- El deterioro del hábitat y los procesos de fragmentación por causa de la ganadería y de cultivos como la palma de aceite, el arroz, la soya y el maíz, son algunas de las principales amenazas que enfrentan los armadillos en Colombia.
- Pese a la poca información que existe sobre los armadillos y el estado de sus poblaciones en el país, un arduo trabajo de investigación consiguió información para recategorizar al cachicamo sabanero de Preocupación Menor a una especie Casi Amenazada.
El puñado de expertos que estudian a los armadillos dicen que son auténticos “fósiles vivientes” cuyos antepasados conocidos datan de hace al menos sesenta millones de años. Colombia alberga seis de las 22 especies de armadillos presentes en el continente americano, desde Estados Unidos hasta Argentina. Cinco de estas especies habitan en los Llanos Orientales, lo que convierte a esta región en la zona con mayor diversidad de estos mamíferos en Colombia. Sin embargo, es poco o nada lo que se conoce de ellos.
Su característica más curiosa es el caparazón, conformado por pequeñas placas blandas de hueso que se forman y crecen dentro de la piel. Su carne forma parte de la dieta de muchos campesinos e indígenas, pero también de quienes pagan por tener un filete en su mesa, a pesar de que su comercialización es ilegal.
Debido a la caza indiscriminada y a la transformación de su hábitat, algunas especies están amenazadas, como es el caso de los ocarros (Priodontes maximus) y los cachicamos sabaneros (Dasypus sabanicola), en las categorías Vulnerable y Casi Amenazado, según la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). De otras especies ni siquiera se tiene información confiable para determinar su estado de conservación.
Cuando Mariella Superina, presidente del Grupo de Especialistas en osos hormigueros, perezosos y armadillos de la UICN viajó de Suiza a Brasil, nunca imaginó que conocería al animal que trazaría el futuro de su carrera. Los campesinos que trabajan en la finca a la que llegó le hablaron de un animal extraño y de un sabor exótico. La invitaron a cazar un ‘tatú’, como se les conoce a los armadillos en Brasil, pero no encontraron ninguno. En su última noche, los campesinos le llevaron un armadillo de nueve bandas (Dasypus novemcinctus). “Quedé alucinada, no sabía que existía un animal tan extraño y tan arcaico, porque claro, son americanos, en Suiza no hay. Ese encuentro cambió mi vida, cuando regresé a mi país empecé a buscar todo sobre ellos, pero no había nada, eran casi desconocidos para la ciencia, por eso decidí estudiarlos”, le contó a Mongabay Latam.
Ella es una de las pocas expertas en armadillos en el mundo, un conocimiento que la trajo a Colombia en el 2012 para investigarlos y trabajar en su protección. “Una empresa privada llamada Oleoductos de los Llanos quería conservar los armadillos que habitaban en sus predios, buscaron a la Fundación Omacha para hacer un primer acercamiento a la especie, pero como en Colombia no hay expertos en estos animales, la fundación me llamó para brindarles una asesoría por dos semanas que se terminó extendiendo hasta el día de hoy”, comenta Superina. Hoy, ya son más de 10 años en los que ha trabajado con la Fundación Omacha promoviendo la investigación, conservación y el manejo de estos animales en la Orinoquía colombiana con un proyecto que inició como un programa de conservación de un área específica en el Meta pero que ya se ha extendido a los departamentos de Arauca y Casanare.
Lee más |¿La Nueva Amerisur?: petrolera es señalada por contaminación y daños a la salud por pueblo siona
Cacería comercial y desconocimiento
En el momento que Mariella Superina llegó a Colombia, y empezó a trabajar con el equipo de la Fundación Omacha, encontró poca información sobre las especies de armadillos y el estado de sus poblaciones. A pesar de que son mencionadas con frecuencia en listados de fauna y estudios sobre cacería, existen muy pocas evaluaciones biológicas y ecológicas de estas especies en el país.
A esto se suma que no se cuenta con un método confiable para hacer un rastreo de sus poblaciones. Según Superina, “en muchos de estos trabajos la identificación taxonómica se basa en rastros y conteo de madrigueras, lo que contribuye igualmente a no tener claro cuáles especies realmente están en las zonas que se evalúan, ya que el armadillo utiliza sus madrigueras por semanas o por días. Es decir, si se cuentan siete madrigueras no se sabe si son de siete animales o de uno solo”, comenta.
Pese a esto, en el 2013, los investigadores liderados por la experta suiza hicieron una evaluación biológica y social de los armadillos en el área de influencia del Oleoducto de los Llanos que va desde Campo Rubiales, en el departamento del Meta, hasta Monterrey, en el departamento de Casanare. Evaluaron sus amenazas latentes y las plasmaron en el libro ‘Armadillos de Llanos Orientales’. Allí mencionan que el nueve bandas (Dasypus novemcinctus), el cachicamo sabanero (D. sabanicola), el espuelón (D. pastasae), el coletrapo (Cabassous unicinctus) y el ocarro (P. maximus) son las especies que están presentes en la región. El armadillo de nueve bandas y el coletrapo están categorizados por la UICN como especies de Preocupación Menor; el espuelón no ha sido evaluado porque ha sido descrito recientemente y el ocarro está catalogado En Peligro en Colombia y Vulnerable a nivel global. El trabajo de investigación de la Fundación Omacha logró recategorizar al cachicamo sabanero, especie que se encontraba en Preocupación Menor y que pasó a Casi Amenazada.
Para obtener esta información, el equipo de investigadores realizó cuatro monitoreos de campo en los que registraron la presencia de cuatro de las cinco especies de armadillos en la zona (nueve bandas, sabanero, espuelón y ocarro). En el Casanare obtuvieron 14 registros fotográficos y en el Meta 17. El armadillo de nueve bandas fue la especie de la que más se obtuvieron registros (7 en Casanare y 11 en el Meta).
En este estudio, en el que también se unieron Corporinoquia y Cormacarena, las autoridades ambientales en la Orinoquía, y las ONG Corpometa y Bioparque Los Ocarros, advirtieron que la cacería comercial es la que genera mayor presión sobre las poblaciones, mientras que la cacería de subsistencia, por desarrollarse de manera controlada, no significaba mayor impacto.
“El problema surgió con el desarrollo de toda la Orinoquía, que trajo consigo muchos trabajadores de otras zonas que no están familiarizados con el rol de los armadillos o cachicamos en el campo. Llegaron con un alto poder adquisitivo queriendo probar algo distinto y la carne de monte era una opción. Entonces, si antes teníamos solo la caza de subsistencia, ahora también está la caza comercial que termina en los restaurantes”, agrega Superina.
Otras de las amenazas que enfrentan estos animales son el deterioro del hábitat y los procesos de fragmentación por causa de la ganadería y cultivos de palma de aceite, arroz, soya y maíz. “A eso se suma la fumigación con químicos que eliminan buena parte de los invertebrados que sirven de alimento a estas especies. Mientras que las quemas de grandes extensiones de sabanas y bosques también han contribuido a que los armadillos desaparezcan aceleradamente de algunas regiones, muchas veces sin que nadie lo note”, se lee en el libro publicado en el 2013.
Para no afectar el desarrollo de la región y a la vez conservar a los armadillos, la Fundación Omacha buscó la forma de que el desarrollo de la región y la conservación de armadillos no se consideraran actividades excluyentes. Su primer esfuerzo fue crear, en el 2012, el Programa de Conservación y Manejo de los Armadillos en el área de influencia del Oleoducto de los Llanos, en los departamentos del Meta y Casanare. El objetivo era implementar un piloto con las comunidades locales para el manejo y reproducción de los armadillos con fines educativos y de reforzamiento poblacional de las especies.
Dos años después se formuló el Plan de Acción para la Conservación de los Armadillos de los Llanos Orientales, adoptado por las dos autoridades ambientales: Cormacarena y Corporinoquia, que operan en los departamentos de Casanare, Arauca, Meta y Vichada. Se trabaja aproximadamente en 259 890 km2 y a la fecha este plan sigue vigente.
A través de un comunicado oficial, Corporinoquia le dijo a Mongabay Latam que este plan fue un paso vital para conocer más sobre estas especies y establecer unos parámetros para su manejo. “Al considerar la relación que existe entre los armadillos con las personas en esta región, fue necesario establecer pautas dirigidas a regular aspectos sobre el manejo sostenible de las mismas, entre los que se pueden nombrar su consumo, comercialización, tráfico y monitoreo”, señaló la corporación.
Corporinoquia ha participado en los acuerdos de conservación-producción con comunidades rurales, con quienes se establecen áreas de preservación dentro de sus predios. “Dichas áreas son liberadas de actividades antrópicas para mantener su condición natural y formar corredores biológicos y núcleos para la conservación de la fauna. Asimismo, el propietario recibe en su inmueble un proyecto de producción sostenible como incentivo y es objeto de programas de sensibilización orientados a aumentar el conocimiento sobre la especie, la importancia de su conservación y estrategias de manejo sostenible de los ecosistemas”, afirmó Corporinoquia.
Lee más | ESTUDIO | La estrategia secreta de las hembras de jaguar para evitar el asesinato de sus crías
‘Los amigos de los armadillos’
El Plan de Conservación y Manejo de los Armadillos de la Fundación Omacha involucró, desde 2012, a la población campesina en temas de educación, monitoreo y conservación en las fincas y restaurantes de la región, en donde cazaban y vendían carne de armadillo.
“Desarrollamos una red que se llama ‘Amigos de los armadillos’, es decir, campesinos y locales que viven en fincas, reservas de la sociedad civil o empresas dueñas de plantaciones de palma que están comprometidas con la conservación de los armadillos”, explica Paula Ortega, excoordinadora de educación ambiental de la Fundación Omacha y hoy coordinadora de proyectos de restauración de manglares en Cispatá, Córdoba. A la red se han vinculado 48 fincas y reservas de la sociedad civil en los departamentos de Meta, Casanare, Vichada y Arauca, abarcando 112 737 hectáreas.
“Nos hemos acercado a los propietarios de estos predios desde el 2012. Con algunos nos conocemos desde hace más de 20 años, entonces son muy conscientes de conservar sus bosques para que los armadillos, y toda la fauna que han registrado con cámaras trampas, pueda seguir subsistiendo. Con ellos hemos llegado a acuerdos de prohibir la caza, la tala de árboles y el consumo de carne de monte”, agrega Ortega.
También se ha impulsado la creación del certificado Restaurantes Libres de Carne de Monte que se entrega a los locales comerciales que garantizan que no venden carne de fauna silvestre. Al principio se vincularon 27 restaurantes, sin embargo, algunos cerraron debido a la pandemia. Hoy hay 19 restaurantes que portan este sello.
Las personas que forman parte de ‘Los Amigos de los Armadillos’ trabajan en talleres de educación ambiental, también hacen ejercicios de inspección y vigilancia apoyados por las corporaciones autónomas regionales (CAR), secretarías de ambiente y la Policía Nacional con el fin de confirmar que sí se están cumpliendo los acuerdos.
Marta Morales Franco es una de las campesinas que se ha comprometido en la conservación de los armadillos, manteniendo en pie 30 hectáreas de bosque y sabana de las 80 que componen su finca en la vereda La Ema, en municipio de Puerto López, departamento del Meta. “Cuando compré el predio en 1990 lo hice para tener un proyecto productivo una vez me pensionara como maestra en Bogotá. Decidí hacer ganadería, se hacía de forma tradicional, se quemaba en verano para que el rebrote me permitiera tener comida para el ganado, no sabía nada de prácticas sostenibles, ni de los armadillos”, le cuenta Morales a Mongabay Latam.
Sin embargo, asegura que su amor por los armadillos, y en general por la fauna de los Llanos, empezó cuando escuchó por primera vez de las reservas de la sociedad civil. Le hablaron del potencial de su tierra para la conservación de animales en peligro de extinción y de la contribución ambiental que haría al no seguir quemando. Para el 2004, Morales ya formaba parte de la Red de Reservas Naturales de la Sociedad Civil. “Empecé a comprender la filosofía de conservar. Tuve que hacer unos cuantos compromisos para reducir el impacto de la ganadería y la caza de animales. En ese momento comencé con 10 hectáreas dedicadas a recuperación ambiental, es decir, en ese terreno no volví a meter ganado”, explica Morales.
Poco a poco su empírico conocimiento en conservación fue creciendo y en el 2016 decidió irse a vivir a su reserva. Al estar cerca vio los resultados de conservar y decidió ampliar el área para restaurar a 20 hectáreas. Fue en ese momento cuando la Fundación Omacha la invitó a hacer parte de los ‘Amigos de los armadillos’ y ella aceptó. “Yo no sabía nada de los armadillos hasta que recibí algunas capacitaciones y me enteré que al escarbar la tierra para hacer las madrigueras le hacen mucho bien a la tierra”, comenta.
Un año antes, se instalaron cámaras trampa para conocer qué especies había en el predio y entre las imágenes aparecieron, precisamente, los armadillos. “Cuando me enseñaron la fauna capturada en las fotografías quedé totalmente sorprendida y me di cuenta de que lo que estaba haciendo sí servía”, cuenta la mujer.
Hoy Marta Morales continúa con la ganadería pero ha aprendido técnicas para hacerla de manera sostenible, mientras que ya tiene casi 30 hectáreas de bosque y sabana recuperadas para los armadillos y donde también ha hecho monitoreos de aves y otros mamíferos con el Instituto Alexander von Humboldt. “Aunque yo no tengo criterio sobre el tema, me han dicho que mi predio es el mejor para liberar los armadillos que rescatan y el que tiene mayor número de especies de aves por el bosque de galería que he conservado”, cuenta orgullosa.
Lee más | Violencia en Madre de Dios: “Ese es el modus operandi: te amenazo y si denuncias, te mato”
Recategorizar una especie en la lista roja de la UICN
Mientras el trabajo en campo avanzaba con las comunidades y las autoridades ambientales, Mariella Superina y el equipo de científicos de la Fundación Omacha organizaban toda la información que habían conseguido en los últimos años sobre el estado de los armadillos. Su objetivo era recategorizar al cachicamo sabanero en la Lista Roja de Especies Amenazadas de la UICN. Sabían que por la transformación de la Orinoquía, y la información desactualizada sobre esta especie, era probable encontrarse con malas noticias.
“Del cachicamo sabanero solo teníamos información de los años 70 y principalmente de Venezuela. Así es muy difícil hacer una evaluación del estado de conservación. Entonces, aprovechando el Plan de Acción para la Conservación y Manejo de los Armadillos de los Llanos de la Fundación Omacha reunimos mucha información y vimos que hubo una gran reducción del hábitat apropiado para la especie, lo cual repercute también en sus poblaciones”, asegura Superina y agrega que, teniendo en cuenta las proyecciones de actividades en la Orinoquía para los próximos años, “determinamos que esta especie está siendo afectada por las actividades humanas y con eso teníamos los argumentos suficientes para clasificarla como Casi Amenazada”.
Esto impulsó aún más el plan de conservación que se venía ejecutando, pues quedaba en evidencia que, en un futuro, Colombia podría perder una especie aún sin conocerla y que es endémica de los Llanos de Colombia y Venezuela. Gracias al componente de educación, campesinos, docentes y estudiantes conocieron que su hábitat más común son las sabanas, las tierras bajas abiertas y los morichales. Sus madrigueras generalmente poseen varias entradas pequeñas y pueden alcanzar hasta un metro de profundidad y varios metros de largo. Además, se han reportado densidades de hasta seis madrigueras por hectárea y, según la información de la Fundación Omacha, la dieta de este armadillo se compone en un 45 % de termitas, en un 22 % de hormigas, en un 18 % de coleópteros (incluyendo sus larvas), en un 15 % himenópteros y en un 10 % de otros insectos.
Hoy, con nuevos socios, entre ellos la Fundación Segré de Suiza —creada en 1996 para financiar programas de conservación de especies amenazadas—, se inició una nueva fase del proyecto de conservación. La Fundación Omacha pretende avanzar en la recopilación de registros de las especies de armadillos y los lugares en los que habitan con ayuda de los habitantes de la región. También están realizando actividades de fototrampeo en los predios, diligencian calendarios de avistamientos de armadillos, realizan recorridos para reconocimiento de madrigueras y apoyan a tesistas de pregrado o postgrado que deciden trabajar con armadillos.
“El llamado es a las comunidades locales, finqueras y habitantes de reservas ubicadas en los departamentos de Arauca, Casanare, Meta y Vichada a que nos apoyen en el monitoreo de estas especies y que construyamos juntos un gran mapa de la presencia del cachicamo [armadillo] en la Orinoquia”, concluye Fernando Trujillo, director científico de la Fundación Omacha.
*Imagen principal: El cachicamo sabanero (Dasypus sabanicola) fue recategorizado de Preocupación Menor a Casi Amenazado por la IUCN en el 2014. Foto: Lukas Jaramillo.
———
Videos | La Amazonía colombiana ahora es un “botín de guerra”
Si quieres conocer más sobre la situación ambiental en Colombia, puedes revisar nuestra colección de artículos.
Si quieres estar al tanto de las mejores historias de Mongabay Latam, puedes suscribirte al boletín aquí o seguirnos en Facebook, Twitter, Instagram y YouTube.