- Por su defensa del territorio pemón, la lideresa Lisa Lynn Henrito Percy ha sido acusada por el alto mando militar venezolano de “secesionista” y “traidora a la patria”.
- En un contexto de liderazgo predominantemente masculino, la dirigente indígena destaca por su tenacidad en la defensa de la tierra y la autodeterminación de su pueblo, en una región amenazada por la minería y el contrabando.
*Este reportaje de Runrunes es parte del Especial Tierra de Resistentes II que puede ser visitado aquí.
Una mujer pequeña de cabellera larga y oscura encara a un mayor del Ejército venezolano que es custodiado por tres uniformados verde oliva. Ni las insignias ni la estatura de los hombres parecen cohibirla. “Si ustedes quieren hacer en este municipio lo que están haciendo en todo el país, están muy equivocados. Porque aquí hay pueblo y no lo vamos a permitir”, les dice. Con gestos altisonantes, se impone en la discusión con el militar que pretendía burlar un punto de control indígena en una carretera de la Gran Sabana, al sur oriente de Venezuela. “Ustedes están cuidando sus intereses. Nosotros estamos defendiendo los nuestros. Tú sabes bien quiénes son los corruptos aquí y ahora pretendes acusar a todo un pueblo”, remarca ella en un video anónimo.
La mujer que con tono firme logró el retiro de los militares de la vía es Lisa Lynn Henrito Percy, lideresa nativa del pueblo pemón, el mismo que desde tiempos ancestrales habita en el territorio donde fue demarcado el sureño estado Bolívar que limita con Guyana y Brasil.
El video, que termina con aplausos y vítores de un grupo de indígenas, registró uno de los tantos encontronazos que la dirigente ha tenido con los uniformados en los últimos cuatro años. No está colgado en YouTube ni se ha filtrado en las redes sociales. Es compartido entre las comunidades indígenas mediante modestos celulares como un amuleto de coraje y orgullo en una región sin conexión a internet ni servicio de electricidad. En donde escasea la gasolina para moverse por la Troncal 10, carretera que atraviesa el sector oriental del Parque Nacional Canaima y conecta a Venezuela con Brasil.
A sus 46 años, Lisa Henrito está convencida de que la lucha que ha enarbolado desde finales de los 90 la llevará a la muerte o a la cárcel. Eso no le aterra. Lo ve como parte de un futuro inexorable.
“Siempre le digo a mi gente: si a mí me toca morir en esto, yo no quiero morir en vano. Quiero estar segura de que ustedes van a seguir en la lucha. Y si caigo presa, no traten de liberarme. Entiendan que lo que quieren (los militares) son las tierras, no a mí. No pierdan el esfuerzo tratando de sacarme, la lucha es para allá”, dice a sus paisanos pemones mientras extiende ambos brazos y manos al frente, como si tratara de cercar el camino que deben seguir los suyos si algo le llega a pasar.
Lisa ha dedicado más de la mitad de su vida a enfrentar al poder y ese ejercicio ha sido tan intenso que quizás por eso siente que el tiempo le ha pegado más de la cuenta. “Siento que he vivido mil años”, sentencia.
En esa lucha, afirma, ha desarrollado una “mentalidad colectiva” que no le deja pensar en sí misma cuando recibe alguna amenaza. Eso pasó cuando se enteró de que en un programa de horario estelar en la televisora del Estado venezolano VTV, emitido el 23 de julio de 2018, un alto funcionario militar, el general de brigada Roberto González Cárdenas, la acusó de ser la líder de un movimiento secesionista en el seno de la etnia pemón y de “traicionar a la patria”. En ese momento Lisa recordó a sus padres y le inquietó cómo les podría afectar lo que habían dicho de ella en pantalla. El instante también sirvió para razonar sobre la verdadera intención de aquella calumnia.
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“Comenzó el ataque y están tratando de justificar la intervención militar”, fue lo que pensé. Intento ser racional cuando pasan cosas así. El ataque fue dirigido hacia mí, pero para crear una matriz de opinión —reflexiona— También estaba claro que no tenían pruebas de nada y, si venían con pruebas, serían fabricadas. Querían justificar una intervención militar, para seguir su tráfico de oro y armas. El fin de todo esto es militarizar nuestro territorio”, añade.
La acusación infundada del uniformado de alto rango desencadenó una serie de acciones de repudio. Amnistía Internacional elevó una alerta sobre el ataque y envió llamamientos a los ministerios de Interior, Justicia y Paz, de Pueblos Indígenas y a la Defensoría del Pueblo.
“Lisa Henrito está siendo estigmatizada por su labor como activista de organizaciones de mujeres indígenas pemones que exigen el fin de la militarización y la explotación minera de sus territorios ancestrales sin consulta informada ni estudios del impacto social previos”, dice el comunicado enviado por la organización en agosto de ese mismo año. “El Estado debe garantizar la protección de la integridad física de Lisa Henrito y poner fin a su difamación y a la estigmatización de sus acciones de defensa de los derechos de sus comunidades”.
Amnistía Internacional fundamentó su alerta en la Constitución venezolana y los mecanismos internacionales que protegen a los pueblos indígenas y su territorio, al mismo tiempo que instó a las autoridades a “abstenerse de utilizar expresiones que los desacrediten, estigmaticen, insulten o discriminen”.
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Las acusaciones contra Lisa también fueron condenadas por el Consejo de Caciques Generales, la autoridad representativa del pueblo pemón, que en un comunicado del 25 de julio de 2018 rechazó la “campaña de desacreditación de las luchas indígenas y sus voceros”, ratificando al mismo tiempo la identidad ancestral del pueblo pemón y sus derechos territoriales como legítimos pobladores.
Pero más allá de la cárcel y la muerte, hay cosas a las que Lisa Henrito sí le teme. Le preocupa que su pueblo, la etnia pemón, se desintegre. Que sus sobrinos, traumatizados por la persecución de los militares contra los indígenas, nunca más puedan regresar a su casa después de haber sido desplazados hasta Brasil luego de la masacre de Kumarakapay, en febrero de 2019. Que los jóvenes que se levantan contra el gobierno de Nicolás Maduro vean, para siempre, sus esperanzas enterradas. “Están destruyendo una generación completa y algunos líderes (pemones) no ven eso”, pronuncia en un tono frágil, muy diferente al que usa para alzar la voz ante los uniformados.
Desde hace al menos dos décadas, esta activista de 46 años decidió unirse a la defensa de la tierra de sus ancestros y enfrentar toda injerencia sin importar su origen. Eso le ha costado que hoy no pueda salir del sur del estado Bolívar por el riesgo de ser apresada; o tema viajar a Caracas, Ciudad Bolívar o Puerto Ordaz para exponer las amenazas y riesgos que deben encarar los suyos.
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A Lisa la criminalizan desde el poder a pesar de que durante el gobierno de Hugo Chávez llegó a ocupar cargos en el Ministerio para la Salud. “Solo por el hecho de hablar inglés y haber nacido en Guyana, los militares me acusan de ser pieza del Departamento de Estado de Estados Unidos y hasta de estar detrás del levantamiento de las carpas de Acnur”, dice. Se refiere a los campamentos asistenciales instalados por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados en la frontera brasileña que albergan a los venezolanos desplazados que huyen de la miseria. Son, además, toda una evidencia de la emergencia humanitaria en Venezuela que el gobierno de Nicolás Maduro tardó meses en admitir.
“Lisa Henrito es una lideresa reconocida no solo por la comunidad pemón local sino también en el ámbito internacional. Se ha formado en universidades extranjeras como experta de pueblos indígenas avalada por la ONU y ha sido asesora del Consejo de Caciques del sector 6 del territorio pemón. Por eso Amnistía Internacional emitió el alerta de protección apenas un militar la criminalizó en un programa del canal del Estado”, resalta Olnar Ortiz, defensor de derechos humanos y coordinador de Pueblos Indígenas del Foro Penal.
Lexys Rendón, activista e investigadora para la ONG Provea sobre derechos indígenas, explica que la formación que ha recibido Lisa le ha permitido estar lejos del común de los líderes indígenas y tener “una cualidad extra para analizar y entender los hechos”. La describe, además, como una mujer comprometida, orgullosa de su cultura y “un referente de líder mujer indígena pemón”.
Blandiendo con solvencia las herramientas jurídicas y constitucionales, Lisa se jacta de defender el territorio y la autodeterminación del pueblo pemón, el cuarto más numeroso de Venezuela según el último censo de 2011. La población de “los hijos del sol”, como los describe su mito de origen, supera los 30 000 indígenas que en su mayoría habitan al sur del estado Bolívar.
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Un cerco minero
La creación del Arco Minero del Orinoco en febrero de 2016 marcó la agudización de los conflictos que aturden al pueblo pemón. Para este mega proyecto oficial de minería que ocupa 12 % del territorio nacional destinado a la explotación de minerales estratégicos como el oro, diamante, coltán, hierro y bauxita, el gobierno de Nicolás Maduro no realizó la debida consulta previa, libre e informada a los habitantes originarios de las tierras ancestrales afectadas, tal como establece la Constitución venezolana y la Ley de Pueblos y Comunidades Indígenas. Tampoco realizó estudios de impacto ambiental sobre una zona de biodiversidad singular, en la que conviven 151 especies de mamíferos, 587 de aves, 111 de reptiles y 95 especies de anfibios, según inventarios de la Fundación La Salle.
Aunque la poligonal del Arco Minero del Orinoco está en teoría confinada al norte del estado Bolívar, impacta al vecino municipio Gran Sabana, donde se encuentra el Parque Nacional Canaima, declarado Patrimonio de la Humanidad de la Unesco en 1974 por su inmenso valor natural. Dentro de 3 millones de hectáreas de bosques, ríos, valles, sabanas y tepuyes, las formaciones rocosas más antiguas del planeta, se practica minería de forma ilegal a pesar de estar prohibida por ser un Área Bajo Régimen de Protección Especial (Abrae). Lo hacen en buena medida sus habitantes originarios, los pemones, empujados por el colapso económico y la caída del turismo, principal fuente de recursos de este entorno paradisíaco.
Los efectos perniciosos del Arco Minero del Orinoco fueron destacados en el informe actualizado en diciembre de 2019 de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, que registra “los altos niveles de violencia y la presencia de grupos armados irregulares en el estado de Bolívar, involucrados en la explotación ilegal de recursos naturales”. Indica que entre el 22 y 23 de noviembre de 2019, en la comunidad de Ikabarú, ubicada en el territorio indígena Pemón, fueron asesinadas ocho personas con armas de fuego, incluyendo un sargento de la Guardia Nacional Bolivariana, un indígena pemón y un adolescente.
Sobre la presencia de fuerzas militares, bandas de delincuentes y grupos armados en territorio pemón como una de las causas de pérdida del control de las tierras indígenas ya había advertido la Alta Comisionada de Derechos Humanos de la ONU en un informe previo de julio de 2019 dedicado a Venezuela. En el documento destaca que ¨la extracción de minerales, especialmente en los estados Amazonas y Bolívar, ha dado lugar a violaciones de diversos derechos colectivos, entre otros los derechos a mantener costumbres, medios de vida tradicionales y una relación espiritual con su tierra”.
Todo esto lo denuncia Lisa Henrito, altiva lideresa del pueblo pemón.
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Comienzos de una lucha
Lisa rememora sus inicios como activista en el patio de una casa con paredes de piedra en Mana-krü, asentamiento indígena en la ciudad fronteriza Santa Elena de Uairén, capital del municipio Gran Sabana, que entre el 22 y 28 de febrero de 2019 fue asediada por militares y colectivos armados que impidieron el ingreso de la ayuda humanitaria promovido por la Asamblea Nacional y el presidente encargado Juan Guaidó. La incursión dejó 8 muertos, 57 heridos de bala, 65 presos y 960 desplazados que debieron huir de la represión y las balas.
“Mi nombre no es indígena, es más bien gringo. Pero realmente mi nombre resume todo lo que pasó en mi vida: la influencia de los misioneros sobre mis padres, ese encuentro cuando los misioneros adventistas entraron en las tierras de lo que hoy es la Gran Sabana, el choque con los católicos”, cuenta Lisa Henrito, hija mayor del primer pastor adventista pemón que se graduó en teología.
Nació en Paruima, Guyana, una zona fronteriza que es parte del extenso territorio pemón repartido entre ese país, Venezuela y Brasil. Aunque su madre es oriunda de esa comunidad a orillas del río Kamarang, sus abuelos son indígenas taurepanes de Kavanayén, en pleno corazón del venezolano Parque Nacional Canaima.
“Mi linaje es de líderes”, dice elevando la postura. Motivados por los estudios del padre, los Henrito Percy vivieron un tiempo en Trinidad y Tobago para luego volver a Guyana, donde Lisa estudió bachillerato. Inglés y el dialecto taurepán fueron sus primeras lenguas. No sería hasta la mayoría de edad cuando ella junto con su familia se mudaría a Venezuela y aprendería el español. En una universidad adventista en Nirgua, estado Yaracuy, cursó y se graduó en administración de empresas.
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Fue tras esta experiencia que Lisa arribó a la tierra de sus ancestros y se estableció en Maurak, una comunidad indígena a unos 30 minutos de Santa Elena de Uairén, la capital del municipio Gran Sabana, fronterizo con Brasil. En su mente llevaba el consejo que siempre le repitió su padre: “vas a estudiar, pero para apoyar y ayudar a tu pueblo”. Ella lo siguió
Lisa no tardó en sumarse a la defensa del territorio. En 1995, alzó su voz contra la edificación del Complejo Hotelero Empresa Nacional de Turismo del Sur (Turisur), un proyecto privado que contó con el aval del Instituto Nacional de Parques (Inparques) mas no de los indígenas para la construcción de un hotel en la Sierra de Lema, puerta de entrada de la Gran Sabana. Por ende, desestimó el derecho de las comunidades indígenas a decidir y participar en la administración y utilización de los recursos naturales existentes en su hábitat.
Una Lisa veinteañera se unió a los dirigentes pemones que reclamaban por la construcción y fue ahí cuando halló inspiración en líderes indígenas como Juvencio Gómez, Silviano Castro y Alexis Romero, a quienes todavía hoy considera su “modelo de lucha” por sus posiciones frontales y firmes. Las manifestaciones en Ciudad Bolívar y Caracas contra Turisur lograron que los aborígenes fuesen escuchados en una audiencia ante el Ministerio de Ambiente, institución que detuvo el proyecto en octubre de 1996 cuando, luego de una auditoría de gestión, se determinó que los permisos otorgados por Inparques eran inválidos por violar el Plan de Zonificación de Canaima.
Con ese mismo ímpetu, Lisa participó en las legendarias protestas contra el tendido eléctrico en la Gran Sabana a finales de los 90 y también se levantó para frenar el Decreto 1850 que autorizó la minería dentro de la Reserva Forestal de Imataca.
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Sin embargo, ambas luchas fueron infructuosas y los proyectos se llevaron a cabo. Eso la llevó a replegarse y a trabajar como administradora en la minera canadiense Crystallex, que en ese momento operaba en la zona de explotación aurífera de Bolívar. Fue allí donde conoció de cerca las rudas condiciones de los obreros mineros. Luego se encargó de la administración de un colegio privado adventista de Maurak, una de las 119 comunidades indígenas del municipio Gran Sabana.
Poco después, Lisa se convirtió en la capitana de Maurak, la comunidad indígena donde todavía vive. Su carácter recio, su trabajo por la defensa del territorio, su preparación académica y el conocimiento que tenía para elaborar proyectos que beneficiaran a los indígenas fueron las razones que los líderes aludieron para postularla en 2002 al cargo de tres años. Hasta ahora ha sido la única mujer que ha alcanzado ese estatus en Maurak. Tenía 29 años.
Lisa se ha destacado como lideresa del pueblo pemón en un contexto donde el rol de las mujeres, garantes de la cultura indígena y permanencia de sus pueblos, está apegado a la maternidad, a la siembra del conuco, a la preparación del casabe, kachiri y el tumá, la sopa típica pemón que se come de manera colectiva. Ha ganado el respeto de sus hermanos y hermanas en el contexto latinoamericano, donde solo una de cada 10 niñas indígenas termina la escuela secundaria, según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA.
Pero el ser lideresa le ha llevado a chocar con la discriminación. Uno de los ancianos de su comunidad le confesó que no estaba de acuerdo con que ella ocupara la capitanía simplemente porque era mujer.
La misma resistencia la encontró hasta en sus propias vecinas. “Una vez cuestionaron mi participación en una asamblea para discutir sobre el problema del embarazo precoz en las comunidades indígenas porque qué iba yo a saber de ese tema si no tenía marido ni hijos”, relata Lisa.
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Hay quienes critican a Lisa por su carácter fuerte y combativo, pero eso puede ser parte del quiebre que su figura produce dentro de las mismas costumbres y roles de su cultura. “Creo que es una mujer muy frontal, que es muy beligerante y cuando algo le molesta lo manifiesta de esa misma forma. Eso puede ser muy difícil de comprender en un pueblo donde la mujer no es quien tiene ese liderazgo, sino que lo tienen los caciques masculinos”, señala Lexys Rendón, directora de la organización Laboratorio de Paz.
La misma especialista explica que ese rechazo de algunos puede tener otra explicación. “Es más fácil echarle la culpa a ella y mantener la posición de la no confrontación porque se saben vulnerables y porque los líderes favorecen al gobierno en temas políticos o se involucran con este en áreas comerciales, económicas, mineras. El pemón ha atravesado un cambio cultural muy fuerte por la cooptación e intervención del gobierno. Lisa es diferente a muchas mujeres líderes y hombres indígenas. Tiene un carácter fuerte, me consta, y puede ser que en algunas discusiones se muestre como saturada por los problemas de su pueblo. Pero yo lo puedo entender desde aquí, porque ella sí está consciente de que parte del pueblo pemón no tiene la voluntad para sumarse a la lucha”, subraya.
Lisa también vivió el machismo más allá de las fronteras de Maurak. El hecho de haber sido capitana por tres años le permite usar penacho en las ceremonias. Cuando lo ha llevado a reuniones indígenas fuera de Venezuela, las mujeres líderes la miran asombradas. El privilegio de vestir esa prenda está reservado para los hombres en varios países de Latinoamérica.
Lisa reprocha que en el Consejo de Caciques Generales del Pueblo Pemón nunca haya habido una mujer. Admite que ha pensado en postularse, pero sabe que es una tarea compleja. “Esa es la máxima autoridad. Es mucha responsabilidad. Yo sé que lo puedo hacer, pero si lo voy a hacer, lo voy a hacer bien”, asevera.
Entre sus intereses tampoco está una carrera política. No le interesa ser alcaldesa, mucho menos gobernadora. “Como indígena, la ley ampara mis derechos constitucionales. En cambio, si me meto a la política, me llevan presa”, sentencia.
Lee el reportaje completo que forma parte del ESPECIAL Tierra de Resistentes II en este enlace.
* Imagen principal: El Auyantepui visto desde el río Carrao, en el Parque Nacional Canaima. Foto: Lisseth Boon.