Romero, especialista en mejoramiento genético forestal, y Blanco García, enfocado a la ecología— decidieron trabajar en equipo para restaurar esta y otras áreas boscosas y poner en marcha acciones como la “migración asistida” de árboles, un método que desde hace tiempo se realiza en otros países, como Canadá, y que busca darle un futuro a ecosistemas y especies forestales amenazadas, entre otras cosas, por el cambio climático. Los oyameles (Abies religiosa) se encuentran entre esas especies.
Ayudar a que un bosque reviva
En 2016, los científicos pusieron manos a la obra para restaurar las diez hectáreas impactadas por la tala ilegal.
Como parte del plan de restauración, los científicos dividieron la superficie en polígonos, las franjas que estaban en los bordes y más cerca del bosque no se tocaron; ahí se apostó por la regeneración natural. El 70 % del terreno restante se sometió a trabajos de conservación de suelos y a una reforestación activa. No se trató de solo plantar árboles. Se cuidó cada uno de los pasos a seguir, algo que no siempre sucede y que, por lo regular, lleva a que buena parte de las reforestaciones fracasen.
“Es muy frecuente que las reforestaciones no sean exitosas por poner planta demasiado pequeña, por plantar en épocas que no son propicias y seleccionar especies inadecuadas. Son varios factores que tienen que ver con el reducido éxito que puede tener una reforestación”, explica el ecólogo Blanco García.
En este caso, los científicos recorrieron el bosque adyacente para documentar qué árboles se encontraban y en qué proporción. Encontraron que por cada pino había tres oyameles. Y esa fue la misma proporción que utilizaron. Se eligió con mucho cuidado la semilla; se utilizaron plántulas de, por lo menos, año y medio de vida y no de seis meses, como se hace en muchas ocasiones. La plantación se realizó solo en julio; para esos trabajos se invitó y capacitó a cerca de 200 habitantes de las localidades cercanas.
Cinco años después, los resultados han sorprendido a los mismos científicos. En ese terreno se logró una sobrevivencia de entre el 83 y 84 % de los árboles, un porcentaje muy alto si se toma en cuenta que algunos programas gubernamentales de reforestación, realizados en sexenios pasados, han tenido promedios que van del 35 % al 10 %. “Cuando se hacen reforestaciones mediáticas —resalta Blanco García— donde nada más quieren tomar la foto, es muy probable que eso no va a tener buenos resultados”.
La última vez que los científicos acudieron al sitio restaurado, los pinos sembrados tenían alturas promedio de tres metros de altura y los oyameles, que es una especie con tasas de crecimiento más lentas, tenían metro y medio de altura.
En aquellos polígonos donde se apostó por la regeneración natural del bosque, los resultados no fueron los esperados. “Cinco años después, en esas zonas no registramos una sola plántula ni de oyamel ni de pino, ni de otras especies de menor abundancia en la zona… Hubiera sido un error apostar a que todo el sitio se regeneraría solo”, señala Blanco García.
Al trabajar en esos bosques, los investigadores han corroborado que la restauración natural no siempre es la mejor vía, sobre todo cuando la zona forestal está muy degradada y bajo la presión, cada vez más intensa, de fenómenos climáticos como la sequía.
“La naturaleza no puede seguir su curso de manera normal cuando, en lugar de tener 260 partes por millón de CO2 tienes 417”, apunta el doctor Sáenz-Romero. El clima —insiste— está totalmente sacado de su curso normal, “entonces todo lo que aprendimos en nuestras clases de ecología, ya no sucede. Hay dos factores permanentes de alteración: el cambio climático y la presión social por el cambio de uso de suelo. Todo el tiempo tienes pastoreo, tala ilegal, extracción de madera. Entonces, en la naturaleza las cosas no están como en los libros y por eso hay que actuar”.
El doctor Blanco García coincide: “sitios que estén demasiado degradados, la verdad es que no hay cómo esperar que la naturaleza haga algo”.
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Bosques que padecen los cambios del clima
Desde 2007, Sáenz-Romero realiza modelos climáticos —en un trabajo conjunto con Gerald Rehfeldt, del Forestry Sciences Laboratory, de Estados Unidos— para conocer cómo los cambios en el clima afectarán especies forestales.
Esos modelos le permiten señalar que, en el caso de México, los bosques de niebla y de coníferas son los hábitats climáticos (el espacio ocupado por el clima propicio para un bioma o una especie) más vulnerables ante los cambios del clima.
Los bosques de niebla se localizan en una franja muy estrecha y necesitan mucha humedad; mientras que los bosques templados (de coníferas) están en la parte alta de las montañas. Por el cambio climático, estas zonas presentarán temperaturas más altas. “Se va ir disminuyendo la superficie disponible para tener un clima propicio para estos bosques”, explica Sáenz-Romero.
Y si se habla de especies forestales, aquellas que tendrán problemas son las que ahora ya viven procesos de extinción, entre ellas tres especies endémicas, es decir, que solo se encuentran en México: Picea chihuahuana, Picea martinezii y Picea mexicana. “Esas —advierte Sáenz-Romero— se van a extinguir a menos que haya una acción radical de nuestra parte”.
Otras especies forestales en riesgo por los cambios del clima son aquellas que crecen en las partes altas de las montañas, como el Pinus hartwegii —presente en volcanes como el Popocatépetl, el Iztaccíhuatl, el Nevado de Toluca o el Pico de Orizaba— y el Abies religiosa, conocido comúnmente como el oyamel.
Los modelos sobre los cambio del clima muestran que, de seguir las tendencias actuales, en el futuro la Reserva de la Biósfera de la Mariposa Monarca no tendrá un clima adecuado para el bosque de oyamel. “Esto no quiere decir —explica Blanco García— que no vaya a existir el oyamel. Probablemente va a hacer una comunidad vegetal mixta en donde el pino sea más abundante, pero el oyamel ya no sería tan abundante”.
Aquello que los modelos climáticos muestran desde hace algunos años, ya se comienza a mirar en el terreno. El ecólogo Blanco García resalta que “todas las laderas que están en la Reserva de la Biósfera de la Mariposa Monarca, y que dan al sur, están siendo más susceptibles a los eventos climáticos. Y la noticia más triste es que ahí es donde se han ubicado históricamente las colonias de mariposa”.
En 2016, por ejemplo, una fuerte tormenta invernal provocó daños severos en alrededor de 20 mil árboles en toda la reserva; muchos cayeron y otros tantos perdieron las ramas de sus partes altas, justo en donde el oyamel produce su semilla y, por lo tanto, en los siguientes años se tuvo muy poca semilla para regeneración natural.
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Más seco y más caliente
Hace ya poco más de diez años que los científicos de la UMSNH comenzaron a documentar efectos de los cambios del clima en los árboles de la región. En 2010, por ejemplo, los investigadores fueron convocados por habitantes de la comunidad indígena de Nuevo San Juan Parangaricutiro, en Michoacán, para que les ayudarán a entender qué pasaba con sus árboles.
A nivel nacional, esta comunidad indígena se distingue por ser una de las más exitosas si se habla de manejo forestal comunitario. El aprovechamiento sustentable de su bosque les ha permitido generar empleos, tener un centro turístico y realizar varias obras en la comunidad. Por ello, cuando su bosque comenzó a presentar cambios, buscaron ayuda de los científicos.
“Nos mostraron un sitio —Los Volcancitos— con Pinus pseudostrobus, donde había una defoliación inusual. Los árboles estaban tirando el follaje; muchos ya muertos, ya debilitados, tenían el ataque de plagas, como el escarabajo descortezador. Pero era evidente que la causa no era el descortezador, sino que los árboles estaban muy debilitados. Nos dijeron: ‘esto nunca nos había pasado’”, recuerda el doctor Sáenz-Romero.
El investigador sospechó que podría ser efecto del cambio climático, pero para estar seguro compartió fotografías y datos con otros colegas, entre ellos científicos de Canadá que también estudian las consecuencias de los cambios del clima en especies forestales.
En Canadá, los investigadores han documentado que el verano es cada vez más caliente y seco, lo que está provocando la defoliación de los árboles. El doctor Sáenz-Romero explica que, en el caso de México, esto no sucede en verano, sino en la primavera, entre marzo, abril y mayo. Cada vez hay más calor y, además, menos lluvia en esos meses y, por lo tanto, los árboles cuentan con menos agua para resistir hasta junio, cuando comienza las precipitaciones. “Hay un ambiente mucho más caliente y seco; eso debilita a los árboles”.
Lo que sucedió en Nuevo San Juan Parangaricutiro, de acuerdo con lo que concluyó el doctor Sáenz-Romero, es que se combinó un año muy seco y de baja humedad con las condiciones pedregosas del suelo que hay en ese sitio de la comunidad, conocido como Los Volcancitos.
Para los científicos este caso, así como lo que sucede en la Reserva de la Biósfera Mariposa Monarca podrían ser ejemplos de un proceso que se mira cada vez más en el mundo y que se ha bautizado como “declinación forestal”: una mortalidad inusual del arbolado.
Lo normal es que, como parte de su renovación natural, en un bosque se tenga el 3 % de árboles muertos o en proceso de morirse. “Hay cada vez más sitios en el mundo donde hay eventos de mortalidad por arriba del 15 %, que son muy inusuales y están relacionados a periodos de sequía más calientes. La combinación de sequía con temperaturas más calientes que nunca, está resultando mortal para varias especies de árboles”, señala Sáenz-Romero.
Ante este panorama, Blanco García señala que es aún más difícil que los bosques puedan regenerarse en forma natural y adaptarse a estos nuevos eventos.
“¿Qué vamos a hacer? —pregunta Sáenz-Romero— ¿Esperar bajo el argumento de que la naturaleza es sabia y se va a regenerar o aceptar que vivimos en un mundo cambiante, bastante degradado y que mucho de lo que dicen los libros de ecología ya no aplica”.
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Ayudar a los árboles a migrar
Al observar las afectaciones que están provocando los cambios de clima en diversas especies forestales, los investigadores canadienses han puesto en marcha lo que llaman “migración asistida”: ayudar a los árboles, como las coníferas, a migrar a zonas más altas, donde puedan resistir mejor las cambiantes condiciones climáticas.
En México, los doctores Sáenz, Blanco y otros han comenzado a implementar la “migración asistida” de oyameles en terrenos de la Reserva de la Biósfera Mariposa Monarca. Lo han hecho, por ejemplo, en las áreas que resultaron dañadas durante la tormenta invernal de 2016.
La “migración asistida” —explica Sáenz-Romero— es colectar la semilla de oyamel, producir plantas en viveros y reforestar en un sitio de mayor altitud y en donde se predice que va a ocurrir en el futuro un clima propicio para esa población en particular”.
Además, los investigadores también están utilizando plantas nodrizas, es decir arbustos que sirven para generar una sombra protectora en las plántulas que se siembran cerca de ellos.
Los investigadores reconocen que varias de las técnicas que utilizan, “la gente de las comunidades ya las conocen de manera empírica. Lo que nosotros —señala Blanco García— estamos haciendo es cuantificando cosas que ellos ya habían percibido”.
Los experimentos de los investigadores se realizan en sitios como Las Palomas, en el Ejido La Mesa, en el municipio San José del Rincón, que se localiza a 3440 metros de altitud. Y en Los Ailes, a una altitud de 3360 metros, ambos sitios dentro del área núcleo de la reserva de la biósfera. Las plántulas de oyamel que se utilizaron para estas reforestaciones se produjeron en viveros localizados a 3 mil metros de altitud.
En Las Palomas se utilizaron las plantas nodrizas existentes para aportar sombra, así como técnicas más convencionales de reforestación —sembrar en cuadrícula, con una distancia de metro y medio por cada árbol—, la supervivencia que se tuvo fue del 65 %.
En Los Ailes se decidió “romper” las normas de plantar en cuadrícula. Ahí también se usaron arbustos nodrizos, pero se utilizaron plantas de menor altitud, rescatadas del bosque, y se sembraron en círculos, “para optimizar el aprovechamiento de la sombra de los arbustos”. El resultado fue una supervivencia del 92 % de los árboles, aún después de la terrible sequía reciente como consecuencia de la presencia de La Niña (corriente fría del Pacífico) durante noviembre de 2020 al mes de abril de 2021.
Lograr estas altos porcentajes de supervivencia no es cosa menor, sobre todo cuando se trata de una especie como el Abies religiosa, árbol que no es fácil que prospere en las reforestaciones y que se localiza en el eje volcánico transversal, que va desde el Nevado de Colima hasta el Pico de Orizaba, en Veracruz; en montañas con altitudes de 2800 y hasta más.
El oyamel es vital, entre otras cosas, para conservar las condiciones climáticas en los bosques del centro de México que, durante cada invierno, reciben a las mariposas monarca y que, además, permiten la recarga de los acuíferos que dotan de agua a las ciudades del centro del país.
Estudios realizados por Lincoln Brower, uno de los investigadores que le dedicó buena parte de su interés científico a los bosques de oyamel, mostraron que cuando estos árboles están sanos, entre otras cosas, permiten el efecto de “Blanket and Umbrella”: en las noches frías de invierno, su copa funciona como una cobija que ayuda a que no se pierda el calor del micrositio. Y cuando se presentan tormentas invernales, sirve como paraguas y evita que se mojen y congelen las alas de las mariposas. Este proceso se afecta cuando hay menos oyameles o no están en condiciones óptimas.
Sáenz y Blanco resaltan que conservar y rescatar los bosques de oyamel es vital no solo para la migración de las mariposas monarca y para que las grandes ciudades del país tengan agua, sino también para el futuro de las comunidades que viven dentro y alrededor de la reserva, ya que parte de su economía se sostiene del turismo y, en varios casos, del manejo forestal sustentable.
Sáenz-Romero resalta que “si no podemos salvar al Abies religiosa, no podemos salvar a casi ninguna especie, porque con ella tenemos todo el interés de la sociedad, de autoridades y de los tres países que recorre la mariposa monarca”.
* Imagen principal: Mariposa Monarca. Foto: @AlianzaWWF-FundacionTelmexTelcel
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