- La bióloga Kerstin Forsberg presentó en 2013 a las autoridades peruanas una propuesta para prohibir la caza de estos animales. La medida fue aprobada en 2015 luego de que se diera a conocer la captura de un enorme espécimen en el norte del país.
- Desde entonces trabaja junto con pescadores de la zona para proteger a la especie mediante la investigación científica, el ecoturismo y la educación escolar.
- En 2018 la científica ganó el Premio Whitley, también conocido como “el Oscar verde” por su trabajo de conservación.
Era una noche de abril de 2015 cuando Kerstin Forsberg, sentada en el cuarto de su casa en Lima, vio en la televisión que pescadores de Tumbes, al norte del Perú, habían capturado una mantarraya gigante. Colgando de una grúa, el animal muerto de mil kilos y siete metros de ancho “era un monstruo”, decían los periodistas, recuerda Forsberg. A los ojos de ella, en cambio, quien es bióloga y ya venía trabajando para lograr proteger a esta especie considerada En Peligro por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), le pareció que era un animal hermoso y sintió angustia de verlo sacrificado.
Mientras tanto, a 1200 kilómetros de la capital, cerca de la frontera con Ecuador, Edgardo Cruz, uno de los pescadores que había capturado la mantarraya, estaba asustado. “Te van a meter preso”, cuenta que le habían dicho algunos compañeros, porque ya por ese tiempo se venían dando las discusiones sobre la necesidad de proteger a estos animales que la ciencia llama Mobula birostris, aunque todavía ninguna prohibición se había concretado.
El encuentro con la enorme mantarraya había sido una casualidad. Cruz había salido al mar en su bote junto a otros pescadores para capturar pez sierra. Terminada la faena a las siete de la tarde, anclaron el bote para continuar el trabajo por la mañana siguiente. Pero a las nueve de la noche sintieron un golpe que estremeció la embarcación. “Pum, se escuchó, y el bote se movió”, recuerda Cruz. Uno de los pescadores que ya tenía experiencia lo supo enseguida, “se enredó una mantarraya en el ancla”, dijo, y debía de ser grande porque en su afán de soltarse, el animal hacía que la embarcación avanzara de un lado al otro.
Así estuvieron toda la noche hasta que a las 5 de la mañana, en cuanto el sol iluminó la marea, los pescadores comenzaron a levantar el ancla. Jalaron, jalaron, hasta que de pronto emergió a la superficie la enorme mantarraya. “¡Suelta eso, suelta eso que nos va a voltear el bote!”, gritaron algunos. “¡No, hay que llevarla! Monedas son monedas, hay que venderla y ya”, opinaban los demás.
“Era gigante, grandaza”, recuerda Cruz, tanto que subirla al bote era imposible así es que pasaron una cuerda por sus branquias para asegurarla a la popa de la embarcación y así la remolcaron hasta llevarla al puerto. “Ahí llegó un señor y nos ayudó a sacarla con una grúa”, cuenta el pescador y fue en ese momento que una turista sacó una foto, la subió a las redes sociales y la noticia se regó a nivel mundial.
A Edgardo Cruz le da tristeza recordar esa historia. “Yo era ignorante de todo”, dice. “Haber destrozado esa manta, sin saber, sin tener el conocimiento. Ahora que ya sé me da pena. Ya no lo haría”, confiesa. Pero otra cosa que Cruz no sabía, es que su vida a partir de ese momento cambiaría para siempre y que aquella mantarraya colgando de una grúa sería el animal mártir que permitiría proteger a la especie.
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Prohibida la caza de mantarrayas
“Edgardo había botado su celular porque todo el mundo lo llamaba”, recuerda Forsberg. Lo buscaban incansablemente para que contara la historia de la enorme mantarraya capturada en el mar peruano y Cruz, temeroso ante la idea de ir preso y harto de tanto acoso, se negaba a hablar.
“Ve donde Edgardo Cruz y tócale la puerta”, le dijo Forsberg a una de las voluntarias que vivía en Tumbes y trabajaba en Planeta Océano, la ONG que ella había creado para lograr proteger a las mantarrayas. “No queríamos confrontarlo. Queríamos entender qué es lo que había pasado, escucharlo y aprender de su experiencia”, cuenta la bióloga, porque él como pescador sabía dónde estaban los animales y lo que estaba pasando con ellos, explica.
La estrategia funcionó. “Me dijeron que se iba a hacer un taller en Lima, que me iban a pagar los pasajes, los viáticos, todo. Así es que fui y escuché algo que ignoraba”, cuenta Cruz.
El pescador abría los ojos cada vez más grandes mientras aprendía en aquel taller que una mantarraya viva podía valer un millón de dólares anuales en turismo. A él y a sus compañeros, en cambio, les habían dado 200 soles (53 dólares) por el gigantesco ejemplar que habían capturado. “Eso fue lo que nos dieron y la cabeza se la llevaron los carroñeros, la gente que quema el hueso, los residuos para hacer harina y balanceados para los animales”, cuenta Cruz.
“Sentí tristeza”, asegura el pescador. “Tristeza de caer en cuenta de lo que había hecho”, de saber que son animales completamente inofensivos, que solo tienen una cría cada 7 años, “que no podíamos estar haciendo y deshaciendo de ellos porque esta es su casa, el mar es su casa”, dice hoy a sus 56 años de edad.
Después de ese taller en Lima, Edgardo Cruz se unió a la Ong Planeta Océano para ayudar a los científicos a regar entre los pescadores y las comunidades del norte peruano el mensaje de conservación.
El primer gran logro de esta organización ambiental fue lograr que se prohibiera en el país la captura de mantarrayas.
“Esta es una especie En Peligro de extinción que estaba siendo en ese momento capturada y de manera legal”, cuenta Forsberg. La caza era intencional, de hecho “había pescadores que iban y las arponeaban”, asegura Cruz, y también accidental al quedar enredadas en las redes de pesca, algo que todavía ocurre con frecuencia.
“Había esta problemática y no se estaba haciendo nada al respecto”, dice la científica. “Y fue ahí que empezamos, junto con las comunidades locales y una serie de aliados nacionales e internacionales, a armar una propuesta de protección”, agrega. Dicha propuesta fue presentada en 2013, pero en un principio no logró el impacto esperado. “Empujábamos, empujábamos, pero no nos daban mucha bola”, reconoce Forsberg, hasta que la noticia de la mantarraya gigante capturada en Tumbes cambió el rumbo de la historia. La imagen del animal colgando de una grúa era una prueba inequívoca de la necesidad de proteger a la especie y en diciembre de 2015 se aprobó la norma que prohíbe su extracción, desembarque y comercialización.
Turismo para aprender más de las mantarrayas
Aunque la aprobación de la norma que prohíbe la captura de las mantarrayas en aguas peruanas es un paso importante en la conservación de la especie, “igual se pueden seguir enredando en las redes de pesca, porque en la zona se pesca muchísimo con cortina -que son unas redes que se colocan en el mar como paredes- y la mantarraya al pasar por ahí se enreda”, explica Forsberg y ello puede de todas maneras acabar con la vida del animal. Es por eso que los científicos y los colaboradores como Edgardo Cruz siguen trabajando en su protección. “Tenemos que buscar formas para tratar de evitar las interacciones (entre las mantarrayas y las redes de pesca) y, por otro lado, tenemos que tratar de asegurar que si una es capturada, sea liberada”, dice la científica.
Para lograrlo, Forsberg ha establecido tres ejes de trabajo. El primero es la investigación científica. “Necesitamos investigar más. Tratar de entender mejor la zona para reducir esas capturas”, señala la bióloga. El segundo eje es el desarrollo sostenible, apoyando a los pescadores para que impulsen el ecoturismo comunitario como actividad económica y el tercero es la educación y concientización de la comunidad acerca de la importancia de conservar a las mantarrayas. El objetivo, además, es que esos tres ejes se interconecten para que, por ejemplo, los pescadores y la comunidad puedan también participar de la investigación científica.
Un ejemplo exitoso de esa interconectividad es también uno de los recuerdos que Edgardo Cruz más atesora.
Antes de la pandemia, algunos pescadores de Tumbes, entre ellos Cruz, lograron conformar, con el apoyo de Planeta Océano, la asociación ecoturística Mantas Pacífico Tropical. Al mismo tiempo, la ONG logró una alianza con la organización benéfica ambiental estadounidense Earthwatch a través de la cual viajaban al Perú voluntarios y turistas extranjeros para avistar mantarrayas y ayudar, en las salidas al mar con los pescadores y los científicos, a colectar datos para entender el comportamiento de las mantas a lo largo del tiempo.
Algunos de esos datos eran, por ejemplo, las coordenadas donde era vista una mantarraya, muestras de plancton para entender más el ambiente donde se desenvuelven, e incluso en caso de avistar un animal, los turistas tenían la opción de bucear junto con un buzo experto para fotografiarlo y ayudar a conformar así un banco de fotoidentificación que permita saber cuál es el tamaño de la población de mantas que se encuentra en la zona.
Fue justamente en una de esas salidas que Edgardo Cruz nadó por primera vez con una mantarraya gigante. “Me pagaron para que salga con turistas a hacer un estudio científico”, cuenta el pescador. “La salida consistía en que teníamos que encontrar las mantas para que se tire al agua un buzo especialista y grabarlas. Los turistas que iban ahí se tiraban también al pie de la manta y les tomaban las fotos y me invitaron a mi”, recuerda Cruz.
-“Edgardo, ¿te vas a tirar?”, le preguntaron.
-“¡Claro!”, respondió.
“Yo era ignorante de todo, pero cuando estuve ahí en el mar, sentí que rejuvenecía cinco años”, cuenta Cruz. “Es tan hermoso lo que se siente y lo que se mira ahí”, dice.
El pescador le mostró luego las fotografías a su familia y le preguntaron si acaso estaba loco, recuerda divertido Cruz. “¿Por qué te has tirado con ese animal? ¡A ver si te come!”, le dijeron y él les explicó que en realidad las mantarrayas gigantes no representan ningún peligro para los humanos y que son completamente inofensivas.
Desde entonces, siete años han pasado y Edgardo Cruz continúa intentando concientizar a los pescadores sobre la necesidad de proteger a estos animales. “Unos se ríen, otros se burlan, otros comentan cosas que no vienen al caso, pero yo en verdad me siento tranquilo porque estoy enseñando de la manera que me han enseñado a mí”, dice Cruz quien cree que “es difícil poder conquistar a los compañeros, pero no imposible”.
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Los avances en investigación
Las investigaciones realizadas hasta ahora por los científicos de Planeta Océanos han permitido saber que las mantarrayas se mantienen preferentemente en la superficie durante el día y que por la noche bucean a intervalos en mayores profundidades. “Es como si fueran una especie de zigzag: están abajo durante un tiempo y nuevamente vuelven a la superficie”, dice Forsberg. Es como si estuvieran buceando para meterse dentro de una refrigeradora y sacar algo de comida, y luego vuelven arriba para calentarse lo cual podría ser un indicio de que es una zona importante de alimentación para esta especie”, agrega la científica.
Además, otra cosa que han observado es que en el área existen mantas preñadas, asegura Forsberg. “Empezamos conversando con pescadores que nos comentaban que cuando salían y capturaban una mantarraya y luego la abrían, salía un feto”, cuenta la experta, “y eso lo hemos documentado nosotros dentro de nuestras mismas investigaciones que hemos publicado”, precisa. Así, aunque todavía falta información para asegurarlo con certeza, el norte de Perú podría ser un zona importante de alimentación y de reproducción para estos amenazados animales.
Por último, las marcas satelitales que han podido instalar en algunas mantarrayas muestran que éstas migran hacia la costa sur de Ecuador donde se ha identificado que existe la población de esta especie más grande del mundo reportada hasta ahora. Eso respaldaría la teoría de que las mantas de Perú pertenecen a la misma población que las de Ecuador. “Si estamos realmente compartiendo esta población con Ecuador, que es lo que pareciera que está pasando, es probablemente una de las poblaciones de mantas más grandes del mundo que se han documentado hasta el momento”, dice Forsberg.
Pero eso no es todo. Una de las mantarrayas que fueron marcadas en Tumbes por Planeta Océano migró hasta las Islas Galápagos. “Entonces sabemos que existe esta conexión transfronteriza y con áreas marinas protegidas”, señala la experta. “Pero también sabemos que a la hora de ir a Galápagos las mantas pasan por una zona que está fuera de la jurisdicción nacional de cualquier país (aguas internacionales) y que allí están aún más desprotegidas”, explica, lo que refuerza la necesidad de crear corredores marinos o migravías por donde las especies puedan transitar libre de amenazas.
Toda esa información, a su vez, es traducida a un vocabulario simple y compartida a diferentes colegios con el objetivo de realizar educación ambiental y concientizar a las nuevas generaciones respecto de la importancia de las mantarrayas y de las especies y ecosistemas marinos en general. La Institución Educativa Perú Canadá, en Tumbes, es uno de esos colegios y para el día mundial de los océanos los alumnos de secundaria prepararon un recorrido educativo para los más pequeños, quienes pudieron aprender a través de videos, juegos e instalaciones artísticas la importancia de cuidar el mar. También han hecho obras de teatro para compartir entre los estudiantes información respecto de los impactos negativos que el ser humano tiene sobre el medio ambiente y las maneras de revertir el problema.
“El objetivo del programa es incorporar a las instituciones educativas para saber convivir e interactuar con el ambiente”, explica Baltazar Dioses Panta, director de la institución educativa 044 José Carlos Mariátegui de la localidad La Capitana. Con más de 10 años participando del programa educativo de Planeta Océano, Dioses Panta asegura con certeza que “sí hay un eco en los estudiantes. Ellos lo hacen suyo y de ellos nace la necesidad de integrar a más amigos, compañeros, para que ellos hagan este efecto multiplicador de conciencia ambiental”.
Reactivarse después de la pandemia
Edgardo Cruz sueña con vender su bote, comprar una embarcación para llevar turistas y convertirse en un exitoso empresario. Sabe que es posible porque lo ha visto. En Ecuador, pescadores que se convirtieron al ecoturismo “han hecho mucha plata”, cuenta Cruz, y “me dicen que no me rinda”, añade.
De tener una embarcación, él la decoraría con animales del mar. “Le pondría dibujos. Un delfín, una tortuga y, por supuesto, una mantarraya”, dice.
El proyecto de desarrollar el ecoturismo a través de la asociación de pescadores Mantas Pacifico Tropical había comenzado a dar sus primeros frutos antes de la pandemia. “Habíamos venido desarrollando una serie de talleres con ellos, de capacitación, de cómo desarrollar este servicio turístico e incluso de seguridad a bordo”, cuenta Forsberg. Además, “ya teníamos esta agencia de viajes que nos mandaba turistas, teníamos salidas regulares y estábamos viendo la posibilidad de expandir la idea al mercado de Máncora, de Punta Sal, viendo de qué manera se podía hacer para poder fortalecer el trabajo de los pescadores promoviendo los servicios de turismo”, dice la experta.
Pero llegó la pandemia y todo se detuvo. “Han sido dos años en los cuales mucha infraestructura se malogró y no ha habido una continua capacitación”, señala Forsberg. Con todo, la asociación de ecoturismo creada por los pescadores de Tumbes ya existe y “lo que se necesita ahora”, dice la experta, “es reactivar y seguir promoviendo y sacando adelante el proyecto”.
Imagen principal: Nadando con mantas en Tumbes, Perú. Foto: John McCarty
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