- En el marco de una iniciativa creada para restaurar las poblaciones de las tortugas gigantes de galápagos, en noviembre del 2017 se censó por primera vez en toda su área de distribución a los ejemplares que habitan en la isla San Cristóbal, la menos conocida de las 11 especies de tortugas que sobreviven.
- ¿Son las actuales amenazas las mismas que extinguieron a cuatro de las originarias especies de tortugas terrestres de Galápagos? ¿Es la crianza en cautiverio la única vía de restablecer a estas poblaciones?
No son solo leyendas isleñas. Durante el siglo XVIII, piratas europeos soltaron sus anclas en las Galápagos tras obtener sus ansiados botines atracando las costas que integraban sus rutas de navegación. Huían, no querían ser encontrados, entonces allí se refugiaban. En ese archipiélago despoblado, aún escondido. Y allí, anclados a la orilla, incidieron en la futura extinción de la más emblemática e icónica de las especies de estas islas.
No son solo leyendas isleñas porque documentación e investigaciones dan cuenta de que aquellos personajes existieron y se dice —aunque esto sí sea más leyenda— que hasta podrían haber dejado sus propios tesoros soterrados en el que es uno de los tesoros de Ecuador: su región insular, Patrimonio Natural de la Humanidad desde 1978 y Reserva de Biosfera desde 1985. El libro “Piratas en Galápagos (1680-1720)”, del ecuatoriano Sebastián Donoso lo postula. En su obra, Donoso relata cómo ante las dificultades para conseguir comida, las tortugas terrestres y las marinas, así como las iguanas y lobos marinos, se convirtieron en las presas del hambre de los piratas.
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Y lo que ellos podían considerar un acto anodino propulsado por su instinto de supervivencia, dejó su huella en la historia de la disminución de la población de las tortugas gigantes de Galápagos. Se trata de los herbívoros principales y dominantes de la cadena trófica de sus ecosistemas y que a nivel morfológico se pueden distinguir así: las tortugas tipo montura, cuyo caparazón se asemeja a una silla de montar; y las tipo cúpula, que son más grandes que las tipo montura, más redondas y más exitosas en su anidación poniendo en promedio entre 14 y 16 huevos por nidada a diferencia de las tortugas tipo montura, cuyas nidadas son de entre cinco y seis.
Estas características las describió Washington Tapia, el director de la Iniciativa para la Restauración de las Tortugas Gigantes (Giant Tortoise Restoration Initiative – GTRI) que empezó en 2014 y ejecutan la Dirección del Parque Nacional Galápagos (DPNG) y la ONG estadounidense Galapagos Conservancy. Esta iniciativa vio su génesis en un taller que organizaron ambas instituciones en 2012 para juntar a los investigadores que trabajaban con tortugas con el objetivo de elaborar una estrategia que incluyera las necesarias acciones de manejo y de investigación de las poblaciones de tortugas gigantes para los próximos 15 años.
De acuerdo con Tapia, en el pasado el archipiélago albergó entre 200 000 y 300 000 tortugas. “Una gran cantidad de estas fueron sacadas por piratas, balleneros, como fuente de carne fresca en aquella época y justamente las especies tipo montura [las cuatro ya extintas son de esta variedad morfológica] fueron las más afectadas porque viven en áreas cercanas a la orilla. Dado su tamaño más pequeño que las cúpulas, seguramente eran más fáciles de transportar, entonces eso redujo muchísimo la población”, indicó a Mongabay Latam.
Por su parte, Danny Rueda, Director de Ecosistemas del Parque Nacional Galápagos (PNG), comentó que los bucaneros y piratas se llevaban a las tortugas en sus viajes como carne fresca. “La tortuga podía ir en el barco cinco meses, seis meses, sin agua, sin comida y ellos obviamente la utilizaban como alimento, lo que no podían hacer con ganado u otro tipo de animal porque debes suministrarle agua y comida”.
Para dimensionar y graficar el problema que causaron estas acciones del hombre, Washington Tapia recordó que en el caso de territorios como el de Española –donde habita la especie Chelonoidis hoodensis– hay registros que evidencian que “por lo menos 5000 tortugas fueron sacadas, al punto de que cuando empezaron los trabajos de conservación, a inicios de los 60, quedaban solamente 14 individuos en toda la isla. Algo parecido pasó en Pinta. Algo parecido pasó en Pinzón y en Santa Fe”.
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Ante esas críticas circunstancias, no todas esas poblaciones pudieron restablecerse. La depredación humana terminó por extinguir a cuatro de las especies de tortugas gigantes que habitaron en Galápagos: la de Floreana (Chelonoidis elephantopus), la de Fernandina (Chelonoidis phantastica), la de Santa Fe (Chelonoidis sp) y la de Pinta (Chelonoidis abingdoni).
Por este motivo actualmente quedan 11 de las primigenias 15 especies que habitaron distribuidas en el archipiélago. Previo a la implementación de la GTRI se pensaba que existieron solo 14, por eso Tapia resalta la descripción de una nueva tortuga gigante como uno de los resultados e hitos de la iniciativa.
“La especie que se describió a finales del 2015 fue la Chelonoidis donfaustoi, la tortuga del Este de Santa Cruz. Hasta antes de este trabajo solo se pensaba que había una especie en Santa Cruz, la Chelonoidis porteri. A partir del 2015, con la descripción de la Chelonoidis donfaustoi tenemos que hablar de las tortugas del este de Santa Cruz, que es la nueva especie; y las tortugas del oeste de Santa Cruz que es la especie que conocíamos en el pasado”, aclaró Tapia.
Este biólogo de 45 años de edad y miembro de Galapagos Conservancy también indicó que la población de tortugas en el archipiélago hoy en día es de “un 10 %, 20 % tal vez, de lo que idealmente debería existir”. Basándose en datos de a mediados del 2016 y aproximándose a lo referido por Tapia, Danny Rueda dijo que el número de tortugas bordea los 46 000 individuos entre las once especies que quedan.
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Rueda, quien ha dedicado 14 de sus 38 años a laborar en el Parque Nacional Galápagos (PNG), agregó otro factor a la historia de la disminución de las poblaciones de tortugas gigantes en el archipiélago. Con la navegación de los piratas y balleneros hacia las islas, señaló, llegaron “especies invasoras agresivas como chanchos, hormigas y ratas, y estas tortugas, al no tener una capacidad de defensa muy alta, porque sabemos que la tortuga no es muy ágil, fueron disminuidas también por consumo de especies invasoras. Eso aún lo tenemos”, afirmó.
Para Óscar Carvajal, Responsable del Proceso de Ecosistemas de la Unidad Técnica Isabela, este es “uno de los problemas más grandes que hay y la amenaza actual en algunas islas, especialmente en las pobladas”. Carvajal se refirió a “algunas islas” porque en hay otras en las que las especies introducidas han podido ser erradicadas. En Santa Fe, Española, Santiago y Pinta, por ejemplo, ya no existen cabras, animales que competían con las tortugas por alimento. En Santa Cruz, no obstante, los cerdos todavía representan un riesgo que se intenta controlar con “otras actividades de manejo como la protección de nidos”, mencionó Carvajal.
Hallazgo inesperado
Diciembre del 2016 fue un mes importante para las tortugas gigantes de Galápagos, consideradas las “ingenieras del ecosistema” ¿Por qué? Tapia lo explicó: “Cuando uno trabaja con tortugas en realidad no trabaja solo con ellas, sino con el ecosistema en su conjunto porque dado su tamaño, la gran cantidad de alimento que consumen, lo buenas dispersoras de semillas que son, con sus actividades y movimientos las tortugas moldean el ecosistema. Crean condiciones para que otras especies, tanto de plantas como animales, se puedan desarrollar“.
Detallando un poco más esta función de los grandes reptiles de las islas, Carvajal comentó que “si hay una parte del ecosistema que está cerrado, la tortuga camina, abre ese espacio y de pronto empiezan a llegar aves para consumir las semillas que estaban tapadas por la vegetación y que antes no veían”. Por lo tanto, en términos de conservación, la disminución o desaparición de las gigantes de Galápagos no solo representaría la extinción de una especie, sino el desequilibrio de la dinámica de los ecosistemas donde esta se desarrolla.
Pese a su importancia y rol ecológico, se trata de una especie cuya ficha histórica sigue presentando vacíos. En la década del 60 se empezó a estudiar de la mano de la Fundación Charles Darwin. “De ahí nació el programa de crianza y reproducción en cautiverio de las poblaciones más amenazadas… Sin embargo, con el paso de los años, la creación de la Reserva Marina, con todo lo que ha ocurrido en los últimos 50 años, las responsabilidades del parque se fueron multiplicando y el tema tortugas no es que no tuviera atención, sino que se volvió, digamos, en algún momento, en una actividad rutinaria más. Pero había muchos vacíos de conocimiento y de qué realmente estaba pasando con todas las poblaciones, especialmente con las que eran las más desconocidas como la de San Cristóbal”, indicó Tapia.
Este especialista en Conservación de la Biodiversidad en los Trópicos apuntó a que la falta de datos sobre esta especie de tortuga gigante responde al “muy poco trabajo de monitoreo de su población” que se había hecho: “Probablemente, debido a que se sabía que en su área de vida hay cabras salvajes, competidoras pero no depredadoras, se priorizó el monitoreo de otras poblaciones en donde sí había depredadores como el caso de Santa Cruz o Santiago, donde hubo cerdos introducidos que destruían los nidos”, puntualizó.
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Llenar esos vacíos de conocimiento fue una de las dos razones por las que se creó la Iniciativa para la Restauración de Tortugas Gigante, que él preside. La segunda, agregó, fue el cambio en la filosofía de manejo del parque. “Ahora trabajamos no con la especie en sí, sino con su ecosistema. Es decir, el trabajo con tortugas no se limita a reproducirlas y regresarlas a su hábitat natural, sino que consiste en paralelamente eliminar las amenazas que estas pudieran encontrar en sus lugares de origen, especialmente en lo que a especies introducidas se refiere”, sostuvo a Mongabay Latam Walter Bustos, director del PNG.
De acuerdo con Tapia, la GTRI comprende siete componentes o líneas estratégicas de manejo de las que a su vez se desprenden más proyectos y actividades. Una de estas líneas de trabajo es el monitoreo poblacional y sanitario de las tortugas y su implementación ya levantó resultados que se dieron a conocer el 20 de diciembre del 2016.
Ese día, las autoridades de la DPNG informaron que luego de analizar los datos recolectados por la expedición que había censado a las tortugas gigantes de San Cristóbal (Chelonoidis chatamensis) un mes antes, estimaban una población aproximada de 6700 individuos, con un alto porcentaje de juveniles y hembras, “lo que evidencia que se trata de una especie que en términos ecológicos está en proceso de recuperación“.
A lo largo de dos semanas, un equipo de 70 personas –entre guardaparques de la DPNG y científicos de Galapagos Conservancy– recorrió unos 150 kilómetros cuadrados desde el límite entre la zona agropecuaria hasta el área de Punta Pitt, en el extremo noreste de la isla. Los registros y el conteo dieron un giro a la trama de la historia de la disminución de las tortugas gigantes de Galápagos. Se pensaba que allí habitaban entre 800 y 1000 individuos de la Chelonoidis chatamensis cuando en realidad existen cerca de 7000 tortugas.
Aunque todavía hay datos y muestras que deben someterse a más análisis, Tapia, quien lideró esa expedición y coordina la investigación, atribuyó la recuperación de la especie al programa de control y erradicación de especies introducidas que en el transcurso del tiempo ha mantenido la DPNG, a la ausencia de depredadores y a la estratégica ubicación de la zona de anidación en esta isla. Se sitúa, dijo, en un sector donde aparte de no haber depredadores, las condiciones climáticas son favorables para las tortugas. “Incluso si es que hay lluvias, por la pendiente que existe, no se van a podrir los huevos, por ejemplo, en el caso de un evento de El Niño”, afirmó.
Pero una extrema sequía, como la que se registró el año pasado y en la que para los especialistas toma parte el cambio climático, sí puede tener severos impactos en las poblaciones. Esta anomalía climatológica conlleva falta de alimento, lo que incide en la supervivencia de las tortugas neonatas y en los juveniles, que al ser más pequeños pueden resistir menos que los adultos. Sin embargo, el censo de la población de tortugas de San Cristóbal también evidenció que a pesar de la sequía, la sobrevivencia de crías fue alta.
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Mientras los ejemplares de las gigantes de San Cristóbal eran censados en su estado silvestre, 87 tortugas Chelonoidis darwini, que permanecían en el Centro de Crianza Fausto Llerena de la isla Santa Cruz, y 247 Chelonoidis guntheri y Chelonoidis vicina, que pasaron sus primeros años de vida en el Centro de Crianza Arnaldo Tupiza de la isla Isabela, aguardaban lentas como solo ellas son y comiendo mucho, como solo ellas lo hacen, sus últimos días de vida en cautiverio.
Esa vida, no obstante, no dista mucho de la que tienen en libertad o, al menos, eso se intenta. Carvajal refirió que los corrales de anidación “son bastante amplios y bastante parecidos a lo que es el estado natural de las tortugas, es un ambiente bastante seco, hay bastante tierra, está prácticamente descubierto de vegetación, es muy similar solamente que están encerradas, están puestas con muros para que no se puedan ir”.
La DPNG, además de erradicar a las especies que amenazan la conservación de su flora y fauna endémica y emblemática, desde la década de 1970 mantiene un programa reproducción en cautiverio y posterior repatriación de tortugas que se constituye —según las autoridades del parque— en “uno de los más exitosos desarrollados en el archipiélago” y es el que ha permitido que “hoy el territorio insular cuenta con una población importante de tortugas”.
No solo tortugas
El programa, que es ahora uno de los componentes de la Iniciativa para la Restauración de Tortugas Gigantes y un reflejo de los alcances que ha tenido desde que se empezó a implementar hace tres años, permitió restaurar a la población de la iguana terrestre de la isla Baltra (Conolophus subcristatus), que se encontraba en riesgo por la presencia de especies invasoras como ratas, gatos y cabras. “Fue necesario iniciar un programa de reproducción en cautiverio en vista de que la población estaba muy disminuida y este programa fue cerrado en el 2008 una vez que se lograron reintroducir alrededor de 400 o 500 iguanas terrestres a Baltra. Actualmente esas iguanas ya se reproducen de forma natural y según el último censo hemos logrado establecer una población de arriba de 1200 iguanas. La población se recuperó y ya tiene un proceso natural. Hasta el 2008 se hizo la última reintroducción de iguanas y ya no intervenimos, pero en estado natural se reproducen con éxito”, aseguró Rueda.
La especie, catalogada como Vulnerable en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), pudo recuperarse en número de ejemplares en Santa Cruz. En esa isla opera desde 1965 el más antiguo de los tres centros de crianza en cautiverio que hay en Galápagos. Los otros están en Isabela, que trabaja desde 1994, y en San Cristóbal, que empezó sus operaciones en 2002.
Carvajal, quien participó y dirigió a los guardaparques en la última repatriación de tortugas que salieron desde Isabela, dice que además se está intentando aplicar el programa de crianza en cautiverio al pinzón de manglar (Camarhynchus heliobates), cuya mortalidad es del 95 % durante los primeros meses de la temporada de crianza en condiciones naturales, principalmente, por la presencia de la mosca parasitaria introducida (Philornis downsi).
En el caso de la reproducción en cautiverio de las tortugas gigantes, Carvajal explicó que esta consiste en llevar a los centros de crianza individuos adultos, hembras y machos, para que se reproduzcan, esperar a que aniden y una vez eclosionados incubar los huevos artificialmente para evitar su mortalidad. Rueda señaló que en estado silvestre la tasa de supervivencia de las tortuguitas es del 20 %, un porcentaje que se asocia a la presencia de su único depredador natural: el gavilán de Galápagos (Buteo galapagoensis), única ave rapaz diurna del archipiélago.
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El cautiverio, en cambio, eleva esa tasa a cerca del 70 % porque las tortugas son repatriadas en promedio a los cinco años siempre y cuando cumplan con un parámetro morfológico: que el largo curvo de su caparazón mida al menos 23 centímetros. De no alcanzar ese crecimiento, el individuo, aunque esté considerado para integrar la repatriación, deberá esperar uno o dos años más para regresar a su estado natural.
En total, desde que comenzó el trabajo del centro de crianza de Santa Cruz, 6851 tortugas han sido repatriadas y devueltas a su estado natural: 65 de San Cristóbal, 573 de Santa Cruz, 1825 de Española, 1171 de Santiago, 837 de Pinzón, 2175 de Isabela. Además, 205 han sido llevadas a Santa Fe.
Este último es un caso particular porque la de Santa Fe (Chelonoidis sp) es una de las cuatro tortugas gigantes ya extintas. “Mucha de la vegetación que Santa Fe tiene, los cactus sobre todo, no estaba germinando porque no había espacios abiertos y obviamente ya no había espacios abiertos, porque ya no había tortugas que abran los espacios”, comentó Rueda para dar cuenta de los efectos que su desaparición estaba produciendo en esta área del archipiélago.
Por este motivo, para equilibrar a ese ecosistema se han reintroducido ejemplares de tortugas pero de la especie de la isla Española. Los científicos de la GTRI indicaron a Mongabay Latam que las Chelonoidis hoodensis son las genéticamente más cercanas a las Chelonoidis sp. El primer repoblamiento a Santa Fe se dio en 2015 con la liberación de un grupo de 207 tortugas juveniles. Los monitoreos posteriores, según los miembros de la GTRI, ya muestran cambios positivos en el ecosistema y, en promedio, una tasa de sobrevivencia del 100 %, “lo que sugiere que estamos haciendo bien (las cosas)”, destacó Tapia.
La restauración ecológica de la isla Santa Fe a través del restablecimiento de la población de tortugas es el tercer componente de la GTRI, cuyo financiamiento proviene principalmente de fondos levantados por Galapagos Conservancy (la DPNG aporta con el personal y la logística) y cuya necesidad de emprenderse nació en aquel taller de 2012 y que casualmente — recordó Tapia— se realizó dos semanas antes de que sin dejar descendencia muriera el Solitario George, el último ejemplar que quedaba vivo de la especie de Pinta.
Todo tiene un fin
A pesar de que el problema (y amenaza) que comenzó siglos atrás aún persiste, la historia que lo encierra sigue tejiéndose, pero ahora en una trama para la que ya se tiene un final ideal. Un final que considerando resultados como los del censo a la población de tortugas gigantes de San Cristóbal sí se podría escribir para garantizar que el episodio del Solitario George no se repita.
La reproducción y crianza en cautiverio no es la única forma de cumplir este propósito. Danny Rueda sostuvo que existen dos formas de manejar poblaciones que se encuentran amenazadas: una es el manejo in situ y otra, el ex situ. “El ex situ es el centro de crianza, donde sacas la especie de su estado natural, en este caso, nosotros recolectamos huevos y los llevamos al centro a su reproducción, eclosión y luego a su crianza en cautiverio por seis años. Pero también hacemos manejo in situ en los sitios de anidación de tortugas terrestres, los guardaparques están yendo de forma permanente a hacer control de especies introducidas. Ellos hacen una protección de los nidos de tortugas poniendo mallas para evitar que los cerdos salvajes se los coman y se tiene equipos en estos sitios de anidación, de forma permanente, evaluando el porcentaje de reproducción que hay en estado natural. Eso también ayuda a que la población se mantenga saludable entonces se combinan los dos aspectos”, destacó.
La idea, agregó, no es perpetuar la reproducción y crianza en cautiverio: “El deseo es que en algún momento año a año podamos repatriar menos. Cuando estemos repatriando menos tortugas y en algún momento ya nunca más repatriemos, es un indicador de que el estado de salud poblacional de las tortugas en estado natural es aceptable o es excelente”.
Rueda advirtió que repatriar anualmente un mayor número de tortugas es un mal indicador de manejo. “Me quiere decir que las poblaciones están siendo más afectadas en el campo, en estado natural. Repatriar más tortugas no es un buen indicador y por eso mantenemos un número aceptable entre 250 y 300 tortugas al año”, sostuvo.
Óscar Carvajal coincidió: “Lo que al final a nosotros nos interesa es que las poblaciones que han sido afectadas puedan ser restauradas, pero también que en algún momento los programas en cautiverio se cierren. ¿Por qué? Porque el programa en cautiverio tiene un fin: el fin es que la población esté restaurada, en el momento en el que la población esté restaurada, los centros de crianza ya no tienen sentido”.
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