- Mujeres de 20 pueblos amazónicos en Perú crearon talleres y un documento colectivo sobre la revalorización y uso correcto de plantas medicinales para acompañar el tratamiento de enfermedades como el COVID-19.
- El proyecto incluye la instalación de huertos o chacras comunales para reproducir, proteger y compartir plantas medicinales de sus territorios. También crearon un mercado de plantas y una farmacia indígena.
En plena pandemia de COVID-19, cuando el virus arrasaba con la vida de las comunidades indígenas, las mujeres no podían dormir. Aisladas, sin medicamentos ni acceso a los hospitales, hicieron todo lo posible para resguardar la salud de sus familias con lo que tenían a la mano y sabían usar: las plantas medicinales que sus ancestros les enseñaron.
Del bosque sacaron hojas de matico (Piper aduncum), kion (Zingiber officinale) y pedazos de corteza del árbol quina quina (Cinchona officinalis), las hirvieron y crearon infusiones y vapores para ayudar a las personas enfermas a respirar. De esta forma y pese a los más de 32 000 contagios y más de 1 200 muertes reportadas a la fecha por el Ministerio de Salud en la Amazonía de Perú, los pueblos resistieron.
“Si nosotras dejábamos solamente la atención en la medicina de las farmacéuticas, no se podía resistir y frenar ese contagio de Covid; las hermanas, donde sea, nos hemos organizado”, cuenta la lideresa awajún Delfina Catip, quien al inicio de la pandemia era la responsable del Programa Mujer Indígena de la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana (Aidesep) —la organización indígena más grande del Perú—.
Pero el uso de las plantas medicinales se ha ganado un espacio más allá de la atención del COVID-19. Las mujeres indígenas han empezado a compartir los conocimientos adquiridos y a desarrollar estrategias para promover en las comunidades la creación de farmacias naturales. ¿Cómo lo han hecho?
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Farmacias en el bosque
En cuanto el virus les dio una tregua —a partir de enero de 2021, en el segundo año de la pandemia—, la lideresa Delfina Catip se reunió con sus compañeras de organización, especialmente, con las sabias y las promotoras de salud indígena de las comunidades amazónicas para diseñar un plan.
Fue así como gestaron talleres con las mujeres de las nueve organizaciones regionales base para compartir los conocimientos de todas y crear, en conjunto, un documento que recoge la información que hoy sirve para capacitar a otras en el uso adecuado de las plantas medicinales indígenas, incluyendo su revalorización, reproducción y cuidado.
“Aunque nosotras tenemos la práctica del manejo de plantas desde antes, las mujeres estábamos olvidándolas, pero el Covid nos ha obligado a recuperar tanto el manejo como las plantas vivas, para implementar biohuertos o chacras comunales”, explica Delfina Catip.
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Entonces le pidieron ayuda a la ONG Amazon Watch en Perú para organizar módulos de capacitación, reunir a las interesadas y compilar los datos. A esto se sumó el trabajo en las chacras o huertas para llenarlas de plantas y convertirlas en espacios de conocimiento, además de la creación de un mercado de plantas y una farmacia indígena, propuestas que están desarrollando ahora mismo.
Ricardo Pérez, coordinador de comunicaciones de la organización, explicó que fue claro que el problema de salud no estaba siendo atendido por el gobierno, por eso, cuando las mujeres pidieron asistencia para el proyecto, dejaron de lado sus programas para acompañarlas y atender la urgencia.
“Entonces, dijimos, ¿por qué no preguntamos a cada pueblo cuáles son las enfermedades más urgentes y para las que tienen más problemas para acceder a la medicina occidental?”, apuntó Pérez. “Luego, preguntamos a las sabias qué plantas son buenas para eso, cómo las cuidamos y cómo las preparamos. Esa fue una propuesta que vino de ellas”.
De esa forma, se habló no solo del COVID-19, sino del VIH, la tuberculosis, la malaria, el dengue, la diabetes y sobre las que denominaron enfermedades etnoculturales: el mal de ojo, el susto o el chucaque, atribuidas a las emociones fuertes, asimilación de energías negativas o a la presencia de espíritus.
“Las mujeres se dieron cuenta del potencial y del conocimiento que tienen, porque el Estado no va a llegar, eso no va a pasar”, agregó Pérez. “Obviamente sigue la lucha para que el gobierno atienda, para que haya centros de salud de medicina occidental, pero mientras eso ocurre, ellas dijeron: necesitamos un plan B”.
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Curarnos como se curaban los abuelos
“Llorábamos por no saber qué hacer”, dice Teresita Antazú, lideresa yanesha, sobre los momentos más duros de la pandemia. Antazú sucedió en el cargo a Delfina Catip y se encarga ahora de dar seguimiento a los proyectos de medicina indígena del Programa Mujer Indígena de Aidesep.
“Yo, que soy abuela y mamá, les dije: ‘hijos, vamos a tener que curarnos como nos curábamos antes’. Cuando había una enfermedad, mi abuelita nos hacía tomar amargo, que en nuestro idioma se dice Pishirr. Y lo tomabas en la mañana y en la tarde, toda una semana”, explica Antazú. “Yo creo que ahora con la pandemia todo un año hemos tomado así las medicinas: el matico, el ajo sacha (Mansoa) con limón y miel porque mis abuelos decían que la miel era algo poderoso, que nos daba energía”.
Fue justo su abuelo quien le enseñó a amar a las plantas. También a respetarlas y pedirles permiso para hacer uso de ellas. “Cuando íbamos al bosque, nos decía: ‘hijos, vamos a buscar tamshi (Asplundia divergens)’. Llegábamos y mi abuelo le hablaba a la planta”, afirma Antazú.
Entonces, el abuelo recitaba: “Hermano tamshi, te vamos a sacar la soga porque voy a hacer la canasta para que mi señora cargue la yuca, vamos a amarrar los palos para que la gallina duerma y yo sé que tú vas a estar contento. Hijos, ¡saluden al hermano árbol!”. Teresita Antazú, siendo una niña, lo miraba con ternura y accedía a realizar el siguiente paso del ritual: darle unas palmaditas al tronco del árbol, luego abrir la tierra y colocarle una ofrenda de hojas de coca, naranja dulce, platanitos y masato, su bebida tradicional.
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Ahora Antazú ha transmitido estos conocimientos a su nieto pequeño, quien ahora quiere llevarle caramelos a los árboles y a las plantas como agradecimiento por sus bondades. Con todo ese contexto, la lideresa tiene claro que todos somos parte de la naturaleza y por ello hay que defenderla: la integridad de sus territorios significa también salud para los pueblos.
“La palma aceitera empobrece la tierra, igual el maíz en grandes cantidades”, dice Teresita Antazú, en referencia a las presiones que existen en sus bosques. “Nosotros tenemos un problema de mucha invasión de tierras que afecta a la comunidad, vivimos cerca de la reserva San Matías – San Carlos, donde han sacado la madera y a nosotros nos impiden entrar. Contaminan los ríos, sacan las plantas medicinales. Son terribles las amenazas que tenemos: entran y se acaban las plantas, nuestra soga del tamshi para la canasta, todo han derribado, todo han invadido”.
Cynthia Cárdenas es educadora, antropóloga y actual investigadora del Centro de Excelencia en Enfermedades Crónicas de la Universidad Peruana Cayetano Heredia, quien trabaja muy de cerca con organizaciones como Aidesep en los programas para la preparación de enfermeros técnicos de salud intercultural. Ella señala que actualmente no existe un reconocimiento oficial sobre el papel que jugaron las plantas medicinales en la atención de pacientes con COVID-19, sin embargo, hay otro elemento en juego que tampoco ha sido tomado en cuenta: el reconocimiento a los promotores de salud indígena en las comunidades.
“Fueron la primera línea de atención porque no en todas las comunidades hay un establecimiento de salud, entonces, estos promotores brindaron esa atención y ahora ORPIO (Organización de Pueblos Indígenas del Oriente) tiene una propuesta para que se reconozcan oficialmente, porque hasta ahora las normas dicen que ellos hacen solo un trabajo voluntario”, argumentó.
Para Cárdenas, la reacción del Estado frente a las necesidades y exigencias de los pueblos ha sido lenta, con comunicaciones unilaterales que solo obligan a la gente a validar sus propuestas y acciones, sin tomar en cuenta los conocimientos de los pueblos.
“Pero la pandemia ha mostrado que hay un sistema médico indígena y una medicina indígena que están vivos”, agrega, “y no solamente sobre el uso de plantas medicinales, sino de las nociones del cuerpo, salud y enfermedad que tienen. Por eso no solo va el tema del uso de plantas, sino de una cuestión mucho más profunda, sobre reconocer la epistemología”.
Teresita Antazú coincide en que los aportes de la medicina indígena no son reconocidos si no hay detrás estudios universitarios, estudios técnicos ni trabajo en hospitales regidos por la medicina occidental.
“No puedes hacer nada, esos conocimientos no pueden valer como lo que ha estudiado un médico; sé que no es igual, pero tiene que ver con nuestra salud porque hemos trabajado muchos años en ese tema, pero también en que las comunidades tengan centros de salud equipados, con enfermeras y ¿por qué no formar médicos de nuestro pueblo o enfermeras interculturales como ya se ha hecho en Aidesep?”.
Las reflexiones han sido múltiples en el trayecto de estas actividades, sin embargo, Antazú está convencida del poder que tienen las mujeres y las naturaleza cuando se unen, por eso le interesa que los avances sigan documentándose y formen parte del conocimiento colectivo de los pueblos indígenas.
“Pensaba en escribir sobre el valor de las plantas, el valor de las mujeres y sobre cómo conectarse, porque si somos parte de la naturaleza, pues así juntas la naturaleza y las mujeres saldremos adelante. ¡Venceremos!”.
Imagen principal: Mujeres de 20 pueblos indígenas de la Amazonía Peruana crearon un manual, huertos y una farmacia indígena para atender enfermedades como el COVID-19. Foto: Programa Mujer de Aidesep.
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