- En Zapotitlán, una comunidad del municipio de Tatahuicapan, frente al golfo de México, una cooperativa de pescadores decidió crear su propia reserva para proteger 24 hectáreas de mar y dos kilómetros de arrecife.
- Los pescadores prohibieron su propia entrada a una de las zonas más importantes para ellos, ya que las poblaciones de especies de alto valor comercial, como el mero goliat y el róbalo, se redujeron dramáticamente.
- Con la creación de la reserva llegó la comunidad científica, que ahora estudia otras problemáticas como la erosión costera y el blanqueamiento de los corales.
- Los pescadores ven en el mar una esperanza para recuperar la biodiversidad de esta zona del golfo y alternar su trabajo con otras actividades sustentables como el ecoturismo y el buceo.
Martín Valerio es pescador desde los siete años. Recuerda que cuando salía al mar en la comunidad de Zapotitlán, en la Sierra de Santa Marta de la región de Los Tuxtlas, frente al golfo de México, se encontraba con unas formaciones rocosas que le causaban curiosidad. En ese entonces, para él eran solo piedras, pero muchos años después descubrió que aquella barrera estaba viva.
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Los pescadores reconocen que hace una década tomaron conciencia de lo que había bajo el mar. “Nosotros les llamábamos piedras, como si fueran de concreto, pero los investigadores nos enseñaron que son arrecifes, que tienen vida y que de ellos depende una biodiversidad muy grande y nuestra pesca”, cuenta Valerio.
En 2018, la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp) elaboró un estudio que buscaba convertir a los arrecifes de la región en un Área de Protección de Flora y Fauna marina de más de 150 hectáreas. Se trataría del tercer sistema arrecifal protegido de México con esa categoría. Sin embargo, al lanzar la consulta, algunos de los pueblos indígenas rechazaron esta figura, pues pensaban que limitaría sus zonas de pesca.
Los pescadores indígenas nahua de Zapotitlán lo vieron de otra manera y ante la negativa del acuerdo, comenzaron a pensar en una alternativa propia.
Para ellos, la necesidad era evidente: la pesca llevaba años en declive. “Mientras en 2010 teníamos capturas de 100 kilos, para 2020 solo sacábamos 10 kilos algunas veces”, relata Luis David, hijo de Valerio e integrante de la cooperativa Faro de Zapotitlán. La crisis los obligó a organizarse. “Tuvimos que recuperar un espacio para que nuestros hijos y nietos pudieran ver las especies”, resume.

En 2020, los pescadores del Zapotitlán —una comunidad del municipio de Tatahuicapan— lograron un acuerdo único junto a otras 20 cooperativas de la región de Los Tuxtlas: crear una reserva pesquera comunitaria de 24 hectáreas, equivalente a un poco más de dos kilómetros de arrecifes coralinos y rocosos. El objetivo era proteger los sitios de desove de los peces y frenar prácticas como la pesca con explosivos y arpones.
Con ello protegerían especies como el mero goliat (Epinephelus itajara), el róbalo blanco (Centropomus undecimalis) y otras que, según ellos, ya estaban casi extintas en su territorio.
La creación de la reserva también impulsó la llegada de investigadores y universidades que comenzaron a monitorear la erosión costera y el estado de los arrecifes en la zona. Ese trabajo coincidió con el primer evento de blanqueamiento masivo de coral registrado en el golfo de México en 2023.


Verónica Valadez, investigadora de la Universidad Veracruzana, subraya que los arrecifes son vitales para la biodiversidad y para la vida humana en las costas. “La pesca está directamente relacionada con los arrecifes en el golfo de México. Los peces, como el róbalo o el pámpano, se refugian ahí o migran cerca. Pero, además, los arrecifes funcionan como barreras naturales: si se degradan se vuelven planos, ya no frenan la fuerza de las olas y las ciudades costeras sufren mucho”.
Para Luis David Valerio, los esfuerzos que hicieron para crear la reserva ya empiezan a rendir frutos. Han vuelto a observar al mero goliat, al róbalo blanco y al pargo o huachinango (Lutjanus campechanus) en las inmediaciones de la zona protegida. Sin embargo, admite que el mayor desafío es sostener la reserva solo con los recursos de la comunidad y sin apoyo externo.
Construir una reserva comunitaria
El acuerdo para proteger el mar de la comunidad de Zapotitlán no se dio de la noche a la mañana. Luis David Valerio recuerda que se priorizó Punta de San Pedro, un sitio estratégico donde se encuentran dos de los 32 arrecifes del sistema arrecifal de Los Tuxtlas.
Durante años ese fue el lugar donde los pescadores obtenían las mejores capturas, pero la sobrepesca constante agotó sus recursos. “Fue un poquito complicado hacerles entender a los demás pescadores que tenían que conservar, pero sí se logró y hoy están viendo el resultado”, relata.

Martín Valerio reconoce que la sobreexplotación no era el único problema. La pesca con explosivos y arpones también había dejado huella en el arrecife. “Los buzos con explosivos exterminaban cardúmenes completos”, recuerda.
La Comisión Nacional de Acuacultura y Pesca (Conapesca) respalda la creación de zonas de refugio pesquero como una estrategia para conservar la biodiversidad marina. Según la entidad, esas áreas permiten reducir la mortalidad por pesca, proteger los procesos de reproducción y favorecer el repoblamiento.
En México existen nueve acuerdos regulatorios de este tipo, pero en Zapotitlán, una comunidad indígena nahua que aún se rige por usos y costumbres, los pescadores optaron por un camino propio. La reserva solo es reconocida por un acuerdo hecho en la asamblea de 20 cooperativas de pescadores: “Se llama comunitaria porque es de todos los pescadores, no del gobierno”, recalca Luis David.
El acompañamiento de organizaciones de la sociedad civil fue clave en la creación de la reserva. Susana Rocha, integrante de la asociación Senderos y Encuentros para un Desarrollo Autónomo Sustentable (Sendas AC), recuerda que en 2019 y 2020 obtuvieron el financiamiento del Fondo Ambiental Veracruzano para un proyecto de ecoturismo en los arrecifes de Los Tuxtlas, lo que sirvió de punto de partida para crear la reserva.

“La reserva nació con cuatro componentes: educación ambiental, reforestación, limpieza de playas y arrecifes y el impulso de un proyecto ecoturístico. Pero el meollo del asunto fue poner las bases para cuidar los arrecifes”, dice Rocha.
Gracias a ese financiamiento se avanzó en los trámites legales para ofrecer servicios de ecoturismo, se realizaron talleres para que la comunidad conociera el valor de lo que tienen frente a sus costas y se llevaron a cabo buceos exploratorios.
Sin embargo, en 2020, la llegada de la pandemia y la desaparición del Fondo Ambiental Veracruzano dejaron a los pescadores sin recursos económicos para continuar con el proyecto. A pesar de esto, gracias al apoyo de organizaciones como Sendas AC y de biólogos voluntarios, lograron mantener las labores de conservación y crearon la reserva.
Rocha, quien ha acompañado de cerca la iniciativa, dice que fue triste cuando se les retiró el recurso en la pandemia: “Se truncó un proceso que se estaba consolidando, donde sí hubo logros. Este tipo de proyectos requieren acompañamiento constante de al menos tres a cuatro años, e idealmente hasta ocho”, señala.
Pese a la falta de apoyo gubernamental, los pescadores organizaron intercambios con comunidades en Quintana Roo y Baja California para aprender a gestionar un área de conservación marina.
Posteriormente, el acuerdo comunitario tomó forma en una asamblea: los pescadores definieron un polígono marino, instalaron boyas y establecieron reglas claras de no pesca.
“Si decimos que funcionan las reservas, se necesita primero una línea base, ver qué hay ahora y qué habrá después, midiendo año tras año para actualizar esa base de datos y comprobar la recuperación”, explica Luis Valerio.

El monitoreo científico lo inició Verónica Valadez, especialista en ecosistemas costeros, quien junto a los pescadores elaboró un primer inventario de especies en la zona y evaluó el estado general de los arrecifes. En ese entonces encontraron 18 especies de coral y 47 especies de peces, como jureles (Caranx hippos), meros (Epinephelidae), sábalos (Prochilodus lineatus), bacalaos (Gadus morhua) y sargos (Diplodus sargus) entre los más importantes.
Valadez indica que antes del blanqueamiento de 2023, los arrecifes conservaban una buena salud pese a la sedimentación, con más de un 20 % de coral vivo. Al decidir cerrar el área, comenta, la idea era dar tiempo y monitorear su recuperación para ver si regresaban más peces, sobre todo de interés comercial. “Lo que buscaban era que los meros encontraran ahí un espacio para reproducirse y que los robalos blancos no migraran, sino que se quedaran en la zona”, explica.

Para evaluar esa recuperación, los científicos monitorean el desarrollo de la reserva luego de dos años de su creación. Aunque consideran que los avances son positivos, se mantienen cautos debido al impacto que el blanqueamiento del coral puede tener en los resultados.
“En este momento, evaluamos el impacto del blanqueamiento: primero en el equilibrio entre corales y algas, y después en la comunidad de peces. Hemos registrado mortalidad de corales y buscamos identificar cuáles fueron las especies más afectadas, en qué zonas de la reserva se presentó con mayor gravedad y cómo repercutió en los peces”, insiste la experta.
Además de la protección de los arrecifes naturales, los pescadores han comenzado a implementar otras estrategias para compensar la pérdida de la cobertura de coral, como la creación de estructuras sumergidas que funcionan como arrecifes artificiales.

Los pescadores aseguran que las estructuras hundidas a unos 120 metros permiten el asentamiento de organismos, creando hábitats que con el pasar del tiempo atraen a peces y otros recursos importantes para la comunidad. Esto, señalan, ofrece refugios adicionales para las especies marinas.
Uno de los pescadores hundió una estructura artificial en el mar y, tras perder las coordenadas por una falla en su GPS, no pudo localizarla durante siete años. Recientemente logró encontrarla y constató su efectividad: “Capturó entre 300 y 400 kilos de pargo en un solo día, así que sí dan resultado estos arrecifes artificiales”, relata Martín Valerio.
La Secretaría de Medio Ambiente en México ha señalado que los arrecifes artificiales son una opción viable para conservar y recuperar ecosistemas marinos naturales, pues ayudan a reducir la presión que genera el buceo turístico o la sobreexplotación de los arrecifes naturales. Además, generan nuevos espacios para especies marinas de flora y fauna.
Por ejemplo, en 2001 se realizó el hundimiento del cañonero C-50 General Vicente Riva Palacio en el Parque Nacional Sistema Arrecifal Veracruzano. Allí se practica actualmente el 40 % del buceo deportivo de la zona y el sitio es hábitat y refugio de una gran diversidad biológica.
Sobre el tema, la científica Verónica Valadez, dice que el uso de estructuras artificiales genera debate, pues siempre serán preferibles los arrecifes naturales. Según cuenta, existen diversas investigaciones sobre los materiales y el impacto ambiental que pueden generar estas estructuras, así como sobre los riesgos asociados al hundimiento de barcos y la eficiencia ecológica de cada diseño. “En contraste, en los arrecifes naturales las redes ecológicas son mucho más complejas, por lo que los esfuerzos de conservación de zonas arrecifales existentes han demostrado ser más efectivos”.
Científicos y pescadores reconocen que el esfuerzo es limitado frente a los impactos del blanqueamiento de corales y la erosión costera, pero destacan que el caso de Zapotitlán es una muestra de cómo la comunidad se organiza con soluciones basadas en la naturaleza. “A largo plazo, con esta reserva y los arrecifes artificiales buscamos que este lugar también sea una opción para la pesca”, dice Martín Valerio.
El cambio climático los alcanza
Hasta hace cinco años, la pesca era la principal actividad económica en Zapotitlán. Actualmente, sus habitantes solo se dedican a ella durante los primeros meses del año, cuando las capturas son más abundantes. El resto del tiempo lo destinan a la siembra de chile, frijol y maíz, así como a la ganadería.
La falta de oportunidades en el territorio ha hecho que cada vez más jóvenes migren hacia Estados Unidos o a regiones al norte de México en busca de empleo.
Mientras tanto, la comunidad que se queda frente al mar no solo se enfrenta al reto de recuperar las poblaciones de peces que les sirven de sustento económico, sino que también deben lidiar con el blanqueamiento de corales.

El primer evento de blanqueamiento masivo en la región ocurrió en 2023. Un fenómeno nunca antes documentado en estas aguas que ha puesto en jaque tanto a la pesca artesanal como a la biodiversidad costera.
Verónica Valadez también es responsable del proyecto “Arrecifes de Los Tuxtlas: biodiversidad, perturbaciones y manejo” y explica que desde hace años monitorean la cobertura coralina y de algas, así como la diversidad de corales y peces, los cuales son indicadores clave para evaluar la salud de los arrecifes.
Su trabajo coincidió con el blanqueamiento de corales en el golfo. “Nunca había salido llorando de bucear más que esa vez… Estaba todo blanco, blanco, blanco. El arrecife olía a marisco”, recuerda sobre el episodio de octubre de 2023, cuando la temperatura del mar se mantuvo durante ocho semanas consecutivas cuatro grados por encima del promedio histórico.

Desde entonces, los monitoreos realizados entre 2023 y 2024 han mostrado escenarios mixtos. “Vimos especies de coral cerebro todavía blancas, cubiertas de algas y con mucha mortandad. Pero también otras como la Porites colonensis, que se blanquearon y luego recuperaron su color”, detalla la científica.
Esa situación preocupa a toda la comunidad. “Al morir el coral, ¿qué va a pasar? Sin los arrecifes no somos nada”, dice Guillermo Ortiz, otro pescador de la zona. Él y sus compañeros saben que el futuro de la pesca y de su pueblo depende de estas formaciones marinas.

El reto inmediato, advierte Valadez, es administrar los factores locales que agravan la crisis global. “La temperatura no la podemos controlar, eso es un esfuerzo mundial. Pero sí se pueden manejar los factores que generan estrés en el arrecife a nivel local: los nutrientes, los sedimentos, el tráfico marítimo y la sobrepesca”.
La tierra que se volvió mar
La erosión costera es otra amenaza. Para Martín Valerio, pescador de la comunidad, la transformación del paisaje ha sido evidente en pocas décadas.
“Hace 45 o 50 años teníamos vegetación a 200 metros de la costa, en lo que hoy es solo mar. Había árboles, agua. Mi abuelo sembraba caña, papaya y naranja en lo que era tierra firme. Hoy toda esa tierra es mar”, recuerda.

La comunidad de Zapotitlán se asentó hacia 1940 sobre una loma que era protegida por manglares y que tenía una playa de entre 50 y 80 metros de ancho. “A raíz de un huracán se perdió prácticamente toda la vegetación y eso contribuyó a que la playa empezara a desaparecer”, explica Raúl Vera Alejandre, investigador del departamento de Biociencias e Ingeniería del Instituto Politécnico Nacional (IPN).
Estudios recientes del IPN advierten que cada año el mar gana un metro más de terreno en Zapotitlán. Vera, quien lidera el proyecto “Servicios ecosistémicos en los arrecifes de Los Tuxtlas: monitoreo mediante dron de la erosión costera en Zapotitlán”, señala que sus hallazgos son preocupantes. «Tenemos casas que están a casi tres metros del mar. Y calculamos tasas de erosión de alrededor de un metro por año, lo que implica que en tres o cuatro años algunas de las casas estarán prácticamente al borde de un escarpe de entre cuatro y cinco metros de altura, y esto sigue creciendo”, afirma.
Durante décadas, los esfuerzos por crear barreras como costales de piedras o llantas no lograron frenar la fuerza del mar y, además, generaron conflictos con las autoridades ambientales. Por eso, la alternativa ahora es recuperar los ecosistemas que cumplen esa función de forma natural, como los manglares.

“Los manglares son muros vivos contra las marejadas y criaderos de peces. Reforestar y proteger estos humedales, junto con la regeneración de playas mediante vegetación costera, se ha convertido en una prioridad”, dice Vera.
El equipo científico utiliza drones para monitorear la erosión y el estado de los manglares. Esta información se comparte directamente con los habitantes. “La idea es darles todas las opciones para que sean ellos quienes decidan sobre las acciones a implementar en su territorio. Muchos proyectos que se hacen de otra forma fracasan porque llegan impuestos desde afuera”, explica el investigador.
Las soluciones basadas en la naturaleza que están implementando para detener el avance del mar son la reforestación y recuperación de manglares y dunas costeras, y el cuidado del arrecife. Sin embargo, los científicos advierten que para unas diez casas la reubicación podría ser inevitable en un corto plazo. “Es un efecto dominó en cámara lenta: cuando caigan esas casas, seguirán las demás”, advierte Vera.
El equipo científico trabaja, en paralelo, en el monitoreo del manglar de Sontecomapan —a 43 kilómetros de Zapotitlán— y en el cálculo de los cambios en el nivel del mar como parte de un esfuerzo integral de conservación.
La esperanza está en el mar
Guillermo Ortiz, integrante de la cooperativa pescadores Faro de Zapotitlán, asegura que desde que se designó la reserva hay signos de recuperación. La comunidad ha sido testigo de la llegada de especies valiosas como el róbalo y el mero goliat. “El róbalo tiene un valor comercial muy grande, por eso hay que conservarlo. Ahora que hemos tirado las redes cerca de la reserva se ha visto un cambio porque se han agarrado más ejemplares”, agrega.
Valadez considera que la reserva es importante porque permite que los ecosistemas marinos tengan un espacio libre de presión pesquera, lo que facilita la recuperación de corales, algas y peces. Al proteger el hábitat, especies de valor comercial encuentran refugio y zonas de reproducción, lo que a mediano plazo beneficia también a las comunidades pesqueras aledañas.
Para Ortiz, los arrecifes son mucho más que un espacio de pesca: representan vida y protección. “Los arrecifes no sólo son fuente de biodiversidad, también son una barrera natural. Si no estuvieran, nosotros ya habríamos desaparecido”.
Para los pescadores la situación es clara: si no se hacen más áreas de reserva, en el futuro la pesca va a decaer y expresan que, si los corales mueren, en 20 años el mar va a llegar hasta donde hoy están parados.
Es por eso, dicen, que también tienen claro que el ecoturismo puede ser una alternativa económica.

Ricardo Antonio Álvarez Hernández, instructor de buceo y director de la agencia de turismo Aventux, llegó en 2017 invitado por la gente local para explorar alternativas económicas ligadas al turismo. “La idea inicial fue buscar un punto de buceo, porque esta zona tiene una barrera de coral bastante larga y con mucha vida marina”, explica.
Desde entonces, junto con Susana Rocha, de Sendas AC, y otras organizaciones ambientales, impulsó la capacitación comunitaria y la educación ambiental. Por ejemplo, la zona ofrece condiciones ideales para actividades como kayak y esnórquel, pues el coral inicia desde un metro de profundidad y alcanza hasta 15 metros.

“Cuando llegué por primera vez observé que el arrecife estaba sobreexplotado; los peces estaban ‘toreados’, se escondían en cuanto veían a un buzo porque asociaban al ser humano como depredador”, relata. Aun así, considera que el sitio tiene potencial: “Aquí hay colonias de coral cerebro de hasta cuatro metros de diámetro, algo impresionante que no he visto en ningún otro lado”.
Álvarez compara esta región mexicana con experiencias internacionales. “En Belice entramos a una reserva y era una pecera gigante; aquí podría ser igual”, afirma. Para él, es muy valiosa la conservación que se está haciendo en la reserva de Zapotitlán: “El mero goliat es una especie en peligro de extinción, pero aquí aún se encuentra a cinco metros de profundidad”, explica, y recuerda que estos peces pueden cambiar de sexo en su etapa adulta, por lo que su pérdida es crítica.
El reto de la reserva es sostener su esfuerzo de conservación sin apoyos oficiales. “Este proyecto empezó con un fondo gubernamental, pero lo eliminaron. Nosotros seguimos viniendo con nuestros recursos, con apoyos de amistades y ángeles anónimos que creen en esto”, dice Álvarez.
Para el instructor, la importancia trasciende lo local. “La mayor generación de oxígeno del planeta se da en los océanos, no en los árboles. Si no cuidamos el mar, está en peligro la supervivencia de nuestra propia especie”, comenta.

Susana Rocha, quien impulsa este proyecto desde su origen, también considera que lo más valioso es que fue promovido desde la comunidad. “Eso hace toda la diferencia. Cuando se fueron los recursos gubernamentales, los pescadores decidieron seguir adelante”, insiste.
Luis David Valerio, uno de los principales impulsores de la reserva, también coincide en que la zona que decidieron proteger transformó la manera en que los pobladores entienden los arrecifes. Ahora saben que el turismo puede ser una de sus principales actividades económicas.
Actualmente realizan actividades de paseos en lancha a las zonas arrecifales y planean la construcción de cabañas en la comunidad para impulsar el turismo comunitario.
Martín Valerio sabe que el futuro es incierto: la pesca cada año se reduce y la temporada es más corta. Sin embargo, la reserva representa una esperanza: “Los arrecifes son como criaderos donde el pescado va a desovar y a refugiarse. No es un beneficio solo para nosotros, sino para todos los que vienen detrás”.
Imagen principal: en la comunidad de Zapotitlán se encuentran dos de los 32 arrecifes del sistema arrecifal de Los Tuxtlas. Foto: Óscar Martínez