Fernando Trujillo, director científico de la Fundación Omacha, en Colombia, está convencido de que un científico latinoamericano debe tener un rol distinto, no solo dedicado a recoger datos y escribir papers, que ya es una labor clave. El científico debe ir más allá y tener un papel activo en lo político, lo social y lo económico para que sus estudios puedan llegar a los tomadores de decisiones y tener impacto en las poblaciones involucradas.
Trujillo es un apasionado de los delfines y desde hace 30 años lidera investigaciones con esta especie en el Amazonas. Recuerda que la primera vez que navegó en el Amazonas, a los 19 años, entendió que nosotros, los humanos, no somos los dueños del planeta, sino solo los usuarios. Por eso, su firme convicción de que para ser científico se debe tener mucha pasión, pero también humildad.
Sus estudios empezaron en un pequeño pueblo —comenta a Mongabay Latam— y ahora su campo de trabajo se extiende a más de siete millones de kilómetros cuadrados, en los seis países de la cuenca del Amazonas.
¿Por qué eligió el camino de la ciencia?
Al haber nacido en un país como Colombia, crecí rodeado de lugares como la Orinoquia y de muchos animales y especies alrededor. Además, teniendo dos océanos en mi país, me incliné desde muy joven por la biología marina y creo que también fui influenciado por documentalistas como Jacques-Yves Cousteau y Félix Rodríguez de la Fuente.
¿Es difícil dedicarse a la ciencia en Latinoamérica?
Hacer ciencia en Latinoamérica es muy complejo por varias razones. Tenemos una limitante que es el idioma, porque producimos la mayor cantidad de documentos en español y en portugués, pero para que tenga una validación científica a nivel internacional debemos publicar en inglés y asistir a congresos de habla inglesa, entonces, competir en una lengua que no es la nuestra nos obliga a volvernos expertos en ese idioma.
Otra limitante es que en Latinoamérica todavía se ve la investigación científica como una aproximación romántica, como algo idealista, como algo adicional a lo que debe hacer la sociedad y no tiene la relevancia que le dan en otros países. En otros lugares ya se han dado cuenta que la investigación científica conduce al desarrollo de tu nación, a la conservación de su patrimonio natural. Pero en América Latina todavía estamos muy lejos de tener esa conciencia.
Otro factor tiene que ver con las amenazas a los investigadores, pues cuando se hace investigación científica y se demuestra que hay procesos en el país que se están haciendo mal, el científico en América Latina puede ser fácilmente amenazado y como han demostrado muchas cifras, muchos de los científicos ambientalistas terminan siendo asesinados. Latinoamérica tiene esas particularidades.
¿Qué es lo mejor de ser científico?
Creo que la posibilidad de mantener la curiosidad que tienen los niños y que a veces perdemos en la adultez. Ser científico nos permite ser inquisitivo y curioso. En mi caso, además, me ha permitido viajar mucho, conocer diversos lugares, interactuar con muchas personas y estar en un proceso constante de aprendizaje. Tengo una carrera, una maestría y un doctorado y estoy lejos de sentir que sé absolutamente todo lo que tengo que saber. Es la posibilidad de actuar con gente lo que me abre un montón de oportunidades y de mover el campo científico en diferentes direcciones.
Otra particularidad en América Latina es que no puedes ser científico como en Europa, que solo produces datos y los publicas en un paper, esperando que alguien tome decisiones alrededor de esa investigación. En Latinoamérica ser científico significa ir más allá, llegar también a los tomadores de decisiones, interpretar las necesidades y los conflictos en comunidades locales donde trabajas en conservación de especies y mover esa ciencia en un ambiente no solo científico sino social, económico y político.
Te doy un ejemplo, en el Amazonas, hace muchos años, en un recorrido en el Ecuador, vi que un pescador llevaba un manatí muerto en su canoa y llega a un puesto militar. Pienso que allí le decomisarán el animal y lo sancionarían, pero cuando me acerco a la orilla donde están los militares me doy cuenta de que son dos muchachos muy jóvenes, con hambre, que ven en esa canoa la oportunidad de conseguir algo de comida y que entienden que ese manatí, a pesar de ser una especie amenazada, significa dos semanas de comida para ese pescador, su familia y parte de la comunidad. Entonces te preguntas cómo juzgar si no generas alternativas económicas que permitan que esos dos mundos entren en contacto: el mundo científico occidental donde estos animales están amenazados y no podemos matarlos, y el mundo real donde hay hambre, hay falta de presencia del Estado. Debemos armonizar esos dos mundos. El científico además de generar datos, tiene que incursionar en el análisis social y en el campo político para tratar de solucionar esas cosas.
¿Cuáles son los riesgos de dedicarse a la ciencia? ¿recuerda alguna historia en especial?
Si se mira países como Bolivia, Perú y Ecuador, donde en los años 50 llegaron muchos investigadores norteamericanos y europeos para impulsar la investigación científica y se compara con Colombia, donde no pasó eso porque estaba catalogado como un país riesgoso. Sucede que como científicos tuvimos que formarnos en universidades de Estados Unidos, Canadá y Europa y luego regresar al país para hacer nuestro trabajo.
Le cuento una anécdota, en el año 1994 tenía una expedición por el río Guaviare, en Colombia, con unos holandeses, para contar delfines. Cuando todo estaba listo nos avisaron del Ministerio de Defensa que era muy riesgoso, que estaban esperándonos para secuestrarnos y tuvimos que ir al río Caquetá. Solo pude ingresar al Guaviare 22 años después, cuando se firmó el acuerdo de paz entre el gobierno y las FARC. Entramos para un recorrido de mil kilómetros, con un equipo de científicos, y nos interceptó el único grupo de las FARC que no se había desmovilizado, subieron armados a nuestro bote y, felizmente, cuando explicamos qué hacíamos, nos dijeron que no nos preocupemos, que no hay problema, y continuamos la expedición. También me pasó con el río Arauca, que llevaba muchos años sin poder entrar y recién fui hace unos meses. Mi país es muy complejo en el tema de seguridad.
¿Cómo considera que se encuentra su país en cuanto a investigación científica?
Creo que hay gente muy bien calificada, hay buenas universidades y buenos institutos de investigación, pero tenemos dos limitantes: la primera es el acceso a recursos económicos que permitan la continuidad en estos procesos de investigación. Y la segunda, que estas investigaciones lleguen a quienes toman las decisiones y realmente lo hagan. Se han cometido errores ambientales gigantescos en otros países y a veces, en tu país se incurre en los mismos desaciertos. Creo que hay una masa crítica en Colombia, creo que estamos bien, pero nos falta más fuerza y poder en el ámbito político para tomar decisiones adecuadas.
¿Considera que las investigaciones pueden cambiar la vida de las personas? ¿algún ejemplo suyo?
Creo que sí, que la cambias en muchas medidas. Al científico lo puede hacer más riguroso, inquisitivo, curioso, pero las investigaciones científicas aplicadas en el campo de la conservación, en el campo pragmático que generen alternativas para las personas pueden cambiar la vida.
Yo empecé a trabajar con delfines hace 30 años con una visión romántica, tenía 19 años y quería salvar el mundo y a los delfines. Después me di cuenta de que a través de ellos podía evaluar el impacto de la sobrepesca, de la deforestación, de la contaminación por mercurio, un montón de variables que trabajamos para crear alternativas económicas en esa región y mejorar el nivel de vida de los indígenas. Hicimos acuerdos para recuperar el stock pesquero y eso cambia vidas desde la perspectiva de una ciencia aplicada y concertada con las personas. A veces los indígenas me dicen que no están de acuerdo con la investigación científica, pero yo les pregunto ¿cómo sabe usted cuántos pescados puede sacar de su lago o cuántos arboles puede cortar en su comunidad? Ellos responden que habría que contarlos y les explico que eso se llama investigación. Estamos promoviendo investigación participativa con los mismos indígenas y eso cambia vidas.
¿Qué investigación está desarrollando actualmente?
Como Fundación Omacha estamos liderando diferentes procesos, con especies marinas, en agua dulce y especies terrestres como jaguares y armadillos. Uno de los más ambiciosos ha sido con los delfines de río (Platanistoideos), que ya lleva 30 años, empezamos en un pequeño pueblito en el Amazonas y ahora nuestra zona de estudio son 7 millones de kilómetros cuadrados y los seis países de la cuenca del Amazonas. Hemos logrado crear una red de trabajo con científicos de todos estos países y recientemente iniciamos un proyecto colocando transmisores satelitales en delfines de río. Hemos marcado 11 delfines hasta ahora pero la idea es llegar a 50. Estos delfines nos están dando información sobre los problemas de conectividad en el Amazonas. La gran cantidad de empresas hidroeléctricas que se están construyendo en Brasil y Bolivia están fragmentando los ríos, limitando el movimiento de los peces y los delfines nos pueden contar historias de cómo esta fragmentación está afectando a muchas especies acuáticas.
¿Quién es el científico que más lo inspira y qué le diría si pudiese hablar con él?
Sin lugar a dudas, cuando estaba empezando la universidad, me impresionó mucho Carl Sagan con su programa de televisión Cosmos, que ofrece un sentido universal del planeta y sobre todo de mucha humildad en la ciencia. Sagan rescató algo muy importante y fue su capacidad de traducir la ciencia a un lenguaje popular para que la gente entienda de qué se trataban las cosas, porque a veces los científicos creemos que entre más enredado hablemos, nos vemos más inteligentes. Creo que debemos ser capaces de explicar a cualquier persona la importancia de una especie y la necesidad de conservar un ecosistema. Sagan ha sido una persona inspiracional. También los documentales de Cousteau y Félix Rodríguez de la Fuente, un médico español apasionado por la naturaleza. Recuerdo que cuando estaba terminando el colegio me preguntaban mi inclinación vocacional, yo les decía quiero ser científico, pero también humanista, y me decían no es posible son cosas diferentes. Hoy creo que son necesarias esas complementariedades, no se puede ser un científico frío sin ningún tipo de causa diferente a la personal, son causas más holísticas, globales, generosas. Claro que hay que publicar, pero si esas publicaciones no llegan adónde tienen que llegar, no has logrado mayor cosa.
¿Qué le diría a un joven que quiere dedicarse a la ciencia?
Que el camino es difícil, tortuoso, con muchos retos y que tiene que mantener la pasión durante todo el proceso, porque es el motor que lo ayudará a resolver muchos obstáculos y conseguir cosas. Y sobre esa pasión se debe incluir una buena dosis de humildad, algo que a veces se le extirpa al científico y genera distanciamiento con la gente, con los políticos, con todo el mundo. Se forma una pequeña burbuja de sabios que no resuelven nada. Entonces, pasión y humildad.
¿Cuál ha sido la escena, el momento o instante inolvidable para usted?
A los 19 años, cuando llegué al Amazonas, con la arrogancia de un universitario, pensando que sabía de todo, y en ese lugar tan biodiverso me sentí insignificante y, por primera vez, me sentí parte del planeta. Estaba en una canoa, en el río Amazonas, rodeado de delfines, con aves alrededor y dije: ‘Dios mío, hay que hacer algo por este planeta, nosotros no somos los dueños, somos usuarios’. Y esa fue la primera vez que vi esos delfines en el Amazonas y fue inolvidable.
Aquí algunas de sus investigaciones
Estimación de abundancia del delfín Mekong
Estudios de Fauna Silvestre en Ecosistemas Acuáticos
Plan de conservación y manejo de mamíferos acuáticos del departamento del Magdalena
Guía de Observación Responsable de Toninas y Turismo Fluvial en el Departamento del Meta