- El pueblo Mundurukú está utilizando las lecciones aprendidas tras el fracaso de su lucha contra la presa Belo Monte en el río Xingú para enfrentarse a los nuevos proyectos hidroeléctricos propuestos en el Tapajós. Lo más importante es que han aprendido qu
- El grupo indígena ha hecho un llamamiento al gobierno brasileño en oposición a las presas del Tapajós. También presentaron su caso ante la comunidad ambiental internacional en la Cumbre del Clima de París en diciembre de 2015.
- Los Mundurukú están creando alianzas sólidas con otros grupos indígenas, los quilombola (descendientes amazónicos de esclavos fugitivos), comunidades ribereñas afectadas, simpatizantes de las ciudades y organizaciones ambientales.
Con su ornamento de plumas rojas, el torso pintado con espirales negras y un micrófono en la mano, el líder Juarez Saw hizo una declaración valiente: «El gobierno [brasileño] viene para destruirlo todo: a los nativos, el bosque y el río».
Se dirigía a los 230 Mundurukú, líderes nativos amazónicos, que se habían reunido en los remotos rápidos de las márgenes del río Tapajós en el estado de Pará, para discutir la resistencia al plan del gobierno federal de construir hasta siete proyectos hidroeléctricos en la zona.
Si se construyera, la presa de São Luiz do Tapajós —la más grande de las siete— tendría una capacidad máxima de generación de 8040 megavatios y crearía un lago artificial que cubriría 72 225 hectáreas (278 millas cuadradas). Una parte de ese lago inundaría el territorio Mundurukú, incluyendo el pueblo Dace Watpu, donde tuvo lugar la reunión de septiembre de 2015. Las siete presas de la cuenca del Tapajós (tres en el río Tapajós y cuatro en su afluente, el río Jamanxim) generarían un total combinado de 16 152 megavatios de electricidad y crearían depósitos que cubrirían 302 174 hectáreas.
«Quieren acabar con la historia de los Mundurukú, pero no se lo permitiremos», declaró el jefe Juarez Saw. Después de cada frase, los oyentes respondían con un grito: «¡Sawé!», que se utiliza como saludo y como grito de guerra.
Ese mismo grito se oyó en diciembre en la cumbre sobre el cambio climático de las Naciones Unidas (COP 21) en París. Esa vez, una mujer estaba tras el micrófono, la nativa Mundurukú Maria Leusa Kaba, que fue a Francia para recibir el Premio Ecuador. El premio de la ONU reconocía la actitud del grupo indígena contra las centrales hidroeléctricas como una acción «de éxito sobresaliente en la promoción del desarrollo local sostenible».
Ya sea en Pará, París o Brasilia, los Mundurukú han demostrado en los últimos tiempos grandes habilidades en la participación política: han conseguido nuevas alianzas con destreza, han mantenido y reforzado alianzas del pasado y han conseguido a líderes dedicados que saben expresarse y han estudiado sus derechos según la ley brasileña, y que además conocen los mecanismos internacionales que se pueden utilizar para defender sus tierras.
Esta capacidad organizativa y estratégica —aunque perfeccionada con nueva agudeza en los últimos meses— es anterior al reciente debate de las centrales eléctricas, y proviene del legado Mundurukú. Los rituales políticos tradicionales de los Mundurukú se parecen a la democracia participativa en su estilo más íntimo de reuniones en el pueblo. Cualquiera —hombre o mujer, joven o viejo— puede hablar en las reuniones Mundurukú durante tanto tiempo como quiera. Todas las decisiones se toman por consenso, sin importar cuánto tiempo haga falta. Durante el acto maratoniano de cuatro días en septiembre, las discusiones empezaban al amanecer y se extendían hasta la puesta de sol. Un recipiente con harina y agua al que los asistentes daban sorbos para evitar el cansancio pasaba de mano en mano.
Los participantes podían hablar en Mundurukú o en portugués, pero la mayoría prefirió utilizar su lengua nativa, y no todo se traducía. «Hablar en Mundurukú es una forma de marcar nuestra diferencia en la forma de hacer política», explicó el historiador Mundurukú Jairo Saw. Los periodistas y aliados no indígenas que asistieron y no conocían el idioma, escuchaban las palabras prestadas del portugués que salpicaban el debate, palabras como: «científicos, demarcación, bloqueo, gobierno» y «preocupación».
Los asistentes Mundurukú también encontraron otra manera de mostrar su «preocupación» vivamente. Los hombres empuñaron armas durante el evento, llevaban sus arcos y flechas como recordatorio simbólico de la tradición guerrera de agresión y resistencia violenta que dio el nombre al grupo indígena en el pasado pero que se ha moderado en el presente.
De coleccionistas de cabezas a estrategas políticos
Los Mundurukú dominaban la cuenca del Tapajós antes de la llegada de los colonos portugueses; emprendían campañas sangrientas contra sus vecinos y sembraban el pánico entre otros grupos indígenas. «Se les considera la tribu amazónica más belicosa», explicó José Savio Lopoldi, antropólogo en la Univerisdad Federal Fluminense y experto en historia Mundurukú.
El nombre Mundurukú se lo dieron los grupos rivales y significa «hormigas rojas», en alusión a las feroces formaciones de batalla del grupo indígena. Según los archivos históricos, grandes grupos de guerreros orquestaban ataques sorpresa al amanecer con los que diezmaban la población adulta de sus rivales, y se llevaban las cabezas de sus enemigos como trofeo. Las cabezas se momificaban, se clavaban en largas lanzas y se mostraban a la entrada de los pueblos Mundurukú. La fama guerrera del grupo de extendió más allá de la cuenca del Tapajós, su hogar se conocía como Mundurukania, y algunas de las cabezas de sus rivales acabaron en colecciones de museos en Brasil, Inglaterra y Portugal.
«La cabeza humana significaba poder», explicó Jairo Saw. «Hoy estamos en otra época y luchamos nuestras batallas de otras maneras, pero el espíritu guerrero sigue vivo en nosotros».
Para Tiago Vekho —antropólogo en el Instituto Socioambiental, que está llevando a cabo una investigación doctoral sobre los Mundurukú—, la historia ayuda a explicar la forma que está tomando la resistencia actual del grupo. «Tenían una lógica espartana: era un sociedad centrada en la guerra», dijo. «Hoy en día, se consideran en guerra contra el gobierno [brasileño] y se puede ver en el día a día del pueblo que todos se están movilizando por esto».
Los Mundurukú no dudan en evocar su pasado combativo para dejar clara su opinión acerca de la actual disputa de las represas, la cual ven como una invasión patrocinada por el gobierno. Sus guerreros, por ejemplo, han marcado las fronteras de demarcación de las tierras indígenas de Sawré Muybu con señales que incluyen representaciones gráficas de cabezas momificadas —un aviso para cualquier que quiera entrar en las zonas habitadas por los Mundurukú.
Estas fronteras de autodemarcación tradicionales están consideradas por los Mundurukú como una de sus líneas de resistencia más estratégicas contra las presas hidroeléctricas y los depósitos. La Fundación Nacional del Indio (Funai) —institución del gobierno brasileño responsable de establecer y llevar a cabo políticas indígenas— ha retrasado su reconocimiento de las tierras indígenas de Sawré Muybu, lo cual ha hecho que los Mundurukú pierdan la paciencia con el proceso. Como desafío, el grupo ocupó la oficina local de Funai dos veces, pero sus acciones no tuvieron consecuencias concretas. También empuñaron machetes y cavaron zanjas a lo largo de la frontera.
Como reacción a las preguntas enviadas por Repórter Brasil, el departamento de prensa de Funai publicó una declaración que decía que el informe de reconocimiento de las tierras indígenas aún no se ha publicado debido a dos disputas oficiales: una presentada por el Ministerio de Minas y Energía, y la otra por el Ministerio del Ambiente, que están siendo evaluadas. «Tras esta etapa, el informe [de reconocimiento] se enviará a la presidencia de Funai para que el presidente lo tome en consideración y lo firme».
El afianzamiento de la frontera de Sawré Muybu no fue una acción local. Los Mundurukú son uno de los grupos indígenas más grandes de Brasil, con más 13 000 miembros. Cuando una comunidad o un grupo de comunidades se ven amenazadas de forma local, otras les muestran su apoyo. Durante la demostración de fuerza de la autodemarcación, por ejemplo, muchos guerreros viajaron tres día para ayudar a los que estaban directamente amenazados por las presas a cavar las zanjas.
«Vivimos en una zona tradicional que nos dejaron nuestros ancestros», dijo Jairo Saw. «Como la tierra es nuestra, hemos decidido dejar de esperar al gobierno [brasileño] y reclamarla nosotros mismos».
La capacidad de resistir y adaptarse a la presión es otra constante en la historia de los Mundurukú. A principios del siglo XIX, los portugueses firmaron un tratado con el grupo para reducir los conflictos. Cuando los misioneros católicos llegaron con la idea de catequizar y «civilizar», muchos Mundurukú tenían prohibido hablar su idioma nativo o practicar sus rituales tradicionales. Como oposición, el grupo indígena trabajó de forma cohesionada para conservar sus tradiciones mientras reinventaba su cultura para sobrevivir y evitar la dominación.
Aunque absorbieron prácticas católicas como el bautismo, los Mundurukú mantuvieron la fe en los rituales antiguos, el poder de los chamanes y su dios Karosakaybu. «Nunca tuvieron una religión institucional. Era una cosmología que acabó por adoptar la idea de un dios cristiano», explicó Tiago Vekho. A pesar de las décadas de prohibición misionera, el idioma Mundurukú sobrevivió y, en la actualidad, es la lengua más hablada entre la población. La mayoría de mujeres y niños no hablan portugués.
La resistencia al gobierno brasileño no es una novedad para el grupo. La clara demarcación de la tierra indígena Mundurukú, que se extiende en la parte norte de la cuenca del Tapajós, tiene como origen el deseo del grupo de evitar incursiones modernas. El proceso empezó en 1975 y ha sido una prueba en la que los Mundurukú han perfeccionado sus habilidades para escribir cartas al gobierno brasileño y construir un movimiento político.
Jairo Saw no era más que un niño entonces, pero recuerda a los adultos de varios pueblos reunidos para crear y debatir estrategias efectivas de demarcación legal en los 70. Hoy, es uno de los muchos representantes que viajan a Brasilia y al extranjero para presentar el caso del grupo contra las presas ante los cuerpos gubernamentales en las conferencias de la ONU. Los Mundurukú también han proporcionado información a la Fiscalía General para que pueda emprender acciones legales contra las centrales eléctricas propuestas.
Luchar contra las presas y formar alianzas
Los Mundurukú han obtenido mucha experiencia en la lucha contra las presas en los últimos años. En 2010, el gobierno brasileño consiguió avanzar con la gigantesca presa Belo Monte, a la que los Mundurukú se opusieron fervientemente. Junto con otros manifestantes indígenas, ocuparon repetidamente el lugar donde se iba a instalar Belo Monte, en Pimental, en 2012 y 2013, y paralizaron las obras de construcción. La presa se terminó en 2015, pero el litigio ha impedido que empiece a operar.
La experiencia de Belo Monte sirvió de lección para saber cómo actuar contra ese tipo de proyectos en el futuro, lecciones que ahora les pueden beneficiar en los esfuerzos por derrotar las centrales eléctricas del Tapajós. «El grupo indígena del Xingú perdió contra el gobierno porque había muchos grupos indígenas, algunos por fuerza, y acabaron divididos. Eso nos mostró que tenemos que estar unidos para fortalecer nuestra lucha», dijo Jairo Saw.
Los Mundurukú en la cuenca del Tapajós trabajan para afianzar la confianza y nutrir las alianzas con gran variedad de implicados, entre ellos otros grupos indígenas, los quilombola —descendentes amazónicos de esclavos fugitivos—, comunidades ribereñas locales, simpatizantes de las ciudades y organizaciones ambientales. «Nuestras luchas deben ir juntas», afirmó Jairo Saw.
La amplitud de esta alianza se hizo visible el año pasado en la reunión estratégica a la mitad del Tapajós. Asistieron más de veinte líderes locales Mundurukú, además de otros venidos de zonas remotas, junto con líderes de otras etnias y de las comunidades ribereñas cuyos miembros se verían afectados por las presas. También estuvieron presentes algunos representantes de la oficina del Fiscal General en Pará, que ha procesado 19 casos contra el gobierno y las empresas por violar los derechos de los indígenas locales y grupos ribereños. Además, había representantes de más de diez organizaciones sin ánimo de lucro, como Cimi, el Consejo Misionero Indígena, Greenpeace y FAOR, el Foro de la Amazonía Oriental.
«Los Mundurukú son un grupo muy politizado. Entendieron que no había forma de luchar contra la máquina del gobierno sin el apoyo de la sociedad brasileña, y que las ONG cumplen el papel de realizar esa conexión», dijo Danicley de Aguiar, de Greepeace.
Los Mundurukú planean aumentar aún más sus alianzas. Han ido a Brasilia varias veces para protestar contra medidas gubernamentales que afectan a los derechos de los indígenas, y para impulsar relaciones con nuevos posibles socios. Su viaje más reciente estuvo motivado por la PEC 2015, que otorga al brazo legislativo del gobierno federal el poder de crear nuevas fronteras para el territorio indígena.
«Sabemos que poner esta decisión en manos del sector de presión de la producción rural hará que la situación sea más difícil para nosotros y nuestra gente», explicó Rozeninho Saw Mundurukú, presidente de la Asociación Pariri, que representa a siete pueblos indígenas.
La economía del río contra la economía del dinero
Un nativo Mundurukú observa como sube y baja en nivel del río con la misma atención que un economista sigue la inflación o un inversor el mercado de acciones. Eso es porque el río es el fundamento de la supervivencia del grupo: el pescado les proporciona una fuente primaria de alimento, seguido de la caza, el forrajeo y la pequeña agricultura. Todas estas actividades dependen de la salud del bosque, que a su vez depende de la salud del río.
Por lo tanto, los Mundurukú ven los dramáticos cambios ecológicos que las presas del Tapajós acarrearían como un completo derrumbe económico. «Sabemos que la construcción [de las presas] lo cambiará todo. Con el fin del ciclo de marea alta del río, los árboles a lo largo de las márgenes se secarán y los peces ya no encontrarán comida», afirmó Jairo Saw. «Entonces los peces morirán».
Los científicos que han estudiado con atención las presas en otros lugares de la Amazonía brasileña han identificado consecuencias ambientales parecidas a los efectos que predice Jairo Saw. Uno de estos efectos es la pérdida del «bosque de várzea», vegetación que crece a lo largo de las márgenes del río y se adapta a estar sumergida de forma periódica cada año. «Ese bosque no está adaptado para estar bajo el agua todo el año y muere cuando se ve inundado por una reserva de agua», escribe Philip Fearnside, profesor de investigación en el Instituto Nacional de Investigación de la Amazonia (INPA) en el artículo «Consecuencias de las presas en el río Madeira de Brasil: lecciones sin aprender para el desarrollo hidroeléctrico en la Amazonía». Fearnside observó que en el caso de las presas del río Madeira, la vegetación del bosque de várzea murió al estar inundada permanentemente y se pudrió bajo el agua, un fenómeno que, según cuenta, podría haber contribuido a la muerte de los peces del río.
«Tuve que estudiar mucho para llegar a esa conclusión», dijo Jansen Zuanon, biólogo del Instituto Nacional de Investigación de la Amazonia. Como invitado a intercambiar conocimientos con grupos indígenas, fue una de las personas contratadas por Greenpeace para llevar a cabo una series de análisis que cuestionaban el Estudio de Impacto Ambiental (EIA) encargado por el gobierno para las presas del Tapajós.
El EIA oficial, que todavía está siendo analizado por Ibama, el Instituto Brasileño de Recursos Ambientales y Renovables, concluye que los impactos de las presas en la biodiversidad local serían aceptables. Sin embargo, el análisis encargado por Greenpeace y desarrollado por instituciones como la Universidad Federal de Pernambuco y el INPA, concluye que las presas hidroeléctricas y los depósitos de agua pondrían en peligro el ecosistema y amenazarían la supervivencia de los peces, aves y plantas. El análisis no gubernamental señalaba problemas fundamentales en la metodología del EIA, el análisis de la información y los inventarios de plantas y animales, y urgió al rechazo del estudio oficial.
El grupo responsable de llevar a cabo el EIA oficial, el Grupo de Estudio del Tapajós, está compuesto por nueve empresas privadas y públicas que tienen relación con las presas del Tapajós, entre ellas Eletrobras y CEMIG, dos grandes servicios eléctricos, y Camargo Corrêa, gran empresa de construcción brasileña —entidades que podrían obtener beneficios económicos de estos proyectos. En una respuesta por escrito a las preguntas en torno a este artículo, el Grupo de Estudio del Tapajós afirmó que estaba manteniendo reuniones con Ibama para investigar el informe en más detalle. El organismo no publicará la versión final hasta que no haya acabado la investigación.
«Vale la pena enfatizar que las centrales eléctricas del río Tapajós garantizarán el suministro de energía limpia y renovable», escribió el Grupo de Estudio del Tapajós en su respuesta a Repórter Brasil. «También beneficiarán a la población local, ya que les proporcionarán trabajo e ingresos, lo cual permitirá el desarrollo social y económico de esta región del país».
Hasta ahora los Mundurukú y sus aliados, junto con el Fiscal General de Brasil, consideran un triunfo el haber presentado argumentos sólidos que cuestionan el proyecto del Tapajós, y el haber frenado su progreso. La subasta de concesión para la central eléctrica de São Luiz do Tapajós (en la cual las empresas competirán por el derecho a construir la presa y vender gran parte de su energía), fue anunciada para 2014, luego para 2015, y ahora se ha retrasado a la segunda mitad de 2016. En junio de 2015, el presidente de la Empresa de Investigación Energética (EPE) —empresa de planificación de la energía federal de Brasil— reconoció que los asuntos ambientales son un problema para otorgar la licencia.
Los Mundurukú se ofenden cuando los representantes del gobierno de Brasil sostienen que el proyecto de construcción generará un crecimiento económico. Dicen que están cansados de explicar que ciertos tipos de riqueza —sobre todo los que valoran los Mundurukú— no se pueden medir con dinero.
«Hay “escrituras” por todo el río Tapajós, en su cuerpo, en los árboles y en las rocas que nos hablan», dijo Jairo Saw. «El hombre blanco no puede leerlas, pero nuestros chamanes, sí, porque las ven con un ojo espiritual. Todo esto es sagrado, es parte de quién somos y debería respetarse».
«No hay dinero que pueda comprar esto», dijo Maria Leusa. «No podemos vender ni una gota, ni una piedra. No hay negociación».