- Hace más de veinte años existen proyectos para crear corredores biológicos en El Chaco, la segunda superficie de bosque más grande de Sudamérica, que permitan conectar los bosques que han quedado aislados unos de otros debido a la deforestación para la producción agropecuaria.
- Sin embargo, a la fecha ninguno de esos proyectos se ha concretado realmente aunque en 2015 el gobierno argentino recibió una donación internacional de más de 6 millones de dólares.
En los últimos veinte años, El Chaco, la segunda llanura boscosa más extensa de Sudamérica, perdió debido al avance sin control de la frontera agropecuaria unos cinco millones de hectáreas, lo que equivale a una superficie similar a la de Costa Rica.
Si durante la primera mitad del siglo XX fue la extracción de madera la principal razón de la deforestación, hoy lo es la transformación de enormes extensiones para el cultivo de soja, algodón o porotos y la crianza de ganado.
A pesar de todo, el Chaco es resiliente y aún respira. Millones son las hectáreas que continúan estando bien conservadas y que son el hogar de una enorme biodiversidad. Sin embargo, para que no se pierda la movilidad de los animales que se refugian en estos bosques y asegurar su supervivencia, es necesario que esas áreas boscosas estén conectadas unas a otras. Esos conectores son los llamados corredores biológicos.
Desde hace más de veinte años, organizaciones estatales y privadas han llamado a establecer corredores en el Chaco argentino. Pero de la declamación a la realidad hay un largo camino que apenas ha comenzado. Solo dos de las once provincias argentinas que integran el Chaco —Formosa y Santiago del Estero— han creado formalmente corredores que cubren, en total, diez millones de hectáreas. Además, la Administración de Parques Nacionales (APN) dibujó dos grandes corredores en el mapa como parte de un proyecto regional. Sin embargo, quienes habitan el territorio no saben dónde están, ni cómo funcionan, ni para qué sirven y el proyecto de la APN —impulsado por el gobierno federal— todavía no ofrece resultados concretos aunque recibió, en 2015, un presupuesto de más de seis millones de dólares gracias a una donación internacional.
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La necesidad de conectividad
En los 60 millones de hectáreas que conforman El Chaco argentino, y que son parte de un ecosistema compartido con Paraguay y Bolivia, se alternan bosques, sabanas y humedales.
En el Chaco viven poblaciones de grandes mamíferos amenazados como el tapir (tapirus terrestris) y el oso hormiguero gigante (Myrmecophaga tridáctila). También vive allí el tatú carreta (Priodontes maximus), el más grande de los armadillos que puede medir más de un metro y medio de longitud, y tres especies de pecaríes incluido el quimilero (Catagonus wagneri), endémico de la región.
El jaguar (Panthera onca) también pertenece al patrimonio natural del Chaco, pero está en una situación límite. El último monitoreo de población, hace diez años, estimó que solo quedaban unos 20 individuos. Hoy se cree que sobreviven menos. De hecho, cuando el año pasado un individuo se dejó ver ante una cámara trampa instalada en un parque nacional, provocó excitación entre científicos y ambientalistas que desde 2013 no habían visto ningún ejemplar.
El problema es que los paisajes en los que habitan estas especies son parches de conservación interrumpidos, unos con otros, por la actividad productiva y cuando los animales se asoman fuera de las áreas protegidas llevan todas las de perder. Lo más probable es que no encuentren otros individuos de su especie y que no tengan qué comer. O tal vez mueran bajo las balas de algún cazador furtivo.
Prueba de ello son los hallazgos de un grupo de científicos que en 2017 realizó un estudio sobre la fauna en el Parque Nacional el Impenetrable y el Parque Provincial Fuerte Esperanza. En ellas, así como en el trayecto de 40 kilómetros que las separa, se instalaron 71 puntos de muestreo con cámaras trampa que cubrieron 190 000 hectáreas entre mayo y agosto.
Las imágenes registraron la presencia de mamíferos de alto valor de conservación, como el tatú carreta, el oso hormiguero, el tapir, el aguara guazú (Crysocion bachiurus), el ocelote (Leopardus pardalis) y el pecarí de labio blanco (Tayassu pecari). Varias especies fueron registradas con crías o en parejas, lo que es un indicio de que existen poblaciones reproductivas y en buen estado de conservación. Sin embargo, todas estas imágenes fueron captadas al interior de las áreas protegidas y ninguna en el espacio que las divide.
“Lo más llamativo es que estos animales aparecieron casi exclusivamente en las áreas protegidas. Comprobamos que fuera de ellas prácticamente no hay mamíferos grandes”, cuenta Verónica Quiroga, bióloga de la Universidad Nacional de Córdoba. La conclusión del estudio, según esta investigadora, es que el establecimiento de corredores biológicos es necesario y urgente, porque de otra manera los animales no tienen posibilidades de salir de las áreas protegidas y llegar a otras. “Para que las poblaciones de mamíferos sean viables en el largo plazo —advierte Quiroga— deben tener la posibilidad de moverse entre las áreas protegidas”.
Pero el reto mayor es que el Chaco no solo subsista como el hogar de valiosas especies animales y vegetales, sino que también proporcione medios de vida tanto a las comunidades indígenas y campesinas que viven en estrecho vínculo con la naturaleza. Además, según explica el biólogo Ignacio Gasparri, los corredores biológicos también ayudarían a largo plazo a la agricultura y la ganadería, cuyos rendimientos también podrían verse afectados si los suelos se deterioran. “No hay posibilidad de hacer una actividad productiva con buenos rendimientos si todo está colapsando alrededor”, dice Gasparri. El problema, es que “hay una parte del sector productivo que lo entiende y otro sector que no”, agrega el biólogo.
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La desenfrenada deforestación del Chaco
La Administración de Parques Nacionales (APN), responsable de las áreas protegidas en la Argentina, proyectó en 1999 la creación de corredores biológicos en el Chaco. Según reconocían documentos oficiales, ante la dinámica acelerada de transformación del ambiente, las áreas protegidas eran insuficientes para conservar la biodiversidad. Si bien hoy cubren unos 2 500 000 hectáreas —lo que solo representa el 4 % de esta ecorregión—, en ese entonces el Chaco argentino tenía algo más de 1 700 000 hectáreas protegidas distribuidas en 4 parques nacionales, 5 provinciales, 2 reservas de biósfera y un sitio Ramsar. En algunos casos, estas áreas estaban separadas entre sí por cientos de kilómetros.
El diseño de los primeros corredores comenzó en 2005 con fondos donados por la embajada de Gran Bretaña y apoyo técnico de la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (UICN). Eran las épocas en que la Argentina asistía a un brutal avance de la frontera agropecuaria, impulsada por la soja transgénica, autorizada desde 1996. Las distintas variedades resistentes a herbicidas, insecticidas y sequías permitieron producir a niveles industriales en zonas antes consideradas marginales desde el punto de vista agrícola, como el Chaco. Los números oficiales dicen que en esta región —que concentraba a inicios del 2000 la mayor deforestación del país— desaparecían unas 400 000 hectáreas de bosques anuales en promedio.
“El Chaco era, a finales de los 90 y a principios de los 2000, un desfile de topadoras [bulldozers] que arrasaban con los bosques”, recuerda Marcelo Navall, director del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) en Santiago del Estero, una de las provincias del llamado Chaco seco. Allí, la aridez y la distancia de los grandes centros de consumo habían prevenido la llegada de empresas agropecuarias. Pero la biotecnología y la creciente demanda china trajeron no solamente la soja, sino también un gran crecimiento de la ganadería. “Venían productores de la región pampeana —dice Navall— y con el mismo dinero que allá valía una hectárea, en el Chaco compraban diez”.
La devastación de los bosques alcanzó tal magnitud que el Chaco —una zona tradicionalmente olvidada, que la mayoría de los argentinos no conoce y que suele asociar sólo con pobreza y calor sofocante— se convirtió en tema nacional. Organizaciones ambientales recolectaron la impactante suma de un millón de firmas y lograron que el Congreso de la Nación dictara, en 2007, una ley protectora de los bosques nativos. La norma obligó a todas las provincias a realizar ordenamientos territoriales de sus espacios naturales y a prohibir la tala de árboles en aquellos de alto valor de conservación. Desde entonces, la deforestación en el Chaco disminuyó, aunque se mantuvo a un ritmo importante. “De las 400 000 hectáreas anuales de deforestación en el Chaco se pasó a las actuales 80 000”, dice Navall.
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Dos corredores y 6 millones de dólares pendientes
Ya en 2006, la APN identificó corredores biológicos que cubrían casi 10 millones de hectáreas en la provincia del Chaco y más de 7 millones en la provincia de Formosa. El eje del diseño de esos corredores eran los principales ríos de la zona —el Pilcomayo y el Bermejo, que corren de noroeste a sudeste y desembocan en el Paraná— y sus áreas de influencia. “Los ríos funcionan como corredores naturales para la fauna. De la misma manera que lo ha hecho el hombre a lo largo de la historia, los animales se mueven cerca de donde hay agua, especialmente en una zona mayormente seca, como el Chaco”, explica el biólogo Matías Mastrángelo.
Sin embargo, ninguno de estos corredores se concretó finalmente. Afortunadamente, dice el biólogo Matías Mastrángelo, los bosques de la ribera se conservan por su propia dinámica. Por ejemplo, “el Pilcomayo y el Bermejo poseen planicies de inundación muy extensas y entonces allí es imposible pensar en desmontar para agricultura o ganadería”, explica el científico de la Universidad Nacional de Mar del Plata.
Lo mismo ocurrió con iniciativas en las provincias de Salta y Córdoba donde se lanzaron procesos participativos con el objetivo de constituir corredores, pero no pasaron de allí.
En 2010, finalmente, la provincia de Formosa declaró “zona de corredores” a casi la mitad de las 7,5 millones de hectáreas que conforman su superficie. A partir de entonces, los dueños están autorizados a cambiar el uso del suelo en solo el 20 % de sus propiedades rurales. Aunque no existen monitoreos para asegurar que ello se cumpla, Sebastián Torrella, biólogo que trabajó como asesor para Formosa, considera que los corredores han servido para que en Formosa quede “mayor porcentaje de ambientes naturales”, aunque también admite que en algunas zonas se ha desmontado más de lo permitido. Los datos de deforestación que se conocen indican que la norma no parece haber frenado la acelerada transformación de los ambientes naturales de la provincia. Según un trabajo publicado en 2017 por dos investigadores de la Universidad de Buenos Aires, las tierras dedicadas a la agricultura y ganadería pasaron en Formosa de 250 000 hectáreas en 2001 a 780 000 en 2015 y la mitad de ese aumento se dio a expensas de la destrucción de bosques nativos.
En 2015, la provincia Santiago del Estero también incorporó corredores biológicos en su ordenamiento territorial. Sin embargo, los expertos coinciden en que la información no ha sido transmitida adecuadamente a las comunidades rurales y a los productores agropecuarios que habitan el territorio. Teddy Cotella, quien produce soja, maíz y trigo en un campo de 3000 hectáreas del norte de la provincia, dijo a Mongabay Latam que no sabe si esos corredores pasan o no por su propiedad.
Mientras los corredores provinciales no han podido concretarse, la realidad no parece ser muy distinta a escala regional.
Una donación del Fondo para el Medio Ambiente Mundial (GEF por sus iniciales en inglés) de 6 289 030 dólares, administrados por el Banco Mundial, sirvió para poner en marcha formalmente en 2015, otro proyecto de corredores. En la APN no respondieron el pedido de entrevista realizado por Mongabay Latam, pero el único resultado concreto del proyecto hasta ahora ha sido el diseño en el mapa de dos corredores en forma experimental.
Uno es el del llamado Chaco Seco, que iría de norte a sur desde el río Pilcomayo, en la frontera con Paraguay, por el oeste de las provincias de Formosa y Chaco, atravesaría el Parque Nacional Impenetrable y terminaría en el Parque Nacional Copo, en Santiago del Estero. El otro es el del llamado Chaco Húmedo y correría entre los ríos Pilcomayo, Bermejo y Paraguay para terminar en el Parque Nacional Chaco.
Nadie, sin embargo, sabe de qué manera se implementarían esos corredores. “Se mostraron mapas que destinan enormes extensiones de tierra a los corredores, pero nadie entiende qué significan y para qué se hacen. No se explicó cuáles son las prácticas productivas que mejorarían la conectividad ni se dieron recomendaciones para atenuar la fragmentación. De esta manera no sirven para nada”, advierte Navall.
De hecho, Lucas Elizalde, gerente general de la empresa agropecuaria Anta del Dorado, que dedica 20 000 hectáreas a la agricultura y a la ganadería en la provincia de Salta, en el oeste del Chaco, se muestra frustrado con el escaso avance de la iniciativa en la realidad. “Yo estoy de acuerdo con el concepto del corredor biológico, pero nadie ha dicho si se van a expropiar las tierras privadas que están dentro del diseño realizado o cómo se va hacer para destinarlas a la conservación”, advierte.
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Ganadería industrial y “bajo monte”
Para Alejandro Brown, director de la Fundación Pro-Yungas, el objetivo no debería ser evitar la transformación de los bosques, sino asegurar que exista un balance entre producción y conservación. “En el Chaco, más del 90 % de la tierra es propiedad privada o de comunidades indígenas. Si no incluimos a los productores y a las comunidades en la protección del ambiente, no habrá futuro”, asegura.
Esa idea no es nueva y, de hecho, en 2015 los Ministerios de Agricultura y de Ambiente de la Nación formularon un plan de Manejo de Bosques con Ganadería Integrada (MGBI). Dicho plan —que se está aplicando en forma experimental en distintas zonas del Chaco— propone la producción de carne y de productos madereros simultáneamente con la protección de los bosques. “Nuestra tarea es convencer a los productores ganaderos de que un manejo más amigable con el ambiente no los va a hacer perder plata, sino que por el contrario, les va a hacer más sustentable su actividad”, dice María Eugenia Periago, investigadora de la Fundación Vida Silvestre, organización involucrada en el plan de MGBI.
Lucas Elizalde, sin embargo, advierte que aunque generalmente se hace foco en el impacto ambiental de la actividad agropecuaria industrial, no se le presta la debida atención a la degradación que produce la ganadería de baja escala o de subsistencia.
“En el Chaco hay miles de pequeños productores que tienen sus cabezas de ganado sueltas, lo que produce una degradación lenta y continua del ambiente por el sobrepastoreo”, sostiene Elizalde.
Efectivamente, las comunidades campesinas en el Chaco, que en muchos casos no tienen regularizada la propiedad de la tierra, practican la ganadería “bajo monte”. Las vacas y cabras no están en corrales sino que se las deja deambular en busca de pastos durante la mayor parte del año. Solo en invierno, cuando faltan las lluvias, las vacas vuelven a los puestos para tomar agua y es allí donde los campesinos las marcan y se enteran si tuvieron crías.
Esta práctica se hace cada vez menos rentable debido a la degradación ambiental. “Las vacas criadas bajo monte están flacas porque cada vez tienen menos lugar dónde comer. Cuesta mucho venderlas”, explica Claudio Torrez, habitante de El Chañar, un paraje rural de Santiago del Estero.
Por eso, Torrez está al frente de la Asociación de Productores Orgánicos del Norte Argentino (APONA), una organización creada en 2011 para impulsar el desarrollo de actividades sustentables por parte de las comunidades rurales.
Una de ellas es la producción de miel y hoy APONA reúne a unos 120 productores de distintas provincias del Chaco. “Queremos que las familias tengan cada vez más colmenas, para que con la apicultura dejen de cortar quebrachos —el árbol más característico del Chaco— para hacer carbón o postes. Muchos lo siguen haciendo, por desconocimiento de lo que significa la desaparición del bosque o por necesidad”, cuenta Torrez.
Mientras la deforestación en el Chaco sigue avanzando, los especialistas coinciden en que la supervivencia no se juega en las áreas protegidas sino fuera de ellas, en las tierras privadas que ocupan la mayor parte de la superficie de la región. “Para que los corredores sean realidad hay que poner de acuerdo a muchos actores: comunidades locales, productores, provincias y la Nación. La deforestación no va a frenarse si no hay voluntad política para poner límite a los intereses económicos”, advierte la bióloga del INTA Julieta Decarre, que estudia los efectos del cambio del uso de la tierra sobre la fauna silvestre.
Decarre dice que para que los corredores se concreten, es necesario pensar en un pago o alguna otra forma de compensación a comunidades y productores por los servicios ecosistémicos que brinde la tierra en las que se restringe la actividad agropecuaria. “Si no generamos una matriz productiva amigable para la fauna —completa—, las poblaciones de animales seguirán disminuyendo y pueden desaparecer”.
*Imagen principal: el tapir —aquí fotografiado en un área protegida— es uno de los grandes mamíferos que habitan el Chaco. Foto: Gerardo Cerón.
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