- Durante casi 50 años, la iglesia Católica —a través de convenios con el Estado colombiano— se había encargado de la educación de niños y niñas indígenas Inga en el departamento del Caquetá. Sin embargo, la deserción escolar, la pérdida de su cultura y el borrado de su lengua materna se convirtieron en grandes problemas.
- En 1994, la Escuela Yachaikury surgió en el territorio Inga, en el departamento del Caquetá, como una respuesta para frenar esa realidad. Se trata de un proyecto para fortalecer a las infancias en la medicina tradicional y el conocimiento sobre las plantas, el aprendizaje de la lengua materna y su arte popular, la organización social y el manejo de los territorios. En la actualidad, Yachaikury atiende a 253 estudiantes, en edades desde los cinco hasta los 19 años.
A partir de la década de 1950, la iglesia Católica se encargó de educar a las infancias indígenas del pueblo Inga en el departamento de Caquetá. En escuelas con nombres de santos, los profesores —que eran colonos externos a las comunidades indígenas— obligaban a sus estudiantes a hablar español. Una gran parte de niñas y niños se graduaron negando su cultura, abandonaron sus estudios muy pronto o no tenían esperanza de continuarlos. Esto los convirtió incluso en objetivos fáciles para el reclutamiento de los grupos armados o para trabajar raspando coca.
Cuarenta años más tarde, un grupo de mayores, sabias y jóvenes, cambió la historia. En 1994 —en medio del conflicto armado que complicaba la situación— una casita construida con tablas de madera, con capacidad para recibir y dar clases a 12 niños, fue su respuesta para aprender en comunidad, desde el territorio, la espiritualidad y la medicina tradicional.
Con unas pocas esteras —tapetes tejidos con fibras naturales que se usan para dormir— y cocinando en leña para alimentar a los niños, la Escuela Yachaikury, que significa “seguir aprendiendo”, fue fundada en el resguardo Inga de Yurayaco, del municipio San José del Fragua, en el departamento de Caquetá, al sur de Colombia.
“Era una vida austera”, dice Flora Macas Zighe, antropóloga Inga, una de las fundadoras y actual rectora de la Institución Educativa Rural Indígena Especial (IERI) Yachaikury. “Pero nosotros queríamos una educación propia, una educación indígena liderada, construida y administrada por nosotros. Para nadie es un secreto la aculturación que han vivido nuestros pueblos, con todo este sistema colonialista y eurocentrista. Vivimos muchos años una educación realmente ajena a las costumbres, las tradiciones, la cultura, la lengua y nuestra espiritualidad”.
Flora Macas y su compañera Waira Jacanamijoy eran jóvenes con muchos temores y dudas. “Cuando inició el colegio, no sabíamos si seríamos capaces de administrar la educación”, dice Macas. Pero la guía de los mayores fue clave. Contaron, por ejemplo, con Natividad Mutumbajoy, “una de las mujeres más sabias, poderosas y seguras, quien nos apoyó y dijo que una de las estrategias para que el pueblo Inga perviviera, era la educación”, dice la antropóloga. “Aún con desaciertos, también teníamos ilusiones y sabíamos que no podíamos dejar ahí el sueño de los mayores, sino que lo íbamos a emprender con su orientación”, agrega.
Así empezaron con un ejercicio para encontrar maestras y maestros indígenas que hablaran su lengua. Juntos construyeron un proyecto para fortalecer la medicina tradicional y el conocimiento sobre las plantas, el aprendizaje de la lengua materna, su arte popular, la organización social y el manejo de los territorios.
“Dijimos: este es el sueño, esta es la apuesta y este es el camino. Sabíamos que el sistema educativo, como se venía dando, no era el que necesitábamos. Buscábamos que este proceso se tejiera con nosotros y para nosotros. No fue fácil. Fueron muchos años de irnos cohesionando como pueblo indígena, de fortalecer nuestro gobierno propio, nuestras capacidades administrativas, pedagógicas y comunitarias”, agrega Macas.
La antropóloga resalta que la alianza de Yachaikury con Amazon Conservation Team (ACT) Colombia fue esencial no sólo para tejer todos los procesos, sino para financiarlos desde su fundación y hasta la fecha. De hecho, fue gracias a su apoyo económico que se logró comprar lo que hoy es el territorio del colegio y de la Asociación Tandachiridu Inganukuna —que reúne a los cabildos Inga— y que también tiene su sede allí.
Carolina Gil, abogada y directora regional de ACT, recuerda que, cuando esta organización llegó al territorio Inga, alrededor del año 1996, inició una conversación con el pueblo, sus autoridades tradicionales, sabedores y sabedoras, sobre la importancia de recuperar su cultura.
“Pero también su territorio, fragmentado por los procesos históricos de la conquista, la colonización, la evangelización y la expansión de la frontera agropecuaria, entre otras actividades que presionaban a las comunidades en el Caquetá”, dice la especialista. “Por eso vimos la importancia de iniciar un proceso integral que incorporara educación, gobierno, comunicación y agricultura tradicional, y ahí es cuando ellos deciden empezar a armar un proceso de educación propia para poder reencontrarse y revitalizar esos valores que los definían como pueblo Inga”.
En el año 2003, Yachaikury obtuvo la licencia de funcionamiento para operar como un establecimiento educativo privado, por parte de la Secretaría de Educación Departamental del Caquetá. En el 2009 comenzaron a formular el proyecto educativo del pueblo Inga a nivel nacional y, durante once años, se sostuvo a través de donaciones y convenios.
El año 2014 fue un antes y un después para Yachaikury, pues pasaron de lo privado a lo público. De acuerdo con Macas, aunque el Estado colombiano siempre fue ausente y tuvo muy poca responsabilidad con la educación indígena —pues fue quien se la delegó a la iglesia Católica en los años cincuenta—, en el 2015 envío a la Secretaría de Educación para articularse, generar convenios y otorgar nombramientos a algunos docentes, a la par que también llegaron universidades y otras organizaciones interesadas en colaborar.
En la actualidad, Yachaikury atiende a 253 estudiantes —en edades desde los cinco hasta los 19 años— entre su sede principal y 11 sedes educativas más ubicadas en municipios aledaños, como Solano, Belén de los Andaquíes y Solita. No sólo recibe a niñas y niños ingas, sino a otras infancias originarias de pueblos indígenas como Embera, Nasa, Misak y Pijao, además de colonos y campesinos.
La escuela de la selva
El bosque amazónico es un gran salón de clases sin paredes. Dentro del territorio indígena Inga se destinaron 52 hectáreas para la Escuela Yachaikury, construida a la orilla de un río hermoso —el Yurayaco, que significa “aguas claras”— que también construye el paisaje y el espacio para desarrollar las actividades escolares.
Allí, las niñas y los niños aprenden a ser investigadores. Juntos van descubriendo —en compañía de sus maestros, los taitas y las mamas, es decir, sus abuelos guías— cuáles plantas sirven para comer y cuáles para curar. Han sembrado sus propias chagras, sus cultivos tradicionales, para tener alimentos sanos, medicina natural y recuperar semillas. También aprenden a pescar, a cuidar el territorio y a organizarse.
“Ellos investigan para tener una visión de autosostenibilidad para sus propias necesidades: siembran cilantro, tomate, cebolla. Saben de semillas y experimentan con plantas, porque saben que, cuando llegó el Covid-19, nos curamos y protegimos con ellas. Es interesante y muy valioso, porque ahora muchas universidades llegan a Yachaikury a aprender y les encanta ver a los niños dirigiendo una reunión”, dice la antropóloga Flora Macas.
También participan en la casa ceremonial de la escuela porque, para el pueblo Inga, las prácticas ceremoniales son la esencia y la orientación fundamental para la educación. El proyecto educativo indígena intercultural está regido por el plan de vida Inga: Nukanchipa Kausai Iuai —que se traduce a “nuestra forma de pensar”—, donde las infancias y sus familias son activas en la toma de decisiones. Así construyeron y van alimentando cuatro ejes pedagógicos: espiritualidad y medicina; lenguaje y significados; territorio y cosmovisión; y organización social.
“Esta es nuestra estructura y dentro de estos ejes y proyectos están las matemáticas, las ciencias sociales y las naturales, desde el discernimiento de saberes o contenidos que son fortaleza para nuestro proceso”, detalla Macas.
“En ellos se habla del lenguaje y el arte Inga, de las tecnologías autóctonas propias que se han dado en los territorios y que han estado invisibilizadas, también se habla de las chagras, del cuidado del territorio y de monitoreos. Todos esos temas han sido transversales, se articulan y se conectan uno con el otro”, explica Macas.
En todo el ejercicio también han sido relevantes los aportes externos al territorio Inga, con el objetivo de establecer un diálogo intercultural que fortalezca los saberes indígenas propios.
“Por ejemplo, ACT Colombia por muchos años hizo un proceso de formación y capacitación con los niños en monitoreo de aves y anfibios. Otros han aportado conocimientos sobre abejas o talleres de comunicación, que se han venido tejiendo desde afuera y que han permitido que este proyecto educativo se vaya empoderando”, dice Macas.
No es que los niños aprendan una gran cantidad de contenidos y teorías —dice la antropóloga—, sino que, desde la práctica, puedan crear sus propios conceptos y sepan cómo conectarse con el territorio y la naturaleza. “Si crean sus propios conceptos, los chicos pueden aprender a defenderse en la vida, a ser críticos, a ser realistas, a proponer y emprender, ese es el trabajo del día a día en Yachaikury”, agrega.
La escuela y su apuesta educativa han sido un terreno fértil que también ha expandido sus resultados a otros territorios indígenas que están replicando sus modelos, dice Carolina Gil.
“Toda esa experiencia, con los retos que ha significado, también ha impulsado la política pública para los pueblos indígenas del Caquetá y está aportando de una manera muy fuerte al tema educativo a nivel nacional. Ha sido una apuesta que se origina en una comunidad del pueblo Inga del Caquetá, pero que ha tenido esa capacidad de polinizar y llegar a muchos otros lugares. Es un ejercicio de largo aliento, es una propuesta que sigue viva y que ha sido muy luchada por las personas que la han liderado. Todo eso tiene un valor muy potente”, dice la directora regional de ACT.
El futuro de las infancias
El gran logro de la Escuela Yachaikury es que, además de que todas las escuelas Ingas y sus infancias cuentan con maestros indígenas, el 60 % de los estudiantes graduados han regresado a sus territorios para prestar su labor como líderes o docentes de sus propias escuelas y comunidades. Además, el 15 % de los egresados empezaron a formarse en carreras profesionales, mientras que dos exalumnos continúan como aprendices de medicina tradicional.
“No tenemos una infraestructura con más dormitorios y con más espacios, por eso no hemos podido recibir más estudiantes. Cada año hay muchos que quieren estudiar en Yachaikury, pero no nos alcanzan los recursos para la administración del colegio y la sostenibilidad de los niños y niñas, porque llegan muchos que son huérfanos, que son chicos que han vivido la guerra, que son desplazados”, se lamenta Macas.
Lo ideal es que el Estado colombiano asuma su responsabilidad y se comprometa con el proyecto —dice Macas—, sin embargo, quienes conforman la escuela resisten y se han entregado a sus procesos, porque tienen claro que el proyecto educativo es también un proyecto político, construido desde la autonomía, la autodeterminación y el gobierno propio, para seguir aportando jóvenes que se conviertan en los próximos docentes, líderes y autoridades de su pueblo.
“Pero también si algunos chicos y chicas salen del colegio y quieren continuar sus estudios universitarios, lo pueden hacer. Ese es el propósito de formar personas que sigan apoyando y fortaleciendo el proceso organizativo del pueblo Inga”, sostiene.
Flora Macas sueña con una escuela que pueda arropar a todos los niños y niñas que lo necesiten. Con grandes dormitorios y espacios para estudiar. “Mi aspiración es que Yachaikury tenga mejores espacios para que la educación indígena se pueda implementar de una manera digna, coherente y con todas las condiciones, porque a veces nos toca mendigar al Estado para que, al menos, pueda prestar el servicio del PAE (Programa de Alimentación Escolar) que es un pequeño refrigerio para los niños. Mi aspiración es que Yachaikury pueda tener todas esas garantías y que los niños no sigan siendo vulnerados en sus derechos”, sostiene.
Flora Macas tiene claro que Yachaikury no es la solución. “Pero, en el camino que ha recorrido, ha valido mucho hacer este gran esfuerzo mancomunado”, concluye la antropóloga. “Lo que buscamos es ayudar a construir una vida digna, una vida justa, una vida fraterna y en paz, al formar integralmente a los niños y las niñas para que vivan felices”.
*Imagen principal: Niñas y niños que hacen parte del grupo de viverismo de la IERI Yachaikury. Foto: Santiago Toro Duque / Amazon Conservation Team
*Nota del editor: Esta cobertura periodística forma parte del proyecto «Derechos de la Amazonía en la mira: protección de los pueblos y los bosques», una serie de artículos de investigación sobre la situación de la deforestación y de los delitos ambientales en Colombia financiada por la Iniciativa Internacional de Clima y Bosque de Noruega. Las decisiones editoriales se toman de manera independiente y no sobre la base del apoyo de los donantes.