- En 2007, pescadores artesanales del Archipiélago de Juan Fernández, en Chile, detectaron barcos industriales operando con redes de arrastre, lo que encendió las alertas en la comunidad local.
- El hecho motivó una movilización que logró impulsar la primera área marina protegida en 2008, oficializada en 2014.
- A partir de entonces, los pescadores han encabezado la protección del archipiélago que, hasta ahora, cuenta con una red de ocho áreas protegidas que abarcan 580 000 kilómetros cuadrados, gestionadas de manera conjunta entre la comunidad isleña y el Estado chileno.
- Julio Chamorro Solís, presidente y encargado del monitoreo biológico pesquero de la organización Mar de Juan Fernández, cuenta cómo autorregulan la pesca sin cuotas pesqueras para proteger el mar del que viven.
Durante la temporada de veda de la langosta, los pescadores artesanales del Archipiélago de Juan Fernández, un grupo de islas oceánicas a casi 700 kilómetros de la costa de Chile, viajan mar adentro en búsqueda de bacalao. En una de esas faenas, en 2007, unas luces distantes en el horizonte les resultaron extrañas. Pronto descubrieron que eran cinco barcos de pesca industrial que operaban con redes de arrastre, donde los habitantes siempre habían procurado regular la pesca. “Dijimos: ‘¿Y estos qué hacen acá?’», recuerda Julio Chamorro Solís, habitante de la isla Robinson Crusoe.
“Por suerte nos pudimos contactar con un investigador del Instituto de Fomento Pesquero de Chile que andaba en esos barcos y nos mostró las fotografías de lo que estaba pasando. Arrasaron nuestros montes submarinos. Vimos el lance de pesca de arrastre, con unas mallas con 80 o 90 toneladas de nuestras especies”, se lamenta Chamorro.

En ese momento comenzó una movilización de pescadores para defender el mar. En aquel tiempo, el Sindicato de Pescadores de Juan Fernández era la única organización que existía en el archipiélago. Juntos impulsaron la creación de la primera área marina protegida en 2008. El decreto que la oficializó llegó en 2014, tras una dura batalla por recuperarse del devastador tsunami provocado por el terremoto de magnitud 8.8 que azotó la costa chilena en 2010.
“De ahí en adelante empezamos a hacer otras propuestas y actualmente podemos decir que contamos con una red de ocho áreas marinas protegidas, con una superficie de 580 000 kilómetros cuadrados, y que ahora pretendemos aumentar”, celebra Chamorro, presidente y encargado del monitoreo biológico pesquero de la Organización Comunitaria Funcional (OCF) Mar de Juan Fernández, que administra en conjunto con el Estado chileno las áreas marinas protegidas del Archipiélago Juan Fernández e Islas Desventuradas.
En Mongabay Latam conversamos con Chamorro sobre la organización comunitaria que ha logrado proteger este territorio marino.

—¿Cómo describiría la relación entre las comunidades que habitan las islas del Archipiélago de Juan Fernández y el mar que los rodea?
—Históricamente, el Archipiélago de Juan Fernández ha tenido, por lo menos desde 1904, dos islas habitadas. Robinson Crusoe es la isla que concentra la mayor cantidad de población, con unas 1100 personas. La otra es Alejandro Selkirk, que en la actualidad tiene una población mucho más reducida, con unas 100 personas. La isla Santa Clara no está habitada y las Islas Desventuradas, en las cuales también trabajamos y consideramos parte de nuestro territorio, tampoco lo están. Hay solamente una casa común donde los pescadores de langosta, que van a hacer esa faena en esa isla, ocupan el espacio.
Nuestro gentilicio es fernandecianos. La conexión que nosotros tenemos con el mar existe desde el momento de nacer, pero también hay una conexión histórica. Nosotros pertenecemos a la última colonia que hizo el intento de quedarse en esta isla y hoy en día es una comunidad. Nuestras islas nunca fueron habitadas antes por pueblos originarios, por lo tanto, cuando hablamos de colonos es porque llegaron por primera vez, en 1877, a asentarse en un territorio que no tenía habitantes. Ellos llegaron acá para acomodarse y aprender a vivir con este ecosistema.
Así se creó una relación armónica, pero también obligada con el mar, porque somos islas rodeadas por agua en el Pacífico. Creo que los primeros habitantes de esta isla se dieron cuenta desde muy temprano de la fragilidad del ecosistema y es por eso que las primeras medidas de regulación pesquera son del año 1879 y 1880. Estamos hablando de una época donde el paradigma mundial decía que el mar era una fuente inagotable de recursos. Pero aún así nuestros antepasados se dieron cuenta del lugar donde vivíamos y sabían que había que manejar y explotar en forma sustentable los recursos, porque si no eso se podía acabar.
Esas medidas de regulación fueron aumentando cada vez más, autoimponiéndose normativas por la propia comunidad, por lo que cada generación de isleños ha aportado a la sustentabilidad. El sentido de protección asombra. Nosotros como isleños agradecemos a nuestros antepasados que hayan instaurado estas medidas de regulación que nos permiten ser un pueblo pescador hasta el día de hoy. Eso lo valoramos bastante.

—Según estudios científicos, cerca del 99 % de los peces observados en el Archipiélago de Juan Fernández son especies endémicas. ¿Qué significa para su comunidad vivir y trabajar en un ecosistema marino tan único y excepcional a nivel mundial?
—Siempre hemos tenido una conexión con lo marino, pero lo primero que se protegió acá fue la tierra. Somos impulsores y creadores del Parque Nacional Archipiélago Juan Fernández, en 1935. Luego se creó la Reserva de la Biosfera, con el mismo nombre, en 1977. Pero eso solamente cubría lo terrestre, porque la protección marina a nivel mundial es algo relativamente nuevo.
Hemos sido responsables porque hemos mantenido este sentido de conservación instaurado desde hace muchos años. Los números que indican que tenemos un 99 % de especies observadas que son endémicas han sido justificación para crear estas grandes áreas marinas protegidas. Tenemos los dos parques marinos más grandes de Chile, que están en Juan Fernández y en Islas Desventuradas. En total, sumada toda el área marina protegida, tenemos 580 000 kilómetros cuadrados. Son áreas enormes y que ahora estamos en el proceso de expansión porque pretendemos llegar al millón de kilómetros cuadrados. Casi 1.5 veces la superficie de Chile continental.
Nosotros nos sentimos privilegiados, también nos sentimos responsables del lugar donde vivimos. También consideramos que este lugar, tanto la tierra como el mar, es un tesoro biológico para el mundo. Pero como todo tesoro, tiene sus guardianes que por privilegio nos tocó ser. Así que pretendemos seguir cuidándolo para que quede como un legado no solamente para los futuros isleños, sino también para la humanidad.

—En el archipiélago también existen diversas problemáticas relacionadas con la presencia de especies invasoras, ¿cómo están afectando a los ecosistemas y qué medidas están tomando para enfrentarlas?
—Depende de la isla, pero en general, tenemos las “3M”: maqui (Aristotelia chilensis), mutilla (Ugni molinae) y mora (Rubus ulmifolius), especies vegetales invasoras que todavía causan bastante daño y están presentes en la superficie de las islas. En el caso de Robinson Crusoe, también tenemos una población de conejos bastante importante, que erosiona el suelo. En la isla Alejandro Selkirk, tenemos una población de chivo salvaje que supera los 3000 y que, si bien es cierto que se logra controlar en cierta medida, el impacto que causa a las especies endémicas es bastante elevado.
En el mar, las especies exóticas invasoras son un poco más reducidas, pero sí hemos visto el ingreso en los últimos cinco años, sobre todo, de especies de erizos que han llegado a poblar nuestros fondos marinos. Son bastante voraces y comen toda la alga. Últimamente hemos visto poblaciones que van en aumento, porque cada vez tenemos más visitas de barcos, veleros o embarcaciones que no estamos seguros que cumplan su control de limpieza de casco antes de llegar a lugares como estos.
En el caso de Robinson Crusoe, el erizo negro —el Centrostephanus sylviae— es una especie endémica, pero su población aumentó en forma exponencial. Esa sobrepoblación trajo un impacto: la desaparición de todas las praderas de algas de nuestras costas, quedando unos fondos blanqueados. En esas algas es donde se resguardan las especies pequeñas, donde se asientan las larvas, donde las especies de temprana edad ocupan los refugios. Por lo tanto, es un impacto fuerte y visualmente se nota bastante.

Con respecto a eso, se está haciendo un proyecto para encontrar una alternativa comercial del erizo negro, porque sí tiene gonadas. Tiene una dificultad porque tenemos erizos incluso a 180 metros de profundidad —no vamos a meter a un buzo porque sería imposible—, pero al menos el que es más costero sí podríamos comercializarlo. Ya sea a través de las gónadas, como abono u otra innovación tecnológica. También sabemos que los erizos se están quedando sin alimento, por lo que también está haciéndose una regulación natural de esta especie en particular, pero no sabemos cuál será el impacto del alga que desapareció.
Se están haciendo programas hace ya bastante tiempo. Hay varias organizaciones importantes que están instaladas en el territorio y que nos están ayudando al control de estas y otras especies exóticas invasoras, tanto terrestres como marinas, como es el caso de Island Conservation y Oikonos, que llevan dos décadas instaladas en el territorio. No es fácil ni barato, pero ahora que la comunidad internacional conoce un poco más sobre Juan Fernández, está siendo un poco más fácil conseguir financiamiento para estos programas.

—¿Cómo han logrado garantizar una pesca sustentable en la zona?
—Como isleños tenemos un dicho: “Yo quiero que mi hijo coma lo que comió mi abuelo”. Y eso significa una enorme tarea, una enorme responsabilidad. El trabajar y pescar en forma sustentable nos ha permitido seguir siendo una comuna y un pueblo de pescadores. Somos la única comuna en Chile que vive totalmente de la pesca. Y eso hace mucha diferencia, porque nosotros queremos seguir siendo pescadores. Eso significa que tenemos que seguir cuidando.
Nunca en la historia de Juan Fernández nuestra comunidad ha usado redes para poder capturar especies porque tenemos una especie emblemática para nosotros —el lobo fino de dos pelos (Arctocephalus philippii)—, pero también porque no lo necesitamos. Hay una gran biomasa y con línea de mano o con espineles de 25 o 50 anzuelos es posible hacer una buena pesca. Además, la pesca de langosta también es nuestra principal fuente económica y es una pesca que se ha mantenido ininterrumpida desde 1893 a la fecha.
No tenemos cuotas pesqueras, tenemos una pesca libre y solamente se regula a nivel interno por un concepto que es único en el mundo: las marcas o caladeros de pesca, que son de nuestra propiedad y son como tener una parcela en la tierra, pero en el agua. Por más de 130 años, una familia o una persona ha tenido esos lugares para poder pescar, donde solamente ellos pueden hacerlo. Es un sistema que nos ha mantenido vigentes como pescadores artesanales y que pretendemos seguir manteniendo.

—En 2024 se aprobó el plan de manejo del Área de Conservación de Múltiples Usos “Mar de Juan Fernández”, ¿cuáles son las principales oportunidades y responsabilidades que se abren?
—Con la creación de esta área marina protegida y la gobernanza que tenemos, hemos demostrado no solamente estos últimos años, sino durante muchas décadas, la pesca sustentable que tenemos. Somos la primera pesquería en el Pacífico Sureste certificada como sustentable por la Marine Stewardship Council (MSC) y creo que hemos logrado poner a Juan Fernández en el sitio que corresponde en temas biológicos y de biodiversidad, pero también de la comunidad.
Y es por eso que el presidente de Chile se comprometió a aumentar el área marina protegida que nosotros propusimos, porque hemos demostrado que somos buenos guardianes y no solamente pensamos en nuestra comunidad, sino en el legado que podemos entregarle a la humanidad. La responsabilidad que adquirimos no es solamente una responsabilidad con nuestro territorio.
Ser un pescador sustentable no es barato. Tener motores de cuatro tiempos con inyección electrónica porque contaminan menos es lo más caro del mercado. Nosotros pretendemos tener motores eléctricos, que sabemos que son mucho más caros. El material como el cordel biodegradable o los anzuelos biodegradables son el doble de caros que los normales. En serio que cuesta mucho ser un pescador sustentable. Pero también sabemos la respuesta que entrega el medio ambiente.

Tampoco queremos ser una isla dentro de una isla, y asumimos la responsabilidad de poder mostrar lo que hemos hecho, ayudar, potenciar o impulsar a otras comunidades costeras o isleñas a que creen también sus áreas marinas protegidas. Estamos convencidos de que es la única manera de poder recuperar las pesquerías que sabemos que están bastante colapsadas a nivel mundial.
Yo creo que los isleños, no solamente de Juan Fernández, sino del mundo, hemos estado demostrando que nuestra forma de vivir, si se extrapola al planeta, podría recuperar bastante su deterioro.
Son los isleños del mundo los que están creando las grandes áreas marinas protegidas: Palau, Hawaii, Tahiti, Rapa Nui, Juan Fernández y Desventuradas, y podría nombrar un montón de islas más. La meta del 30×30, la mayoría de los países que la están cumpliendo es gracias a sus islas, los isleños y sus comunidades. Creemos que con la unión de todos los isleños sí podemos tener una voz internacional para decir: «Oye, aquí en el Pacífico están pasando cosas importantes que pueden repercutir al mundo”.

—¿Hay algo que a usted le traiga esperanza y le motive a seguir trabajando por la conservación del océano?
—La mayor esperanza es que cada vez más comunidades costeras e insulares van por la protección de los mares. Esto empezó con un movimiento muy pequeñito, pero ahora hay muchas islas que están creando sus áreas marinas protegidas. Cuando estamos en nuestros territorios aislados, luchando contra la pesca industrial, pensamos que somos unos locos luchando como un Quijote contra un molino gigante.
La esperanza que me da, cuando hemos participado en foros internacionales como la COP16, conferencias de la ONU o la Conferencia de los Océanos, es que nos damos cuenta de que somos muchos Quijotes en el mundo.
Nosotros no vemos el mar solamente como un ingreso económico. Creo que muy pocos pescadores de tradición dirán que van al mar para capturar peces para tener dinero. La mayoría vamos al mar por una forma de vida, por una conexión, por una comunicación con el medio ambiente, pero también con nuestros antepasados. Creo que eso hace toda la diferencia.

También nace la necesidad de crear áreas marinas protegidas en aguas internacionales y nosotros ya estamos trabajando en eso: nuestro objetivo es conectar las Islas Desventuradas con el Archipiélago de Juan Fernández a través de un corredor biológico en aguas internacionales. Para eso necesitamos que sea ratificado el tratado de BBNJ.
Por lo tanto estamos súper a la par con el Estado de Chile con la creación de esta área marina protegida en aguas internacionales, que se sería el cordón de Nazca, que empieza en Rapa Nui, termina en Perú y hacia abajo se conecta con las Islas Desventuradas, con un corredor biológico hasta el Archipiélago de Juan Fernández. Sería el área marina protegida más grande del planeta.
Sabemos que la naturaleza fue generosa con nuestro territorio y creó un paraíso en medio del mar. Pero sin una comunidad consciente del lugar donde habita, no tendríamos lo que tenemos hasta hoy.

Imagen principal: Julio Chamorro Solís, presidente de la OCF Mar de Juan Fernández. Foto: cortesía Andy Mann