- Botánicos y viajeros han sido cautivados por la singular forma de este árbol que solo se encuentra en el oriente de Colombia, en uno de los cañones más grandes del planeta y en uno de los bosques más degradados del país.
- Fue hasta hace 20 años cuando los científicos describieron y nombraron a la especie como Cavanillesia chicamochae. Desde 2011 la consideraron En Peligro de extinción, tras evaluar su estado en el Cañón de Chicamocha, el único lugar del planeta en donde está su población.
- El futuro de la ceiba barrigona está amenazado, sobre todo, por el apetito de las cabras que no permiten el crecimiento de sus plántulas. Ante ello, investigadores y pobladores de la zona buscan que las semillas germinen en viveros y se logren reproducir nuevas generaciones de este árbol que parece haber salido de un cuento.
Para transitar por las carreteras que bordean al cañón más largo y profundo de Colombia se necesita cierta destreza. Los precipicios son tan profundos y las curvas tan pronunciadas, que un novato lo pensaría dos veces antes de conducir por esa vía. Si el trayecto no requiriese de tanta atención para evitar caer por un barranco, los viajeros podrían llevarse una sorpresa: observarían un árbol que se aferra como con las uñas a las montañas y que, para Cristina López Gallego, uno “debería ver, al menos, una vez en su vida”.
En los 25 años que lleva como botánica, esta doctora en Biología de la Conservación y profesora de la Universidad de Antioquia, no duda de que la ceiba barrigona (Cavanillesia chicamochae) es una de las especies de árboles “más preciosas” con las que se ha cruzado. “Es brutal”, expresa.
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El único lugar del mundo donde se puede encontrar la Cavanillesia chicamochae es esta cordillera con dos kilómetros de abismo en algunas pendientes. Aquí, donde algunos viajeros solo ven montañas rojizas y grisáceas, un geólogo ve, en cambio, un paisaje apabullante. Victoria Corredor, directora del Museo Geológico Nacional José Royo y Gómez, dice que ese accidente geográfico, que hoy conocemos como el Cañón de Chicamocha, es un “laboratorio natural” que permite dar un vistazo a nuestro pasado.
Hay, por ejemplo, rocas del silúrico, del jurásico o del cretácico, períodos que usan los geólogos para dividir la larga historia de la Tierra. Si los 4 600 millones de años que tiene nuestro planeta los equiparáramos con los 12 meses del calendario, los humanos que hoy viven en las faldas de ese cañón inmenso de la cordillera oriental de los Andes apenas aparecieron en el último fragmento del 31 de diciembre, a las 11:36 p.m. Es difícil saber en qué momento se asentaron allí los indígenas Guane, que habitaron ese territorio antes de la Colonia, pero se cree que, en su lengua, “chicamocha” significa “hilo de plata en noche de luna llena en la cordillera”.
En ese paisaje dominado por montañas, detectar una ceiba barrigona, como la suelen llamar los habitantes de Santander, el departamento donde está el Chicamocha, no es tan sencillo. No hay tantos individuos como los biólogos quisieran y su forma no representa, propiamente, lo que nos enseñaron de un árbol en el colegio. En la base, su tronco se ensancha bruscamente —como si tuviera una enorme barriga—, para luego adelgazar e inclinarse. Solo la parte final de sus ramas, distribuidas en una copa desordenada, apuntan hacia el cielo. Con algo de suerte, es posible encontrar uno que otro ejemplar con más de cuatro metros de altura. Para rodear su “barriga” hará falta cuatro o cinco personas tomadas de sus manos.
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Paula Quintero y Fabio Bolívar, una pareja de jóvenes biólogos que hace esfuerzos desde su Fundación BioInn para evitar que la Cavanillesia chicamochae se extinga, les dicen a los que nunca han visto una que piensen en los árboles gordos y retorcidos donde “viven” los hobbits. “Es eso: una planta de fantasía”, resalta Bolívar.
Hoy la ceiba barrigona está clasificada como una especie En Peligro tanto en Colombia como por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Eso, en otras palabras, quiere decir que está en un riesgo de extinción muy alto.
Además de lo aterrador que puede sonar que la ceiba barrigona esté a un paso de desaparecer, hay otro elemento que le quita el sueño a cualquier botánico: el hecho de que únicamente esté en el Cañón del Chicamocha y en ningún otro lugar del planeta aumenta aún más el riesgo de ser una especie que no volvamos a ver sobre la Tierra. “Sería una calamidad para nosotros y para muchas otras especies”, sintetiza Mónica Andrea Flórez, investigadora del Centro Colecciones y Gestión de Especies del Instituto Alexander von Humboldt.
Hay otra mala noticia: el ecosistema donde vive, el “bosque seco tropical”, está en serios problemas. De los nueve millones de hectáreas que hubo alguna vez en Colombia, ya desapareció cerca del 90 %. Lo que queda está distribuido en pequeños fragmentos que tienen varias amenazas. En la porción del Chicamocha hay una, en especial, que tiene en aprietos a la ceiba barrigona: la cabra, un mamífero que ofrecen como plato típico en cada uno de los pueblos que están entre el cañón.
Como dice Alicia Rojas, profesora de la Universidad Industrial de Santander y una de las biólogas que más ha estudiado a la Cavanillesia chicamochae, “es un plato típico de Santander, que de santandereano no tiene absolutamente nada”.
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Una especie “nueva” que ya está En Peligro
La ceiba barrigona es una especie relativamente nueva para la ciencia. Aunque su exuberancia siempre llamó la atención de quienes se fueron asentando en la parte más baja del Cañón de Chicamocha, solo hasta el año 2003 fue descrita y clasificada en las categorías que usan los botánicos para dividir el reino vegetal.
José Luis Fernández Alonso recuerda bien algunos de esos viajes que hizo al cañón, luego de que aterrizara en Bogotá algún día de 1986. Había llegado desde la Universidad de Salamanca, España, con la ilusión de estudiar la flora tropical y la incertidumbre de vivir en un país en llamas. Meses antes, la guerrilla del M-19 se había tomado las instalaciones del Palacio de Justicia y la ciudad de Armero había sido sepultada por la lava de un volcán.
Desde Madrid, donde hoy es investigador senior del Real Jardín Botánico, Fernández cuenta que la primera vez que vio al “barrigón” —otro de los apodos de la Cavanillesia chicamochae— fue en un viaje relámpago. “Quedé impresionado con ese cañón. Es una maravilla natural”, dice.